26 diciembre 2022

La maleta



Tengo que dejar de ir a Barcelona porque cada vez que voy me pasan cosas.
Es eso o mudarme definitivamente allí y dejar que la magia fluya.
Se aceptan ofertas de trabajo. Sobre todo si son así como de trabajar poco y ganar mucho.
Las cosas sucedieron más o menos así: 
el sábado estuve todo el día atendiendo el puesto en Santa Librada. Cuando llegué a casa, me encontré un montón de pedidos en Lektu, todos de ellos urgentes porque eran para Sus Majestades Los Reyes Magos y ya se sabe que a la realeza no se la puede hacer esperar.
Me acosté a una hora indeterminada de la noche y me levanté a una hora determinada de la noche, en concreto a las 4 de la mañana, porque tenía que coger un ave a las 6 y no podía dormir porque pensaba que me iba a dormir.
Yo qué sé, cosas de madre.
Lo cierto es que mi presencia en Barcelona era completamente innecesaria, pero tenía que llevar unos doscientos libros y en su momento me pareció logiquísimo llevarlos yo misma en una maleta. Una maleta grande. Muy grande. Y pesada. Muy pesada.
Que yo no lo sabía, pero por suerte me lo dijo el primer taxista.
-¡Cuánto pesa esta maleta!
-Sí, ya.
O sea, que mi ascensor está en entreplanta. Para llegar a él hay que bajar un tramo de escaleras y luego para salir de él hay que bajar otro.
El taxista me llevó hasta la estación y pasé el control, y el señor de seguridad me vio maniobrar con la maleta y aunque no se sintió inclinado a ayudarme, sí sintió la imperiosa necesidad de hacer un comentario:
-¡Cuánto pesa esa maleta!
-Sí, ya.
Me dijo lo mismo un señor que me vio subir la maleta al tren, y luego otro al bajarla en Barcelona, y luego el taxista en Barcelona, al que ya ni contesté porque para entonces estaba un poco cansada de arrastrar la maleta. Y de no dormir. Pero sobre todo lo primero.
El taxista me dijo que no me preocupara, que me dejaría lo más cerca posible de Nau Bostik.
El taxista mintió.
Porque llegado un punto se encontró con una maratón popular (yimcama, la llamó, porque es que los catalanes son así, no pueden llamar a las cosas por su nombre, es como un tic que tienen) y la calle cortada.
-Pues te tengo que dejar aquí.
-¿Qué?
-Es que está la calle cortada.
-¿Y la Bostik está en esta calle? 
-No, está como a quince minutos andando, pero no es nada, no te preocupes que es cuesta abajo.
Verás que todavía acabo rodando hasta el mar, con el frío que hace...
-¿Y no puede rodear las calles cortadas?
-...
-¿No?
-Es que soy nuevo con el taxi y no conozco esta zona.
-Está bien.
El taxista bajó la maleta (esta vez se abstuvo de comentar su peso) y me dijo que la Bostik estaba a unos 15 minutos en esa dirección aproximada. Que fueron más porque claro, se ve que cuando hay una maratón no te puedes poner a cruzar las calles con una maleta a rebosar de libros cuando a ti te dé la gana.
Para cuando llegué a la Bostik el brazo me había crecido unos diez centímetros aproximadamente pero había conseguido llegar a mi destino con los libros intactos y luego tuve un día muy bonito salvo el rato en el que intentaron asesinarme pero bueno, eso son detalles insignificantes y ya los contaré en otra ocasión si eso.
Al final del día la maleta pesaba muchísimo menos, cosa que es de agradecer, aunque yo estaba mucho más cansada así que venía a dar lo mismo.
Y al día siguiente cogí de nuevo la maleta y tiré para el metro, porque estaba ya en un plan de cómo alguien me diga que cuánto pesa la maleta se la come. Y del metro al ave. Y del ave al autobús.
Que tuve suerte porque como han reforzado el servicio para la navidad el 34 solo tardó exactamente lo mismo que cualquier otro día. 
Así que llega el autobús y levanto la maleta entre gemidos y gruñidos muy poco femeninos por mi parte, todo hay que decirlo.
-¡Cuanto pesa esa maleta! -me dijo un señor que había aprovechado mi rifirrafe con la gravedad para colarse y, acto seguido, quedarse en todo el medio.
-Sí, sí.
-Es que las mujeres siempre lleváis más cosas de las que necesitáis.
Como opiniones no solicitadas, supongo.

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Esta navidad, salva una maleta y de paso mi espalda: todos mis libros en papel y en digital están en Lektu y en las mejores librerías:
ALCORCÓN
Friki Factoría (Av. de Lisboa, 4 Posterior, Local 13)
ASTORGA
La Isla del Tesoro (C/ Manuel Gullón, 14)
BARCELONA
Librería Merricat (C/ del Rosselló, 55)
GETAFE
Gotham Central (C/ Ferrocarril, 22)
MADRID
Libros de Arena (C/ Capri, 15)
Librería Derivas (C/ Jacinto Verdaguer, 17)
Librería La Fabulosa (C/ del Barco, 40)
OVIEDO
Hangar Rebelde (C/ Arturo Buylla 3)
PLASENCIA
El  Jardín Secreto (C/ Talavera, 21)
SEVILLA
La Casa Tomada (C/ Muro de los Navarros, 68)

12 diciembre 2022

El mojón


 
Pues voy a contar aquí la historia de cuando casi nos parten la cara en Barcelona, por si Twitter se cae que no se pierda para siempre como lágrimas en la lluvia.
Todo empezó cuando nos fuimos a Barcelona a pasar un fin de semana largo. Y tan largo. El plan era salir tempranito y llegar a Barcelona sobre la hora de comer pero, por motivos en los que prefiero no entrar porque a lo mejor estáis comiendo, sobre las once de la mañana estábamos en lo que parecía un polígono industrial, con las pistas de Barajas a la izquierda y un edificio en el que ponía Airbus a la derecha, con un niño en pelota picada esperando bajo la lluvia a que los adultos encontraran ropa seca y limpiaran de vómito el asiento trasero. Y parte del delantero. Y del techo. Que es panorámico, de cristal. Ahí dejo el dato para dar color a la narración.
Así que llegamos a Barcelona tarde. Y cansados. Y con un perfume embriagador, eso también.
Entonces fue cuando nos encontramos con que el barrio se está gentrificando a una velocidad loca y todo es zona verde que mira, si hay que pagar se paga, pero es que además aproximadamente el 210% de las plazas de aparcamiento son ahora para moto, según un estudio avalado por la TBU.
A mí me hubiera encantado ir a Barcelona en moto y aparcar a la primera en alguno de los varios cientos de miles de millones de huecos libres, pero por desgracia había ido en un Picasso de siete plazas y eso ya era más complicado de aparcar, al menos según ZaraJota, porque lo que es yo he leído al menos tres tazas de Mr. Wonderful y sé que querer es poder.
-Muy bien, muy bien -me dijo ZaraJota-. Pues a ver si quieres callarte un poquito. 
Que lo dijo así con retintín, así que pensé que seguramente era la típica cosa que dice queriendo decir otra y no le hice caso, y por eso seguí compartiendo con él absolutamente todo lo que se me pasaba por la cabeza mientras él daba vueltas durante horas. Y horas. Y horas. Y HORAS. Hasta que dio con un huequito para aparcar en batería. Complicado pero suficiente.
Con tan mala suerte de que justo delante se quedó libre otro huequito en batería y rápidamente llegó otro coche para ocuparlo, pero no podía porque nuestro coche sobresalía mucho y no dejaba espacio para maniobrar. 
-¡Échalo más para atrás! -nos gritó el conductor.
-¡No puedo! -contestó ZaraJota-. ¡Hay una piedra! 
-¿Que qué?
-¡UNA PIEDRA!
Para mí que el problema aquí fueron los dos motores de los coches, las ventanillas subidas y que "piedra" suena sospechosamente parecido a "mierda". Porque el coche de delante frenó de pronto, se abrió la puerta del copiloto y se bajó un señor directamente venido de los ochentas (no descartemos que llevara desde entonces intentando aparcar): calvete por delante, mullet por detrás, chupa de cuero con chinchetas, piercings y tatuajes en toda la piel visible y la latita de cerveza en la mano.
El susodicho enfiló hacia nuestro coche, momento que yo aproveché para echar el pestillo de mi puerta porque estaba claro que alguien iba a morir y prefería no ser yo, además ZaraJota lleva más años pagando el seguro de entierro y nos compensa más que se muera él. Que yo lo digo por el bien de nuestra economía doméstica, no porque tenga ningún interés personan en seguir viva.
-Que te eches patrás -le dice el señor a Zarajota.
-Que no puedo, que hay una piedra.
-Que piedra ni que piedra.
-Míralo tú, que si me echo más para atrás me como la piedra.
Y lo dijo ahí con todo su tono quinqui de barrio, porque uno puede dejar la Trinidad, pero la Trinidad nunca te deja a ti. Así que el señor se va para la trasera del coche, sin soltar su lata, y dice:
-Pues sí que hay una piedra.
A lo que yo, que viendo que el peligro ya había pasado me había bajado del coche porque dentro olía mucho a vómito para apoyar a mi marido, añadí.
-En realidad es más bien un mojón.
ZaraJota me miró. En concreto, me miró mal, con ese tipo de mirada que dice: calla, que todavía nos raja por bocazas.
Mister Muller seguía mirando el mojón.
-Esto entre tú y yo lo movemos -le dice a ZaraJota.
Y ZaraJota, ya totalmente entregado al quinquismo: 
-Venga.
-Voy llamando a la ambulancia -les dije yo, por aportar mi granito de arena a la situación.
Entonces va el señor va e intenta mover el mojón. Sin soltar la lata, porque debía ser una lata de poder o algo, pero no lo bastante porque el mojón no se mueve.
-Pues nada, jajajaja.
-Jajajaja.
ZaraJota estaba ya quinqui full power, que solo le faltó darse palmadas en la espalda con el señor y hacer el saludo secreto, de verdad, yo estaba totalmente fascinada con el fenómeno. Mientras tanto, la conductora del otro coche había terminado de aparcar y se bajó con su correspondiente lata de cerveza en la mano. Que a lo mejor para circular por Barcelona es obligatoria, no digo yo que no. 
-Que había una piedra -le dice el señor.
-¿Una piedra?
-Jajajaja, una piedra, jajajaja, bueno, adeu, bona nit.
Y ZaraJota:
-Bona nit, merci.
Y yo: 
-Pero a ver, 'merci' por qué.
Y ZaraJota:
-Pues por no rajarnos, ¿no le has visto las pintas?
Y yo: 
-Ah, sí, jajajajaja, gracias, eh, hasta luego. 
Y así fue como llegamos a la casa de la suegra, cansados, empapados y oliendo a vómito, y nos pregunta:
-¿Habéis aparcado bien?
-Sí, sí.
-Pues es raro, que últimamente está muy difícil aparcar.
Difícil no sé, pero peligroso un rato.



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Este fin de semana tengo sesión doble:
El día 17 estaré todo el día en Santa Librada (Madrid), en la mesa de FoscaNetworks casi todo el día, porque a las 17:00 ZaraJota y yo perpetramos una charla.

El domingo 18, estaré en la Fira de Nadal de La Sagrera (Barcelona), también todo el día, en la mesita de FoscaNetworks.

28 noviembre 2022

La bella Lola


 Ahora que ya sabemos cuáles son las mejores hamburguesas de Barcelona, quizá querréis saber cómo acabó aquella noche. En concreto, cómo acabé en una tórrida relación con la bella Lola. 
La cosa fue que después de comernos unas croquetas (que no unas hamburguesas) a mí se me empezó a caer el párpado cosa mala y dije que quería irme a casa.
Lo que pasa es que no era mi casa, era la de Laia. 
Pero Laia no se quería ir a casa todavía porque decía que quería estar un ratito más con sus amigas. Que no se lo cree ni ella, que todos sabemos que lo que quería era ver en qué acababa el tema de las hamburguesas, pero bueno.
Así que nos fuimos a su casa Sark y yo. En la casa nos recibieron alegremente dos perretes y un gato. 
Bueno, "alegremente" es un decir. Porque si tu ves salir a tu humana con dos desconocidos, vuelven solo los desconocidos, y uno de ellos se mete en la cama de tu humana mientras el otro te dice "ven conmigo de paseo, no seas boba que te va a gustar", lo normal es que sospeches. 
Y mucho. 
El caso es que Sark se fue de paseo con los dos perretes y yo no quiero saber lo que pasó y tampoco lo voy a preguntar, pero cuando llegaron el perrete número 1 se vino para la habitación de Laia, se subió a la cama, me puso el hocico prácticamente en la cara y cuando vio que yo no era la humana habitual salió de la habitación a todo correr.
Entonces volvió a entrar, se subió a la cama, me puso el hocico prácticamente en la cara y cuando vio que yo no era la humana habitual salió de la habitación a todo correr.
Entonces volvió a entrar, se subió a la cama, me puso el hocico prácticamente en la cara y cuando vio que yo no era la humana habitual... bueno, os hacéis a la idea. 
Yo supongo que este es el equivalente perruno a reiniciar el equipo, porque después de unas cuantas veces se rindió y se fue al salón, donde se encontró con el perrete número 2, Lola para los amigos.
Lola no estaba contenta.
Era tarde y su humana se había ido, aparentemente secuestrada por otros dos humanos que le habían okupado la casa.
Luego la habían obligado a salir a hacer caca cuando ella no tenía caca.
Y al volver había dado por hecho que la humana que había en la cama era la suya y todo había vuelto a la normalidad, pero cuando vio aparecer al perrete número 1 (Goliat, se llama, que me acabo de acordar) cabizbajo en el salón dedujo, porque mi Lola es muy lista, que no.
Y entonces empezó a LADRAR.
Pero LADRAR
¿Cómo es posible tanta potencia pulmonar en un cuerpo tan pequeño?
No lo sé.
Al principio esperé que se le pasara, más que nada porque soy una cat person y los perros se me dan regumal. Pensé que Sark se ocuparía, pero los minutos pasaban, los ladridos seguían y Sark no intervenía: así que hice lo que una mujer casada nunca debería hacer: asomarme a su habitación. En plena noche. DESCALZA.
-¿Sark?
La habitación estaba totalmente a oscuras y Sark no contestaba, así que llegué a la conclusión más lógica posible: que le había dado un patatús.*
Desde luego a mí estaba a punto de darme uno, porque estaba muy cansada y no tenía ganas de lidiar con el perrete de Laia y el cadáver de Sark. Por eso hice lo más sensato que se me ocurrió: volver a cerrar la puerta y fingir que no había pasado nada.
Porque no había pasado.
Que yo soy una mujer casada.
Me armé de valor entonces y me dirigí al salón.
-A ver, Lola, deja de ladrar ya...
Que como los vecinos llamen a la policía y vengan y se encuentren con el cadáver de Sark ya sí que no duermo, Lola, y estoy muy cansada.
Para sorpresa propia y ajena, Lola se calló de inmediato.
-Muy bien, muy bien.
La dejé tan tranquila y me volví a la habitación de Laia, pero nada más posar mis delicadas formas sobre las sábanas, Lola empezó a ladrar otra vez.
-Ay, señor...
Me levanté, fui al salón, dije:
-Lola...
Y lola se calló.
-Buena chica.
Me volví a la habitación, me senté en la cam...
-¡GUAU GUAU GUAU GUAU GUAU!
Volví al salón. Empezaba a sentirme como el perrete número uno. 
-A ver, Lorz -me dije-. Usa la lógica. Si estás en la habitación ladra. Si estás en el salón, no. ¿Qué hacemos?
-Dejar que se ocupe Sark. Pero se ha subido a un árbol.
-O está escuchando música con los auriculares puestos -dijo la voz de mi cabeza. Es que es muy lista, a mí no se me habría ocurrido.
-No pienso entrar ahí a averiguarlo -dije-. Que luego se me cae un pelo y viene CSI y la lía. 
La voz de mi cabeza puso los ojos en blanco.
-Entonces supongo que puedes intentar dormir en el salón -dijo.
Por suerte el sofá de Laia es muy grande y tenía mantita, que me había quedado pajarito de andar descalza para arriba y para abajo. Me tumbé en el sofá y Lola se quedó tranquilita.
Supongo que pensó: ha secuestrado a mi humana, ha okupado la casa, pero mañana va a tener las cervicales que se va a arrepentir de haber nacido. Y con eso ya se quedó tranquila.
En el sofá se estaba bien y calentito. Muy calentito. Porque en cuestión de segundos tenía encima al perrete número 1, también conocido como Goliat, y al lado en plan mímame pero sin tocarme al gatete denominado Varsovia. Lola se quedó frita con la satisfacción del deber cumplido.
Este era el cuadro pintoresco cuando apareció Laia, presumiblemente con el estómago lleno de las mejores hamburguesas de Barcelona.
-¿Pero qué haces en el sofá? -me dijo. Bueno, nos dijo. Es que el sofá estaba muy concurrido.
-No te preocupes, no pasa nada, es que me he venido aquí porque creo que Sark se ha muerto.
Ante todo no dramaticemos.



*Sark estaba escuchando música, claro.



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Quedan pocos días para participar en el verkami de Crónicas Funestas
Es para sacar un juego de rol, pero también hay cositas para no roleros como camisetas y libritos y sugus.
¡Apuntarse! 


14 noviembre 2022

Las mejores hamburguesas de Barcelona





Si todo va bien, este fin de semana estaré en Barcelona: el 18 jugando al rol en Daus del Triangle y el 19 en la Sagrera Alternativa.
Y claro, no puedo evitar acordarme de lo que pasó la última vez que estuve en Barcelona.
Era de noche y sin embargo llovía. Vale, no llovía. Pero era de noche. Habíamos acabado de presentar el libro de Laia y salimos de Merricat con la sana intención de buscar un bar para tomarnos algo. Lo que fuera. Hacía calor porque era octubre pero el cambio climático no existe y teníamos sed. Y era de noche. Pero no llovía.
La misión no parecía complicada porque Merricat está puerta con puerta con un bar, pero cuando hicimos amago de sentarnos nos dijeron que no, que cerraban a las 9 y faltaban cinco minutos. 
-Esto en Madrid no pasa -declaré-. En Madrid si necesitas un médico mejor te mueres, pero si necesitas un bar lo tienes cuando quieras.
-Bueno, buscamos otro -dijeron las amigas de Laia.
A fin de cuentas, ¿cómo de difícil puede ser encontrar un bar en Barcelona un viernes por la noche?
Efectivamente, al poco dimos con un bar, absolutamente vacío, con la terraza desierta. Pero cuando hicimos amago de sentarnos llegó una camarera a todo correr.
-¡No podéis sentaros aquí!
-¿Van a cerrar?
-No, acabamos de abrir. Abrimos a las ocho. Hasta la una. 
-Bueno, son las nueve.
-Es que no os podéis sentar aquí.
Miramos alrededor. En la terraza había tres mesas vacías. Todas, para ser más exactos. 
-¿Y en otra mesa?
-No, en ninguna.
-¿Por algo?
-Es que sois ocho.
El grupo, al que a partir de ahora llamaré Laiettes porque era nuestro punto de conexión, intercambió miradas confusas. Durante los tres últimos años pandemial las normativas sobre bares, aforos, grupos y mascarillas han cambiado tantas veces que resultaba difícil seguir el ritmo. Pero en aquel momento se habían levantado todas las restricciones salvo la de usar mascarilla en transporte público.
-Nos podemos sentar en dos mesas separadas...
-No, no, aunque seguís siendo ocho y claro, en la plancha solo caben cuatro hamburguesas. 
Las Laiettes volvimos a intercambiar miradas.
-¿Hamburguesas?
-Claro, porque os sentáis y pedís hamburguesas, y las tengo que hacer de cuatro en cuatro y claro, traigo cuatro y mientras esperáis a las cuatro siguientes se enfrían y luego os quejáis y quién se come la bronca, ¿eh, quién? Pues yo.
-Pero nosotras solo queremos tomar una cerveza y...
-Claro, claro, eso decís ahora, pero luego pedís ocho hamburguesas.
-De verdad que no queremos hamburguesas, solo unas cervezas...
-Pero es que nuestras hamburguesas están riquísimas.
-¿Qué?
-Las mejores de toda Barcelona. ¿Cómo vais a no pedir hamburguesas?
-Creemos que podremos soportarlo.
La camarera bufó.
-Bueno, voy a preguntarle a mi jefe, que yo es que no puedo tomar decisiones porque solo llevo un mes, ¿sabéis?
-A dos no llegas -murmuró una de las Laiettes por lo bajo.
La camarera se fue corriendo otra vez. Las Laiettes nos quedamos de pie en mitad de la calle, intercambiando miradas de confusión y sed. Sobre todo lo segundo.
-Siempre podemos ir a otro bar -sugirió alguien, con poco entusiasmo.
Al rato volvió la camarera, corriendo.
-Que dice mi jefe que os podéis sentar...
-Bien.
-Pero me tenéis que decir ya que vais a comer...
-...de verdad que nosotras solo queríamos beber...
-Pero mujer, algo comeréis, ¿no? ¿Habéis oído hablar de nuestras hamburguesas?
-Sí, algo.
-¡Son las mejores de toda Barcelona!
Las Laiettes, ya sentadas, miraron alrededor en busca de la cámara oculta. 
-De verdad, estamos cansadas, hace calor, solo queremos unas cervezas y...
-¡Enseguida! Os tomo nota de la comida y os traigo las cervezas. ¿Qué queréis comer?
-¿Qué tenéis?
-Hamburguesas. Pero no podéis pedir porque en la plancha solo me caben cuatro y sois ocho.
Una de las Laiettes, sin duda más acostumbrada a las costumbres nativas, tomó la palabra.
-A ver: dinos qué tenemos que pedir para que nos traigas algo de beber.
La camarera se lo pensó. Revisó su cuaderno. Lanzó varias miradas nerviosas a la mesa donde se sentaba el jefe.
-Croquetas.
-Pues trae croquetas.
-¿Algo más? Tengo nachos.
-Pues trae nachos. 
Lo que sea, trae lo que sea. LO QUE SEA.
-¿Todo para compartir? ¿Nadie va a pedir algo de comer? Tenemos las mejores hamburguesas de Barcelona. ¿Queréis que os diga de qué son?
-No, gracias, de verdad, ¿podemos pedir ya la bebida?
-Sí.
-Dos cervezas, una fanta...
-Eeeeeeh, no vayáis tan rápido. Que me he tomado un redbull y estoy muy nerviosa.
-Al menos alguien ha bebido algo -se oyó murmurar por lo bajo.
Otras Laiettes dudaban que la chica se hubiera tomado un redbull.
-Venga, repetimos, dos cervezas, una fanta...
Parecía que el asunto se había resuelto cuando una de las Laiettes pidió...
-Un vaso de agua caliente.
-¿Qué?
-Un vaso de agua caliente. 
-...
-¿Hacéis infusiones?
-Sí: de té rojo, té verde, poleo, manzanilla...
-Muy bien: pues tú me traes el agua caliente como si fuera una infusión, pero no le pones la infusión.
La camarera pareció dudar.
-Tendría que preguntarle a mi jefe...
La punki que había pedido el agua caliente sintió sobre ella la mirada de todas las Laiettes. Era una mirada cargada de terror y de odio. Era una mirada que decía: calla, que la vas a liar.
-Mira, ¿sabes qué? Tráeme una infusión y ya está.
Parecía que lo habíamos conseguido. La camarera se fue corriendo con nuestras comandas. Luego volvió corriendo con nuestras comandas. Las cervezas estaban casi al alcance de nuestra mano cuando la chica tropezó y una de las cervezas salió volando, acabó en el suelo y empezó a echar espuma como un perro rabioso o como, por ejemplo, una Laiette en plena ola de calor porque el cambio climático no existe que llevara una hora esperando por una cerveza.
-¿Estás bien? 
-Sí, sí, me pasa mucho. Antes me he caído también y me he hecho un raspón... ¿queréis verlo?
-¡NO!
-Jajajaja, si no es nada. Bueno, esta ya no sirve, me la llevo. 
La chica recogió la cerveza e hizo amago de irse. 
-¡PERO DEJA EL RESTO, POR DIOS!
-Jajaja, sí.
Lo habíamos conseguido. Teníamos nuestras bebidas. Teníamos unas croquetas. Y unos nachos. La noche era estupenda y estábamos rodeados de gente encantadora y simpática.
-¿Todo bien? -preguntó la camarera antes de retirarse-. ¿No falta nada?
-Todo perfecto, gracias.
-¿Seguro que no queréis una hamburguesa? Están muy buenas.
-Son las mejores de toda Barcelona -aportamos.
A la chica se le iluminaron los ojos con la emoción.
-¿A que sí? Es que tienen fama. 


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Tengo cosas que decir: 
La primera, seguimos con la campaña para sacar el juego de rol de Crónicas Funestas.

La segunda: que el 19 de noviembre participamos en la Festa Major Alternativa de La Sagrera
Y la tercera que, por supuesto, todos mis libros siguen en Lektu.

31 octubre 2022

Halloween 2022


 
Estaba empezando a refrescar. A la vieja y malvada bruja le gustaba el frío. En verano la gente suda y cuando, pongamos por caso, persigues a un niño para comértelo, cuesta más agarrarlo para echarlo al caldero. Porque resbala y eso. Por otra parte, en invierno era más difícil saber si el niño estaba lo bastante gordito como para asarlo, o era un saco de huesos que solo servía para hacer sopa. Eso estaba bien. A la bruja le gustaban las sorpresas, siempre y cuando acabaran con ella tumbada en su camastro, la tripa hinchada de tanto comer, las mandíbulas exhaustas de tanto masticar y los ojitos bizcos por... bueno, la vieja y malvada bruja siempre tenía los ojitos bizcos. Decía que le daban perspectiva.
Aquel primer día de frescor otoñal, la bruja salió de su cabaña, tomó aire puro, empezó a toser por la falta de costumbre (el ambiente en el interior de la cabaña era de todo menos puro, de hecho, en ocasiones se podía cortar con un cuchillo; otras veces hubiera sido necesaria una sierra mecánica) y tuvo que apoyarse en la jamba de la puerta hasta que le pasó el ataque. 
Fue entonces cuando notó que había algo raro en el bosque, y no era el aire puro, una molestia a la que ya estaba más que acostumbrada. Era un sonido... molesto, chillón, irritante, que le ponía los pelos de las verrugas de punta. Parecían... sí, lo eran: risas de niños.
La bruja sintió escalofríos. Una gota de sudor helado resbaló, trabajosamente, por la costra de roña que cubría su espalda. Los niños, de uno en uno y así, cociditos, le resultaban muy agradables. En grupos grandes y poco hechos, qué diantres, literalmente crudos, y encima alegres, ya le parecían un poco peor.
La bruja pensó que tenía que alejarlos de su cabaña de inmediato. No debía resultarle difícil: la gente tendía a evitar esa zona por instinto. Y por sentido del olfato. Sobre todo, lo segundo. 
La vieja y malvada bruja se tiró al suelo e hizo la croqueta por el verdín hasta que sus ropas negras adquirieron un tono más acorde a las labores de ocultación en el bosque. Después, a cuatro patas, de arbusto en arbusto, se aproximó al grupito. Estaba formado por un grupito de niños vestidos como imbéciles, liderado por un imbécil vestido de niño. La bruja los observó, boquiabierta, mientras "montaban el campamento", que básicamente consistía en sacar un trozo de tela de una bolsa plana, lanzarla al aire que se convirtiera en una pequeña casa de tela con un "plop". Pronto el claro estuvo poblado de casas de tela azul y techos redondeados, no mucho más altas que una persona. Esperaba que los niños no crecieran mucho, porque era imposible hacer vida normal ahí.
Acto seguido, los niños encendieron un fuego, cogieron ramitas en las que ensartaron trozos de algo blanco, se sentaron alrededor de la hoguera con las cositas blancas sobre el fuego y empezaron a cantar.
La bruja arrugó el entrecejo. La roña de su cara crujió y la bruja se dislocó un músculo del esfuerzo. Pero arrugó el entrecejo. Estaba claro que aquellos niños formaban un Aquelarre, y que habían decidido instalarse en su territorio. La vieja y malvada bruja jamás habría permitido una afrenta así. Bueno, es cierto que sí permitía las Reuniones Secretas de Plenilunio en el Claro del Bosque Junto a la Peña con Forma de Cabrito, pero eran solo una vez al mes, y si caían en jueves se suspendía para no coincidir con la noche de bingo en la taberna del pueblo.
Pero esto era inadmisible.
Esperó pacientemente a que terminaran de cantar, contaran cuentos supuestamente de miedo y, finalmente, se dirigieran a sus casitas para dormir. Qué clase de brujas dormían de noche, era otro misterio que tendría que resolver. Después de mucho rato de risitas y cuchicheos, por fin, el claro quedó en un silencio solo a ratos interrumpido por algún ronquido.
La bruja se echó las manos a la cabeza, rebuscó entre sus cabellos enmarañados y sacó al murciélago que anidaba ahí. Lo dejó cabeza abajo en una rama, observando el claro con sus ojitos como de canica. La gente, había notado la bruja, tendía a golpearle en la cabeza, y aunque la costra formada por su pelo solía resistir y el murciélago nunca había sufrido el menor daño, ella no deseaba correr riesgos innecesarios.
La bruja entró en la primera casita, agarró de una oreja a la primera bruja invasora / niño vestido de imbécil, y lo sacó de un tirón. Salvo lo que salió no fue un niño. O sí. Pero se había transformado en una especie de capullo de colorinchis, de la misma tela que la casita, del que solo sobresalía la cabeza.
La bruja se quedó estupefacta. Pero no tanto como cuando la cabeza abrió un ojo, luego otro, luego sacó una mano de las profundidades del capullo y lo abrió de arriba a abajo con un suave "ziiiiiiiiip". El niño salió del capullo como si fuera lo más normal del mundo, miró a la bruja de arriba a abajo, se volvió a frotar los ojos y soltó un tremenda carcajada.
-¡Caray! Este año os habéis superado.
La bruja no supo qué contestar. La verdad era que se sentía superada, sí.
-¿No deberíamos despertar a los demás? -preguntó el niño. La bruja abrió la boca y la volvió a cerrar. No estaba segura de si era una trampa-. ¡Eh! ¡Despertad!
De las casitas empezaron a salir niños en diferentes grados de somnolencia. Algunos arrastraban sus capullos como si se tratara de la piel muerta de una serpiente... La bruja se relamió ante la idea de llenar la despensa con todas aquellas pieles. Pero antes tenía problemas más urgentes.
-¿Qué pasa?
-¡Una bruja!
-Jajajaja, este año se han superado.
-¡Venid todos! 
La bruja se encontró perfectamente rodeada de niños. La mayoría la miraban, mientras que algunos se afanaban en encender la hoguera que habían apagado cuidadosamente antes de irse a dormir, y otros aprovechaban la ocasión para sacar más de aquellas cosas blancas y zampárselas crudas.
-Eh... -dijo la bruja, para ganar tiempo.
-Lobatos -intervino el único adulto presente-. Somos lobatos.
La bruja asintió. Cambiaformas, eso lo explicaba todo. 
-Yo soy Tocomojo.
Un coro de risotadas la rodeó, pero el adulto chistó para que se callaran.
-Bienvenida, Tocomojo. ¿has venido para darnos nuestras huellas?
La bruja se estremeció. Estos cambiaformas practicaban una magia oscura y peligrosa.
-No -dijo.
-¡A la hoguera entonces! -gritó uno de los niños.
-¡Sí!
La bruja estaba rodeada de poderosos enemigos. Un sudor frío le recorrió la espina dorsal haciendo un tortuoso recorrido debido a la escoliosis. Hizo un gesto para que el murciélago volviera a refugiarse en las marañas de su pelo. Tenía que salir de allí cuanto antes.
Por desgracia, los malvados cambiaformas no le dieron oportunidad. La rodearon, soltando alaridos, la llevaron a empujones junto a la hoguera, y cuando ya creía que la iban a asar viva, la hicieron sentarse, le pusieron entre las manos un palito con una de esas extrañas cosas blancas, y se sentaron a su alrededor, expectantes.
La bruja se vio indefensa. No sabía qué tenía entre las manos ni qué efecto tendría si intentaba hacer magia. Estaba rodeada y sin posibilidades de escapar. Y tenía que pensar en la seguridad de su murciélago. Tenía que ganar tiempo, con la esperanza de que, al amanecer, los cambiaformas perdieran algo de su energía. Carraspeó, tomó aire, y dijo:
-Había una vez una bruja...
Los cambiaformas emitieron grititos de felicidad. 
Podía conseguirlo,  pensó la bruja. Iba a salir de esta.


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16 octubre 2022

La mochila

 

Estaba pensando que a lo mejor queréis saber cómo me fue en Eurodisney, lo que pasa es que ya lo fui contando en directo y claro, luego me dicen que me repito. 
Aparte, y para sorpresa de todos, fue un viaje casi sin incidentes. Vale, es cierto que a la ida Nena-chan se saltó el control porque iba súper motivaba, yo me dejé la tarjeta de embarque en una de las bandejas de plástico que se llevaron de inmediato y desapareció en una montaña de bandejas de plástico, y a ZaraJota le hicieron el cacheo completo con guante de látex incluido porque tiene cara de delincuente, pero para lo que somos nosotros la verdad es que nos pareció hasta poca cosa. 
Es posible que los cuatro días siguientes hayan sido los más felices de mi vida hasta la fecha, las cosas como son. No creo que tuviera tanto que ver con Eurodisney, que vale, esto también hace, como con estar los cuatro juntos y sin la típica presión de hay que ir al cole, hacer la comida, que si la compra, que si los deberes, que si la rana croando debajo del agua. 
Pero todo lo bueno se acaba, especialmente el chocolate, y finalmente tuvimos que coger el avión de vuelta a España. Como íbamos con agencia, un autobús pasó de hotel en hotel recogiendo gente para llevarla al aeropuerto.
Ahí es cuando entraron en nuestra vida los Borjamaris. Era un grupo de unas diez personas; ellos, pantalón corto y nautico sin calcetines; ellas, rubias carasco monísimas de la muerte; los niños, una panda de salvajes a la que no controlaba nadie y que se pasaron el viaje en autobús gritando, peleándose y dando patadas a los asientos mientras sus amados progenitores pasaban de ellos como del trabajo manual.
Cuando llegamos al aeropuerto hicimos todo lo posible por dejarlos atrás pero claro, ni el aeropuerto es tan grande ni hay tantos aviones, así que acabamos en la misma cola para el check in. 
Por suerte la cosa estaba muy bien organizada, y antes de que llegaras al mostrador se te acercaba un azafato para asegurarse de que todo estaba correcto y ahorrar tiempo.
Aquí es cuando empezó la fiesta de verdad. 
Los Borjamaris llevaban maletas, una mochila cada uno y un montón de bolsas de plástico con compras en las manos, que no sé, Borjamari, ya no es que vayas a coger un avión, es que no puedes ir así por la vida cuando no tienes el servicio a mano.
El azafato les explicó que las bolsas no se podían llevar así y que además eran demasiadas para llevarlas como equipaje de mano y que para qué querían tanta bolsa que el plástico contamina mucho, Borjamari, agrupa las compras que pareces tonto. Bueno, a lo mejor esto último no lo dijo pero seguro que lo pensó, yo desde luego lo llevaba pensando un rato. Lo que sí les dijo muy amablemente fue que se apartaran a un ladito y solucionaran aquello como fuera antes de llegar al mostrador.
Al Borjamari principal, o Borjamari Alfa, aquello le sentó regumal. Empezó a gritar y a bufar como un energúmeno mientras daba vueltas como un toro con nauticos. Que no hay derecho. Que si no se pueden llevar bolsas por qué hay tiendas (en Eurodisney, ojo, que ni siquiera eran bolsas del aeropuerto). Que él ha viajado mucho y esto es la primera vez que me pasa. 
En fin.
En ese momento, anuncian por megafonía que el vuelo va muy lleno y que quien lo desee puede facturar su equipaje de mano gratis. Que es que no te lo pueden poner más fácil, Borjamari. Facturas un par de mochila y lo apañas, de verdad. Pero por motivos desconocidos el Borjamari Alfa llegó a la conclusión de que le estaban haciendo el lío personalmente a él.
-Estos lo que quieren es ahorrarse espacio en la cabina -empezó a gritar-. A ver si se creen que somos tontos.
Mientras el Borjamari Alfa gritaba, una de las She-Borjamari abrió una de las maletas grandes, repartió un juguete a cada niño para que lo llevara en la mano, repartió el resto en huecos por la maleta, hizo magia de madre en general y de pronto todas las bolsas habían desaparecido. 
-¿Pero qué haces? -le gritaba el Borjamari Alfa-. ¿No ves que nos están chuleando?
-Ya bueno...
-Es que eres tonta, te engañan como quieren...
-Ya, pero...
-Yo puedo llevar bolsas en las manos si quiero.
Para entonces nosotros habíamos conseguido hacer el check-in  y le dije a ZaraJota que por lo que más quisiera que CORRIERA, porque yo no quería hacer la cola de control con los Borjamaris detrás. Llevamos a los niños casi en volandas, las ruedas de la maleta de mano soltando chispas en las curvas. 
No hubo suerte porque si nosotros corrimos, los Borjamaris corrieron más. 
Nunca subestimes el pánico que siente un español a quedarse solo en un país extraño, que de verdad esa necesidad de ir en grupo con gente a la que no conoces pero es que son españoles a mí me supera. Tres veces. 
Colocamos nuestras cositas en tres bandejitas: la primera de ZaraJota, la segunda de los niños, y la tercera la mía. Luego pusimos las bandejitas en la cinta transportadora, y planeábamos acompañarlas hasta que entraran en la máquina, pero llegaron los Borjamaris, todavía dando gritos, y el segurata nos dijo que no esperáramos a las bandejas, que pasáramos el arco, que tantos españoles juntos no podían traer nada bueno.
Pasamos el arco sin problemas. Bueno, a ZaraJota lo cachearon, vaya, lo normal, y nos fuimos a esperar que salieran las bandejas con nuestras cosas. 
Salió la de ZaraJota.
Salió la de los niños. 
Salieron las de los Borjamaris. 
Salieron las de una familia eslava. 
Salió la de un erasmus.
Salió...
Bueno, allí salió de todo menos la bandeja con mi mochila. 
Entonces me fui a un segurata. El segurata no hablaba inglés porque para qué vas a necesitar idiomas trabajando en un aeropuerto. Y mi francés es regulero en sus mejores momentos. Y ese no era un buen momento.
-Pegdon mesié mon sac sa pegdú.
-Espere a que salga de la máquina -me contestó. En francés, claro.
-Ye he espegú me le sac na pá sogtí.
-Saldrá cuando tenga que salir, espere su turno.
-No, no, no, le sac de mon maguí ha sogtí, le sac de mon fils ha sogtí, me mon sac ne ha sogtí pa.
-Ya saldrá.
-No, no, no, no, han sogtí les sacs de tgua familes more after my husband sac -es posible que llegado a ese punto yo estuviera cortocircuitando-, me non mon sac, mon sac sa pegdú FOREVER.
-¿Tú bolso no ha salido?
-NOOO. (T_T)
-¿Cómo es?
-Cest un sac... Cest ne pa un sac, il é un... backpack.
-¿Backpack?
-Uí. Backpack -empecé a canturrear "Backpack, backpack" como en Dora la Exploradora pero por la cara del segurata intuí que no iba por el buen camino. Salvo que quisiera acabar en una institución mental, que en ese caso iba perfectamente enfilada-. Nuag. Like a shat, gouse ears, black. No, nuag.
Para mí que mi descripción era absolutamente clara, pero por lo que sea el segurata no estaba convencido.
-¿Está usted segura de que la ha puesto en la cinta?
-UÍÍÍÍÍÍÍÍ.
-Venga conmigo. 
Entonces hice una cosa loquísima: cruzar el arco hacia fuera. Porque no había otra forma de pasar. 
El segurata se acercó a la persona que está ahí mirando cómo la gente pone las bandejas en la cinta, que debe ser un trabajo apasionante, también os digo. 
-¿Has visto por aquí una mochila negra?
-Amb orelles roseta de gatet -añadí, en mi mejor catalán en años. El bandejeitor no lo apreció. Hay gente que no tiene gusto ninguno.
-No he visto nada - contestó el bandejeitor en perfecto francés.
El segurata señaló una bandeja que alguien había apartado hasta quedar en la parte de la cinta que no es cinta, sino rulitos que no avanzan si no los empujas tú.
-¿Y eso?
-Ah, eso. No lo había visto. 
-¿Es esta su mochila, señora?
-UÍ. UÍ. MEGCÍ SEGURITÉ, MEGCÍ, TE DOY LAS GRACIAS, MEGCÍ POR SEG ASÍ-puede que dijera esto con la sintonía de un conocido anuncio de bombones. No sé. Jamás podréis demostrarlo.
-Señora, es que si deja la bandeja aquí no entra sola en la máquina.
-Que yo no la dejé ahí pa, que esto han sido los Borjamaris seguro, les Bogjamaguís, que la han apartado para que las suyas pasaran antes, como si lo viera.
El segurata puso cara de no entender. Porque no entendía, claro.
-Bueno, ponga la mochila en la cinta para que pase y acabemos con esto -me dijo en francés.
A mí la idea de volver a soltar la mochila me provocaba ciertos recelos.
-No -dije, abrazándome a ella.
-Señora, por favor. 
-Me je me quederé here hasta que je la vuá entgeg dans le machin.
-Está bien. 
Solté la mochila en la cinta y me quedé mirando hasta que la vi desaparecer satisfactoriamente. Entonces intenté cruzar el arco.
Y pité. 
-Señora, no puede pasar -me dijo otro segurata totalmente distinto, también en francés.
-Me je he sogtí.
-Pero no puede entrar. Ponga todos sus objetos metálicos en esta bandeja.
-Me je he entré hace un rato cap problem!
-Señora, por favor, está obstaculizando. 
Mientras me quitaba los mismos pendientes, gafas y pulsera con las que había entrado sin el menor problema un rato antes, vi mi mochila salir de la máquina y alejarse por la cinta. Más lejos aún, vi a ZaraJota, que había estado distraído con los niños y se acababa de dar cuenta de que yo había desaparecido.
Terminé de quitarme todo, volví a pasar por el arco, volví a pitar. 
-Nooo, de veguité, je he entgé before, he sogtí pasque le seguguité me ha dit que sogtí pasque mon backpack sa pegdú and je la tguvé me je'm going to pegdú una altra vegada...
Por lo que sea, a segurata no le pareció que mi historia fuera convincente y me cachearon alegremente mientras observaban la bandeja con la bisutería como si fuera a explotar de un momento a otro. 
Cuando por fin de me dejaron pasar, me encontré con que ZaraJota ya había recuperado mi mochila y me estaba esperando con los niños.
-¿Dónde estabas?
-Buscando mi mochila, que no aparecía.
-¿Tu mochila? Si lleva aquí media hora.
Encima cachondeo.




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Escribo libros de todas las formas y modelos. Algunos te dejan el  corazón calentito, otros el cuerpo regular. 






03 octubre 2022

La llalli


 
Este fin de semana ha muerto la abuela de ZaraJota. No me pude despedir de ella, no puedo ir al entierro, pero hay algo que sí puedo hacer y es contar una de mis anécdotas favoritas. 
La cosa fue que el día de mi boda, cuando llegué toda emperifollada para casarme, un señor de la organización me dijo que no podía entrar porque les faltaban dos viej... ancianas.
La cosa no habría tenido más importancia si me hubiera casado en un sitio normal, pero es que me casé en Faunia y las dos viej... ancianas podían acabar devoradas por una rata topo desnuda o algo peor.
Así que esperé pacientemente hasta que las encontraron y hasta más tarde no me enteré de qué había ocurrido. 
A saber: 
Los invitados llegaron en autobús, todos juntos, a Faunia, donde les recibió un señor que les condujo hasta el lugar del enlace. Y la llalli María y su hija, ambas de tierna edad, llegaron sin problemas al lugar del enlace. El problema fue que no era nuestro enlace, sino el de otra pareja que se había casado el mismo día.
La llalli María no se dejó intimidar por un detalle tan insignificante. No reconocía a nadie, pero dio por hecho que serían todos de mi familia. No veía a ZaraJota, pero podía ser cualquiera de los chicos de traje que andaba bailando por allí. Y la novia le pareció guapísima, pero claro, es que todas las novias están guapísimas el día de su boda. Aparte de medio metro más altas y unos veinte kilos más delgadas, al parecer.
La otra boda había empezado a las doce de la mañana, eran las siete y los invitados ya llevaba encima las bebidas del cóctel, el vino de la comida y las copas, así que les pareció perfectamente normal que dos viej...ancianas con cardado aparecidas de la nada llegaran de pronto, se sentaran donde les pareció mejor y empezaran a dar vivas a los novios mientras se les humedecían los ojos de la emoción, y cito textualmente, de verme tan guapa.
Por si la situación no fuera lo bastante absurda, en mitad de la fiesta apareció un empleado del parque, desalojó a las dos viej...ancianas y se las llevó a toda velocidad en un carrito de golf porque, vuelvo a citar textualmente, llegaban tarde a otra boda.
Por supuesto yo de esto me enteré después, y la llalli me lo recontó varias veces porque era una gamberra encantadora. Siempre terminaba la historia igual:
-Ay, niña, pero qué guapa estabas.
-Si no era yo.
-Bueno, reina, pero eso es lo de menos.



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Escribo libros. Algunos te dejan en cuerpo regular. Con otros te ríes. Encuentra el tuyo aquí.
El 5 de octubre estaré presentando el último, Los caminos del engaño, en Vino a por letras (Getafe).





19 septiembre 2022

La otra

Soy una persona a la que le pasan cosas. 
Yo suelo decir que me pasan cosas porque hago cosas. Es decir, que si tu vida es perfectamente normal es difícil que te pasen cosas que se salgan de lo normal. Pero claro, luego voy a poner la lavadora, que es algo así como lo más normal del mundo, me resbalo con una minúscula gotita de agua, me quedo suspendida en el aire mientras toda la ropa sucia que llevaba en brazos flota a mi alrededor, y acabo con el culo encajado en el cesto de la ropa sucia, que revienta bajo mi abundancia, y entonces ZaraJota me dice: "A ver si lo que no es normal eres tú". 
Me lo dice con cariño, eh. Que si no fuera por mi se aburriría muchísimo y además él no sabe cocinar así que más le vale aguantarse con lo que hay si quiere comer caliente.
Bueno, todo esto viene porque una vez fui a una bar, que es también una de las cosas más normales en esta nuestra capital del reino, tierra de la libertad y del mejor agua del mundo, que digo yo que si el agua es tan buena por qué tanto empeño en beber cerveza, pero bueno.
El bar se llama La Maripepa y lleva ahí toda la vida pero se ve que cerró en algún momento y luego reabrió o yo qué sé, las cosas de bares siempre me han parecido muy complicadas.
El caso es que una tarde de sábado fui a un bar, que es una de las cosas más normales del mundo, pero como no bebo cerveza fui a una feria de fanzines. Ahí a lo mejor lo de la normalidad se va un poco a tomar viento, las cosas como son.
Estaba yo con mis libritos en la feria de fanzines del sótano, y de pronto una señora cuya identidad no mencionaré para proteger su anonimato me dijo: 
-Tenemos una propuesta que hacerte.
Yo no estoy muy acostumbrada a salir pero no hay que ser muy listo para darse cuenta de que semejante  frase, dicha en el sótano de un bar, no puede augurar nada bueno. O sea, que soy una mujer casada y eso. 
-No te preocupes que no es nada malo.
Pues vaya. Debo estar perdiendo mi atractivo. Pero bueno, mejor, porque a mí rechazar impetuosos pretendientes se me da fatal, por eso llevo doce años casada con ZaraJota. 
Pensé que la persona anónima iba a proponerme que le vigilara el puesto mientras ella se iba al baño o subía a la barra a por cervezas, o que me iba a pedir que le cambiara la silla porque otra cosa no, pero tengo un don para fichar y apropiarme de la silla más cómoda que haya en varios kilómetros a la redonda. 
-Claro, lo que sea.
Menos lo de la silla, eh. Que te acabo de conocer.
-Pues nada, que te íbamos a proponer que nos escribieras un libro.
En esos tiempos lejanos (enero 2022) todavía llevábamos mascarilla, cosa que agradezco infinitamente porque me quedé con la boca abierta.
-¿Que qué?
-Que nos escribas un libro.
-¿Yo?
-Sí, tú-tú. No Lorzagirl. Tú con tu nombre.
Me quedé un poco de pasta boniato porque bueno, Lorzagirl ha escrito algunos libros, pero no es como si fueran libros de verdad, o sea, los publica FoscaNetworks. Y la otra... bueno, la otra no ha escrito ninguno. O sea, ¿a quién le importa lo que escriba la otra?
Y encima un libro por encargo para que lo publique una editorial así como las de verdad.
Me pareció una locura.
Así que dije que sí, claro. porque una cosa es tener miedo y otra muy distinta tener cabeza.
Y así es como hemos llegado a esta terrible situación en la que el día 28 de septiembre, Lorzagirl y la otra presentan un libro en la librería La Fabulosa de Madrid. 


Es un libro muy bonito que me ha ayudado a reconciliar las dos partes de mí misma, así que solo por eso estoy contenta. Si además venís a verme, más contenta todavía. ¡Os espero! 






05 septiembre 2022

El momentito


Dedicado a todo el personal de pediatría del Gómez Ulla, por su profesionalidad, paciencia y humanidad.
Son la caña.



No hay forma suave de decir esto así que lo soltaré sin más: a Nena-chan le han quitado un bulto en la cabeza. Era un bulto exterior, como un lacasito, se lo notamos en navidad, en enero nos dijeron que no era maligno y desaparecería solo, en febrero nos dijeron que no era maligno y desaparecería solo, en junio nos dijeron que no era maligno y desaparecería solo y en julio aquello dejó de ser un lacasito para ser un chocobon.
-Si quieres, te lo quitamos -le dijo el cirujano a la nena, después de decidir que es una niña muy lista y perfectamente capaz de decidir por sí misma.
A la nena que le abrieran la cabeza le apetecía menos cuarenta y tres, sobre todo porque le advirtieron que tendrían que raparle un trozo, o sea, su pelo, pero aquello había empezado a molestarle. Si alguna vez habéis tenido un grano de regla en la barbilla ya sabéis lo que es tener la piel tirante contra hueso. Y aquello era como tres granos de regla, por lo menos. Así que dijo que sí.
Nos explicaron que era una operación sencilla, ambulatoria, entrar y salir, pim, pam.
La niña tenía que ir en ayunas, y por solidaridad y no meterme delante de ella un desayuno de tres platos, yo también. Ya desayunaríamos después si eso, si iba a ser un momento.
Empecé a sospechar que igual iba a tardar más cuando llegamos al hospital y nos dieron una habitación y un pijama de esos de dejar el culo al aire. A la niña le dijeron que tenía que tumbarse en la cama y taparse con las sábanas y la criatura me miraba como pero qué me van a hacer, con el hambre que yo tengo.
-Es por la anestesia general -le expliqué-, hay gente a la que le sienta mal.
Que es que en ayunas sienta todo mal, pienso yo, pero no se lo iba a decir a la niña.
-¿A mí me va a sentar mal?
Le va sentar mal, pensé, es que no lo puede evitar, si hay una ortiga en cien metros a la redonda es capaz de encontrarla y caerse en ella de cara, pobrecita, si es que es clavadita a mí. Pero ¿para qué estamos las madres si no es para mentir a nuestros hijos?
-Claro que no, a ti todo te sienta bien.
Al rato bajamos al quirófano. Bueno, ella. A mí no me dejaron entrar, con lo bien que me hubiera venido un poquito de anestesia general a mí también, con el hambre que tenía a esas horas.
Yo me quedé en la sala de espera. Me habían dicho que sería un momentito, así que no me atrevía a irme a la cafetería a comerme mi ansiedad en forma de ocho bocadillos de panceta, pero al menos en la sala de espera había máquinas con café y guarreridas varias. 
Corrí hacia una en concreto que acababan de rellenar con donuts, y la abracé hasta que una señora con cara de miedo llamó a seguridad. Entonces abrí el monedero y, bueno, me enfrenté al vacío absoluto. 
-Caca.
Nadie tenía para cambiarme, la máquina no admitía billetes ni tarjeta, y no me atrevía a irme a la cafetería porque la operación iba a ser un momentito, así que me quedé mirando la máquina con arrobo. Que rima con adobo. Como el cazón.
Llevaba una hora encadenando este tipo de pensamientos profundos cuando me avisaron de que la niña estaba en la sala de reanimación y podía entrar a verla.
No os voy a engañar: cuando la vi inconsciente, pálida, con las ojeras y los labios del mismo color morado, y con la cara llena de manchas como si hubiera estado abrazando a un pulpo porque le habían sujetado la máscara de la anestesia con esparadrapo y el pegamento le había dado reacción alérgica, porque es que es así de desgraciadita y con lo que no se golpea le provoca reacción, la verdad, es que no lo puede evitar, es clavadita a mí, se me cayó el alma a los pies. Junto al estómago, por lo menos.
Me dijeron que me sentara con ella, y me quedé ahí, viendo cómo intentaba despertarse de la anestesia, como medio dormida lloraba porque le dolía.
-Con todo lo que le hemos metido no le puede doler -me decía la enfermera-, es que a veces el despertar de la anestesia es así.
Su primera resaquilla, pensé, con los lagrimones que me caían para abajo, y me tiene que pillar con el estómago vacío, con lo malo que es eso. Me quedé ahí, cogiéndole la manita. Vale, de vez en cuando también le hacía cosquillas en diferentes partes del cuerpo para ver si reaccionaba. En los pies. No. En la barbilla. No. En el sobaquillo. Nada.
No lo hacía por mí y porque me aburriera, era por el bien de la ciencia y la experimentación.
Al final, la niña consiguió despertarse. Más o menos. 
-¿Cómo estás?
-Maaaal.
-¿Qué te pasa?
-Que tengo mucha hambre y quiero desayunar.
Si es que es clavadita a mí, no lo puede evitar.




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Ya está disponible un nuevo cuentito corto de esos que te dejan el cuerpo regular. 
Solo en digital, en Lektu.









19 agosto 2022

Vacaciones



Desde este momento estoy oficialmente de vacaciones. 

Si me echáis de menos, podéis encontrar todos mis libros en estas librerías y en digital, en Lektu.

Y a mí, desbarrando en directo, en Twitter.

Nos vemos a la vuelta.


08 agosto 2022

La sopera

En capítulos anteriores...
No hay nada que no se solucione con un buen guantazo.



La cosa es que Nena-chan estuvo casi una semana con unas hemorragias nasales bastante explosivas, del tipo que a estas alturas todavía me voy encontrando salpicaduras en las paredes, que a veces pienso que como entre aquí el equipo del CSI con luminol me enchironan aunque no haya muerto nadie.
Al parecer, cuando un niño pierde, no sé, así sin exagerar, varios cientos de litros de sangre en una semana, luego está como débil.
Pero la nena parecía estar bien, así que una mañana nos fuimos a la casa de mi abuela jugándonos el tipo porque mi padre dice, cito textualmente, que "eso que tu llamas casa de la abuela es también mi casa", y al parecer no somos bienvenidos, pero los niños querían ver a su bisabuela y no íbamos a quedar en un banco en el parque en plena ola de calor, no sé.
La verdad es que igual hubiéramos estado mejor en un banco en el parque porque en casa de mi abuela hace siempre un calor que te mueres. Mi teoría es que en invierno ponen la calefacción central tan fuerte que ya les dura todo el año y a mi abuela no le gusta el aire acondicionado porque dice que le sienta mal.
No me extraña, cuando estás acostumbrado a vivir cual cochinillo en el horno, te bajan la temperatura a 30 grados y te da como repeluco.
Bueno, el caso es que hacía mucho calor, y estuvimos bastante rato porque mi abuela decidió por lo que sea que me tenía que dar mi herencia en vida porque "cuando yo me muera, a saber", cosa que interpreté como que, por lo que sea, no se fía mucho de que mi padre me dé nada, y por lo que sea hay cosas que a ella le hace ilusión que tenga yo en concreto.
Así que salimos de allí con una sopera y un montón de bolsos de ganchillo que hace mi abuela a mano y de los que ya tengo chorrocientos pero creedme: nunca se tienen suficientes bolsos de ganchillo.
En la casa que yo llamo de mi abuela hacía calor, pero lo de la calle ya no tenía nombre. Además la acera en la que daba la sombra estaba entera levantada por obras de esas de quitar aparcamientos sin motivo aparente. Que yo muy a favor de peatonalizar las calles, pero me da la impresión de que más que peatonalizar, terracificamos, y eso ya me parece un poco peor.
Bueno, el caso es que nos tuvimos que ir por la acera del sol, cuesta arriba, en plena ola de calor, a las doce de la mañana, con una sopera, una bolsa de bolsos, una niña y un niño.
Que a lo mejor pensáis que se llevaban a sí mismos pero tienen la costumbre de agarrarse de mi mochila para que les arrastre como si hicieran ski acuático, y empiezan a pesar lo suyo. 
En esas estábamos cuando la niña empezó a decir que tenía mucho calor, mucho calor, mucho calor, no veo, CATAPÚN.
En aquel momento pensé que le había dado un golpe de calor porque era lo que estaba de moda en las noticias. Ahora más bien pienso que fue una bajada de tensión, más que nada porque yo también empecé a tenerlas a su edad y de casta le viene al galgo, sobre todo si además lleva una semana perdiendo sangre a chorro.
Bueno, miré alrededor buscando un banco pero claro, con toda la calle en obras ni banco ni banca, y cuando terminen las obras tampoco porque para qué poner bancos pudiendo poner bares. Solo que en ese tramo de la calle tampoco hay bares, así que arrastré a la niña hasta un escalón mientras cargaba con la sopera, los bolsos y su hermano, que seguía haciendo ski acuático con mi mochila, que una cosa os voy a decir: esa mochila ha salido buenísima. Qué resistencia. 
La nena estaba más blanca de lo habitual, con los labios morados, no conseguía sostener la cabeza y no decía más que incoherencias.
Yo estaba totalmente bloqueada, menos mal que Nene-kun me recordó que mi abuela nos había dado una botella de agua "para el camino". Cogí la botella de agua y se la eché a la niña por encima a ver si le bajaba un poco la temperatura corporal un poco, yo qué sé, yo no paraba de pensar en qué coño iba a hacer con una niña, un niño, una sopera y los bolsos, y ya me veía en una ambulancia con todo aquello, dando soperazos por la M30.
Miré alrededor y vi una tienda de alimentación a unos 20 metros. A todo esto, la casa que yo llamo de mi abuela estaba como a 50, pero había que ir por el sol. Que también podía haber llamado a mi abuela para que viniera, pero a ver qué hago yo con la octogenaria, probablemente con perro incorporado, la niña, el niño, la sopera y los bolsos.
Así que le dije al nene: 
-Cuida de tu hermana. Y de la sopera. Y de los bolsos. 
Y me fui a la tienda de alimentación, donde procedí a comprar un aquarius sin dejar de mirar a todos lados por si venía el de los terrones de azúcar a decirme que soy una mala madre.
Cuando salí de la tienda con el aquarius y una bolsa de chuches, porque si va a venir el de los terrones ya que aproveche el viaje, lo primero que vi fue a un chico hablando con los niños.
Lo primero que pensé es que los pederastas de hoy en día cada vez son más rápidos y me fui para allá en modo madre vengadora, dispuesta a arrancarle los ojos o, como mínimo, darle las chuches para que cuando viniera el de los terrones le pegara a él.
Pero cuando me acerqué vi que solo estaba intentando ayudar (¡o eso quería que creyéramos!) porque por lo visto cuando una persona va al cajero y se encuentra en el escalón una niña inconsciente, un niño acojonado, una sopera y un montón de bolsos por lo que sea se preocupa.
-La niña está devolviendo -me dijo.
Que no haya sido dentro de la sopera, pensé, que tiene muchos recovecos y pinta de limpiarse fatal.
A esas alturas, la niña estaba como para el remake de Casper.
El niño solo nos miraba en plan "y yo para qué habré nacido".
La sopera y los bolsos no decían nada. 
La niña se tomó el aquarius sin que nadie apareciera para pegarnos con un palo, y luego algunas chuches, y conseguimos arrastrarnos hasta un banco a la sombra, la niña, el niño, la sopera, los bolsos y yo.
Cuando se encontró un poco mejor, conseguimos arrastrarnos hasta un bar, la niña, el niño, la sopera, los bolsos y yo.
Y luego hasta casa, la niña, el niño, la sopera, los bolsos y yo.
Y según entramos en casa me dice ZaraJota: 
-¿Dónde vas con esa sopera?
Pues a todas partes, por lo visto. A TODAS PARTES.


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