24 febrero 2020

Piano piano

Me han quitado el baneo del gimnasio y estoy muy indignada porque ahora no me va a quedar más remedio que ir.
El problema es que no se a qué ir.
–A ver, ¿a ti qué es lo que te gusta hacer? –me preguntaron el primer día.
–Nada.
–Mujer, algo te gustará.
–Estirarme en el sofá a leer.
–Algo de deporte.
–Ah... No, nada.
–Entonces lo mejor que puedes hacer es ir probando actividades hasta que encuentres una que te guste.
Yo dudaba seriamente: no se trata de que no me guste una actividad u otra, es que no me gusta la actividad a secas, lo que pasa es que no me gusta llevarle la contraria a gente que puede levantar mi peso con el dedo gordo del pie. Sobre todo teniendo en cuenta mi peso.
Así que primero me apunté a hipopresivos para ver si me gustaba, pero resultó que no tenía absolutamente nada que ver con jugar al tragabolas, y luego me apunté a mantenimiento pero resultó que no tenía absolutamente nada que ver con cambiar bombillas y me empecé a desanimar porque ya había probado por lo menos dos actividades y no me había gustado ninguna, y cuando ya estaba pensando en provocar accidentalmente que me volvieran a banear alguien me recomendó ir a una clase de musculación con los niños.
–Es una sesión para familias, lo que se hace es jugar con pelotitas y cosas así –me dijeron.
Y ME MINTIERON.
Nada más entrar,el monitor dijo que cada adulto tenía que coger un step, una esterilla, dos mancuernas y una barra con sus dos pesas y otra extra suelta. Desde mi punto de vista, solo acarrear todo aquello hasta el hueco que nos habían dejado ya contaba como ejercicio para toda la semana, pero además el monitor pretendía que hiciéramos cosas como ponernos en cuadrupedia que vaya, a mí me gusta mucho Ben-hur y todo eso, pero habiéndose inventado el motor de combustión dime tú a ver qué falta nos hace.
–Muy bien –dijo el monitor, que para mí que padece de optimismo–: ahora quiero que los adultos os pongáis en cuadrupedia, elevéis el brazo izquierdo con la mancuerna de cinco kilos en la mano, la pierna derecha con el step en pino puente inverso y hagáis flexiones con el brazo derecho mientras hacéis la declaración de la renta con el dedo gordo del pie izquierdo y cantáis la Macarena soto voce in crescendo piano piano si arriva lontano.
O algo así. Yo me perdí en el "muy bien", para qué nos vamos a engañar.
–¿Y los niños? –preguntó alguien.
–Los niños que jueguen con las pelotas.
–¿Puedo jugar yo también con las pelotas? –pregunté.
Es que me gusta tocar las pelotas.
–Claro, como prefieras –me dijo el monitor–. Pero entonces será como si no estuvieras haciendo nada.
Parece que al fin he encontrado la actividad perfecta para mí.

17 febrero 2020

La app del gimnasio

Me he apuntado al gimnasio.
En septiembre.
Lo que pasa es que desde entonces he ido poco.
Tres veces. 
No es por falta de ganas: me instalé la app en el móvil, todas las semanas reservaba las clases a las que me gustaría ir... y todas las semanas las iba anulando a medida que el lunes hay reunión del AMPA, el martes la niña tiene anginas, el miércoles tengo un examen, el jueves me traen un paquete del #lorzfunding, el viernes hay tutoría, el sábado... Bueno, os hacéis una idea.
La semana pasada me vi con la agenda del miércoles vacía y me vine arriba: reservé una clase de zumba por la mañana y otra de boxeo en familia por la tarde. Y por supuesto, cuando amaneció el miércoles Nene-kun tenía gripe.
Intenté anular las clases pero cada vez que entraba en la app me salía un mensaje de "en estos momentos no se pueden realizar reservas" y yo le gritaba al móvil que no quería hacer una reserva sino deshacerla, pero el móvil a lo suyo, y seguramente tenía que haber seguido intentándolo pero la verdad es que a la cuarta vez que entré en la app y leí lo de "en estos momentos no se pueden realizar reservas" solté una palabrota muy gorda y ya no volví a entrar...
hasta varios días más tarde, cuando quise reservar y me encontré que debajo de cada clase en lugar de un botón de RESERVA YA había un cuadrado muy negro y muy acusador con la palabra PENALIZADO.
–El gimnasio me ha baneado –le dije a ZaraJota.
–Estoy muy orgulloso de ti: has conseguido que te echen de un sitio ANTES de que hayas conseguido entrar.
–No creo que sea permanente.
Y, cierto como el sol que me da calor, a los pocos días pude volver a hacer reservas.
Reservé una clase de mantenimiento y me dije a mí misma que esta vez iría, pasara lo que pasara y pasase lo que pasase.
Y fui.
Llegué a los tornos de entrada, pasé mi tarjeta, puse el dedo índice en el lector de huellas dactilares porque en ese gimnasio nunca sabe uno si va a hacer zumba o espionaje internacional, y en el lector salió el mensaje: LA HUELLA DACTILAR NO SE CORRESPONDE CON LA TARJETA DEL USUARIO.
Me miré el dedo. Parecía el mismo de siempre.
Miré la tarjeta. Las tarjetas son todas idénticas y tenemos cuatro, una para cada uno, así que el primer día escribí en cada tarjeta la inicial de su titular con rotulador indeleble. Podía haber escrito el nombre completo pero, ¿para qué?
Con una sola letra parecía suficiente.
Hasta aquel momento, allí parada delante de los tornos con la tarjeta en la mano, no se me había ocurrido que ZaraJota y yo tenemos la misma inicial.
Mierdaaa...
Ya no me daba tiempo a volver a casa a por mi tarjeta. Lo único que podía hacer era anular la reserva en la app del móvil pero por supuesto cuando lo intenté me salió un mensaje de error.
Mierdaaa...
Me fui al mostrador de recepción con la cabeza gacha.
–Es queeee... tengo clase ahora, y me he traído la tarjeta de mi marido en lugar de la mía.
–Deberías ponerles algo con rotulador para distinguirlas.
–GRAN IDEA, SÍ, OJALÁ SE ME HUBIERA OCURRIDO.
–Bueno, te puedo hacer un churruflex en el firlollo del whatever para que hoy, de manera excepcional, puedas entrar con la tarjeta de tu marido, pero eso te supondrá una penalización, por supuesto.
–¿Y si me cancelas la reserva?
–Te la puedo cancelar, pero como quedan menos de quince minutos para que empiece la clase te penalizará igual que si no hubieras venido.
–Entiendo. Pues si me vais a poner una penalización haga lo que haga, prefiero quedarme a clase.
–Estupendo. ¡Recuerda que si acumulas dos penalizaciones te baneamos de la app y no puedes hacer reservas!
–Lo sé. Lo sé.
Me fui a la puerta de clase cabreada por mi penalización (por llevar la tarjeta equivocada) pero dispuesta a que no me penalizaran por nada más.
Que me gustaría ir a más de una clase al mes, jo.
Pero en la puerta de clase hay otro lector de tarjetas y por supuesto cuando fui a pasar la mía daba error.
–Qué raro –dijo el monitor–. Dice que no tienes reserva.
–Si yo he reser... Ay, es que es la tarjeta de mi marido y claro, él no ha reservado.
 –Ya veo. Bueno, no te preocupes, puedes entrar de todas formas.
–¿Y cómo sabrá la app que he venido yo?
–No lo sabrá, supongo que te penalizará como si no hubieras venido.
Y luego dicen que quien no hace deporte es porque no quiere.

03 febrero 2020

El parchís interruptus

Por favor, no me juzguéis.
Una tiene sus necesidades y el chocolate solo las cubre hasta cierto punto.

Eran las cuatro de la tarde, los niños estaba jugando tranquilamente en su habitación y se me ocurrió una idea grandiosa, en serio, GRANDIOSA.–Nena-chan –le dije a la nena–, mamá y papá tienen que hablar de una cosa muy importante. Necesito que cuides de Nene-kun un ratito ¿vale?
–Vale.
–Voy a cerrar la puerta de nuestra habitación para que nada nos distraiga, ¿vale?
–Vale.
–¿Podrás cuidar de tu hermano?
–Sí, mamá.
–Muy bien.
Cerré la puerta de su habitación, empujé a ZaraJota hasta nuestra habitación, cerré la puerta y le dije:
–Desnúdate, que vamos a jugar al parchís ahora mismo.
Es que soy una romántica.
–¿Ahora?
–Ahora que están tranquilos y rápido, que no sé cuánto aguantarán.
Nos pusimos a jugar al parchís alegremente, sin preliminares ni nada porque para previo el tiempo que habíamos pasado sin jugar. Y cuando estábamos en lo mejor oímos a los niños gritar. O llorar. O ambas.
–J*d*r.
–No, j*d*r precisamente no.
ZaraJota fue a solventar la crisis, probablemente algo de gran importancia relacionado con que los dos niños querían el mismo pinipon de los ochocientos pinipones que tienen, o el mismo libro de los ochocientos libros que tienen, o el mismo lo que sea de los ochocientos lo que sea que tienen... y al rato volvió a nuestra habitación.
–Ya está, se han quedado tranquilos. ¿Por dónde íbamos?
ZaraJota y yo reanudamos la partida con mucho entusiasmo, porque si seres humanos se desanimaran por la falta de preliminares o las interrupciones sin duda la especie se habría extinguido hace tiempo.
Apenas habíamos tenido tiempo de lanzar los dados cuando alguien empezó a aporrear la puerta de nuestra habitación.
–¡¡¡MAMÁ!!! ¡¡¡TENGO MUCHA HAMBREEE!!!
Y yo también, quise contestar, pero en vez de eso me puse en mi papel y contesté:
–¿Y POR QUÉ NO TE HAS TOMADO EL POLLO A LA HORA DE COMER?
–ES QUE NO QUERIBA MÁS
–¡¡¡PUES HABER QUERIBO!!! ¡¡¡AHORA NO SE COME YA HASTA LA MERIENDA!!!
Nene-kun se batió en retirada y, para mi desgracia, ZaraJota también.
–Va a ser mejor que lo dejemos para luego.
–Eso dijimos el mes pasado.
–Es que he perdido la concentración.
Desde luego los hombres de hoy en día es que se desconcentran con cualquier cosita.
–Bueno, esta noche, ¿vale?
–Vale.
Esa noche los astros nos sonrieron. Los niños se durmieron temprano y cada uno en su cama, no nos lo podíamos creer y tuve que pellizcar varias veces a ZaraJota para asegurarme, hasta que me dijo que si tantas tenía de tocar carne que mejor nos poníamos otra vez con el parchís.
Y eso hicimos, a toda velocidad porque si hay que elegir entre preliminares y rematar la faena se remata la faena, que aquí hemos venido a jugar.
En menos de lo que canta un gallo ya estábamos metidísimos en la partida, con "sí, sí, no pares" por aquí y "no, no, no paro" por allá cuando de pronto oí una vocecita en mi oído. MUY cerca de mi oído.
–Mamá, quiero agua.
Siete años de maternidad me han dejado con nervios de acero, así que simplemente me volví hacia la criaturita de dios y le dije, con mi mejor sonrisa:
–Claro que sí, mi amor, ahora te da papá, que mamá ahora tiene ganas de llorar por dentro.
ZaraJota le dio agua, lo acompañó a la cama y se aseguró de que se quedara dormido... no puedo ni afirmar ni negar que hubiera cloroformo de por medio... y volvió al lecho conyugal.
–Echo de menos cómo era el parchís cuando éramos jóvenes –dijo, metiéndose en la cama.
–¡Pero si ha sido exactamente igual que cuando éramos jóvenes!
–¿Sí? ¿En qué parte?
–Bueno... hemos empezado la partida a las cuatro de la tarde, y a las once de la noche todavía no hemos quedado satisfechos.