28 octubre 2024

La familia normal



Cuando nacieron los niños me dije que haríamos las cosas bien y que todas las comidas las haríamos adecuadamente en una mesa bien puesta, sin ver la tele, para que fuera un momento de calidad con nuestros hijos, todos juntos, como una familia normal.
Esto os va a sorprender pero lo conseguí. Lo conseguí mucho. En casa se ponía la mesa, correctamente, y se comía sin ver la tele, salvo que hubiera un evento especial como Eurovisión, como una familia normal.
Luego llegó la pandemia y todo se fue a la mierda, obviamente.
No sé si fue porque total ya estábamos pasando todo el día juntos y no necesitábamos más momentos de calidad, por favor y gracias; si porque estábamos siempre comiendo y no merecía la pena poner la mesa bien cada vez; porque necesitábamos ver más televisión para abstraernos de todo o porque la mesa de comedor siempre estaba llena de cosas, de deberes, de trabajo, de las mil manualidades para entretener a los niños o qué, pero empezamos a comer en la mesa baja de centro de mala manera, y desde entonces no hemos parado.
De vez en cuando digo que esto no puede seguir así y que tenemos que empezar a comer en la mesa grande como una familia normal. Lo digo bajito, para qué nos vamos a engañar. Además, la mesa de comedor sigue llena de cosas, yo es que no lo entiendo, ¿el cole en casa no se había acabado ya? ¿De dónde salen tantas cosas? En fin.
Hace unos días hicimos un último intento serio.
Recogí las cosas.
-A partir de mañana comemos en la mesa de comedor, como una familia normal -anuncié.
Y pensé que con eso ya estaba.
Para empezar, al día siguiente tuve que volver a recoger todas las cosas que había encima de la mesa.
En serio, ¿de dónde salen tantas cosas?
Luego pusimos la mesa y resultó que no cabía todo.
Luego me di cuenta de que nuestras sillas son incomodísimas. Al menos, bastante más que el sofá.
Pero lo peor fue el gato.
Normalmente el gato, cuando oye que nos sentamos a comer en la diminuta mesa de centro, viene, se sienta en el otra sofá, nos observa hasta que nos sentamos, servimos y empezamos a comer y luego, con aire satisfecho, sabiendo que ha cumplido su misión en la vida, sea la que sea porque todavía estamos por descubrirlo, procede a quedarse cuajado.
Da igual lo alta que esté la tele, lo alto que hablemos, las cosas que se caigan o se derramen.
El gato duerme hasta que terminamos, entonces se estira, se levanta y se come cualquier cosa que se haya caído al suelo. 
Es la ley, así ha sido y será siempre. 
O eso cree él, que llegó a casa después de la pandemia y de que mis sanos propósitos de comer en una mesa como una familia normal se fueran a tomar viento en bicicleta. 
Así que cuando oyó que nos sentábamos a comer, salió del oscuro agujero donde estuviera dormido, todavía con el ojillo un poco pegao de sueño, se subió al sofá, miró hacia la mesita de centro y, bueno, básicamente, entró en shock.
El shock fue lo bastante evidente como para que uno de los niños soltara una carcajada.
El gato, todavía petrificado en el sofá, miró hacia el otro lado y nos vio comiendo en la mesa grande.
Y volvió a entrar en shock.
A partir de ahí entró en bucle. 
Miraba hacia abajo: "Estoy aquí"
Miraba hacia un lado: "Pero ellos no están ahí"
Miraba hacia el otro: "Pero están ahí"
Volvía a mirar hacia abajo: "Pero yo estoy aquí"
Miraba hacia un lado: "Pero ellos no están ahí"
Miraba hacia el otro: "Pero están ahí"
Y así.
La experiencia "comer como una familia normal" estaba siendo de todo menos normal. El gato estaba a punto de desenroscarse la cabeza de tanto girarla. Los niños estaban mirando al gato, totalmente de espaldas a la mesa. Nadie estaba comiendo. Para rematar, alguien estaba narrando toda la escena poniendo vocecitas. Puede que fuera yo. No podéis demostrarlo. Recoger la mesa grande fue un suplicio, porque el sofá pilla en medio del camino a la cocina y hay que rodearlo cada vez. Se había caído comida por todos los doquieres y luego un poco más. Además, todo este jaleo hizo que el gato se saltara su tercera siestita diaria, y estuvo toda la tarde desquiciado, corriendo de un lado a otro, tirando cosas y maullando. No era para menos. Todo su mundo se había visto sacudido, las verdades universales sobre las que se cimentaba su psique habían sido destruidas, el desgano vital se había adueñado de todos sus pensamientos.
Lo que viene siendo un lunes para cualquier ser humano, vaya.
Para la hora de la cena estábamos todos básicamente de los nervios.
-¿Qué mesa ponemos? -preguntaron los niños-, ¿la grande o la pequeña?
-Tendríamos que comer en la grande como una familia normal -dije. El gato seguía corriendo por toda la casa como un desquiciado, chocándose con las paredes de cuando en cuando. El sofá seguía en medio, ligeramente torcido. Había una patata frita encima de un cojín. La mesa volvía a estar cubierta de cosas varias en su completa totalidad. Para rematar, íbamos a cenar puré de brick y empanada prefabricada comprada el día anterior-. Claro que para eso tendríamos que ser normales primero.





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Escribo libros y algunos son hasta medio normales. Encuéntralos aquí.

14 octubre 2024

Un imprevisto familiar



Bueno, os decía que agarré el primer trabajo que pillé, con el único criterio de que me dejara tiempo para seguir buscando (y encontré algo decente enseguida, no os preocupéis).
No me dio la menor pena utilizar así a la empresa porque, como otras muchas (si no me creéis, echad un vistazo a Infojobs), imponía dos semanas de formación previa obligatoria sin contrato y sin remunerar.
Voy a repetirlo: dos semanas de formación previa obligatoria sin contrato y sin remunerar.
Supuestamente, esto se hace así porque mucha gente abandona la formación a medias y nunca llega a incorporarse. Que yo pienso que a lo mejor la gente abandona precisamente porque la formación es sin contrato y sin remunerar, pero serán imaginaciones mías, que estoy muy loca.
Además, he estado en suficientes de esos cursos como para saber que la mayoría podían haber sido un email. Alguno, ni eso. No tengo ni idea de por qué ciertas empresas se empeñan en hacer precisamente cursos de dos semanas, no de una ni de tres, o de diez días o de quince, y no quisiera yo insinuar que es porque precisamente ese tiempo es el que les permite cobrar algún tipo de subvención, pero es que no se me ocurre otro motivo mínimamente razonable para tener a un montón de personas, sin contrato y sin cobrar, escuchando una y otra vez las mismas tontadas.
Luego está el tema de la prevención de riesgos laborales. Si estoy en una oficina, sin contrato y sin cobrar, y me rompo una pierna, ¿qué coño pasa? Porque me cuesta creer que vayan a considerarlo accidente laboral. Y me cuesta muchísimo más creer que te vayan a decir: pero no te preocupes, que tú a las dos semanas firmas el contrato igual, aunque estés de baja. Que a lo mejor algunas de las personas que abandonan es porque se hacen un esguince, a ver.
Si al menos la recompensa final (que te contraten) fuera atractiva pues a lo mejor haces el esfuerzo, pero dos semanas sin contrato y sin cobrar para que luego quizá te contraten por el salario mínimo para trabajar en un horario sin determinar de lunes a domingo en un polígono a 10 minutos andando del transporte público más cercano, como que te da más pereza. 
Total, que la gente abandona porque es que no quiere trabajar. 
En fin.
El caso es que empiezo el curso por teleformación, con mi propio equipo porque si no te hacen ni contrato no te van a dar un equipo, y con mi propio correo por lo mismo, así que de pronto empecé a recibir información confidencial en mi correo personal, cosa que todavía me tiene de pasta boniato. 
De hecho, cuando finalmente me largué seguí recibiendo mails con información confidencial igualmente hasta el final del curso, lo que me lleva a pensar:
-Que, efectivamente, la formación podría haber sido un mail, si se hubieran molestado en enviar a la vez todos los adjuntos.
-Que le cobraron al cliente (o pidieron subvención) por mi formación completa.
-Que a lo mejor hay negocio en hacer cursos de estos, sacar información confidencial y luego venderla en la deep web y por eso la gente abandona tanto.
Al menos, era en casa, porque estar de 8 a 16, con media hora para comer, para que te lean por zoom una presentación que te han mandado a tu correo personal porque no tienes ni contrato ni remuneración es una cosa que crispa al más pintado, de verdad os lo digo, al menos así yo podía echar el rato haciendo Duolingo. Además, era solo de lunes a viernes. 
O eso nos habían dicho.
Porque solo habían pasado dos días cuando la formadora nos dijo:
-Hoy me tengo que ir antes por un imprevisto familiar. 
-Ohhhh...
Lo sé: soy una hipócrita.
-Pero no os preocupéis, que las horas que falte hoy las podemos recuperar el sábado.
-¿Que QUÉ?
-Si hace falta, el domingo también.
A ver que yo lo entienda: ya estoy dedicando ocho horas al día, sin contrato y sin cobrar, a verte leer por zoom una presentación que yo ya me leí en cinco minutos porque te juro que no da para más, y quieres que vengamos en fin de semana para recuperar ¿el qué? ¿las ganas de abolir el capitalismo?
Si las mías están intactas, por favor y gracias. 
Por supuesto que el sábado me conecté a la formación. Soy una mujer responsable y comprometida con mi trabajo. Además, estaba picada con una tía en Duolingo que no paraba de adelantarme cada vez que yo me ponía el número uno de la división amatista, y gracias a la formación le enseñé QUIÉN MANDA AQUÍ.
Luego pensé que probablemente sea una niña de 10 años que camina tres hora todos los días desde su favela para pillar wifi gratis en el Starbucks más cercano y aprender un idioma que la ayude a escapar de la miseria y me sentí un poco peor, pero durante unos segundos mi victoria fue épica. ÉPICA.
Para el segundo lunes de formación estaba hasta las narices y encima nos hicieron ir presencialmente solo para descubrir que:
-La formadora estaba en su casa debido a un imprevisto familiar.
-Nos iba a dar la formación por zoom igualmente.
-Nos habían hecho ir a un polígono y caminar diez minutos desde el transporte público más cercano para sentarnos a cada uno delante de un ordenador y recibir la formación igualmente por zoom.
-Los ordenadores no funcionaban porque como la gente abandona los cursos porque no quiere trabajar no sabían cuánta gente se iba a presentar ese día, así que no habían dado la orden de dar de alta nuestro usuarios hasta que pasaron lista.
-Nos íbamos a pasar toda la mañana mirando el salvapantallas porque a saber cuándo le salía de ahí a IT ponerse con los tickets y dar de alta a nuestros usuarios.
Llevaba dos horas mirando la pantalla en silencio porque nos regañaron cuando intentamos hablar entre nosotras, cuando me mandaron una mensaje de un trabajo decente diciendo que si quería incorporarme al día siguiente no tenía más que firmar el contrato que ya me habían mandado por mail. 
Me levanté, dije que tenía que salir un momento, y eché a correr gritando y agitando los bracitos. 
Cuando llegué a casa, firmé el contrato e incluso había hecho el curso de prevención de riesgos laborales del otro trabajo, mandé un mensaje al anterior. 
"Lo siento, no voy a poder seguir con la formación"
"¿Y eso?"
"Nada, un imprevisto familiar"


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Cuando no estoy haciendo Duolingo también escribo, corrijo, maqueto y publico libros míos y ajenos. Encuéntralos aquí.