25 noviembre 2019
Segundas opiniones
Revisiones pediátricas de Nene-kun
Recién nacido
–Este niño parece tener fimosis, pero habrá que esperar unos meses para verlo bien.
Un mes
–¿Fimosis? No, en absoluto.
Tres meses
–Quizá tenga fimosis. Cuando le bañéis, acordaos de retirarle el pellejito hacia atrás.
Seis meses
–¿Qué le estáis haciendo qué? Eso es una barbaridad. Hay que dejarlo a ver si se corrige solo.
Nueve meses
–No, no, no, este niño no tiene fimosis. ¿De dónde habéis sacado esa idea?
Doce meses
–Tenemos que observar cómo evoluciona, podría necesitar operación de fimosis.
Dos años
–Yo creo que podemos descartar la fimosis definitivamente.
Cuatro años
–Esto es fimosis. ¿Que edad tiene?
–Cuatro.
–¿Y cómo habéis esperado tanto para que le operen?
Uy, yo qué sé.
Editado 03/12/2019
Cuatro años y tres meses
–No entiendo por qué os han derivado aquí, este niño no tiene fimosis.
–¿No?
–Un poco, pero se puede corregir. ¿Le estáis echando el pellejito para atrás?
–Eh... ¿no?
–Pues muy mal, así no se le va a corregir nunca.
18 noviembre 2019
Los marcapáginas
Hace algún tiempo, en ese lugar donde hoy los montes se visten de espino, trabajé en un sitio donde los ordenadores eran tan viejos, tan, tan viejos, que en la pegatina del servicio técnico el teléfono no llevaba prefijo.
En serio.
Mi ordenador en concreto era tan viejo, tan, tan viejo, que si tecleaba a mi velocidad normal el word se bloqueaba porque no podía procesarlo.
Tan, tan viejo, que trataba las imágenes con paint, porque no podía soportar nada más potente.
Tan, tan viejo, que cuando tenía que buscar algo en google usaba mi propio móvil, porque tardaba menos.
Así de viejo.
Y, por supuesto, la pantalla estaba hecha polvo. Tenía un arañazo que iba de lado a lado, perdía el color en algunas partes y a veces la imagen se veía combada, pero no pasa nada porque total, solo me dedicaba a corregir, no es que necesitara ver bien los textos ni nada por el estilo.
Para mí lo más irritante era que se bamboleaba.
Parece una tontería, pero pasarte diez horas diarias mirando una pantalla arañada, combada, decolorada y oscilante a veces puede llegar a provocarte dolor de cabeza. Si lo combinas con una silla que tienes que mantener apoyada contra la pared porque si no se le cae el respaldo, puede llegar a provocarte problemas de espalda y cervicales.
O eso me han dicho.
Bueno, el caso es que después de mucho investigar y trastear, llegué a la conclusión de que el problema era el brazo que sostenía la pantalla. Era un brazo articulado y estaba tan dado de sí que no se sostenía. No tenía remedio, y lo único que se me ocurrió para no acabar mareada todos los días era apuntocar la pantalla con algo: tenía que ser lo bastante fuerte como para que aguantara el peso, pero lo bastante blando como para que acolchara la pantalla. Por suerte, dadas las características del trabajo, la respuesta estaba por todas partes: papel. Cartulina, a ser posible.
Usé tacos de papel usado, tarjetas de presentación y marcapáginas, aunque me daba una pena terrible porque el peso de la pantalla los acababa destrozando y cada poco tiempo los tenía que cambiar. Pero el caso es que así mantenía el brazo de la pantalla, y eso hacía mi vida considerablemente más fácil.
En esas estaba cuando, debido a una serie de circunstancias, la empresa en la que trabajaba hizo algo así como, yo qué sé, unos 5000 marcapáginas con simbología nazi.
Bueno, a ver, tampoco exageremos.
Quien dice simbología nazi dice una esvástica, ya sabéis, la típica esvástica negra que pones sobre un fondo rojo y blanco y que no es nazi en absoluto. Y solo eran unas 5000.
Y además, ¿a quién no le ha pasado alguna vez que ha mandado a imprimir unas 5000 esvásticas por error?
El caso es que, por motivos que no acabo de entender, los lectores no querían esos marcapáginas. Y mira que eran gratis y a los lectores todo lo que es gratis se les antoja, ¿eh? Pues no.
Y los libreros tampoco los querían, y eso que siempre están pidiendo cosas para repartir a los clientes. Pues nada. Por qué se negaban a repartir esvásticas entre sus clientes es todavía un misterio para mí.
Así que las podres, rechazadas esvásticas estuvieron circulando por la oficina durante un año o así, hasta que se tomó la decisión de tirarlas. Tal cual: bajar al contenedor de papel de la calle y dejar la caja allí.
Lo que pasa es que, no sé por qué, pero no me acababa de parecer una buena idea abandonar en la calle una caja con el logo de la empresa y llena a rebosar de esvásticas.
Manías que tiene una.
Además, a mí me venían muy bien los marcapáginas para sostener el brazo de mi pantalla, que cada vez estaba más vencido. Así que pedí que me dejaran quedarme con los marcapáginas.
–Pero Lorz –me dijeron–, no queremos tener la caja con las esvásticas rondando con la oficina.
–No pasa nada, en mi cajonera caben.
Y las metí todas en mi cajonera.
Apenas un par de meses después me fui de la empresa. Y cuando digo que me fui, es que me fui: un buen día me levanté, recogí todas mis cosas y salí por la puerta sin decir ni adiós.
Lo único que dejé atrás fueron los marcapáginas con las esvásticas, porque pensé que a quien me sustituyera le harían más falta que a mí.
Por lo de la pantalla y eso.
Pasado un tiempo, alguien abrió mi cajonera por fin y se encontró toda aquella simbología nazi perfectamente colocada en formación.
–Lorz –me preguntó esa persona más tarde–, ¿se puede saber por qué tenías el escritorio lleno de esvásticas?
–Ah, sí, es que me hacían falta.
–¿Para qué?
–Pues para tener el brazo en alto, por supuesto.
¿Para qué si no?
En serio.
Mi ordenador en concreto era tan viejo, tan, tan viejo, que si tecleaba a mi velocidad normal el word se bloqueaba porque no podía procesarlo.
Tan, tan viejo, que trataba las imágenes con paint, porque no podía soportar nada más potente.
Tan, tan viejo, que cuando tenía que buscar algo en google usaba mi propio móvil, porque tardaba menos.
Así de viejo.
Y, por supuesto, la pantalla estaba hecha polvo. Tenía un arañazo que iba de lado a lado, perdía el color en algunas partes y a veces la imagen se veía combada, pero no pasa nada porque total, solo me dedicaba a corregir, no es que necesitara ver bien los textos ni nada por el estilo.
Para mí lo más irritante era que se bamboleaba.
Parece una tontería, pero pasarte diez horas diarias mirando una pantalla arañada, combada, decolorada y oscilante a veces puede llegar a provocarte dolor de cabeza. Si lo combinas con una silla que tienes que mantener apoyada contra la pared porque si no se le cae el respaldo, puede llegar a provocarte problemas de espalda y cervicales.
O eso me han dicho.
Bueno, el caso es que después de mucho investigar y trastear, llegué a la conclusión de que el problema era el brazo que sostenía la pantalla. Era un brazo articulado y estaba tan dado de sí que no se sostenía. No tenía remedio, y lo único que se me ocurrió para no acabar mareada todos los días era apuntocar la pantalla con algo: tenía que ser lo bastante fuerte como para que aguantara el peso, pero lo bastante blando como para que acolchara la pantalla. Por suerte, dadas las características del trabajo, la respuesta estaba por todas partes: papel. Cartulina, a ser posible.
Usé tacos de papel usado, tarjetas de presentación y marcapáginas, aunque me daba una pena terrible porque el peso de la pantalla los acababa destrozando y cada poco tiempo los tenía que cambiar. Pero el caso es que así mantenía el brazo de la pantalla, y eso hacía mi vida considerablemente más fácil.
En esas estaba cuando, debido a una serie de circunstancias, la empresa en la que trabajaba hizo algo así como, yo qué sé, unos 5000 marcapáginas con simbología nazi.
Bueno, a ver, tampoco exageremos.
Quien dice simbología nazi dice una esvástica, ya sabéis, la típica esvástica negra que pones sobre un fondo rojo y blanco y que no es nazi en absoluto. Y solo eran unas 5000.
Y además, ¿a quién no le ha pasado alguna vez que ha mandado a imprimir unas 5000 esvásticas por error?
El caso es que, por motivos que no acabo de entender, los lectores no querían esos marcapáginas. Y mira que eran gratis y a los lectores todo lo que es gratis se les antoja, ¿eh? Pues no.
Y los libreros tampoco los querían, y eso que siempre están pidiendo cosas para repartir a los clientes. Pues nada. Por qué se negaban a repartir esvásticas entre sus clientes es todavía un misterio para mí.
Así que las podres, rechazadas esvásticas estuvieron circulando por la oficina durante un año o así, hasta que se tomó la decisión de tirarlas. Tal cual: bajar al contenedor de papel de la calle y dejar la caja allí.
Lo que pasa es que, no sé por qué, pero no me acababa de parecer una buena idea abandonar en la calle una caja con el logo de la empresa y llena a rebosar de esvásticas.
Manías que tiene una.
Además, a mí me venían muy bien los marcapáginas para sostener el brazo de mi pantalla, que cada vez estaba más vencido. Así que pedí que me dejaran quedarme con los marcapáginas.
–Pero Lorz –me dijeron–, no queremos tener la caja con las esvásticas rondando con la oficina.
–No pasa nada, en mi cajonera caben.
Y las metí todas en mi cajonera.
Apenas un par de meses después me fui de la empresa. Y cuando digo que me fui, es que me fui: un buen día me levanté, recogí todas mis cosas y salí por la puerta sin decir ni adiós.
Lo único que dejé atrás fueron los marcapáginas con las esvásticas, porque pensé que a quien me sustituyera le harían más falta que a mí.
Por lo de la pantalla y eso.
Pasado un tiempo, alguien abrió mi cajonera por fin y se encontró toda aquella simbología nazi perfectamente colocada en formación.
–Lorz –me preguntó esa persona más tarde–, ¿se puede saber por qué tenías el escritorio lleno de esvásticas?
–Ah, sí, es que me hacían falta.
–¿Para qué?
–Pues para tener el brazo en alto, por supuesto.
¿Para qué si no?
11 noviembre 2019
Entrevista de trabajo
Durante los últimos meses he sido muy afortunada porque en vez de buscar trabajo ha sido el trabajo el que me ha ido buscando a mí.
Otra cosa es que luego llegáramos a consumar, pero bueno.
El caso es que hace ya bastante tiempo hice una entrevista para trabajar en una cosa que me molaba mogollón y no solo porque ofrecieran el triple de salario que en mi trabajo anterior por desempeñar aproximadamente un tercio de las funciones, sino porque consistía en hacer cosas buenas por la humanidad.
Y, seamos sinceros, eso rara vez pasa en un trabajo.
Estaba segura de que eso me daría como chorrocientos puntos de karma, y en aquel momento me habrían venido muy bien porque se me había roto el iPad.
El trabajo en cuestión solo tenía una pequeña pega: habría tenido que dejar de escribir. Pero, me dije a mí misma mientras dibujaba corazones alrededor de la cifra del sueldo, estoy a punto de cumplir cuarenta años. Quizá haya llegado el momento de reconocer que aunque nunca dejaré de ser una lorzas, ya no tengo edad de ser una Lorzagirl.
Así que dejé de lado mis tonterías por una vez y me preparé a fondo la entrevista, como corresponde a una personaobsesiva y con la autoestima de una cucaracha adulta. Como la entrevista era en inglés me pasé días hablando inglés con un lápiz atravesao en la boca. Como era para community manager me repasé todas las tendencias del momento (provocándome, probablemente, serias secuelas mentales de paso). Como era para... bueno, os hacéis a la idea.
Pero cuando llegué a la entrevista nada fue exactamente como había previsto.
En primer lugar, no querían saber nada de mi experiencia o de mi formación.
–No hace falta: te vamos a investigar.
–Eh...
–Debido a las peculiares características de nuestra organización tenemos que asegurarnos de que eres de fiar.
ESTOY J*D*D*, pensé. Pero en vez de eso dije:
–Claro, claro.
–De hecho, también vamos a investigar a tu familia, por supuesto.
ESTOY MUY J*D*D*.
–Claro, claro.
–Y nos gustaría que nos facilitaras tu redes sociales, para hacer una comprobación de rutina.
ESTOY SÚPER J*D*D*.
–Claro, aquí están.
Y les di mis redes sociales profesionales, ya sabéis. Esas en las que finjo ser normal.
–¿No tienes más?
Me mordí la lengua.
Decían que me iban a investigar, y de hecho yo había firmado una autorización para que me investigaran. Además, también había firmado una declaración en la que me comprometía a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
¿Era mejor callarme y cruzar los dedos para que no me descubrieran?
¿O era mejor ser sincera y cruzar los dedos para que valoraran la honestidad por encima de... bueno, por encima de Lorzagirl?
–Sí. Tengo otra. Lorzagirl.
A los entrevistadores se les escapó una risita.
ESTOY REALMENTE J*D*D*, pensé.
–¿Y cuánta gente puede relacionar esa cuenta contigo?
Hice cuentas mentalmente. Bueno, las hice con los dedos. Está bien, puede que usara la calculadora del móvil.
–Alguna –respondí finalmente, pensando en la gente que vio la charla, en los mecenas del Lorzfunding y en todas las personas a la que me he ido encontrando por la vida, muchas de las cuales tienen la costumbre de llamarme Lorz a gritos.
–Ya veo. ¿Y crees que en esa cuenta has podido decir algo inapropiado alguna vez?
Alguna vez, dice...
–Define "inapropiado" –respondí, intentando ganar tiempo, mientras me repetía a mí misma J*D*D*, J*D*D*, J*D*D*, J*D*D*, J*D*D*.
–Pues si alguna vez has dicho algo vergonzoso, humillante o políticamente incorrecto que haya podido perjudicar tu imagen y que, de entrar a trabajar con nosotros, pudiera perjudicar la nuestra.
–Pues... llevo quince años en redes sociales. No creo que haya dicho algo inapropiado solo alguna vez.
J*D*D* PERO SINCERA, OJO.
Otra cosa es que luego llegáramos a consumar, pero bueno.
El caso es que hace ya bastante tiempo hice una entrevista para trabajar en una cosa que me molaba mogollón y no solo porque ofrecieran el triple de salario que en mi trabajo anterior por desempeñar aproximadamente un tercio de las funciones, sino porque consistía en hacer cosas buenas por la humanidad.
Y, seamos sinceros, eso rara vez pasa en un trabajo.
Estaba segura de que eso me daría como chorrocientos puntos de karma, y en aquel momento me habrían venido muy bien porque se me había roto el iPad.
El trabajo en cuestión solo tenía una pequeña pega: habría tenido que dejar de escribir. Pero, me dije a mí misma mientras dibujaba corazones alrededor de la cifra del sueldo, estoy a punto de cumplir cuarenta años. Quizá haya llegado el momento de reconocer que aunque nunca dejaré de ser una lorzas, ya no tengo edad de ser una Lorzagirl.
Así que dejé de lado mis tonterías por una vez y me preparé a fondo la entrevista, como corresponde a una persona
Pero cuando llegué a la entrevista nada fue exactamente como había previsto.
En primer lugar, no querían saber nada de mi experiencia o de mi formación.
–No hace falta: te vamos a investigar.
–Eh...
–Debido a las peculiares características de nuestra organización tenemos que asegurarnos de que eres de fiar.
ESTOY J*D*D*, pensé. Pero en vez de eso dije:
–Claro, claro.
–De hecho, también vamos a investigar a tu familia, por supuesto.
ESTOY MUY J*D*D*.
–Claro, claro.
–Y nos gustaría que nos facilitaras tu redes sociales, para hacer una comprobación de rutina.
ESTOY SÚPER J*D*D*.
–Claro, aquí están.
Y les di mis redes sociales profesionales, ya sabéis. Esas en las que finjo ser normal.
–¿No tienes más?
Me mordí la lengua.
Decían que me iban a investigar, y de hecho yo había firmado una autorización para que me investigaran. Además, también había firmado una declaración en la que me comprometía a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
¿Era mejor callarme y cruzar los dedos para que no me descubrieran?
¿O era mejor ser sincera y cruzar los dedos para que valoraran la honestidad por encima de... bueno, por encima de Lorzagirl?
–Sí. Tengo otra. Lorzagirl.
A los entrevistadores se les escapó una risita.
ESTOY REALMENTE J*D*D*, pensé.
–¿Y cuánta gente puede relacionar esa cuenta contigo?
Hice cuentas mentalmente. Bueno, las hice con los dedos. Está bien, puede que usara la calculadora del móvil.
–Alguna –respondí finalmente, pensando en la gente que vio la charla, en los mecenas del Lorzfunding y en todas las personas a la que me he ido encontrando por la vida, muchas de las cuales tienen la costumbre de llamarme Lorz a gritos.
–Ya veo. ¿Y crees que en esa cuenta has podido decir algo inapropiado alguna vez?
Alguna vez, dice...
–Define "inapropiado" –respondí, intentando ganar tiempo, mientras me repetía a mí misma J*D*D*, J*D*D*, J*D*D*, J*D*D*, J*D*D*.
–Pues si alguna vez has dicho algo vergonzoso, humillante o políticamente incorrecto que haya podido perjudicar tu imagen y que, de entrar a trabajar con nosotros, pudiera perjudicar la nuestra.
–Pues... llevo quince años en redes sociales. No creo que haya dicho algo inapropiado solo alguna vez.
J*D*D* PERO SINCERA, OJO.
04 noviembre 2019
Nada que hacer
Tengo (casi) cuarenta años, dos hijos (relativamente) pequeños y una (casi dos) carrera de letras, así que cuando tomé la decisión de tomar acciones legales contra mi entonces empleador sabía que me arriesgaba a no encontrar trabajo nunca más.
Por eso tardé más de un año en decidirme, supongo, y solo lo hice cuando había acumulado pruebas suficientes para convencer no a un juez, sino a mí misma.
Pero me estoy poniendo seria.
El caso es que pensé que bueno, ya que probablemente no iba a encontrar trabajo nunca más en la vida ever, pensé que podía descansar un poco, ya que no tenía nada que hacer.
A ver, descansar... Quien dice descansar dice ofrecerse como voluntaria en el AMPA, apuntarse a inglés, hacer otro curso de social media, revisar los apuntes de mi oposiciones para ver si me presento, ir al gimnasio, preparar el segundo #Lorzfunding y por supuesto ocuparme de la casa y de los niños porque yo estoy a favor de repartir las tareas de la casa según el tiempo libre de cada uno, y por supuesto en aquel momento yo no tenía nada que hacer.
También fui al SEPE, claro, y me apunté a un curso que me hacía una ilusión loca, pero en la oficina me dijeron que era prácticamente imposible que me cogieran.
–Es un curso del plan de mejora de empleo, para personas en activo, y está muy solicitado. Es posible que tarde un poco.
–No pasa nada, puedo esperar.
Pero bueno, en algo me tenía que entretener porque aparte del AMPA, el inglés, el curso de social media, las oposiciones, el gimnasio, el #Lorzfunding, la casa y los niños no tenía nada que hacer. Así que me puse a mirar todas las cosas que se hacen para emprendedores y, a pesar de que ninguna tenía nada que ver con quemar cosas, encontré varios cursos interesantes, así que me apunté a uno. Por semana.
Nada del otro mundo.
Estaba contemplando mi agenda para noviembre y empezando a plantearme seriamente adquirir un giratiempos cuando me avisaron de que quedaban plazas libres para el curso del SEPE.
–¿Podrías incorporarte mañana?
–Claro que sí –respondí–. ¡Si no tengo nada que hacer!
Por eso tardé más de un año en decidirme, supongo, y solo lo hice cuando había acumulado pruebas suficientes para convencer no a un juez, sino a mí misma.
Pero me estoy poniendo seria.
El caso es que pensé que bueno, ya que probablemente no iba a encontrar trabajo nunca más en la vida ever, pensé que podía descansar un poco, ya que no tenía nada que hacer.
A ver, descansar... Quien dice descansar dice ofrecerse como voluntaria en el AMPA, apuntarse a inglés, hacer otro curso de social media, revisar los apuntes de mi oposiciones para ver si me presento, ir al gimnasio, preparar el segundo #Lorzfunding y por supuesto ocuparme de la casa y de los niños porque yo estoy a favor de repartir las tareas de la casa según el tiempo libre de cada uno, y por supuesto en aquel momento yo no tenía nada que hacer.
También fui al SEPE, claro, y me apunté a un curso que me hacía una ilusión loca, pero en la oficina me dijeron que era prácticamente imposible que me cogieran.
–Es un curso del plan de mejora de empleo, para personas en activo, y está muy solicitado. Es posible que tarde un poco.
–No pasa nada, puedo esperar.
Pero bueno, en algo me tenía que entretener porque aparte del AMPA, el inglés, el curso de social media, las oposiciones, el gimnasio, el #Lorzfunding, la casa y los niños no tenía nada que hacer. Así que me puse a mirar todas las cosas que se hacen para emprendedores y, a pesar de que ninguna tenía nada que ver con quemar cosas, encontré varios cursos interesantes, así que me apunté a uno. Por semana.
Nada del otro mundo.
Estaba contemplando mi agenda para noviembre y empezando a plantearme seriamente adquirir un giratiempos cuando me avisaron de que quedaban plazas libres para el curso del SEPE.
–¿Podrías incorporarte mañana?
–Claro que sí –respondí–. ¡Si no tengo nada que hacer!
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