Vosotros no lo sabéis porque casi lo no menciono en las redes sociales, pero tengo un gato.
Bueno, técnicamente el gato es de mi madre, y tenerlo, lo que se dice tenerlo, lo tiene siempre ZaraJota encima, pero para que nos entendamos.
El caso es que cuando llegó a mi casa el gato estaba gordo. Gordo nivel pesaba más que Nene-kun. Que hace un par de años tampoco era más difícil: me he comido patatas que pesaban más que Nene-kun.
Pero esa ya es otra historia.
El caso es que el gato está perpetuamente a dieta, porque cada tres meses vamos al veterinario y nos dice que si no baja de peso le va a a hacer una analítica, y a mí todo lo que empiece por "anal" y tenga que ver con el gato me da mucho cringe.
Nuestro camino ha estado de lleno de dificultades.
Durante una temporada, no bajaba de peso y no sabíamos por qué, hasta que un día, con toda la inocencia, Nene-kun nos dijo "es que cada vez que me pide le pongo".
A partir de ahí, le dijimos al niño que él sería el encargado de ponerle la comida al gato, pero solo una vez al día, por la mañana.
A las siete de la mañana está el gato maullando en su puerta, no me arrepiento de nada.
Aún así, el gato seguía sin perder peso.
O, al menos, el peso suficiente para que el veterinario estuviera contento.
Sospecho que los veterinarios son un poco así, nunca están del todo contentos.
Así que esta navidad, los reyes magos le trajeron al gato un comedero antiansia.
Para los que no estéis familiarizados con esto, es un cuenco que tiene ranuras y grumitos varios para que comer sea más difícil, el gato coma más despacio y le dé tiempo a sentirse saciado.
Esa es , la teoría.
El efecto del comedero antiansia fue limitado. En concreto, limitado a cero.
Yo no entendía nada hasta que una vez más, con toda su inocencia, Nene-kun nos dijo:
-No me gusta ese comedero.
-¿Y eso?
-Porque se queda todo en los huequitos, tengo que poner mucha más comida para que se quede por encima y a Jinmu no le cueste comer.
Señor, dame fuerzas.
-Es que le tiene que COSTAR comer. De eso se trata.
-Ahhh...
-A partir de ahora no le pongas de comer hasta que no se haya acabado todo lo de los huequitos, ¿vale?
-Vale.
Y eso hizo: a la mañana siguiente, viendo que había todavía muchas pelotillas en el comedero, pasó de ponerle de comer.
-Mamá me ha dicho que no te ponga -le dijo.
Bien. A mí no me gusta sacar conclusiones precipitadas, vale, pero acto seguido el gato hizo algo que no había hecho nunca: soltar un ñordo en mis zapatos.
Perfectamente dentro.
O sea, yo no quiero ser malpensada, pero teniendo en cuanta que 1 de cada 3 cacas acaba fuera del arenero, QUE ES UNO DE LOS MÁS GRANDES DEL MERCADO, soltar semejante mojonaco en mis bailarinas sin que se saliera nada tuvo que ser un ejercicio de equilibrismo digno del Circo del Sol.
Que no veáis cómo pesaba (y cómo olía) el zapato con aquello dentro, que lo tuve que llevar arrastrando hasta el cubo de basura.
Unos días más tarde, el gato fue a su revisión trimestral y el veterinario se puso muy contento.
-¡Ha perdido medio kilo!
A ver, perdido, lo que se dice perdido, tampoco, que yo tengo muy claro dónde lo ha puesto.
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Tengo libros muy bonitos, pero bonitos y además de fantasía y buenrrolleros solo tengo uno: Crónicas funestas. En papel y en digital.