Miro el calendario y descubro con horror que en veinticinco días cumpliré veinticinco años. Sí, así es. Lo he comprobado con la agenda, el teléfono y el ordenador; incluso he mirado la fecha de nacimiento de mi DNI. Todo concuerda. Ya no hay vuelta atrás. En pleno ataque de pánico me he puesto a pensar (creo) y me he dado cuenta de que, aunque mi cuerpo no parece verse afectado de momento, a todos los efectos ya soy demasiado vieja para un montón de cosas, a saber:
-Presentar un programa de la MTV.
-Tener un lío pseudoplatónico con Lobezno/Carcayú/Wolverine/Parche o como quiera Stan Lee que se llame ahora.
-Ser una supernena. Incluso había elegido un nombre: Bufas. Empieza por B.
-Recibir una carta informándome de que soy una bruja y que a partir de septiembre empezaré a estudiar en un nuevo y maravilloso colegio, que no nombraré porque es un secreto que no debo compartir con muggles (JA). Por otra parte, todavía estoy a tiempo de solicitar el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras y poner fin a mi vida de aquí a junio.
-Ser una niña prodigio. Cualquiera pensaría nada más verme que lo que es un prodigio es que haya llegado a adulta, pero en el mundo del espectáculo eso no es suficiente.
-Convertirme en una ninja de la Villa Oculta de la Hoja.
-Hacerme contorsionista. Es muy práctico, por ejemplo, para mirarse el propio culo sin ayuda de un espejo.
-Que el Conde Olaf sea mi tutor e intente apoderarse de mi enoooorme fortuna. A la mierda. Me conformo con tener una enoooorme fortuna.
-Ser una deportista de elite de cualquier deporte que no sea petanca. Debe ser muy divertido, todo el día anunciando maquinillas de afeitar y pepsi.
-Que despierte mi poder mutante. Mi única esperanza es meter una araña en el micro y después encabronarla para que me pique, pero es que las muy guarras se lo huelen, y no hay manera de pillar ninguna. No veas como corren en cuantito me ven, y, lógicamente, al tener más patas corren más que yo. Cuatro veces más, que no es poco, y a ras del suelo, con lo que no ofrecen resistencia al aire, mientras que yo con mi metro sesenta y mis sesenta y cinco kilos tengo a toda la atmósfera en mi contra.
Pero lo peor de todo, sin duda, peor incluso que no haber sido descubierta por un ojeador de beisbol mientras jugaba el partido de los domingos justo el día que mi padre, un ejecutivo superocupado, comprendía el verdadero sentido de la navidad y decidía venir a verme jugar es que de aquí a un año mi carnet joven perderá validez y tendré que pagar la entrada completa cuando vaya al cine.