Todo empezó en el momento en el que pensé que podía ir a volver a Vitoria en el día.
En autobús.
Con una maleta tipo mamotreta hasta arriba de libros.
Era un plan sin fisuras: coger la línea 5, que no tiene ascensores ni rampas ni escaleras mécanicas, en Urgel, ir hasta Oporto y hacer trasbordo hasta la línea 6, que no tiene ascensores ni rampas y solo algunas escaleras mecánicas, ir hasta Avenida de América, no sé si tiene ascensores o rampas o escaleras mécanicas, coger el autobús que sale de Madrid a las 0:30 y llega a Vitoria a las 5:30, esperar en la estación hasta las 9, caminar unos 40 minutos hasta el Zabaliburu, vender libros toda la mañana, coger el autobús de las 17:45, que hace nada menos que 6 paradas por aproximadamente todos los pueblos de España, llegar a Madrid a las 23:30, coger la línea 6 en Avenida de América, ir hasta Oporto, coger la línea 6 hasta Oporto, no tiene ascensores ni rampas y solo algunas escaleras mécanicas, coger la línea 5 hasta Urgel...
Por suerte, rápidamente me di cuenta de que era una locura: ¿por qué ir en metro si ZaraJota podía dejarme en Avenida de América dos horas antes de que saliera el autobús?
Así fue como, después de haber trabajado de 9 a 6, sin haber dormido siesta, acabé con una maleta mamotreta hasta arriba de libros en la estación de autobuses, dos horas antes de que saliera el mío.
Yo era optimista.
Tengo una gran facilidad para dormir donde y como sea, y contaba con echarme mis buenas cinco horitas de sueño en el autobús.
Contaba mal.
En autobús.
Con una maleta tipo mamotreta hasta arriba de libros.
Era un plan sin fisuras: coger la línea 5, que no tiene ascensores ni rampas ni escaleras mécanicas, en Urgel, ir hasta Oporto y hacer trasbordo hasta la línea 6, que no tiene ascensores ni rampas y solo algunas escaleras mecánicas, ir hasta Avenida de América, no sé si tiene ascensores o rampas o escaleras mécanicas, coger el autobús que sale de Madrid a las 0:30 y llega a Vitoria a las 5:30, esperar en la estación hasta las 9, caminar unos 40 minutos hasta el Zabaliburu, vender libros toda la mañana, coger el autobús de las 17:45, que hace nada menos que 6 paradas por aproximadamente todos los pueblos de España, llegar a Madrid a las 23:30, coger la línea 6 en Avenida de América, ir hasta Oporto, coger la línea 6 hasta Oporto, no tiene ascensores ni rampas y solo algunas escaleras mécanicas, coger la línea 5 hasta Urgel...
Por suerte, rápidamente me di cuenta de que era una locura: ¿por qué ir en metro si ZaraJota podía dejarme en Avenida de América dos horas antes de que saliera el autobús?
Así fue como, después de haber trabajado de 9 a 6, sin haber dormido siesta, acabé con una maleta mamotreta hasta arriba de libros en la estación de autobuses, dos horas antes de que saliera el mío.
Yo era optimista.
Tengo una gran facilidad para dormir donde y como sea, y contaba con echarme mis buenas cinco horitas de sueño en el autobús.
Contaba mal.
Para empezar, la gente iba viendo vídeos, series o lo que fuera, que yo no me meto en la vida de nadie, sin auriculares. Las películas y las series las llevaba medio bien, o sea, desde cuándo una película nos ha impedido quedarnos fritos. Pero los vídeos de Tiktok eran como si me pusieran el despertador cada treinta segundos. Y que conste que era capaz de dormirme los 29 segundos de entre medias, pero cuando llevaba un rato aquello empezó a ser tortura. El joven amable que llevaba al lado, que fue amabilísimo todo el rato, también se dormía de vez en cuando, se derrengaba y una de sus manos acababa debajo de mis posaderas, así que yo cada vez me iba sentando más al borde del asiento y acabé como una gallina en un gallinero.
Estaba ya con un cachete al borde del abismo cuando me empecé a encontrar mal. Realmente mal. En el momento pensé en una bajada de tensión, pero ahora creo más bien que se me crujieron las cervicales sin motivo aparente. Vértigos. En un Alsa. A las tres de la mañana y llegando a Burgos.
El joven amable que se sentaba a mi lado debió notar algo, porque me preguntó si me encontraba bien.
-Nooo...
Entonces fue cuando muy respetuosamente me tocó el brazo y me dijo:
-Estás caliente.
"Y húmeda", pensé para mis adentros, porque una no se harta de leer novela romántica sin que le queden secuelas permanentes. Además, es verdad que estaba empapada en sudor de pronto.
-Estoy un poco mareada.
-¿Quieres comer algo? Tengo para darte.
Llegado ese punto me abstuve de hacer comentarios. Está clarísimo que tengo la mente súper sucia y que no me merezco la amabilidad ni de propios ni de extraños.
-No, no, ahora cuando lleguemos a Burgos me tomo algo.
O no.
En la estación de autobuses de Burgos solo había una máquina estropeada y lo único que se podía tomar era el fresco. Eso sí, se podía tomar a raudales, porque el termómetro marcaba 3º y en la estación corría una brisa marina de lo más estimulante. Tan estimulante que se me quitaron los calores, los sudores, los vértigos y no se me quitaron las ganas de dormir porque yo de eso tengo siempre.
Cuando me volví a subir al autobús, el joven amable me preguntó si me encontraba mejor.
-Sí, sí, yo creo que ahora podré dormir un poco.
Entonces se subió el busero de reemplazo.
Se plantó en mitad del pasillo y a grito pelao nos dijo:
-BUENO, SEÑORES VIAJEROS, MANTENGAN VIGILADAS SUS PERTENENCIAS EN TODO MOMENTO PORQUE EN ESTE TRAYECTO SUELE VIAJAR MUCHO CHORIZO Y YO NO ME HAGO RESPONSABLE. AHORA QUE COMO PILLE A ALGUIEN CON LAS MANOS EN LA MASA VA DERECHO AL CUARTELILLO AUNQUE ME TENGA QUE QUEDAR CON EL AUTOBUS ESPERANDO HASTA QUE VENGA LA GUARDIA CIVIL. ¿ESTÁ CLARO?
Lo único que me ha quedado claro es que hoy no se duerme.