Cuando estaba embarazada de cinco meses se me inundó la casa y me puse a mover muebles como una loca para evitar que se mojaran. En medio del frenesí cartero del Titanic me apañé para hacerme mucha pupa en una rodilla.
Mucha, mucha, mucha.
El médico me dijo que, al estar embarazada, no podía recetarme nada más que reposo absoluto.
Y por supuesto, no le hice ni torta caso.
Cuando estaba más o menos de siete meses el obstetra me dijo que Bebé-chan tenía un nosequé en el nosecuántos, y que o me relajaba yo o me relajaban los señores de la bata blanca en el hospital.
Para entonces pesaba unos trescientos kilos, Madrid estaba pasando la tercera o la cuarta ola de calor, y no me quedó más remedio que empezar a pasar al menos una parte del día tirada en la cama.
Más o menos por entonces mi madre me regaló el libro
Cómo no ser una drama mamá.
El regalo iba con retintín, como sólo una madre puede hacerlo.
El mensaje explícito del regalo, como ella misma dijo, era:
- Para que veas que todas las madres acabamos haciendo lo mismo.
El mensaje implícito era:
"Ahora que vas a ser madre comprenderás lo que he tenido que pasar".
Y llevaba corolario:
"Si crees que vas a ser mejor madre que yo, vas de culo".
¡LLevaba incluso puntilla!:
"Te voy a estar vigilando. Puede que tarde meses. Puede que tarde años. Pero al final cometerás un error y todo el mundo sabrá que YO TENÍA RAZÓN".
Razón así, en general, como concepto. No os vayáis a creer que era por nada en concreto.
Las madres somos así. Queremos que nos den la razón incluso cuando no hemos dicho nada.
Total, que como no tenía nada mejor que hacer me empecé el libro sin mucho convencimiento. Me gustó tanto que me lo leí en dos tardes... y habría tardado menos si no fuera porque a veces me reía tanto que se me caía, y al menos una vez
ZaraJota™ me lo confiscó.
-Esto no puede ser bueno- me dijo-. ¡Que la niña va a salirnos centrifugada!
La cuestión es que, a pesar de las risas, no se me sentí nada identificada. Mi madre no dice cosas como esas (por suerte). Peeeeero dice otras cosas.
Y siempre me he reído de ella por decirlas.
Y siempre me juré que no las diría.
Y ahora que soy madre, adivinad qué: las digo.
Peor aún: empecé a decirlas antes de ser madre, prácticamente desde el primer día de convivencia con
ZaraJota™, probablemente porque no hay nada más maternal que doblarle los calzoncillos a otra persona.
Pues eso. Que como hoy es el día del libro, voy a hacer un homenaje al libro que más me ha hecho reír en e último año recopilando las cosas que dice mi madre y que para mi desgracia estoy repitiendo.
Aquí huele a cachorrito.
Cuando éramos pequeños y llegaba la hora del baño, mi madre asomaba a nuestra habitación y decía:
-Venga, al baño, que aquí huele a cachorrito.
En algún momento de la adolescencia la frase evolucionó a:
-A bañarse ya, ¿eh? Que aquí huele a choto.
Todavía sigo sin saber
a) qué es un choto
b) cuándo ha tenido mi madre la oportunidad de oler uno
c) por qué no puede decir, simplemente, "a bañarse ya" y tiene que añadir el comentario zoológico.
"Bebé-chan huele a cachorrito" fue una de las primeras cosas de mi madre que empecé a repetir.
Cuando empezó a comer sólidos la frase evolucionó a "aquí huele a mierda que echa de espaldas".
¿Esto es limpio o sucio?
Tú estás en tu habitación tan feliz. Tu madre entra y no te alteras: crees que está todo en estado de revista.
Pues te equivocas.
Porque las madres tienen una supervista y un superolfato y unas superganas de tenerlo todo escamondao.
Mi madre era capaz de detectar un calcetín debajo de una cómoda. Lo sacaba, lo cogía con la punta de los dedos y estiraba el brazo, como si fuera tóxico, y decía:
-¿Esto es limpio o sucio? Porque como lo tienes aquí tirado, echo un gurruño, vete tú a saber. Que es que yo no sé para qué plancho, si luego lo metes en el armario de cualquier manera.
Porque mi madre plancha los calcetines. Y los trapos de cocina. Y las bragas. Los tangas no, a ver si os pensáis que está loca.
Yo nunca he usado esa frase con Bebé-chan, porque es muy pequeña y total, no me iba a contestar.
Con
ZaraJota™ sí que la uso, más o menos un día de cada dos. Es que es un poco desordenado, el chaval.
¿A una madre?
Esta es una frase comodín para cuando hacemos/decimos algo que no le gusta.
-¿A una madre le vas a contestar?
-¿A una madre le vas a decir tonta?
-¿A una madre le vas a dar una patada?
Con el tiempo la frase quedó reducida.
-¿A un madre? -decía, simplemente.
Mi versión es
-¿A mamá se le muerde? -pregunto. Bebé-chan sigue mordiéndome-. Lo tomaré como un sí.
¿Esa mierdicroqueta me vas a dejar?
Ni se te ocurra dejar una croqueta.
Hacer el favor de comeros eso ahora mismo.
Los restos mortales.
Si tienes cinco personas a comer y haces comida como para cincuenta, sorprendente pero cierto, suele ocurrir que sobre comida.
Si además, en vez de hacer plato único, haces un poco de cocido, un poco de ensalada, un poco de embutido, un poco de empanadillas, lo normal es que sobre un poco de todo.
Eso a mi madre le sienta fatal.
La pelea suele empezar en la mesa, cuando ve el panorama desolador.
-¿Esa mierdicroqueta me vas a dejar? -me pregunta. No tengo ni idea de por qué me pregunta a mí, si a mí no me gustan las croquetas y si alguna vez me como alguna es por educación-. Ni se te ocurra dejarme una croqueta, que luego tengo la nevera de restitos, un platito de esto, un platito de aquello... todo lleno de restos mortales que no sirven para nada. Ahora mismo te comes esa croqueta, hombre.
Cuando me fui a vivir con
ZaraJota™ tuve una brillante idea: si el domingo cocinaba el doble de cantidad, ya tenía la comida del lunes apañada. Me equivoqué. Lo único que conseguía es que sobrara una mierdicroqueta.
Un día de estos revientas.
Esta frase es de mi abuela y la incluyo porque es el caso opuesto a la anterior.
A mi abuelo le gustaba comer. A lo grande. Podía comerse tres platos de cocido con una barra de pan mojada en sopas, y luego no necesitaba ni siesta ni nada. Lo que sí necesitaba era rematar la comida con una manzana.
-¿Una manzana te vas a comer ahora?-preguntaba/gritaba mi abuela.
-Sí mujer.
-¿Es que no has comido bastante?
-¿Qué pasa, no me puedo comer una manzana?
-Por mí, haz lo que quieras, pero que sepas que un día de estos revientas. Y si crees que me va a importar, vas apañao, porque pienso irme con el inserso de juerga toldía. Pues anda que no se ponen guapas las viudas cuando se libran de los maridos...
Mi abuela remataba el discurso cogiendo la manzana, lanzándola con violencia sobre el frutero, agarrando el frutero y llevándoselo a la cocina sin parar de rezongar.
En cuanto la abuela salía del comedor, el abuelo, que había aguantado el chaparrón sin inmutarse, se giraba hacia mí, que siempre me sentaba a su lado.
-Niña, ve a la cocina y tráeme una manzana, pero que no te vea tu abuela, ¿eh? Y si te ve dile que es para ti.
Esto se repetía en cada comida familiar, para regocijo generalizado, porque si bien todos estábamos de acuerdo en que el abuelo comía demasiado, no acabábamos de entender que la abuela le dejara comerse tres platos de cocido sin rechistar y montara el número por una mísera manzana.
Con los años he también he creado mi propia versión:
ZaraJota™ llega a casa del trabajo con cara de lástima.
-Tengo gusita -dice.
-¿Te hago algo para merendar?
-No, no, ya me hago algo yo.
Entonces se corta una triste y miserable rodaja de fuet.
-¿Esa mierdimerienda te vas a hacer?
-Sí...
- Pues ten cuidado, no vayas a reventar... Y si crees que me va a importar, vas apañao, porque pienso irme con el inserso de juerga toldía. Pues anda que no se ponen guapas las viudas cuando se libran de los maridos...
A estas alturas
ZaraJota™ todavía se está preguntando qué tendrá que ver el fuet con el inserso.
Te voy a cambiar por dos de quince
Esta frase es de mi padre.
Cuando mi madre tenía treinta, si mi padre se enfurruñaba con ella le decía:
-¡Te voy a cambiar por dos de quince!
Con los años, mi padre ha ido actualizando la frase, hasta llegar a:
-¡Te voy a cambiar por dos de veinticinco!
A lo que mi madre contesta:
-¡Si hombre! ¿Tú, con dos de veinticinco? Pues anda que nos son largas las de veinticinco de hoy en día. Te iban a dar más vueltas que a un tonto.
-Uy, uy, tienes razón, que yo con mi rodilla chunga ya no estoy para esos trotes.
Ahora cuando Bebé-chan se hace caca, le digo.
-Te voy a cambiar... ¡por dos de tres meses!- y luego añado-. Uy, quita, quita, que pereza...
Es mi vida, flas, flas.
Esta tiene mérito, porque no es una frase que mi madre me haya pegado a mí, sino al contrario.
Cuando todavía vivíamos todos en casa, y teníamos turnos de trabajo, clase y gimnasio diferentes, mi madre se volvía loca para programar las comidas.
-Hoy voy a hacer paella -anunciaba-. ¿Quién va a venir a comer?
Hermano Mediano y yo decíamos que sí, que no, o todo lo contrario. Hermano Pequeño no decía nada.
-Y tú, ¿qué? -preguntaba mi madre.
Hermano Pequeño suspiraba, ponía los ojos en blanco y se iba de la habitación agitando la lustrosa melenita, flas, flas.
-¿Eso es que sí o que no?- insistía mi madre.
-No sé, mamá, no sé...
-Hombre, tan difícil no será saberlo.
-¡Ya me estás controlando la vida!
-¡Si yo lo único que controlo es que el arroz no se pase!
Con el tiempo mi madre dejó de preguntarle a Hermano Pequeño y empezó a preguntarme a mí.
-¿Sabes si tu hermano viene a comer?
-Es mi vida -constestaba yo, poniendo los ojos en blanco-, flas, flas -añadía, meneando mi lustrosa melenita.
Con el tiempo mi madre interiorizó la frase de tal manera que cuando le digo a Bebé-chan, por ejemplo:
-¿Te vas a dormir o qué?
Mi madre contesta por ella:
-Es mi vida, mamá, flas, flas.
Sois todos mutontos.
Que tontos son mis hijos.
Mis hijos es que hay que ver los tontos que son.
Estas frases son muy buenas para fomentar nuestra autoestima y además valen para todo.
Imagina que tienes lumbago y tus hijos aprovechan que estás tumbada y sin poder moverte para pintarte cosas en las piernas con rotulador indeleble.
-Sois todos mutontos.
Imagina que estás viendo Gladiator y tus hijos usan el móvil para grabarte roncando.
-Que tontos son mis hijos.
Imagina que tu hija tiene un blog y lo usa para reírse de ti:
Mandar un guasap al grupo "familia":
"Mis hijos hay que ver lo tontos que son".
Acto seguido Hermano Pequeño me manda otro guasap a mí sola:
"¿Qué has escrito ahora?".
Y así todo.
Yo nunca le digo a Bebé-chan que es mutonta, porque eso es malo para su autoestima. A quién si se lo digo es a
ZaraJota™, porque total, su autoestima ya no tiene remedio.
-Tu papá es un poco tonto.
-¡No le digas eso! -protesta
ZaraJota™.
-Si no se entera...
Hace unos días Bebé-chan estaba entusiasmada diciendo papá:
-Pa-pa, PA, pa... papapa, pA, pa-pa -y de pronto, añadió- TO TO -y luego lo repitió, por si no nos había quedado claro-: pa-pá to-to.
Otra que está condenada a repetir las frases de su madre.
Pd: Que sí, que sí, que el día del libro es mañana, que le he dado a
publicar en vez de a
guardar otra vez.
Lo que pasa es que esta vez, en lugar de borrarlo como si fuera el community manager de un político cualquiera, lo he dejado. ¡Si hasta he confesado y todo!: