Sé que nadie va a creerme, lo sé...
Hoy ha vuelto a ocurrir.
-Señorita, ¿tienen eso que anuncian por la tele?
Antes de que acabara la frase yo ya me había hecho pipí encima del susto.
-¿El qué?
-Las bolitas que anuncian por la tele.
-...
-Son unas bolitas que vienen en bolsas...
-Ah, las bolitas de chocolate.
-No.
Ya me parecía a mí que había sido demasiado fácil.
-¿Entonces?
-Son unas bolitas que están hechas de diferentes sustancias y sirven para diferentes cosas.
Sospecho que en el perverso y retorcido universo mental de la viej... anciana eso lo explicaba todo.
-Y... ¿las ha visto en la tele?
-Sí. En un anuncio. Y decían que las vendían aquí.
Llegado a este punto, y viendo que:
a) yo no tenía ni idea de lo que podían ser las bolitas (los pokemon no vienen en bolsas, ¿no?)
b) se me estaba juntando una cola que para qué
c) me estaba empezando a llegar el aliento a vodka de la viej... anciana
no me quedó más remedio que recurrir a la Defensa Chewbacca:
-Es probable que las tengamos en cualquier otro de nuestros centros.
Lo que en cajeralingua quiere decir: "no se me ocurre nada mejor para deshacerme de usted".
La tía no pilló la indirecta, no.
-Es que ya he estado en tres y no tenían en ninguno.
No me puedo creer que le hayan colado la Defensa Chewbacca tres veces...
31 agosto 2005
28 agosto 2005
Finding algo
-Señorita, ¿tienen eso que anuncian por la tele?
Oh, no. Otra vez esa pregunta no. Miro alrededor, buscando una vía de escape, pero no la hay. Ojalá fuera Kurt Wagner. Ojalá fuera Peter Parker. Ojalá fuera Rita Skeeter. Hoy no tengo ganas de jugar a las adivinanzas con una viej... anciana con problemas de dispersión mental.
-¿Perdón?
-El anuncio que ponen por la tele.
No sé qué tipo de tele tiene la viej... anciana. Lo mismo tiene una en la que sólo ponen el mismo anuncio de vete-tú-a-saber-qué todo el día. En la mía ponen un montón de anuncios diferentes.
-¿Qué anuncio?
-¿No lo ha visto?
-No lo sé. ¿Cual?
-¡El que ponen por la tele!
Esto es como discutir con Yoda.
-Es que ahora no caigo...
-Sí, mujer. Seguro que lo ha visto. Mi vecina lo vió por la tele, se lo compró, y dice que es buenísimo...
Eso lo explica todo.
-¿Se come? -pregunto, a la desesperada.
-No... Se usa en la casa. Es buenísimo, me lo ha dicho mi vecina.
Vecina de los cojones, hazte vendedora de avon y deja a los demás en paz.
-Y el envase -la viej... anciana pone cara de pasmo-, ya sabe, por fuera, ¿cómo es?
-Como así -dice, y hace un gesto con la mano que tanto podría indicar que mide metro y medio como que tiene un tic en el brazo.
-Ah.
-Es rojo y azul.
-Ah -repito, mientras me aconsejo a mí misma no hacer movimientos bruscos.
-Se mete en las cañerías...
Una sonrisa triunfal se dibuja en mi cara. Lo tengo. Sé lo que quiere la viej... anciana. Es bajito, azul y rojo y se mete por las cañerías. Hace siglos que no sale por la tele, pero ella no ha dicho que haya visto el anuncio ahora.
Sólo una cosa me inquieta.
¿Para qué quiere la vieja a Super Mario?
Oh, no. Otra vez esa pregunta no. Miro alrededor, buscando una vía de escape, pero no la hay. Ojalá fuera Kurt Wagner. Ojalá fuera Peter Parker. Ojalá fuera Rita Skeeter. Hoy no tengo ganas de jugar a las adivinanzas con una viej... anciana con problemas de dispersión mental.
-¿Perdón?
-El anuncio que ponen por la tele.
No sé qué tipo de tele tiene la viej... anciana. Lo mismo tiene una en la que sólo ponen el mismo anuncio de vete-tú-a-saber-qué todo el día. En la mía ponen un montón de anuncios diferentes.
-¿Qué anuncio?
-¿No lo ha visto?
-No lo sé. ¿Cual?
-¡El que ponen por la tele!
Esto es como discutir con Yoda.
-Es que ahora no caigo...
-Sí, mujer. Seguro que lo ha visto. Mi vecina lo vió por la tele, se lo compró, y dice que es buenísimo...
Eso lo explica todo.
-¿Se come? -pregunto, a la desesperada.
-No... Se usa en la casa. Es buenísimo, me lo ha dicho mi vecina.
Vecina de los cojones, hazte vendedora de avon y deja a los demás en paz.
-Y el envase -la viej... anciana pone cara de pasmo-, ya sabe, por fuera, ¿cómo es?
-Como así -dice, y hace un gesto con la mano que tanto podría indicar que mide metro y medio como que tiene un tic en el brazo.
-Ah.
-Es rojo y azul.
-Ah -repito, mientras me aconsejo a mí misma no hacer movimientos bruscos.
-Se mete en las cañerías...
Una sonrisa triunfal se dibuja en mi cara. Lo tengo. Sé lo que quiere la viej... anciana. Es bajito, azul y rojo y se mete por las cañerías. Hace siglos que no sale por la tele, pero ella no ha dicho que haya visto el anuncio ahora.
Sólo una cosa me inquieta.
¿Para qué quiere la vieja a Super Mario?
25 agosto 2005
24 agosto 2005
Carros de fuego
A veces me da la impresión de que en lugar de un supermercado trabajo en una guardería.
Ayer por la tarde un tipo vino a sacarme de mi sopor habitual.
-Señorita -siempre nos llaman señoritas, incluso a las que pesan 200 kilos y están cerca de la jubilación- he metido una moneda en el carrito y no sale, ¡¡¡no SALEEEE!!!
Maldiciendo al genio que tuvo la gran idea de poner a los carritos de la compra esa cosa que no te deja coger uno si no metes una moneda, me levanté y fui hasta donde están todos los carritos amogollonados.
-Es este -me dijo, señalando.
Ni falta que hacía; ya me imaginaba yo que sería el único que tenía una moneda de dos euros incrustada dentro.
Miré a la moneda.
Miré el cartel de "funciona con monedas de 0,50 y 1 €".
Miré al tipo.
-Je, je-je-je, je -le dije.
-Está atascada -repitió.
Pues claro que estaba atascada.
Intenté sacarla tirando, empujando, suplicando, con "Accio moneda de los cojones", y con el resto de mis técnicas secretas, una de las cuales consiste en chuparme un pie, el izquierdo.
Nada.
-He intentado meterla en otro carrito -me empezó a explicar el tío, como si yo fuera de CSI y con darme pistas pudiera arreglarlo todo solita- pero no entraba...
¡Pues claro que no entraba, tío bruto!, pensé, pero lo que dije fue:
-Je, je-je-je, je.
-Así que he intentado en este. He tenido que apretar un poco, pero ha entrado -había tenido que apretar un güevo, porque estaba fusionada-. Lo que pasa es que el carrito no sale.
-Voy a buscar ayuda -le dije. "Psiquiátrica", añadí para mis adentros.
No había dado ni un paso (en busca de Superman) cuando me llamó otra vez.
-Mira, ha salido.
Mantén la calma, Lorzagirl, mantén la calma, me dije, tratando de cerrar mi mente no fuera a ser que el tipo supiera de legeremancia y se enterara de lo que estaba pensando de él.
-Bien, en seguida le saco otro.
-No hace falta: ya he sacado este.
Joder, el tío había vuelto a incrustar la moneda de dos euros en otro carrito...
Ayer por la tarde un tipo vino a sacarme de mi sopor habitual.
-Señorita -siempre nos llaman señoritas, incluso a las que pesan 200 kilos y están cerca de la jubilación- he metido una moneda en el carrito y no sale, ¡¡¡no SALEEEE!!!
Maldiciendo al genio que tuvo la gran idea de poner a los carritos de la compra esa cosa que no te deja coger uno si no metes una moneda, me levanté y fui hasta donde están todos los carritos amogollonados.
-Es este -me dijo, señalando.
Ni falta que hacía; ya me imaginaba yo que sería el único que tenía una moneda de dos euros incrustada dentro.
Miré a la moneda.
Miré el cartel de "funciona con monedas de 0,50 y 1 €".
Miré al tipo.
-Je, je-je-je, je -le dije.
-Está atascada -repitió.
Pues claro que estaba atascada.
Intenté sacarla tirando, empujando, suplicando, con "Accio moneda de los cojones", y con el resto de mis técnicas secretas, una de las cuales consiste en chuparme un pie, el izquierdo.
Nada.
-He intentado meterla en otro carrito -me empezó a explicar el tío, como si yo fuera de CSI y con darme pistas pudiera arreglarlo todo solita- pero no entraba...
¡Pues claro que no entraba, tío bruto!, pensé, pero lo que dije fue:
-Je, je-je-je, je.
-Así que he intentado en este. He tenido que apretar un poco, pero ha entrado -había tenido que apretar un güevo, porque estaba fusionada-. Lo que pasa es que el carrito no sale.
-Voy a buscar ayuda -le dije. "Psiquiátrica", añadí para mis adentros.
No había dado ni un paso (en busca de Superman) cuando me llamó otra vez.
-Mira, ha salido.
Mantén la calma, Lorzagirl, mantén la calma, me dije, tratando de cerrar mi mente no fuera a ser que el tipo supiera de legeremancia y se enterara de lo que estaba pensando de él.
-Bien, en seguida le saco otro.
-No hace falta: ya he sacado este.
Joder, el tío había vuelto a incrustar la moneda de dos euros en otro carrito...
21 agosto 2005
Haiku
Un haiku es un tipo de poema breve japonés, que se compone de 17 sílabas repartidas en tres versos, generalmente de 5, 7, y 5 sílabas.
Mi primer haiku lo compuse a medias con Hermano Mediano, y empezaba así:
Feliz Cumpleaños, puta
Se trataba de una composición en honor de una amiga de Hermano Pequeño, y el resto estaba a la altura del primer verso, de verdad; por eso no lo reproduzco.
Diez minutos después llegaba mi primera creación en solitario:
Ladilla, ladilla,
pequeño animal
colgado a un güevo
Estaba muy emocionada con mi obra hasta que Hermano Mediano empezó a decir que en un haiku siempre hay que hacer mención a las estaciones, y no sé que más, así que tuve que reescribirlo:
Ladilla de otoño
pequeño animal
colgado a un güevo
No es perfecto, lo admito, pero para ser el primero no está mal. Gatito jodón, mi segunda obra, está más lograda:
Gatito jodón
en verano llenas
mi sofá de pelo
Lo que no me sale muy bien es lo del 5-7-5, pero voy mejorando, gracias a la práctica constante que llevo a cabo, sobre todo, en horas de trabajo (Vieja sorda/entregue la pasta/y salga de aquí). La dedicación incesante ha generado una rápida evolución en mi estilo, y puede decirse que mi última obra cierra ya una primera etapa, de iniciación y experimentación, para entrar en la madurez artística plena que en breve me conducirá a la perfección lírico-musical a la que aspiro en mis composiciones:
Hongo asqueroso
el mes de agosto entero
pegado a mis pies
PD: Pido humildemente perdón al universo entero por este atropello. La mayoría de los haikus (es decir, todos menos los que componemos Eric Cartman y yo) son composiciones muy hermosas, de una belleza que queda fuera de mi alcance mental, como las matemáticas y las normas del beisbol.
Mi primer haiku lo compuse a medias con Hermano Mediano, y empezaba así:
Feliz Cumpleaños, puta
Se trataba de una composición en honor de una amiga de Hermano Pequeño, y el resto estaba a la altura del primer verso, de verdad; por eso no lo reproduzco.
Diez minutos después llegaba mi primera creación en solitario:
Ladilla, ladilla,
pequeño animal
colgado a un güevo
Estaba muy emocionada con mi obra hasta que Hermano Mediano empezó a decir que en un haiku siempre hay que hacer mención a las estaciones, y no sé que más, así que tuve que reescribirlo:
Ladilla de otoño
pequeño animal
colgado a un güevo
No es perfecto, lo admito, pero para ser el primero no está mal. Gatito jodón, mi segunda obra, está más lograda:
Gatito jodón
en verano llenas
mi sofá de pelo
Lo que no me sale muy bien es lo del 5-7-5, pero voy mejorando, gracias a la práctica constante que llevo a cabo, sobre todo, en horas de trabajo (Vieja sorda/entregue la pasta/y salga de aquí). La dedicación incesante ha generado una rápida evolución en mi estilo, y puede decirse que mi última obra cierra ya una primera etapa, de iniciación y experimentación, para entrar en la madurez artística plena que en breve me conducirá a la perfección lírico-musical a la que aspiro en mis composiciones:
Hongo asqueroso
el mes de agosto entero
pegado a mis pies
PD: Pido humildemente perdón al universo entero por este atropello. La mayoría de los haikus (es decir, todos menos los que componemos Eric Cartman y yo) son composiciones muy hermosas, de una belleza que queda fuera de mi alcance mental, como las matemáticas y las normas del beisbol.
19 agosto 2005
La Cosa
Cuando una persona humana almacena tanto glamour en su cuerpo como el que tengo yo, es inevitable que este acabe escapando por alguna rendija; eso es lo que me sucede en estos momentos.
Estoy floreciendo.
Para ser más concreta; me ha salido un hongo. En el pie, el derecho; si me hubiera salido en el izquierdo a estas alturas ya lo tendría también en la boca (nota mental: envolverme el pie en plástico de cocina antes de irme a dormir).
Por supuesto mi novio dice que él no ha tenido nada que ver, y se niega a asumir ninguna responsabilidad en el asunto. Ni siquiera me deja que le ponga su nombre, así que lo he llamado La Cosa Purulenta y Asquerosa Que Se Extiende Más y Más Por Mi Pie Derecho y Que Empieza a Aparecer Por El Izquierdo.
Es mucho mejor que llamarse Yonatán, y si le ponemos detrás mi apellido (ya que mi novio se niega a darle el suyo) va a quedar impresionante.
Más impresionante, quiero decir.
Estoy floreciendo.
Para ser más concreta; me ha salido un hongo. En el pie, el derecho; si me hubiera salido en el izquierdo a estas alturas ya lo tendría también en la boca (nota mental: envolverme el pie en plástico de cocina antes de irme a dormir).
Por supuesto mi novio dice que él no ha tenido nada que ver, y se niega a asumir ninguna responsabilidad en el asunto. Ni siquiera me deja que le ponga su nombre, así que lo he llamado La Cosa Purulenta y Asquerosa Que Se Extiende Más y Más Por Mi Pie Derecho y Que Empieza a Aparecer Por El Izquierdo.
Es mucho mejor que llamarse Yonatán, y si le ponemos detrás mi apellido (ya que mi novio se niega a darle el suyo) va a quedar impresionante.
Más impresionante, quiero decir.
16 agosto 2005
Sin City
Después de una semana de jarabe, pastillas y caramelos de menta, mi voz ha dejado de parecerse a la de Gollum, aunque todavía tengo una bonita tos perruna a lo Patán, que pienso compartir con todos los alimentos que pasen por mis manos esta tarde, en el super: nunca subestimes la capacidad pandémica de una cajera a la que el médico de la empresa se niega a dar la baja.
Mientras mis gérmenes se expanden con alegre eficacia, he decidido celebrar el regreso de mi locuacidad hablando de Sin City.
Sin City. Que peaso película. Aparte de Los Simpsons y el Pikmin, el único sitio en el que un tipo amarillo resulta creible. Sangre blanca. Bruce Willis con pelo. Elijah Wood disfrazado de Harry Potter y encollejando a Mickey Rourke. ¡¡¡Alexis Bledel haciendo de prostituta que no trabaja grupos!!!
Y todo lo fiel al comic que se puede ser, o eso creo. Sólo he leído el primero: luego mi estómago me comunicó que ya había tenido suficiente gore para el resto de su vida, gracias. Por eso me daba un poco de miedo ir a ver la peli y pasarme las dos horas tapándome los ojos con una mano y la boca con otra, pero no hizo falta.
Bueno, sí que hizo falta, porque todavía estaba hecha pulpa por el resfriado y cada vez que me reía empezaba a toser y acababa echando agua mineral por la nariz, y entonces me tapaba los ojos para que el resto del público no pudiera reconocerme y darme una paliza a la salida.
Calculo que debí ver unos quince minutos de película, lo justo para darme cuenta de que la peli, siendo fiel al comic, y sangrienta, y con escenas rozando el porno, y con más muertes que el bio-pic de un leming, no es tan fuerte como el comic.
Lo justo para darme cuenta de que Josh Hartnett está requetebueno.
P.D.: Sólo por si mi novio lee esto. Cuando digo que Josh Hartnett está requetebueno, me refiero a que sería muy interesante mantener una amistosa pero fría charla con él acerca del cultivo del champiñón en los países balcánicos. No tiene nada que ver con arrancarle la ropa y morderle el trasero (para empezar).
Mientras mis gérmenes se expanden con alegre eficacia, he decidido celebrar el regreso de mi locuacidad hablando de Sin City.
Sin City. Que peaso película. Aparte de Los Simpsons y el Pikmin, el único sitio en el que un tipo amarillo resulta creible. Sangre blanca. Bruce Willis con pelo. Elijah Wood disfrazado de Harry Potter y encollejando a Mickey Rourke. ¡¡¡Alexis Bledel haciendo de prostituta que no trabaja grupos!!!
Y todo lo fiel al comic que se puede ser, o eso creo. Sólo he leído el primero: luego mi estómago me comunicó que ya había tenido suficiente gore para el resto de su vida, gracias. Por eso me daba un poco de miedo ir a ver la peli y pasarme las dos horas tapándome los ojos con una mano y la boca con otra, pero no hizo falta.
Bueno, sí que hizo falta, porque todavía estaba hecha pulpa por el resfriado y cada vez que me reía empezaba a toser y acababa echando agua mineral por la nariz, y entonces me tapaba los ojos para que el resto del público no pudiera reconocerme y darme una paliza a la salida.
Calculo que debí ver unos quince minutos de película, lo justo para darme cuenta de que la peli, siendo fiel al comic, y sangrienta, y con escenas rozando el porno, y con más muertes que el bio-pic de un leming, no es tan fuerte como el comic.
Lo justo para darme cuenta de que Josh Hartnett está requetebueno.
P.D.: Sólo por si mi novio lee esto. Cuando digo que Josh Hartnett está requetebueno, me refiero a que sería muy interesante mantener una amistosa pero fría charla con él acerca del cultivo del champiñón en los países balcánicos. No tiene nada que ver con arrancarle la ropa y morderle el trasero (para empezar).
11 agosto 2005
Delincuencia juvenil
Tiene que haber gente pa tó. Estaba esta mañana en mi caja (del supermercado), medio dormitando ante el creciente aburrimiento, cuando se me acercó una vieja, perdón, una anciana.
-¿Tú eres xxx? -me preguntó. Bueno, no me preguntó eso. Donde yo he puesto "xxx" ella dijo mi nombre, pero mi nombre completo, como sale en mi partida de nacimiento.
-¿Qué?
-Me han dicho que tú eres xxx.
-Ah, sí -confesé después de un momento. Vale, varios momentos. Siempre me cuesta reconocerme en ese nombre.
-Tú atendiste a mi hijo ayer -me dijo, señalándome con el dedo.
-¿Qué?-yo no estaba muy fina, la verdad.
-Ponía tu nombre en el ticket. Xxx. Aquella -señaló a otra cajera, de la que me vengaré en su oportuno momento- me ha dicho que eres tú.
-Ah, sí -repetí. Me tenía acojonada, la vieja. Para ser cliente nuestra, parecía muy lista.
-Ayer mandé a mi hijo a comprar un litro de leche y un paquete de pan de molde. Yo le había dado cinco euros. En el ticket ponía que usted tenía que darle vuelta. Le pedí la vuelta a mi hijo, y él me dijo que la señorita de la tienda no se la había dado.
¡Me estaba acusando de quedarme con la vuelta! Vieja paranoica de m... Perdón: anciana paranoica de mierda...
La tensión se palpaba en el ambiente. A lo lejos el hilo musical informaba de vete tú a saber qué.
-Eh... -dije, para ganar tiempo, pero ella era más lista que yo.
-¿Y bien?
¡Cuanta presión!
-Bueno, es posible que yo me equivocara, y no le diera la vuelta... -le dije, con mi tono de "ni de coña, tía, soy una profesional"-. Pero cuadré mi caja antes de irme, y ni me sobraba ni me faltaba dinero -mentira podrida, por cierto. Me sobraron cinco céntimos, pero debí sonar convincente, porque de pronto la señora puso una cara extraña. Como si después de pasar doce años sospechando de tu hamster (o rata) descubrieras de pronto que es un asesino en serie.
-Mi hijo debió quedarse la vuelta -dijo-. Ya me lo imaginaba yo.
La vi tan apenadilla, la pobre, que pensé decir algo mínimamente amable, incluso a pesar de que a esas alturas la odiaba profundamente.
-Mujer, los niños, ya se sabe.
No es una gran frase, la verdad. La cara que puso la tía.
-Mi hijo tiene 45 años.
Lo juro. El delincuente juvenil era más viejo que mis padres. Ahora me tocaba a mí poner cara.
-Je, je-je-je, je -se me escapó. Es mi risa de "oh-dios-mio-y-ahora-yo-que-digo".
La señora me dio las gracias y se fue, muy digna.
Espero que le eche al hijo la bronca de su vida.
-¿Tú eres xxx? -me preguntó. Bueno, no me preguntó eso. Donde yo he puesto "xxx" ella dijo mi nombre, pero mi nombre completo, como sale en mi partida de nacimiento.
-¿Qué?
-Me han dicho que tú eres xxx.
-Ah, sí -confesé después de un momento. Vale, varios momentos. Siempre me cuesta reconocerme en ese nombre.
-Tú atendiste a mi hijo ayer -me dijo, señalándome con el dedo.
-¿Qué?-yo no estaba muy fina, la verdad.
-Ponía tu nombre en el ticket. Xxx. Aquella -señaló a otra cajera, de la que me vengaré en su oportuno momento- me ha dicho que eres tú.
-Ah, sí -repetí. Me tenía acojonada, la vieja. Para ser cliente nuestra, parecía muy lista.
-Ayer mandé a mi hijo a comprar un litro de leche y un paquete de pan de molde. Yo le había dado cinco euros. En el ticket ponía que usted tenía que darle vuelta. Le pedí la vuelta a mi hijo, y él me dijo que la señorita de la tienda no se la había dado.
¡Me estaba acusando de quedarme con la vuelta! Vieja paranoica de m... Perdón: anciana paranoica de mierda...
La tensión se palpaba en el ambiente. A lo lejos el hilo musical informaba de vete tú a saber qué.
-Eh... -dije, para ganar tiempo, pero ella era más lista que yo.
-¿Y bien?
¡Cuanta presión!
-Bueno, es posible que yo me equivocara, y no le diera la vuelta... -le dije, con mi tono de "ni de coña, tía, soy una profesional"-. Pero cuadré mi caja antes de irme, y ni me sobraba ni me faltaba dinero -mentira podrida, por cierto. Me sobraron cinco céntimos, pero debí sonar convincente, porque de pronto la señora puso una cara extraña. Como si después de pasar doce años sospechando de tu hamster (o rata) descubrieras de pronto que es un asesino en serie.
-Mi hijo debió quedarse la vuelta -dijo-. Ya me lo imaginaba yo.
La vi tan apenadilla, la pobre, que pensé decir algo mínimamente amable, incluso a pesar de que a esas alturas la odiaba profundamente.
-Mujer, los niños, ya se sabe.
No es una gran frase, la verdad. La cara que puso la tía.
-Mi hijo tiene 45 años.
Lo juro. El delincuente juvenil era más viejo que mis padres. Ahora me tocaba a mí poner cara.
-Je, je-je-je, je -se me escapó. Es mi risa de "oh-dios-mio-y-ahora-yo-que-digo".
La señora me dio las gracias y se fue, muy digna.
Espero que le eche al hijo la bronca de su vida.
09 agosto 2005
Conclusiones
Estoy afónica. No sé si es por el resfriado o por haber pasado toda la tarde de ayer encaramada a los patines y berreando "no quiero morir, no quiero morir" a voz en cuello mientras me abrazaba a una farola con la más extrema de las desesperaciones.
Por supuesto, ningún dolor de garganta podía haberme impedido volver hoy al Retiro, aunque esta vez he tenido que berrear en silencio, por el dolor de garganta. Lo de no hablar me ha dejado un montón de espacio mental disponible, lo que a su vez me ha permitido observar lo que estaba haciendo (es una técnica que he aprendido del capitán Olimar) y llegar a las siguientes conclusiones:
-Las bufas no son airbags.
-Cruzar los brazos y gritar "escudo para siempre" no evita el trompazo.
-Frenar contra un banco no es buena idea, aunque siempre es mejor que frenar contra un peatón, sobre todo si es un peatón más grande y más fuerte que tú.
-Todas las partes del cuerpo deberían moverse, como mínimo, a la misma velocidad.
-El pie derecho nunca debe estar a más de cinco metros del izquierdo.
-Siempre es mejor aterrizar con el culo que con la cara.
-El secreto está en mantener el equilibrio y avanzar.
En teoría, sabiendo esto, nada puede fallar. Pero fallaba. Mientras veía al resto de los patinadores deslizarse suavemente por el mismo cemento por el que yo me arrastraba, me preguntaba por qué.
Por suerte, una chica ha acudido en nuestra ayuda (sí, hoy también he liado a mi hermano), y nos ha dado un montón de consejos útiles y una dirección web y todo. A partir de ahí hemos empezado a deslizarnos de verdad, a lo largo de tramos de diez o doce centímetros. Y sin apenas dolor. Es una suerte que hayamos topado con alguien así, porque el resto de la concurrencia se limitaba a evitar acercarse a nosotros con todas sus fuerzas. Y no les culpo. Yo también deseaba estar lejos de mí la mayor parte del tiempo. O al menos, lejos del suelo.
Por supuesto, ningún dolor de garganta podía haberme impedido volver hoy al Retiro, aunque esta vez he tenido que berrear en silencio, por el dolor de garganta. Lo de no hablar me ha dejado un montón de espacio mental disponible, lo que a su vez me ha permitido observar lo que estaba haciendo (es una técnica que he aprendido del capitán Olimar) y llegar a las siguientes conclusiones:
-Las bufas no son airbags.
-Cruzar los brazos y gritar "escudo para siempre" no evita el trompazo.
-Frenar contra un banco no es buena idea, aunque siempre es mejor que frenar contra un peatón, sobre todo si es un peatón más grande y más fuerte que tú.
-Todas las partes del cuerpo deberían moverse, como mínimo, a la misma velocidad.
-El pie derecho nunca debe estar a más de cinco metros del izquierdo.
-Siempre es mejor aterrizar con el culo que con la cara.
-El secreto está en mantener el equilibrio y avanzar.
En teoría, sabiendo esto, nada puede fallar. Pero fallaba. Mientras veía al resto de los patinadores deslizarse suavemente por el mismo cemento por el que yo me arrastraba, me preguntaba por qué.
Por suerte, una chica ha acudido en nuestra ayuda (sí, hoy también he liado a mi hermano), y nos ha dado un montón de consejos útiles y una dirección web y todo. A partir de ahí hemos empezado a deslizarnos de verdad, a lo largo de tramos de diez o doce centímetros. Y sin apenas dolor. Es una suerte que hayamos topado con alguien así, porque el resto de la concurrencia se limitaba a evitar acercarse a nosotros con todas sus fuerzas. Y no les culpo. Yo también deseaba estar lejos de mí la mayor parte del tiempo. O al menos, lejos del suelo.
08 agosto 2005
Rodando hacia el dolor
No sé en que momento se me ocurrió la gran idea de aprender a patinar, pero, a diferencia de los demás seres humanos, no surgió cuando tenía seis años, sino a los veinticuatro, que ya me vale, ya. Esta misma tarde, a la salida del trabajo, he ido a comprarme los patines, unos patines fabulosos, en línea.
Me dada un poco de vergüenza, así que he tomado aire, me he plantado delante del dependiente, y le he soltado del tirón:
-Hola, quiero unos patines lo más barato posible, porque sólo los voy a usar una vez; seguro que no vivo lo suficiente para una segunda.
-¿No sabes patinar? -me ha preguntado, muy amable, el chaval, y yo he negado con la cabeza-. No te preocupes: es como esquiar.
Qué bien, he pensado. Tampoco sé esquiar.
Diez minutos después tenía una caja enorme, que he paseado por medio Madrid, con el calor que hace. Me ha costado un güevo pasarla por los tornos del metro, y otro güevo más bajar con ella por las escaleras, porque además hoy he recogido las gafas nuevas (con nueva graduación), y el cálculo de las distancias me costaba un poco más de lo habitual.
Al fin he llegado a casa, y he conseguido meter los patines en una mochila. Incluso mi hermano, con su 43-44, lo ha conseguido. Y luego, al Retiro. Tenemos un patinódromo a cien metros, en el parque de la Arganzuela, pero no queríamos encontrarnos a nadie que nos pudiera reconocer, y además está todo en obras.
El Retiro estaba desierto, por suerte para nuesta dignidad; sólo una pareja dándose el lote.
Tanto mejor. Ni mi hermano ni yo sabemos patinar. En serio.
Así que hemos llegado, nos hemos puesto los patines y hemos intentado levantarnos.
Lo siguiente que recuerdo es que mi hermano gateaba panza arriba en el suelo mientras yo me abrazaba a una farola. Algo fallaba, aunque no sabíamos qué. Miré alrededor (buscando algo más a lo que agarrarme, por si la farola no era suficiente); la pareja había decidido que mirarnos era más interesante que darse el lote. Desde luego hay gente que no tiene claras sus prioridades.
Luego, mejoramos. Es cierto que a peor no podíamos ir.
Mi hermano se desplaza con bastante velocidad, aleteando de vez en cuando.
Yo he dejado las farolas: ahora me aferro a mi novio. Él no lo admite, pero se lo está pasando en grande, el muy malvado, con eso de ser imprescindible para mi verticalidad.
Hemos seguido practicando cerca de hora y media. Me duele todo el cuerpo. pero no voy a rendirme. Los jedi no se rinden.
Mañana más.
Y con un poco de suerte conseguiré que mi culo y mi cabeza lleven la misma dirección.
Me dada un poco de vergüenza, así que he tomado aire, me he plantado delante del dependiente, y le he soltado del tirón:
-Hola, quiero unos patines lo más barato posible, porque sólo los voy a usar una vez; seguro que no vivo lo suficiente para una segunda.
-¿No sabes patinar? -me ha preguntado, muy amable, el chaval, y yo he negado con la cabeza-. No te preocupes: es como esquiar.
Qué bien, he pensado. Tampoco sé esquiar.
Diez minutos después tenía una caja enorme, que he paseado por medio Madrid, con el calor que hace. Me ha costado un güevo pasarla por los tornos del metro, y otro güevo más bajar con ella por las escaleras, porque además hoy he recogido las gafas nuevas (con nueva graduación), y el cálculo de las distancias me costaba un poco más de lo habitual.
Al fin he llegado a casa, y he conseguido meter los patines en una mochila. Incluso mi hermano, con su 43-44, lo ha conseguido. Y luego, al Retiro. Tenemos un patinódromo a cien metros, en el parque de la Arganzuela, pero no queríamos encontrarnos a nadie que nos pudiera reconocer, y además está todo en obras.
El Retiro estaba desierto, por suerte para nuesta dignidad; sólo una pareja dándose el lote.
Tanto mejor. Ni mi hermano ni yo sabemos patinar. En serio.
Así que hemos llegado, nos hemos puesto los patines y hemos intentado levantarnos.
Lo siguiente que recuerdo es que mi hermano gateaba panza arriba en el suelo mientras yo me abrazaba a una farola. Algo fallaba, aunque no sabíamos qué. Miré alrededor (buscando algo más a lo que agarrarme, por si la farola no era suficiente); la pareja había decidido que mirarnos era más interesante que darse el lote. Desde luego hay gente que no tiene claras sus prioridades.
Luego, mejoramos. Es cierto que a peor no podíamos ir.
Mi hermano se desplaza con bastante velocidad, aleteando de vez en cuando.
Yo he dejado las farolas: ahora me aferro a mi novio. Él no lo admite, pero se lo está pasando en grande, el muy malvado, con eso de ser imprescindible para mi verticalidad.
Hemos seguido practicando cerca de hora y media. Me duele todo el cuerpo. pero no voy a rendirme. Los jedi no se rinden.
Mañana más.
Y con un poco de suerte conseguiré que mi culo y mi cabeza lleven la misma dirección.
07 agosto 2005
An excess of Phlegm
Este iba a ser mi fin de semana libre.
Mi único fin de semana libre en meses, poooooorque en mi trabajo es bastante dificil librar dos días seguidos, poooooorque tengo un contrato-de-lunes-a-sábado-y-todos-los-domingos-y-festivos-que-abrimos-el-supermercado-si-hace-falta, gracias por preguntar.
Lo único bueno que tiene trabajar los-domingos-y-festivos-que-abrimos es que
a) te pagan más (la barbaridad de 12 euros más, no sé que voy a hacer con ellos)
y
b) luego te tienen que dar un día libre, que puedes coger cuando más te convenga, si da la casualidad que también conviene a la empresa.
Este fin de semana nos convenía a todos. El super-m abría el domingo, pero no me tocaba trabajar, así que me pedí el sábado, y me lo dieron, y yo estaba feliz como una lombriz porque me iba a pasar de fin de semana fuera con mi novio y su familia, a bañarnos en la laguna, y de fiesta, y a dormir juntos (mi novio y yo, no su familia y yo) en una cama estrecha, y despertar a la mañana siguiente con dolor en músculos que no sabíamos que existían.
Pues no.
El viernes por la tarde me empezó a doler la cabeza, y me pareció normal, porque estaba trabajando.
El viernes por la noche empecé a alucinar. Alucinar de verdad. Reconocí la sensación porque no era la primera vez: veía cosas que no estaban ahí, me sentía feliz e ingrávida, y las paredes me hablaban. Desperté en el pasillo chupándome un pie, el izquierdo. Sé que era el mío porque reconocí el sabor de la otra vez. También puedo chuparme un pezón, pero eso es otra historia.
Así que en lugar de irme a un bucólico fin de semana me quedé en casa, mientras mi novio se iba derecho al campo, a una fiesta llena de chicas. Mis padres se fueron a su propio fin de semana bucólico, mis hermanos trabajaban, y mi gato tenía demasiado calor para hacerme caso, y el fin de semana se presentaba largo y aburrido como "El paciente inglés: versión extendida" comentada por el director, todo el reparto y la asociación de lemings unidos.
Al final no ha ido tan mal. Todo el fin de semana en pijama, durmiendo cuando me apetecía, comiendo cuando me daba la gana (guarrerías, en su mayor parte, las lorzas exigen un mantenimiento muy cuidadoso), jugando al pikmin y controlando el mando a distancia de la tele. Todavía se me escapan las lágrimas cuando lo pienso.
Por respeto al resto de los seres humanos me he duchado, pero no me he lavado el pelo. La leche: dos días sin lavarme el pelo. Es probable que mañana atasque la ducha. Ahora que lo pienso, es probable que mañana necesite disolvente para despegarme la almohada de la cabeza.
Mi único fin de semana libre en meses, poooooorque en mi trabajo es bastante dificil librar dos días seguidos, poooooorque tengo un contrato-de-lunes-a-sábado-y-todos-los-domingos-y-festivos-que-abrimos-el-supermercado-si-hace-falta, gracias por preguntar.
Lo único bueno que tiene trabajar los-domingos-y-festivos-que-abrimos es que
a) te pagan más (la barbaridad de 12 euros más, no sé que voy a hacer con ellos)
y
b) luego te tienen que dar un día libre, que puedes coger cuando más te convenga, si da la casualidad que también conviene a la empresa.
Este fin de semana nos convenía a todos. El super-m abría el domingo, pero no me tocaba trabajar, así que me pedí el sábado, y me lo dieron, y yo estaba feliz como una lombriz porque me iba a pasar de fin de semana fuera con mi novio y su familia, a bañarnos en la laguna, y de fiesta, y a dormir juntos (mi novio y yo, no su familia y yo) en una cama estrecha, y despertar a la mañana siguiente con dolor en músculos que no sabíamos que existían.
Pues no.
El viernes por la tarde me empezó a doler la cabeza, y me pareció normal, porque estaba trabajando.
El viernes por la noche empecé a alucinar. Alucinar de verdad. Reconocí la sensación porque no era la primera vez: veía cosas que no estaban ahí, me sentía feliz e ingrávida, y las paredes me hablaban. Desperté en el pasillo chupándome un pie, el izquierdo. Sé que era el mío porque reconocí el sabor de la otra vez. También puedo chuparme un pezón, pero eso es otra historia.
Así que en lugar de irme a un bucólico fin de semana me quedé en casa, mientras mi novio se iba derecho al campo, a una fiesta llena de chicas. Mis padres se fueron a su propio fin de semana bucólico, mis hermanos trabajaban, y mi gato tenía demasiado calor para hacerme caso, y el fin de semana se presentaba largo y aburrido como "El paciente inglés: versión extendida" comentada por el director, todo el reparto y la asociación de lemings unidos.
Al final no ha ido tan mal. Todo el fin de semana en pijama, durmiendo cuando me apetecía, comiendo cuando me daba la gana (guarrerías, en su mayor parte, las lorzas exigen un mantenimiento muy cuidadoso), jugando al pikmin y controlando el mando a distancia de la tele. Todavía se me escapan las lágrimas cuando lo pienso.
Por respeto al resto de los seres humanos me he duchado, pero no me he lavado el pelo. La leche: dos días sin lavarme el pelo. Es probable que mañana atasque la ducha. Ahora que lo pienso, es probable que mañana necesite disolvente para despegarme la almohada de la cabeza.
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