Tenía que haber salido a las 13:50 y había recibido un correo diciendo que saldría con cuarenta minutos de retraso, así que a las 14:00 intenté pasar el control de equipaje.
En el control de equipaje me dijeron que era demasiado pronto.
-Pero cómo que demasiado pronto, si el tren sale en media hora.
-En media hora dice, jajaja.
-Pero...
-Anda, pasa, jajaja, media hora.
Aunque yo soy de naturaleza dulce y confiada, aquello me hizo desconfiar. Que en los paneles todavía no apareciera anunciado mi tren, también. Pero lo que de verdad terminó de escamarme fue que unas azafatas estuvieran intentando ordenar a los cienes y cienes de personas que estaban esperando sus respectivos trenes.
La temperatura de la estación rondaba por entonces los 800 grados, con un 100.000% de humedad relativa, y a los genios de la organización se les ocurrió colocarnos en una fila. Luego hizo falta otra fila paralela. Y luego otra. Y luego, otra.
-¿Hace falta que esperemos aquí? -le pregunté a una de las azafatas.
-Sí, porque así estáis preparados para subir en cuanto llegue el tren.
-¿Y eso cuando va a ser?
-¡BOMBA DE HUMO!
Así que allí estábamos, unas chorromil personas de pie, recociéndonos en nuestros propios jugos, mirando con querencia los bancos vacíos, el baño y la cafetería (cerrada, por cierto), todo lejos de nuestro alcance.
A medida que pasaba el tiempo, nos empezamos a sentar en el suelo, pero cada vez que lo hacíamos nos decían que nos levantáramos, que el tren estaba a punto de llegar y teníamos que bajar. Pero el tren no llegaba, y nos volvíamos a sentar, y nos volvían a decir que no, y así una otra vez, que aparte de empezar a cantar "me pongo de pie, me pongo de pie" entre dientes, al día siguiente tenía los glúteos como piedras.
Cuando llevábamos unas dos horas así, por megafonía anunciaron que por fin podíamos bajar. La gente empezó a aplaudir pero poco porque no sabíamos exactamente cuánto tiempo teníamos para subirnos al tren, así que fue un aplauso pero en carga. Y entonces, como era de esperar porque esa estación está mal diseñada y de esa burra no me bajo, se formó tremendísimo tapón. Y, cuando el tapón se deshizo y por fin llegamos al andén, lo que nos encontramos no fue nuestro tren. Y, cuando las azafatas empezaron a gritarnos que nuestro tres estaba más adelante, empezamos a correr otras vez.
La parte buena es que cuando por fin me senté en mi sitio ya había quemado/sudado la hamburguesa (y la mostaza) y tenía una sed que me hubiera lamido el sobaco por mojarme un poco la lengua aunque fuera.
-¿Dónde está la cafetería? -pregunté a otra azafata.
-Unos treinta o cuarenta vagones más para allá.
-Ay, señor.
-Pero está cerrada.
-¿Por qué?
-Porque no abre hasta quince minutos después de la hora de salida.
-¡Pero la hora de salida fue hace más de dos horas! -intenté decir. Pero como tenía la lengua súper seca. lo que dije fue algo así como "zezo za zoza ze zaziza zue zaze zaz ze zoz zozaaaaas!".
-Lo siento, tendrá que esperar.
-Ay.
"Aprovecha y descansa", me dijo entonces ZaraJota por mensaje.
Y pensé: pues tiene razón.
Que para intentar beber agua del inodoro siempre hay tiempo.
Entonces fue cuando llegó la familia japonesa. Bueno, la verdad es que no sé si eran japoneses y además hablaban un inglés como de Dowton Abbey, pero tenían como todas las ondas de japoneses guays. Hasta que descubrí que tenían que compartir una mesa con ellos. Y que debajo de la mesa habían puesto sus maletas.
En su defensa debo decir que no había otro sitio para meter las maletas. En la mía, que yo tampoco tenía otro sitio para meter mis piernas. Estaba ahí haciendo el pequeño saltamontes pero en versión sentada, que a lo mejor por eso también al día siguiente tenía los glúteos como para partir nueces con la hucha.
Acababa de colocarme cuando avisaron por megafonía de que la cafetería ya estaba abierta y me dispuse a ir a por agua, lo que pasa es que en vez de eso volví con leche, en concreto la que me di porque estos trenes tienen los asientos como en escalón y claramente yo no me había dado cuenta porque después de saltar grácilmente sobre la noponsesa de mi lado me di tremenda toña contra los asientos del otro lado del pasillo.
-Ay...
Los noponsesa se lanzaron sobre mí para ponerme en pie y preguntarme si estaba bien mientras yo les decía que sí, que sí, porque ante todo dignidad. Luego me arrastré hasta la cafetería, mucho rato. Porque estaba muy lejos. Para cuando llegué allí había cola porque al parecer durante las dos horas que habíamos pasado esperando todos habíamos sentido crecer las mismas necesidades.
Y luego encima no me pude beber el agua, porque se me estaba hinchando la muñeca y una tiene prioridades, como, por ejemplo, usar la botella fría para rebajar el dolor. Que era la mano de sostener el móvil y eso.
Volví a mi coche y pasé se nuevo sobre la noponsesa, que estaba totalmente dormida y le sentó regular que la despertara.
-¿Quieres que te cambie el sitio? -me preguntó la noponsesa de delante en un inglés que habría humillado a lady Mary.
-No, no, es la última vez que os molesto, perdona.
Y entonces el tren se paró.
-Por razones técnicas, nos vemos obligados a realizar una parada -dijeron por megafonía.
Y el tren siguió parado.
Rato.
Y rato.
Y rato.
Se me acabó el agua.
Y rato.
Y más rato.
Empecé a tener ganas de ir al baño.
Y más rato.
Y mucho más rato.
No podía aguantarme.
A mi lado, la noponsesa estaba totalmente dormida.
Además, le había prometido que no me iba a mover más.
Pero el tren seguía parado y yo tenía las piernas encogidas, presionando sobre mi vejiga y...
-Perdona, ¿me dejas pasara vez?
Los noponseses murmuraron algo entre ellos. No lo entendí pero seguro que era algo así como que conmigo Doraemon tenía curro para un rato.
Fui al baño y volví ("perdona, necesito pasar otra vez, lo siento, ahora sí que es la última, te lo juro") y me senté de nuevo en mi asiento.
Entonces pensé en ver una serie pero al móvil solo le quedaba algo así como el 15% de batería.
¿CÓMO?
Bueno, lo había puesto a cargar por la noche, y desde entonces llevaba horas dándole a twitter, a whatsapp y a las fotos así que... Empecé a revolverme en mi asiento, buscando el enchufe.
Llevo muchos trenes (y autobuses) a mis espaldas, y ya soy una experta en localizar enchufes: bajo los brazos, entre los asientos, bajo los asientos, en la pared... pero aquella vez, por más que me revolvía, no daba con el enchufe por ninguna parte.
La noponsesa de delante me vio revolverme como si me estuviera dando un mal y suspiró:
-¿Te ocurre algo?
-Nada, que no encuentro el enchufe.
-Este tren solo tiene enchufes en los pasillos -me dijo la noponesa de delante con una sonrisa. Una sonrisa AMENAZADORA. Una sonrisa que decía "¿has visto Ringu, hija de la gran fruta? pues como vuelvas a despertar a mi amiga lo de Ringu te va a parecer una película de la Patrulla Canina".
Y yo sonreí y asentí y durante el resto del viaje me concentré en existir lo menos posible.
Cuando llegué a Madrid no me sentía las piernas, me dolía el culo y un brazo y, sobre todo, estaba cansada como si hubiera hecho el camino andando.
-¿No has podido dormir? -me preguntó ZaraJota.
-Nooo...
-Bueno, al menos habrás podido ver una película.
Bueeeno...
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