Vosotros no lo sabéis porque apenas lo he dicho, pero me estoy haciendo el
láser en el chichi. Bueno, ya cada vez menos, porque por lo que sea, cuando achicharras un pelo tres o cuatro cinco veces con un láser como que se le van quitando las ganas de salir. Así que ahora solo voy a lo que llamar "recordatorio", que básicamente consiste en soltarte media docena de chispazos para recordarle a los pelos quién manda ahí.
Por si se les había olvidado.
A mí casi se me había olvidado, porque cuando me dieron las braguitas de celulosa que te dan para salvaguardar lo poco que queda de tu dignidad no sabía ni como ponérmelas.
Con todo, el achicharramiento genital fue debidamente realizado y salí de allí echando humo (literal y metafóricamente), porque los niños me habían estado esperando en la sala de espera, que es una cosa que también relaja mucho cuando alguien se va a acercar a tu piticlín con un pinchito láser.
Salimos los tres a toda leche porque teníamos un montón de recados por hacer.
El problema fue que, ¿cómo decirlo? En cuanto empecé a andar empezó a picarme muchísimo lo que viene siendo la hucha. Pero un montón.
No entendía nada, porque el láser no se había acercado a esa zona para nada, pero como otras veces sí a lo mejor estaba picando así como por costumbre, no sé. Bueno, daba igual porque no tenía tiempo para eso.
Hicimos varios trasbordos, fuimos y vinimos, cargamos cosas de un lado para el otro, y cada vez me picaba más.
Pensé que a lo mejor volvía a tener lombrices. Otra vez. No era momento de ponerme a buscar criaturas fantásticas, así que seguí con mis recados y mis niños para arriba y para abajo y cada vez más picores en lo que viene siendo la zona ojetil y luego en lo que viene siendo la zona chichil, que tenía totalmente on fire. La verdad es que estábamos como a 45º y todo estaba bastante on fire. Pero mi chichi más.
Se podía freír un huevo ahí. No sería muy higiénico, eso sí.
A lo mejor volvía a tener piedras en el riñón; a lo mejor estaba echando arenilla otra vez.
Estaba deseando llegar a casa.
Cada vez tenía más picores y me estaba empezando a obsesionar un poco. Un mucho,
No podían ser lombrices porque solo salen de noche (la maternidad es una fuente sin fin de conocimientos asquerosos). No parecían piedras porque me picaba por fuera, no por dentro.
Tenía que ser algo relacionado con el láser. ¿Y si me había sentado mal?
¿Y si había reaccionado con alguna crema o alguna medicación o algo que hubiera comido?
¿Y si mi chichi se me estaba cayendo a trozos? ¡Con lo bonito que lo tenía!
Llegué a casa en pleno estado de pánico, dispuesta a mirarme con un espejito.
Pero lo primero es lo primero: hacer un pis.
Que aguantárselo es muy malo.
Pero al ir a hacer pis resultó que no salía.
Pero en plan... nada.
O sea, yo lo notaba salir, pero no caía.
Aquello ya me llevó directamente por la senda de la locura.
Era el láser. Tenía que ser el láser.
De alguna forma, en vez de depilación me había hecho una cirugía y me había dejado el chichi liso como el de una Barbie.
Tenía que haber sido el laser.
Era la única explicación.
Mi primer impulso fue enseñárselo a ZaraJota.
O sea, prioridades.
Foto no le iba a hacer porque me conozco y seguro que acababa haciendo un "enviar a todos", pero enseñárselo a ZaraJota y echarnos unas risas: SIN DUDA.
Así como por costumbre cogí un poco de papel higiénico y fue a limpiarme.
Jo, si es que hasta el tacto era diferente.
Como de celulosa...
como el de las braguitas que me habían dado en la clínica para el láser...
que no me había quitado antes de ponerme las mías y se me estaban clavando por todas partes.
Ya sabía yo que la culpa de todo la tenía el láser.
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