Quiero empezar el año con buenas noticias: la aspiradora apareció.
Entonces resultó que el enchufe era raruno y tuvimos que buscar un adaptador, pero esa es otra historia y tendrá que ser contada en otra ocasión.
Probablemente nunca.
Es que luego se me olvida.
Lo importante de esta semana ha sido la cabalgata de reyes, en la que hemos vuelto a participar después del parón del Año que no Existió.
No voy a entrar en la polémica sobre si se tendrían que haber prohibido o no: los bares están abiertos sin límite de aforo y las aceras están tomadas por sus mesas, en las que no es necesario ni llevar mascarilla ni mantener la distancia.
"Pero es que los bares dan dinero".
La cabalgata también. Cada carroza recibe 1000 € para decoración. Un dinerito que se gasta en el barrio, en luces, bridas, purpurina, bridas, telas y bridas. A veces también se compran bridas. 1000 € por carroza son muchos cafés, y además todos los implicados llevan mascarilla todo el tiempo.
¿Lo de que se compran bridas lo he dicho ya? Es que son maravillosas, valen para todo.
El caso es que nos dan el camión, lo decoramos (mayormente con bridas) y el día de la cabalgata nos plantamos con toda la ilusión en el tradicional descampado que sirve de aparcamiento, zona de montaje y secadero de jamones, porque no sabéis el frío que hace ahí.
Lo primero que notamos es que había muchísimas cajas de caramelos. Pero muchísimas. O sea, que yo ya tengo experiencia y calculo a ojo.
-Como en la cabalgata del centro no van a tirar caramelos por el covid, los han repartido entre los barrios.
-Porque en los barrios no hay covid, claro.
-Sí que hay covid -me dijo un señor, muy serio-. Lo que no hay es ricos.
A mí me parecía que, en teoría, lo de darnos los caramelos del centro era ser un poco cabrón, pero en la práctica teníamos más caramelos que nunca (y más grandes, que no veas cómo se notaba los que eran para nosotros desde el principio y los que venían de segunda mano, por así decirlo) y no nos íbamos a quejar.
Entonces más o menos fue cuando empezó a llover.
Bueno, no a llover, a diluviar. Diluviar nivel los camiones aparcados se bamboleaban bajo las oleadas de lluvia, las decoraciones salieron volando y los niños se pegaron a sus papás como si la vida les fuera en ello.
-Jajaja, cómo se van a poner los que van en el cordón de seguridad -le dije a ZaraJota.
-Tú vas en el cordón de seguridad.
-¿QUÉ?
-Nos ha fallado uno, tienes que bajar tú.
Que conste en acta que a mí me gusta ir en el cordón, porque cuando vas en el camión ves la cara de felicidad de los niños de la calle, pero cuando vas en la calle ves la cara de felicidad de tus hijos en el camión. Lo que pasa es que no iba lo que se dice preparada.
-Estos zapatos se escurren con la lluvia -le dije.
-Mira qué bien, puedes deslizarte hasta que lleguemos.
Visto que ZaraJota no se apiadaba de mi sufrimiento, me dispuse a bajar. Pero entonces apareció alguien de la organización.
-Debido al covid, este año no se podrán lanzar caramelos.
-¿Qué? Pero se los llevarán entonces, ¿no?
Más que nada porque no puedes encerrar a 50 niños en un camión con 150 kilos de caramelos y decirles que no los toquen.
-No.
-¡Pero los niños querrán lanzarlos!
-Bueno, lo que pueden hacer es que se los pueden pasar a los del cordón y los del cordón los van repartiendo a los niños de la calle.
-Pero...
-Es por motivos de seguridad.
Y se fue.
Así fue como acabamos caminando bajo el diluvio universal, peligrosamente cerca de las ruedas, mientras nuestros hijos sacaban medio cuerpo fuera de un camión en marcha para pasarnos los caramelos uno a uno y que se los entregáramos en mano a la gente de la calle.
Y la gente de la calle, que llevaba paraguas pero sólo para ponerlos al revés y cazar más caramelos, no acababa de sentirse satisfecha con el sistema.
Aparte de que, si el objetivo de todo aquello era evitar aglomeraciones, tener a una persona con un puñado de caramelitos en la mano para repartir no era precisamente la mejor de las ideas, no sé.
Bueno.
El caso es que mientras tanto no paraba de llover, mis zapatos estaban encharcados por dentro, mis guantes pesaban tanto que se me caían y todo lo que no estaba cubierto por el abrigo estaba más mojado que la moqueta del Titanic.
Lo único que me consolaba era que al menos los niños estaban secos, calentitos y pasándolo bien. De vez en cuando miraba hacia el camión y miraba sus caritas sonrientes... hasta que uno de los drapeados que tan artísticamente habíamos colocado no pudo aguantar el peso del agua que llevaba y les reventó justo encima.
Entonces la carita de felicidad se transformó rápidamente en una carita de hipotermia severa. Y mojada.
-¿No has traído ropa de cambio? -me gritó una de las mamás desde lo alto del camión.
-NOOO -le grité yo desde abajo.
Y si la hubiera traído estaría en mi mochila, que en esos momentos tenía como diez centímetros de agua en su interior.
Las mamás del camión envolvieron a los niños en bufandas, entre ellas la mía, pero los niños seguían azuleando por momentos.
Así que sin parar de corretear a un lado del camión me quité la mochila, se la pasé a ZaraJota, me quité el abrigo, me acerqué al camión, empecé a dar saltitos porque no llegaba, Nena-chan sacó medio cuerpo por encima de la barrera de protección y después de tan sólo media docena de intentos, sin perder en ningún momento el ritmo del camión, la niña consiguió coger el abrigo.
-Póntelo -le dije.
-No quiero.
-QUE TE PONGAS EL P*T* ABRIGO LA MADRE QUE TE PARIÓ.
-Vale.
Para entonces yo había entrado misteriosamente en calor y no echaba en falta el abrigo.
Y ese fue el momento en que el camión decidió pararse, claro.
Os voy a decir una cosa que seguramente os sorprenda, pero estar totalmente sudada en mitad de la calle, en una noche de enero, sin abrigo y con la ropa empapada no es lo que se dice recomendable. Y eso que llevaba un jersey monísimo. Empapado, pero monísimo.
Para cuando acabó la cabalgata, tenía agua encima como para irrigar el Sáhara simplemente haciendo la croqueta por las dunas. Y el agua estaba fría. Y yo también.
Me llevé a los niños a casa corriendo, nos cambiamos de ropa y pusimos la calefacción a tope.
Creo que justo a tiempo, porque al día siguiente estaban como nuevos.
Yo un poco menos.
Me dolía todo y tenía frío. Emanaba frío. Y estaba muy cansada.
-¿Crees que será covid? -le pregunté a ZaraJota.
-Depende. ¿Estuviste tirando caramelos?
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