El amor está muy bien, pero el wifi es el wifi.
Mi padre llegó al pueblo con mi madre, la Tita del Puerto, Hermano Mediano, Hermano Pequeño y la rana croando debajo del agua.
Y el router inalámbrico.
-La contraseña está dentro -me dijo, dándome el cacharrito-, pero como no hay dios que lo abra te la apunto aquí.
-Sí, sí -le dije, sin escuchar realmente porque estaba muy ocupada acariciando el router.
Además, en ese momento la situación era totalmente caótica porque las casas en el pueblo tienden a ser muy estrechas y a crecer acumulando pisos hacia arriba, verigracia:
Esta NO es la casa de mi abuela,
por favor no llaméis al timbre preguntando por "Lorza"
que lo mismo se lo toman a mal.
Y allí se habían dejado caer de pronto cinco personas, más las cuatro que ya había, con todo su equipaje, y de pronto había gente, maletas, bolsas, gafas de sol y botas de trekking por todas partes, y ni un solo centímetro libre para hacer cosas tan locas como moverse de un lado para el otro, así que me puse a recoger cosas, esta maleta al dormitorio, este bolso al perchero, ese papelito con unos números misteriosos a la basura y todo así.
Tuvimos un día de locura total, y por la noche, cuando me tumbé en la cama, me di cuenta de que no había tenido ni un minuto para conectarme al dichoso wifi.
Entonces agarré el móvil y me dije, allá vamos.
Le di a conectar y me pidió la contraseña y entonces me di cuenta de que no tenía la contraseña.
-M**rd*****.
Recordaba vagamente que mi padre la había apuntado en alguna parte, pero ¿dónde?
Me levanté y de puntillas empecé a recorrer las habitaciones buscando un papel o algo donde mi padre pudiera haber anotado la contraseña, pero no había nada porque como ya os he dicho el desorden me pone muy nerviosa y me había dedicado a ir poniendo todo en su sitio: esta maleta al dormitorio, este bolso al perchero, ese papelito con unos números misteriosos a la basu...
M**RD*.
Bajé a la cocina y miré dentro del cubo de la basura. El sobre misterioso asomaba por debajo de una cosa viscosa de color naranja fosforito que deduje procedía de una lata de mejillones.
M**rd*.
Pensé en cogerlo pero tengo mis principios y no estaba dispuesta a hurgar en la basura solo para conectarme a internet.
Vale, lo cierto es que saqué el sobre de la basura y los números no se leían bien.
No me juzquéis, llevaba cinco días sin internet, vosotros habríais hecho lo mismo.
Muy bien, Lorz, no pasa nada.
La contraseña está apuntada DENTRO del router.
Solo tengo que abrir el router.
Subí a la salita, que era el último lugar donde se había visto con vida al susodicho.
En la salita había un Hermano Mediano durmiendo en un sofá y un Hermano Pequeño durmiendo en un colchón en el suelo pero ningún router.
M**rd*.
Encendí la luz y empecé a mirar por debajo de la mesa, por debajo del sofá, por debajo de mis hermanos.
-¡LORZ! -me gritó Hermano Mediano, que ahora que sale el tema ya le vale ponerse a gritar, o sea, que en esa casa había gente durmiendo-. ¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES?
-Estoy buscando el router.
-Es que son las dos de la mañana y estamos intentando dormir.
-Ah, pues por mí no paréis, que no me molestáis para nada.
Hermano Mediano me dijo ciertas cosas que no se le deberían decir a una pobre chica inocente como yo y no me quedó más remedio que irme.
Sin el router.
De todas formas, no parecía que estuviera allí.
Bueno, tenía varias opciones.
La primera era volverme a la cama y dormir, pero todo este asunto de no tener internet me había puesto muy nerviosa y no creía que pudiera conciliar el sueño.
La segunda era volverme a Madrid, dónde internet, simplemente, ESTÁ. Pero como no tenía internet no podía mirar los horarios de los autobuses. O sea, podía ir a la parada y mirar los horarios pero tenía que andar como doscientos metros para eso. Impensable.
La tercera era preguntarle a mi padre por la ubicación exacta del router. El problema es que mi padre estaba durmiendo en el sobrao, que da un miedo que no veas.
El sobrao, de día.
No tengo fotos de noche porque de noche no subo ahí ni loca.
Además está el asunto de que el tejado está hecho polvo, pero hecho polvo en plan se ve el cielo, y diréis, qué bonito y qué romántico para dormir debajo de las estrellas. Y yo os diré: MURCIÉLAGOS. COLÁNDOSE POR AHÍ. TODA LA P*T* NOCHE.
El agujero en el tejado.
Y luego está la parte en la que se oyen pisaditas, gañiditos y bufiditos misteriosos.
No tengo foto de la zona que tiene la instalación eléctrica mal
y si le das al interruptor de la luz la bombilla empieza a encenderse y a apagarse sola
hasta que estalla.
O sea, el sobrao de noche es un no-no.
Así que hice de tripas corazón y me volví a la cama. Sin internet. Imaginaos mi lamentable estado. O sea, con esto Dickens te escribe tres novelas.
Bueno, pues a la mañana siguiente le pregunté a mi padre amablemente DÓNDE C*Ñ* ESTABA EL ROUTER.
-Ah -dijo, como si fuera lo más normal del mundo-. Lo llevo siempre en el bolsillo.
Nota mental: ponerme guantes para tocar el router.
-¿Por qué nadie en su sano juicio llevaría siempre el router en el bolsillo?
Dicho sea desde el respeto y sin acritud, ¿vale?
-Pues porque en esta casa las paredes son muy gordas.
Me parece a mí que llevar el router tan cerca le está empezando a afectar el celebro.
Continuará...
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