Por favor, no me juzguéis.
Una tiene sus necesidades y el chocolate solo las cubre hasta cierto punto.
Eran las cuatro de la tarde, los niños estaba jugando tranquilamente en su habitación y se me ocurrió una idea grandiosa, en serio, GRANDIOSA.–Nena-chan –le dije a la nena–, mamá y papá tienen que hablar de una cosa muy importante. Necesito que cuides de Nene-kun un ratito ¿vale?
–Vale.
–Voy a cerrar la puerta de nuestra habitación para que nada nos distraiga, ¿vale?
–Vale.
–¿Podrás cuidar de tu hermano?
–Sí, mamá.
–Muy bien.
Cerré la puerta de su habitación, empujé a ZaraJota hasta nuestra habitación, cerré la puerta y le dije:
–Desnúdate, que vamos a jugar al parchís ahora mismo.
Es que soy una romántica.
–¿Ahora?
–Ahora que están tranquilos y rápido, que no sé cuánto aguantarán.
Nos pusimos a jugar al parchís alegremente, sin preliminares ni nada porque para previo el tiempo que habíamos pasado sin jugar. Y cuando estábamos en lo mejor oímos a los niños gritar. O llorar. O ambas.
–J*d*r.
–No, j*d*r precisamente no.
ZaraJota fue a solventar la crisis, probablemente algo de gran importancia relacionado con que los dos niños querían el mismo pinipon de los ochocientos pinipones que tienen, o el mismo libro de los ochocientos libros que tienen, o el mismo lo que sea de los ochocientos lo que sea que tienen... y al rato volvió a nuestra habitación.
–Ya está, se han quedado tranquilos. ¿Por dónde íbamos?
ZaraJota y yo reanudamos la partida con mucho entusiasmo, porque si seres humanos se desanimaran por la falta de preliminares o las interrupciones sin duda la especie se habría extinguido hace tiempo.
Apenas habíamos tenido tiempo de lanzar los dados cuando alguien empezó a aporrear la puerta de nuestra habitación.
–¡¡¡MAMÁ!!! ¡¡¡TENGO MUCHA HAMBREEE!!!
Y yo también, quise contestar, pero en vez de eso me puse en mi papel y contesté:
–¿Y POR QUÉ NO TE HAS TOMADO EL POLLO A LA HORA DE COMER?
–ES QUE NO QUERIBA MÁS
–¡¡¡PUES HABER QUERIBO!!! ¡¡¡AHORA NO SE COME YA HASTA LA MERIENDA!!!
Nene-kun se batió en retirada y, para mi desgracia, ZaraJota también.
–Va a ser mejor que lo dejemos para luego.
–Eso dijimos el mes pasado.
–Es que he perdido la concentración.
Desde luego los hombres de hoy en día es que se desconcentran con cualquier cosita.
–Bueno, esta noche, ¿vale?
–Vale.
Esa noche los astros nos sonrieron. Los niños se durmieron temprano y cada uno en su cama, no nos lo podíamos creer y tuve que pellizcar varias veces a ZaraJota para asegurarme, hasta que me dijo que si tantas tenía de tocar carne que mejor nos poníamos otra vez con el parchís.
Y eso hicimos, a toda velocidad porque si hay que elegir entre preliminares y rematar la faena se remata la faena, que aquí hemos venido a jugar.
En menos de lo que canta un gallo ya estábamos metidísimos en la partida, con "sí, sí, no pares" por aquí y "no, no, no paro" por allá cuando de pronto oí una vocecita en mi oído. MUY cerca de mi oído.
–Mamá, quiero agua.
Siete años de maternidad me han dejado con nervios de acero, así que simplemente me volví hacia la criaturita de dios y le dije, con mi mejor sonrisa:
–Claro que sí, mi amor, ahora te da papá, que mamá ahora tiene ganas de llorar por dentro.
ZaraJota le dio agua, lo acompañó a la cama y se aseguró de que se quedara dormido... no puedo ni afirmar ni negar que hubiera cloroformo de por medio... y volvió al lecho conyugal.
–Echo de menos cómo era el parchís cuando éramos jóvenes –dijo, metiéndose en la cama.
–¡Pero si ha sido exactamente igual que cuando éramos jóvenes!
–¿Sí? ¿En qué parte?
–Bueno... hemos empezado la partida a las cuatro de la tarde, y a las once de la noche todavía no hemos quedado satisfechos.
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