28 junio 2021

Cerdita


La cosa era que teníamos que tirar un colchón viejo. 
Pero viejo, viejo. 
Para que os hagáis una idea, normalmente cuando le decimos a mi abuela que algo está roto o que habría que cambiarlo siempre dice: "Pero si está nuevo". 
Que yo lo entiendo, que cuando tienes 87 años todo lo que no sea la piedra Rosetta te parece recién comprado, pero es que la tele "nueva", por poner un ejemplo, tiene el teletexto en latín, vamos a ver.
Pues el caso es que mis padres le dijeron a la abuela que habían comprado un colchón nuevo y que iban a tirar el viejo y mi abuela dijo que muy bien, que ya le iba haciendo falta, así que el colchón debía de tener más años que el timbre de Atapuerca.
Así que mis padres compraron el colchón nuevo y todo bien, salvo que había que deshacerse del viejo. Y el viejo estaba en el pueblo. Y el pueblo está a doscientos kilómetros. Y, para complicarlo más, el ayuntamiento sólo recoge muebles viejos las noches de los miércoles. Y, como lo fácil nos da urticaria, mi padre trabaja los miércoles. Por la tarde.
Así fue como llegamos al pueblo un miércoles a las diez de la noche porque claro. Y digo "llegamos" porque yo la visión de mis padres bajando el colchón del Cid por la escalerilla de caracol y luego arrastrándolo a oscuras por todo el pueblo no me la quería perder por nada del mundo, así que me apunté. Con los niños. Y ZaraJota también habría ido, pero es que tenía que ir a un concierto de los Hombres G.
Total, que llegamos mis padres, los niños y yo al pueblo así como a las diez de la noche de un miércoles cualquiera a tope con la idea de tirar el colchón, y me dice mi padre: 
-Espera un momento, que voy a preguntar si podemos bajarlo a la calle o no.
Que a mí aquello me dio muy mala espina, porque me da la impresión de que es la típica cosa que uno ya se trae preguntada de casa, no sé. 
Efectivamente, mi padre volvió al rato con cara de circunstancias: 
-Que no podemos tirar el colchón esta noche porque están rodando una película, Cerdita.
-Oye, que tampoco hace falta insultar.
-No, que la película se llama Cerdita. Va del bulling y eso. Le dieron un Goya este año.
-Pues sí que avanza rápido la piratería, que no han terminado de grabarla y ya tiene hasta un Goya. 
-No, no, el premio se lo dieron porque era un corto.
-Ya, el típico "al menos es cortito". 
-Y ahora están haciendo el largo.
-Vale pero, entonces, ¿podemos tirar el colchón o no?
Que no es por nada, pero ya habíamos bajado el dichoso colchón por la dichosa escalera, causando dos víctimas mortales (un cuadro caído y un escalón partido, sí, partido, que mis padres decían que dormían mal porque el colchón era viejo, pero después de ver el escalón empiezo a pensar que era porque el colchón estaba hecho de cemento armado), y sólo de pensar que teníamos que volverlo a subir me entraban unos sudores fríos muy malos.
-Mañana, pero tiene que ser a primera hora, que van a cerrar el centro por el rodaje.
-¿A primera hora cuándo?
-Antes de las ocho. 
Por entonces yo todavía no había visto el corto, pero empezaba a sospechar que a lo mejor la tal Cerdita se merecía todo el bullying que le estuvieran haciendo. Y luego un poco más. Mis padres me debieron notar algo en la cara, porque rápidamente dijeron:
-No te preocupes, lo podemos dejar abajo hasta mañana.
-Menos mal. 
A la mañana siguiente, cuando me levanté, el colchón había desaparecido.
-Ya nos lo hemos llevado -me dijo mi madre muy sonriente-. Nosotros solos.
-¿Cómo?
-Con un patinete.
-¡Pero haberme esperado!
-¡Que lo teníamos que tirar antes de que empezaran a grabar!
Yo no quise decir nada, pero así a ojo y sin saber cómo será la película creo que ganaría mucho con dos viejos empujando un colchón de los años cincuenta subido a un patinete por esas calles de pedruscos y cuestas, pero bueno. Ahí dejo la idea por si todavía no han terminado de grabar y le sacan partido.
-Además, teníamos que sacar el coche de la placita, que van a rodar ahí.
-Pero... ¡por ahí es por donde salimos!
Técnicamente, la calle tiene otra salida. Pero es cuesta arriba, Cerdita, cuesta arriba
-Pues vamos a tener que irnos para Madrid prontito, que si no nos vamos a quedar encerrados, jajaja.
A mí la idea de quedarme encerrada en la casa del pueblo con mis padres, mis hijos y cero internet me causaba una inquietud profunda nivel: la última vez que pasó escribí Villamatojo, esa gran historia de humor. 
-Será mejor que vaya a comprar el pan ya -dije.
Así que a las nueve de la mañana cogí a los dos niños y los arrastré fuera de la casa a comprar pan. Porque yo de ese pueblo no he salido jamás sin queso, pan y lombrices: son las normas, no me las he inventado yo.
Por suerte, la placita estaba todavía desierta, pero la iglesia estaba rodeada de gente bohemia y de mal vivir. 
Bueno, había muchos técnicos de iluminación y sonido y esas cosas y un señor dirigiendo el tráfico y vigilando que los lugareños no se pimplaran el catering, y la iglesia tenía las puertas abiertas de par en par y estaba de bote en bote, que no sabía yo si la habían llenado con extras del rodaje o cotillas del lugar. 
-¿Podemos pasar por aquí, que vamos a comprar el pan? -le pregunté a un joven amable que había por allí.
-Claro, si estáis en silencio.
A ver, Cerdita querida:
Puedo bajar un colchón a altas horas de la noche para nada, puedo madrugar, puedo salir de casa cuesta arriba, puedo cargar con las maletas hasta las afueras porque no se puede aparcar en el centro... pero no me pidas que me calle, que hay sacrificios que no estoy dispuesta a hacer.







Os dejo por aquí el corto y un disclaimer: la piscina suele estar mucho más limpia de lo que se ve aquí.
Y sí, hay que meterse en ella con cangrejeras o similar, que si no te dejas la planta de los pies.