04 octubre 2021

El verano de las contrariedades, 1

 Ha sido el verano del horror. 
Me he quedado tan tocada, que he estado sin pasar por aquí un mes.
No sería la primera vez que pienso en cerrar el blog, pero sí la primera en que ni me acordaba de su existencia. Tenía la cabeza demasiado llena de... cosas. Siempre he tenido que cargar con muchos fantasmas, pero esta vez los monstruos no estaban en mi interior. Quizá nunca lo estuvieron. 
Ahora las piezas empiezan a encajar, por primera vez en mi vida veo las cosas claras y vuelvo a tener ganas de escribir. Incluso tengo ganas de contar todo lo que pasó este verano.
Hace unos días, estaba en la depilación láser (no del ojete, que ese ya lo tengo niquelao) y empecé a contar mis desgracias veraniegas. A reírme de mis desgracias veraniegas. 
Ya está, pensé. Ya estoy lista para volver al blog.

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Estábamos en El Puerto de Santa María, en la casa de la Tita del Puerto, que íbamos vaciando lentamente. 
ZaraJota estaba teletrabajando, los niños se habían bajado al patio comunitario a jugar con sus muy mejores amigos de toda la vida, que acababan de conocer, y yo estaba en la cocina, revisando la despensa antes de irme a la compra. 
Y entonces, así como de soslayo, vi una cosa marrón en el suelo de patio.
Primero pensé que era un ñordo de Jinmu, porque la bandeja de arena de ese piso le queda pequeña y, bueno, las leyes de la física. Luego, algo de ropa que hubiera caído en los pisos de arriba. Y, al final, me di cuenta de que era un pajarito. 
Estaba muy quieto y pensé que estaría muerto. Entre otras cosas porque para llegar donde estaba había que caer desde un cuarto piso dando pollazos entre tendederos, salidas de humos y toldos. Estaba muy quieto y las plumas estaban... raras
Cogí un trapo viejo y fui a por el bichopollo aquel, pero al tocarlo se movió.
-¡Está vivo! ¡Vivo! 
-Estoy harto de decirte -me gritó ZaraJota desde la habitación- que la Thermomix no es un robot, que no viene del espacio exterior y que, desde luego, no intenta controlar tu mente.
-¡No es eso! ¡Hay un bichopollo! 
A ZaraJota el advenimiento del bichopollo no le hizo demasiada gracias. No es exactamente que odie a loa animales: es simplemente que prefiere que no existan a su alrededor. Y entonces ya teníamos un gato y un hámster. Y supongo que hacer el viaje de vuelta a Madrid, que son sólo 700 kilómetros, con dos niños, un gato, un hámster y un bichopollo no le apetecía demasiado, no sé.
Es que es un poco maniático para sus cosas.
-No te lo puedes quedar.
-¡Pues claro que no! 
-Ni comer.
Con los ricos que están los pajaritos fritos. De verdad que cuando ZaraJota se pone es un completo aguafiestas.
-Sólo voy a cuidarlo hasta que se recupere. Porque te vas a recuperar, ¿me oyes?
Metí al bichopollo en una caja de zapatos y le hice un nidito con el trapo viejo. Le puse un cacharro con agua, pero el pobre no se movía, así que le di agua con una cucharilla. Eso le animó un poco. Empezó a piar, pero no emitía sonido. Tenía una cosa rara en los ojos y el pico, y en aquel momento pensé que podía ser una infección aunque, bien pensado, lo más seguro es que fuera el resultado de dar tremendísimo pollazo desde un cuarto piso. 
Tenía que irme a la compra, pero no me atrevía. 
Me preocupaba lo que pudiera hacer Jinmu, aunque esos días de verano el gato estaba... ¿cómo lo diría yo? Ah, sí. Ocupado.

Además, a ZaraJota no se le dan bien los bichos. Ni las personas. Pero especialmente los bichos.
-No te preocupes -me dijo- yo le echo un ojo. 
-NI SE TE OCURRA MORIRTE -le grité al bichopollo antes de irme. 
Me fui al supermercado. No sé si habéis vivido la experiencia supermercado en un pueblo; es muy interesante. Básicamente, las cajeras se comportan como si los clientes estuvieran allí para interrumpirles mientras ellas hablan de sus cosas. Que tampoco es como si interrumpieran la conversación ni nada: los van atendiendo en los silencios para respirar. Los supermercados de pueblo con como vórtices espaciotemporales en los que sabes cuándo entrar pero no cuándo sales.
Al menos hay agua y comida. 
Cuando llevaba allí unas diez o doce horas entré en pánico por el bichopollo y llamé a ZaraJota.
-No te preocupes -me dijo-, está aquí dormidito.
-Dile que ni se le ocurra morirse, que le he comprado alpiste. Y tal y como trabaja esta gente, como para venir a devolverlo. 
-No te preocupes, está bien, dormidito tan tranquilo.
-Vale. 
Cuando volví a casa, con mi paquete de alpiste en la mano, me fui corriendo a la caja del bichopollo.
El bichopollo se había subido a un árbol. Metafóricamente. 
-¡ZaraJota! ¡El bichopollo se ha muerto!
ZaraJota vino a toda prisa a mirar la cajita.
-Está dormido.
-Está panza arriba y con las patas tiesas.
-Bueno, no sé, así es como duerme tu gato, y tu siempre dices que es normal.
A ver, normal, lo que se dice normal, tampoco. 

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A lo mejor estoy preparando una sorpresa aquí : ) 

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