Pensaba que mi madre se resistiría a la idea, pero cuando le dije que me quería quedar con Jinmu le pareció bien. Muy bien. Demasiado bien. Sospechosamente bien, incluso.
De hecho, me puso al gato en brazos y salió corriendo y agitando los bracitos. Desde entonces no la he vuelto a ver, no me responde al teléfono y en su casa me dicen que ya no vive allí.
No sé qué ha podido ocurrir, la verdad.
Bueno, el caso es que me traje el gato a casa.
Al principio todo fue bien. Jinmu es un gato muy cariñoso. Mucho. Muchísimo. Lo tenemos siempre encima de nuestras personas humanas, nuestros papeles, nuestros teclados. Se frota contra nosotros (poca broma con esto, que pesa más que Nene-kun y en una de estas me lo va a aviar) y, si no le estamos haciendo caso, nos mira y ronronea. Sí, él sólo y sin que lo toquen.
Creo que es un poco pasivo agresivo.
El caso es que al principio no nos pareció mal del todo, porque es 2020 y todos estamos muy necesitados de amor. El problema es que a lo largo de los días nos dimos cuenta de una circunstancia:
el gato no estaba haciendo caca.
La comida era la misma que en la casa de mi madre (literalmente la misma, me llevé el saco), así que fuimos probando otras cosas: le cambiamos el arenero, le cambiamos la arena, le cambiamos el cacharro del agua...
Pero nada funcionó. Pasada una semana, el gato seguía sin hacer caca.
Bueno, no realmente.
El gato hacía caca.
Lo que no atinaba era a expulsarla adecuadamente.
Cuando ya llevaba una semana sin expulsar caca, la caca empezó a desbordarse por sí sola.
Lo siento, ya avisé de que esto era un post de cacas.
Como decía, se le desbordaba e iba cayendo en pegotes por donde el gato pasaba que, como he dicho anteriormente, eran nuestras personas humanas, nuestros papeles, nuestros teclados.
También mi almohada y mi ropa limpia.
En fin, no entraré en detalles: me limitaré a decir que pasamos una semana muy entretenida.
Y apestosa.
Pero sobre todo, entretenida.
Además, como era una caca muy densa, se le quedaba pegada al trasero. Nos dimos cuenta porque, de pronto, el gato olía a caca en plan: a todas horas.
-Gato, hueles a pedo -le decía, y me miraba en plan: pues yo no he sido.
Así que empecé a limpiarle el culo con toallitas de bebé, que por suerte es algo que en esta casa tenemos en abundancia.
Lo que pasa es que, por razones que se me escapan, al gato no le gustaba que le agarrara entre mis piernas, le abriera de patas y le aplicara una toallita húmeda y helada en los genitales.
El gato es un poco maniático, si me preguntas mi opinión.
La cosa mejoró un poco cuando empecé a calentar las toallitas entre las manos antes de limpiarle.
Bueno, un poco no. Mejoró mucho. Casi parecía que el gato lo gozaba.
Ahora me siento sucia y no de caca.
Creía que había resuelto el problema cuando el gato empezó a supurar un líquido negro y apestoso por una oreja.
-¡La caca! -le dije a ZaraJota-, ¡se le sale hasta por las orejas!
ZaraJota contempló a Jinmu, que en ese momento supuraba cosas negras y apestosas por el 50% de sus orificios.
-¿No será aquello que te dijo tu madre de los oídos?
A ZaraJota es es que le encanta hacerse como el superior.
-Anda, pues es verdad.
Así que a partir de ese momento, además de recoger pegotes secos de seca por doquier y limpiarle el culo con una toallita húmeda (pero calentita), tenía que ponerle gotas en el oído y después estar pendiente para limpiarle el líquido que supuraba con un pañuelito.
Empezaba a sospechar que mi madre me había tangado y que tendría que haber elegido a cualquier de los otros tres gatos disponibles.
Mis sospechas se confirmaron cuando me madre me llamó, una semana después, desde un teléfono oculto y cifrado de extremo a extremo.
-¿Qué tal con el gato?
-No sé, mamá, no estoy segura de que yo pueda con...
-¡SANTA RITA, RITA...!
Y entonces colgó el teléfono, y ahora nunca sabré cómo acaba la frase.
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Vayamos por partes, tercera parte, ya está disponible en Lektu;
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