31 octubre 2005

La vieja y malvada bruja

Érase una vez que se era una bruja muy muy malvada que vivía en la cabaña más destartalada de lo más profundo del bosque, rodeada de arañas, serpientes y números atrasados de Muy Interesante. Un anochecer la bruja se despertó y, rascándose el trasero, se acercó al hogar para hacerse el desayuno. Encendió el fuego, que de inmediato empezó a desprender un humo verde y maloliente, llenó el caldero de ojos de rana, alas de cuervo y pez y alargó la mano de largas uñas negras para coger el cucharón.
Y el cucharón no estaba.
Su viejo cucharón de hierro, rojo de óxido y encostrado de mugre, su amado cucharón con el que había removido tantos potajes de murciélago, sopas de babosa y gachas amargas, el mismo cucharón con el que acogotaba a las alimañas que se colaban en el armario para roer sus ropas, el viejo y familiar cucharón, simplemente, había desaparecido.
De nada sirvió mirar bajo los muebles, los dos, entre las sábanas amarillas, y bajo el colchón de pelo de rata lleno de bultos, algunos de los cuales, bien orgullosa estaba de ello, aún se movían. El cucharón no aparecía en ninguna parte, ni siquiera en sus bolsillos, ni en las profundidades de su bolso de telaraña, ni en la maraña gris y sucia que era su pelo.
La vieja y malvada bruja se echó a llorar. ¿Qué iba a hacer sin su cucharón? Sin un cucharón no podía remover su caldero, y una bruja, sin su caldero, no es nada, bien lo saben tantas brujas sin puchero que acabaron sus días vencidas por asquerosos niños repelentes de cabellos sonrosados y mejillas rubias. O al revés; la bruja, afortunada ella, no había visto nunca a uno de esos monstruos, y se le ponían los pelos de la verruga de punta sólo de pensar en encontrarse con uno.
Pero si quería seguir removiendo su caldero iba a tener que ir a la aldea más cercana a comprar un cucharón, y la vieja bruja creía recordar que en las aldeas (tocó madera para alejar el miedo) había niños.
Si no fuera por el cucharón...
Decidida a todo la bruja se envolvió en su negra capa picuda y partió rumbo a la aldea. Tardó varias horas, porque tuvo que dar unos cuantos rodeos para esquivar a algunos conejitos esponjosos y cervatillos de dulces ojos, que le daban un asco tremendo. Para cuando llegó a la aldea era casi medianoche, y en las calles reinaba la oscuridad y el silencio.
La vieja y malvada bruja tragó saliva, se acercó a la primera puerta y llamó con sus nudillos huesudos. La puerta se abrió apenas unos centímetros, y volvió a cerrarse bruscamente.
-¡Una bruja! ¡Es una bruja! -se oyó a través de la madera, y luego el ruido de pesados muebles que eran arrastrados y amontonados detrás de la puerta, por si acaso. La bruja se quedó de pasta boniato. No sabía si eso era normal.
-Sólo quiero comprar un cucharón -gimoteó, pero no obtuvo respuesta.
Un poco asustada llamó a la siguiente puerta, pero volvió a ocurrir lo mismo, y también en la siguiente, y la siguiente.
La vieja y malvada bruja empezó a temer que no podría comprar un cucharón, pero no estaba dispuesta a rendirse. En la siguente casa no llamó a la puerta: musitó un conjuro y la echó abajo. El ruido, en la aldea dormida, sonó como un cañonazo, y pronto la bruja oyó el sonido de los pies descalzos bajando a la carrera por la escalera.
-¡Una bruja! -exclamó el primero en llegar, un hombre que sostenía una vela en la mano.
-¡Una bruja! -exclamó una mujer, que le seguía de cerca.
-¡Una bruja! -exclamó, por último, un niño, que corrió a abrazarse a su madre.
-Sólo quiero comprar un cucharón -explicó la bruja muy despacio, para que la comprendieran-. Tengo dinero.
Y para demostrarlo metió la mano derecha en el bolsillo, en busca del dinero.
-¡Tiene un arma! -gritó la mujer. En este tipo de situaciones siempre hay alguien que grita "tiene un arma", es obligatorio.
-¡Sólo quiero un cuch... -empezó la bruja, pero no acabó; el aldeano cogió un taburete y se lo partió a la bruja en la cabeza.
La bruja cayó al suelo. No le dolía, porque el pelo había amortiguado el golpe, pero se sentía tan triste que empezó a llorar, tapándose la cara con la falda remendada, y lloró y lloró hasta que sintió que le tironeaban de la manga. Soltó la falda y miró a su izquierda. Había un niño, y la estaba tocando. La bruja miró espantada los sedosos rizos dorados, las mejillas sonrosadas y los hoyuelos, y se estremeció. Esperaba que no fuera un huerfanito de esos: por lo que había oído, eran los más peligrosos. El niño, además, sonreía espantosamente mientras le tendía un cucharón, nuevo y brillante.
La vieja y malvada bruja miró al niño y al cucharón. Dudaba; batallaba contra sus instintos. Al fin, cogió el cucharón y sonrió al niño. El niño empezó a reir, entrecerrando los ojos... Era lo que la bruja esperaba. Con un golpe certero la vieja y malvada bruja le arreó un cucharonazo al niño en la cabeza, que le dejó inconsciente de inmediato. Lo cogió en brazos y, antes de que los padres reaccionaran, echó a correr.
Aquella noche la vieja y malvada bruja comió rosbif de niño para celebrar que volvía a tener un cucharón.

Moraleja: si no puedes vencer tus miedos, cómetelos.

¡¡¡Terrible Halloween para todos!!!

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena moraleja.Herodes estaría orgulloso.

lorzagirl dijo...

He recibido algunas quejas con respecto a la ausencia de final feliz del cuento de Halloween... Bien. Vale. Para la bruja, que es la prota, el final es feliz, ¿no? Además, el niño merecía morir, por cursi, por lerdo, y por moñas. Joder, ¿a quién se le ocurre acercarse a una bruja así como así? Se lo busca él solito. A lo mejor creía que si se hacía el héroe le hacían una película, o algo, el muy tontolnabo. Pues no le han hecho una peli, le han hecho puré.

Crystal dijo...

Bruja! :P

peibol dijo...

Joer. y yo que me estaba enterneciendo y todo XD

Anónimo dijo...

Genial, es el mejor cuento que he leído en años, en cuanto mi sobrinito sea capaz de entender se lo contaré.

Anónimo dijo...

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Florencia C. Romero Gonzalo dijo...

Muy buena... me ha traumatizado el final o.O