20 marzo 2023

No es gordo, es fuertecito



Vosotros no lo sabéis porque casi lo no menciono en las redes sociales, pero tengo un gato.
Bueno, técnicamente el gato es de mi madre, y tenerlo, lo que se dice tenerlo, lo tiene siempre ZaraJota encima, pero para que nos entendamos.
El caso es que cuando llegó a mi casa el gato estaba gordo. Gordo nivel pesaba más que Nene-kun. Que hace un par de años tampoco era más difícil: me he comido patatas que pesaban más que Nene-kun. 
Pero esa ya es otra historia.
El caso es que el gato está perpetuamente a dieta, porque cada tres meses vamos al veterinario y nos dice que si no baja de peso le va a a hacer una analítica, y a mí todo lo que empiece por "anal" y tenga que ver con el gato me da mucho cringe.
Nuestro camino ha estado de lleno de dificultades.
Durante una temporada, no bajaba de peso y no sabíamos por qué, hasta que un día, con toda la inocencia, Nene-kun nos dijo "es que cada vez que me pide le pongo".
A partir de ahí, le dijimos al niño que él sería el encargado de ponerle la comida al gato, pero solo una vez al día, por la mañana. 
A las siete de la mañana está el gato maullando en su puerta, no me arrepiento de nada.
Aún así, el gato seguía sin perder peso. 
O, al menos, el peso suficiente para que el veterinario estuviera contento.
Sospecho que los veterinarios son un poco así, nunca están del todo contentos.
Así que esta navidad, los reyes magos le trajeron al gato un comedero antiansia.
Para los que no estéis familiarizados con esto, es un cuenco que tiene ranuras y grumitos varios para que comer sea más difícil, el gato coma más despacio y le dé tiempo a sentirse saciado.
Esa es , la teoría.
El efecto del comedero antiansia fue limitado. En concreto, limitado a cero.
Yo no entendía nada hasta que una vez más, con toda su inocencia, Nene-kun nos dijo:
-No me gusta ese comedero.
-¿Y eso?
-Porque se queda todo en los huequitos, tengo que poner mucha más comida para que se quede por encima y a Jinmu no le cueste comer.
Señor, dame fuerzas.
-Es que le tiene que COSTAR comer. De eso se trata.
-Ahhh...
-A partir de ahora no le pongas de comer hasta que no se haya acabado todo lo de los huequitos, ¿vale?
-Vale.
Y eso hizo: a la mañana siguiente, viendo que había todavía muchas pelotillas en el comedero, pasó de ponerle de comer.
-Mamá me ha dicho que no te ponga -le dijo.
Bien. A mí no me gusta sacar conclusiones precipitadas, vale, pero acto seguido el gato hizo algo que no había hecho nunca: soltar un ñordo en mis zapatos.
Perfectamente dentro.
O sea, yo no quiero ser malpensada, pero teniendo en cuanta que 1 de cada 3 cacas acaba fuera del arenero, QUE ES UNO DE LOS MÁS GRANDES DEL MERCADO, soltar semejante mojonaco en mis bailarinas sin que se saliera nada tuvo que ser un ejercicio de equilibrismo digno del Circo del Sol.
Que no veáis cómo pesaba (y cómo olía) el zapato con aquello dentro, que lo tuve que llevar arrastrando hasta el cubo de basura.
Unos días más tarde, el gato fue a su revisión trimestral y el veterinario se puso muy contento.
-¡Ha perdido medio kilo!
A ver, perdido, lo que se dice perdido, tampoco, que yo tengo muy claro dónde lo ha puesto.

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Tengo libros muy bonitos, pero bonitos y además de fantasía y buenrrolleros solo tengo uno: Crónicas funestas. En papel y en digital. 


06 marzo 2023

La panicación


 
Bueno, voy a contar cómo me saqué el carnet de conducir después de 15 años y enemil intentos.
Como estoy muy contenta por haber aprobado, no voy a opinar sobre el sistema absurdo, clasista y corrupto basado en aprendizaje vía autoescuelas, algunas de las cuales solo aceptan pagos en efectivo por motivos que huelen un poco a cerrao, y que en Madrid es directamente un sacacuartos vergonzoso que se ceba especialmente en las personas jóvenes de clase trabajadora, que son las que más necesidad tienen de coche para encontrar su primer trabajo.
Tampoco voy a opinar sobre los examinadores, que son perfectamente objetivos mis cojones, señores, mis cojones.
Os voy a contar solo mi último examen, en el que me salté un ceda en una glorieta, fui todo el rato unos 20 kilómetros por encima del límite de velocidad, aparqué tan cerca del coche de al lado que ni Houdini habría salido por esa puerta y luego me bajé del coche con el motor en marcha porque tenía muchas ganas de salir de allí antes de que llegara la guardia civil.
Y todo porque soy idiota.
Porque resulta que ese día había un control antidroga en la puerta del centro de exámenes y yo iba drogada pero en plan bien, que tengo un permiso de mi médico para endrogarme y un justificante de que no afecta a la conducción aunque a los del psicotécnico les ha dado igual y solo me dan el permiso de conducir para cinco años, sin tener en cuenta que, por ejemplo, en estos momentos un 26% de los españoles se automedica, y de ellos un 11% se mete ansiolíticos sin prescripción médica y luego coge el coche alegremente, por no hablar del alcoholismo endémico de este país, pero me había dejado el justificante en casa (luego resultó que mi profesor llevaba una copia encima, pero en ese momento no se me ocurrió hacer la preguntación, solo la panicación), así que iba que no me llegaba la camisa al cuerpo y ya me veía en mitad de mi examen explicándole a dos guardia civiles como dos armarios que me drogo pero solo para consumo personal.
Francamente, he hecho exámenes mucho mejores y he suspendido.
Pero hubo una cosa que hice bien. Y fue que como estaba tan ocupada maldiciéndome porque no me sé el teléfono de mi marido y a ver cómo le iba a llamar desde el calabozo, pues me daba igual todo lo demás.
Y resulta que cuando ya te has examinado unas cuantas veces, que te la sople todo es lo mejor que te puede pasar.
-Señorita -me dijo el examinador mientras dábamos vueltas por Móstoles, que en verdad os digo que me conozco Móstoles como si lo hubiera levantado yo misma ladrillo a ladrillo-, ¿por qué cree usted que ha tenido que presentarse tantas veces?
-Porque me pongo nerviosa.
-Si se pone usted nerviosa quizá no debería usted conducir.
Pues eso precisamente es lo que dice el manual de la DGT y sin embargo aquí estamos obligados a hacer este puto examen que pone a todo el mundo de los nervios, pensé. Pero no dije nada. 
-Ah, no, lo que me pone nerviosa no es conducir.
-¿No?
-Es que tengo fobia social, ¿sabe usted? Meterme en un espacio cerrado con un desconocido me genera mucha ansiedad.
-Pero cuando tenga el carnet tendrá que usar el coche también.
-Hombre, con mis marido y mis hijos, que son como de la familia.
Aunque mi hija está entrando en la adolescencia y hay días que es como si no la conociera, pero eso no lo dije.
-Claro.
-Pero por favor, no se piense que por tener fobia social soy una loca peligrosa. O sea, loca, todo lo que quieras, pero peligrosa, no. Que te diga mi profe.
En ese momento mi profesor decidió que había algo muy interesante en la calle y fijó la mirada en su ventanilla como si le fuera la vida en ello. Por lo que fuera.
-Menos mal que se lo dice usted todo -dijo el examinador.
-Jajajaja, sí.
-¿Y cómo piensa usted aprobar en estas condiciones?
-Bueno, pues supongo que la solución es que me presente a examen una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta que repita con el mismo examinador y ya haya confianza.
Y por motivos desconocidos esa vez aprobé.


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20 febrero 2023

El tema



Antes de aprobar:

-Hola, mi mamá no puede conducir el coche porque siempre suspende.
-Gracias, Nene-kun, pero a lo mejor a la panadera no le interesa esta información ahora mismo.

-Hola, mi mamá no puede conducir el coche porque siempre suspende.
-Nene-kun, de verdad, hay gente esperando y al busero no le importa mi vida.

-Hola, mi mamá no puede conducir el coche porque siempre suspende.
-Gracias por interrumpir esta reunión general con todos los padres para contárnoslo, Nene-kun, pero tu profesora estaba hablando de otra cosa ahora mismo.

-Hola, mi mamá no puede conducir el coche porque siempre suspende.
-Es la última vez que me acompañas al ginecólogo, Nene-kun.

-Hola, mi mamá no puede conducir el coche porque siempre suspende.
-POR ÚLTIMA VEZ: NO ES UN BARRENDERO DE VERDAD, ES UNA ESTATUA DE BRONCE.


Después de aprobar: 

-¿Qué tal en el cole, Nene-Kun? ¿Ya le has contado a todo el mundo que puedo conducir?
-No.
-¿Y eso?
-No sé, no ha salido el tema.
NO COMO ANTES, CLARO. 


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Echadles un vistazo, que el 8 M está a la vuelta de la esquina y durante al menos 24 horas se pondrá de moda leer libros escritos por mujeres.



05 febrero 2023

Cambio, cambio


 En el cole de mis hijos, los niños "mayores", con autorización de sus padres, pueden conseguir una tarjeta roja que les permite salir solos del colegio para ir a casa, sin necesidad de que los padres vayan a recogerlos.
Mis hijos tienen la suerte de que su madre puede ir a recogerlos todos los días, pero claro, lo que mola es ser mayor y salir del cole enseñando la tarjeta roja al conserje, así que mis hijos lo que quieren es tener la tarjeta roja y caminar por la calle en libertad.
Se lo estaba comentando un día al padre de Amiga-chan, a la que también llevan y traen, y nos dijo:
-Pues nosotros a veces vamos con los walkies; ellos van delante y yo les voy diciendo "a la izquierda, a la derecha", y así se piensan que van solos, pero yo voy tranquilo porque no los pierdo de vista.
Y pensé: uy, qué idea más buena. 
ZaraJota desenterró los walkies, los cargamos, y al siguiente lunes nos fuimos con ellos al colegio: los niños unos metros adelantados con uno, y yo a una distancia prudencial con otro.
Y nos fue muy bien.
Hasta que salimos a la calle.
-Rojo 1 a Rojo 2, ¿me recibes? Cambio.
-¡Te recibo!
-¡Cambio! Cambio.
-Jajajaja, ¿por qué dices "cambio" dos veces?
-¡Hay que decir "cambio" cuanto terminas de hablar? Cambio.
-Vale, cambio, cambio.
-¡Solo una vez! Cambio.
-Ah, vale.
-¡Que digas "cambio"! Cambio.
-Pero mamááá, ¿lo tengo que decir dos veces o no?
-¡Que digas "cambio" cada vez que acabes lo que tengas que decir! ¡Una sola vez! ¡Cambio!
-Jooo, es que cada vez me dices una cosa, mamá, es que primero dices que diga cambio, luego que lo diga dos, veces, luego que solo una, luego que dos veces otra vez, mamá, ponte de acuerdooo!
-Señor dame fuerzas...
Fue más o menos entonces cuando empezamos a oír voces. Bueno, una voz.
-QUE ME DICE EL CLIENTE QUE PREGUNTES EN RECEPCIÓN, CAMBIO.
-¿Qué has dicho, mamá?
-Yo no he dicho nada, cambio.
-¿ME OYES, VEINTINUEVE?
-Que sí, que has dicho algo de una recepción.
-Pero desde cuándo yo soy un señor, vamos a ver.
-Entonces, ¿no tenemos que preguntar en recepción, mami?
-¿Pero qué recepción? ¡Cambio!
-Lo que tú has dicho, mamá. Cambio.
-No, no tenéis que preguntar nada en recepción. Cambio.
-CENTRALITA, POR FAVOR, ¿TENGO QUE PREGUNTAR EN RECEPCIÓN O NO?, CAMBIO.
-VEINTINUEVE, PREGUNTE EN RECEPCIÓN, CAMBIO.
-¿Y nosotros, mami? ¿Tenemos que preguntar en recepción?
-QUE NO TENÉIS QUE PREGUNTAR EN RECEPCIÓN, CAMBIO.
-Entonces, mami, si antes has dicho que preguntáramos en recepción y ahora que no tenemos que preguntar en recepción, ¿podemos decir que ha habido un... cambio? Cambio.
-Que yo no he dicho nada... cambio.
-VEINTINUEVE, PARECE QUE TENEMOS ALGUNA INTERFERENCIA. VAMOS A CAMBIAR A LA FRECUENCIA CINCO, ¿ME RECIBES? PASAMOS A FRECUENCIA CINCO.
-Mami, ¿cómo se cambia de frecuencia?
-¿Para qué queréis cambiar la frecuencia ahora?, cambio.
-Porque lo ha dicho la voz del señor.
-POR FAVOR, VEINTINUEVE, CONFÍRMAME QUE PASAMOS A LA FRECUENCIA CINCO.
-¿Ves, mami?
-¡¡¡Nosotros no cambiamos de frecuencia, porque si ellos se van a la cinco y nosotros nos vamos a la cinco volvemos a estar todos juntos, para eso nos quedamos todos en la que estamos y no tengo que quitarme el guante para darle al botoncito, que estamos a tres bajo cero!!! ¡¡¡Cambio!!!
-CENTRALITA, RECIBIDO, PASAMOS A LA TRES, CAMBIO.
-VEINTINUEVE, POR FAVOR, PASA A LA CINCO, CAMBIO.
-¿Nosotros también, mami?
-¡Que digas "cambio"!
-Vale, cambio.
-¡Que no cambies, cambio!
-Pero mamiii, ¡si tu cambias y nosotros no cambiamos perdemos la conexión contigo!
Me pregunto si eso sería tan grave ahora mismo.


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Dos novedades: 
Un cuentito breve, solo en digital: La niña de los lirios, ambientado en la Andalucía rural de los ochenta.
Y por fin vuelve Crónicas Funestas en papel, de momento en Lektu y pronto en librerías.





23 enero 2023

Noches de bohemia


Cuando tuvimos a Nena-chan y hablábamos de colecho la gente nos decía: "como la metáis en vuestra cama no la sacaréis nunca de ahí". 
Diez años más tarde, puedo afirmar con total alegría que no solo hemos sacado de nuestra cama a Nena-chan sino también a Nene-kun.
Y entonces llegó el gato.
Desde el principio, ZaraJota y yo estuvimos de acuerdo: el gato en la cama, no.
El que no estuvo de acuerdo fue Jinmu.
A Jinmu le gusta... ¿cómo decirlo? La castidad. Supongo que piensa que si él está castrado "por su bien", los demás también. Y como no puede ir por la vida cortando huevos, pues apuesta por los anticonceptivos de barrera. 
Y la barrera es él. 
No importa qué hagamos ZaraJota y yo: el gato siempre está en medio. Si nos sentamos a ver la tele se pone en medio. Si estamos cerca mientras trabajamos se pone en medio. Si coincidimos en la cocina por motivos ignotos, se pone en medio, y además maúlla. Por si le cae algo, nunca se sabe.
Resumiendo: el gato siempre está en medio.
Salvo una vez, que estábamos jugando al parchís y se puso encima, y entonces le dije a ZaraJota: "parecemos los músicos de Bremen", y por lo que sea eso a ZaraJota le cortó el rollo.
El caso es que ZaraJota y yo ya nos hemos hecho a la idea de que lo nuestro es imposible y que hemos sido separados por el destino. Salvo que el destino es un gato. Y se llama Jinmu.
La cosa ha llegado a tal punto que, en un intento desesperado por tocarnos de vez en cuando, nos metemos en la cama a toda prisa y nos abrazamos en plan fusión nuclear, que de verdad un día vamos a ponernos carbón en medio a ver si con el apretón que le damos lo convertimos en diamante.
Pero el gato no es tonto. O sea, no hay más que ver la vidorra que se pega para darse cuenta de que es el más listo de la casa, si no del universo. Con el tiempo ha desarrollado una técnica que consiste en ponerse en el punto exacto en el que desea estar, sin importarle que nosotros estemos debajo.
Como ya se demostró con el asunto de los músicos de Bremen.
Y luego, deja que las cosas caigan por su propio peso.
Siendo "las cosas" él, y "su propio peso" unos diez kilos.
Es que ha perdido mucho desde que está a dieta.
Como estamos a bajo cero ahora mismo, quizá penséis: "Bueno, al menos os da calorcito". 
PUES NO. 
Porque a medida que el gato baja y su cuerpo gatuno se incrusta entre nuestros cuerpos humanos, arrastra la manta para abajo con él.
Y según la manta baja por un lado, va subiendo por otro. Y el resultado es que acabo siempre durmiendo con el culo al aire, porque es que encima soy tontísima y yo con pantalones de pijama no puedo dormir y me acuesto en bragas.
Pero eso no es lo peor, porque el gato se posiciona siempre de forma que su cabeza queda entre la de ZaraJota y la mía, perfectamente colocada sobre la almohada. Y ME MIRA. TODA LA NOCHE. Porque los gatos son animales nocturnos y de noche no duermen. Solo cazan. Salvo los gatos domésticos gordos y aburguesados. En ese caso solo se meten en tu cama Y TE MIRAN. 
Imaginad que os despertáis en mitad de la noche porque tenéis el culo destapado y se os ha quedado el chichi como Leo agarrado a la tabla, abrís los ojos y lo primero que veis son dos pelotas brillando en la oscuridad.
Y EL RONRONEO.
Porque tú estás ahí en la postura más incómoda posible, con el chichi helao, sin poder dormir, pero el gato ES FELIZ.
Y claro, qué le dices. Que lo disfrute.
Además, no suele durar mucho, porque entre las dos y las tres de la madrugada pasa el camión de la basura y el gato me despierta para que lo veamos juntos.
Que le gustan al gato los camiones de basura, yo qué sé, todos tenemos nuestros kinks.
A mí en verano no me importa porque en nuestra terraza se está estupendamente, pero en invierno y a bajo cero que hemos estado no sé porqué me cuesta más. Pero como el gato maúlla como un poseído hasta que me salgo con él a la terraza y lo último que necesito en esos momentos es que además me despierte a alguno de los niños, pues me salgo a la terraza y veo el camión de la basura con el gato y además lo comentamos ("pues hoy ha pasado más tarde", "pues ese no es el basurero de todos los días") que tengo yo un control de la gestión de residuos urbanos que la verdad es que el ayuntamiento podía pensarse darme una paguita o algo.
Y es es más o menos la rutina de todas las noches, pero es que encima hace un par de días, cuando salimos a ver el camión de la basura entró en casa un bichito. Un mosquito, parecía. Pero debía ser mutante porque de verdad estábamos bajo cero. Que ahora que lo pienso lo mismo no era un mosquito sino un copito de nieve a motor.
Y, como decía anteriormente, los gatos por la noche cazan. Salvo los gatos caseros gordos y aburguesados, que entienden que cazar es algo así como llorar hasta que a su presa le da pena y se introduce ella misma en la boca del depredador, porque lo que es él no se va a mover.
Así que debían de ser como las cuatro de la mañana, estábamos a bajo cero en general y yo en bragas en particular porque me molesta dormir con pantalones, el gato maullaba como un loco, el bichito no se dejaba cazar, yo corría detrás intentando que al menos volviera a salir por donde había entrado, y hacía frío, y sueño, y yo estaba en bragas y sin embargo llovía, y no sé cómo acabé echando al bichito y me volví a la cama a seguir pasando frío allí porque por supuesto que el gato se había puesto en medio otra vez.
Al día siguiente estaba un poco hecha un moco. Hecha varios mocos, en realidad.
-Ay, qué cara traes -me dijeron al llegar a clase.
-Es que no he dormido nada.
-¿Te han dado mala noche los niños?
-Mira, voy a decir que sí porque si cuento lo que ha pasado de verdad me vas a tomar por loca.
 
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09 enero 2023

Noche de paz



Las cosas que hacemos por amor.
Mucha gente no lo sabe, pero en muchos barrios de Madrid la cabalgata de reyes es el 4 de enero. 
La alcaldesa a la que nadie eligió y que llegó al puesto cuando su marido nombró ministro al entonces alcalde, que a su vez la había nombrado a ella vicealcaldesa y por tanto heredó su puesto (todo casualidad, seguro) decidió que esto era necesario para garantizar la seguridad. 
¿La seguridad de quién? Nunca lo sabremos. 
El caso es que en vez de rotar los barrios, o elegirlos cada año por sorteo o lo que fuera, los eligió ya para siempre ella, y qué casualidad que fueron los de rentas bajas, no se podía saber. 
La jugada le salió regulinchi: al no coincidir con la cabalgata "grande", la que se ve por la tele, las cabalgatas de los barrios cada vez atraen a más gente (lo de este año ha sido una locura), son accesibles a más niños de todos los estratos económicos, culturales y sociales. Ya lo comenté en twitter: nunca había visto a tantas mamás con túnica y pañuelo. Sus caras de ilusión y sorpresa están al mismo nivel que las de los niños.
Chúpate esa, dedoalcaldesa.
Bueno, como sin duda sabéis por años anteriores, suelo participar en una de las carrozas de la cabalgata. Por los niños, lo hago por los niños. No es que a mí me haga ilusión ni nada. Que va.
El caso es que al día siguiente siempre estoy al borde de la morición. Pocas horas de sueño, mucho frío, dolor de espalda, agujetas en los brazos de tanto tirar caramelos y en la cara de sonreír (en verdad os digo que si nunca habéis tenido agujetas en la cara de tanto sonreír os está faltando algo en la vida). 
Que no me quejo porque me gusta más que un tonto un lápiz y estoy temiendo el día en que mis hijos digan que ya no quieren subirse porque tendré que poner de excusa al gato o algo, pero es cansado.
El día 5 pensaba remolonear en la cama hasta altas horas de la mañana, como las nueve y media o así, pero en lugar de eso a las ocho de la mañana estaba en correos para recoger un paquete porque al parecer era URGENTÍSIMO que lo recogiera el día 5, no podía esperar a, yo qué sé, el día 9, cuando pase por correos para mis cosas o simplemente por delante cuando llevo a los niños al cole, no sé. 
El paquete era absolutamente gigante. Los brazos no me llegaban de lado a lado. Subía por la calle como una caja con patitas, a las ocho y media de la mañana, bajo cero, cuando me llegó el inconfundible olor a roscón recién hecho y lo seguí hasta una pastelería en la que apenas había una cola de unas veinte o treinta personas.
Bueno, pensé, aprovecho la cola para descansar un rato (la gente de la cola fue súper amable) y de paso me llevo a casa uno de los mejores roscones del barrio. La idea parecía estupenda hasta que la pastelera me dio el roscón y me encontré con que, efectivamente, tenía que llevármelo a casa.
No voy a entrar en detalles de lo que sucedió a continuación; me limitaré a decir que las cajas cuadradas no ruedan grácilmente cuesta arriba por muchas patadas que les des.
Para cuando llegué a casa, mis manos seguían bajo cero pero el resto de mi cuerpo era un bonito exponente del calentamiento global. Las agujetas del día anterior estaban dándolo todo, tenía dolor de cabeza por la falta de sueño y me estaba empezando a pinchar la ciática. De la espalda prefiero no hablar.
Mi plan era llevarme a los niños al mercado de San Isidro, porque nacieron con una tarita mental que les hace adorar ir al mercado y además en el San Isidro siempre tienen animación para niños en estas entrañables fiestas. Pero se me ocurrió abrir la caja y descubrí que no podía porque tenía que hacer horas extra para los Reyes Magos. No voy a negar que me pillé el cabreo del siglo, porque yo ya hice mis horas reglamentarias antes de que los niños empezaran sus vacaciones para poder estar con ellos, y aquello me pareció un abuso real de considerables proporciones. Y luego se me acabó el celo. Y luego, el papel de regalo. Y luego, la paciencia.
Y cuando se me acaba la paciencia discuto con ZaraJota, porque es mi enlace sindical con los Reyes Magos y es la enésima vez que los Reyes Magos nos hacen la misma jugada (aunque debo reconocer que esta no ha sido la peor) y yo pago mi cuota sindical para algo, no sé si me explico. Y nos fuimos a la cama cansados, doloridos y tristes. 
Y NI SIQUIERA NOS PODÍAMOS DORMIR PORQUE ERA DÍA CINCO DE ENERO Y SOMOS PADRES, GUIÑO CODAZO CODAZO.
Los niños estaban nerviosos, claro. Es la noche más importante del año. 
Nene-kun, que se duerme puntualmente a las nueve y media todas las noches, me dijo: 
-Mami, estoy muy nervioso, creo que no voy a poder dorZZZZZZZ...
Y no se supo más.
Nena-chan es más dura de roer. Desde bebé, le cuesta muchísimo dormirse, aunque cuando cae puedes montar muebles a su lado y no se entera (esto ha ocurrido, varias veces). 
Así que nos dispusimos a esperar. Y esperar. Y esperar.
A las diez y media yo, que soy una optimista de la vida, pensé que había ocurrido un milagro: la niña se había dormido. 
ZaraJota cogió el Scalextric y emprendió el camino al salón.
-¿Mami?
Mierda, mierda, mierda...
ZaraJota me lanzó el Scalextric y yo lo oculté tras mi esbelta figura y puse cara de "no llevo un Scalextric escondido a la espalda". Creo que funcionó, porque la niña se volvió a la cama.
Pero despierta, claro.
A las doce seguía despierta.
ZaraJota, ya menos, que hubo un momento que de verdad que pensé mira, le pido a la niña que me ayude y a la mierda todo.
A las doce y media yo ya estaba sujetándome los párpados con palillos. No podía más.
Mira, me dije, me levanto y si la niña me pilla colocando el puñetero Scalextric le digo que todo es un sueño como lo de Resines. 
Y si no cuela, le saco una navaja y le digo que aquí no ha pasado nada y que como lo cuente la rajo, yo qué sé, pero estoy cansadísima, me duele todo y además hace un frío que no es ni medio normal y no encuentro mis zapatillas.
Así que desperté a ZaraJota y colocamos los regalos, que es una de mis cosas favoritas del mundo, colocarlos a escondidas y reírse mucho con cada ruidito que hacemos, y luego volver a la cama calentita a dormir POR FIN.
Entonces el gato empezó a maullar.
Es muy sensible para sus cosas y sus rutinas. Nos avisó cuando se murió Pelotilla. Nos avisó cuando se escapó Nena-chan. Nos avisa todas y cada una de las veces que entra en casa cualquier bichito (lo de cazarlo ya si eso, que se cansa). Y por supuesto nos avisa si de pronto aparecen un montón de cosas en el salón. Repetidas veces. A TODO VOLUMEN. 
-Jinmu, por favor, ven a dormir.
-¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUU!!! ¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUU!!! ¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUU!!! ¡¡¡MIIIIAAAAAAAUUUUUUUUUUU!!! [¡¡¡que me tenéis el salón lleno de mierdaaaaaas!!! ¡¡¡recoged estoooooo!!! ¡¡¡que voy tarde para la siestaaa!!!].
-La madre que te parió, Jinmu.
Nuestra indiferencia obligó a Jinmu a tomar una decisión desesperada: moverse de su sitito. Una vez levantado debió pensar que lo peor ya estaba hecho y la emprendió con todo. 
Desde el dormitorio empezamos a oír golpes, cosas que se caen, cajas arrastradas y maullidos, muchos maullidos.
-Jinmu que me voy a hacer una bufanda contigo, la madre que te parió.
Al fin, y seguramente exhausto por la inacostumbrada actividad, el gato se vino conmigo a la cama y se durmió.
Eran cerca de las tres de la mañana. 
Lo sé porque, apenas unos minutos después, llegó Nena-chan.
-¡Mami, han venido los Reyes!
-...son las tres de la mañana.
-¡El salón está lleno de regalos!
-¿Y están enteros?
-Eh... sí, parece que sí.
-Pues entonces no has visto nada, métete en la cama y a dormir.
-Pero hay...
-NO. HAS. VISTO. NADA.
La niña aprovechó el vacío legal para meterse en mi cama, donde ya estábamos ZaraJota, el gato yo, dormirse y proceder a darnos patadas hasta en el carnet de identidad.
Por suerte, no fue durante mucho tiempo.
Debían ser las siete y media de la mañana cuando se despertó Nene-kun.
-Mami, ¡han venido los Reyes!
-¿Los Reyes? LA REPÚBLICA TENÍA QUE VENIR.

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Escribo libros de todo tipo y algunos son hasta casi buenos. Puedes encontrarlos todos aquí.