LAS PIPÍ WARS CONTINUAN.
Ya no sabemos qué hacer: el gato sigue haciéndose pis en el mismo punto exacto de la terraza, todos los días por la mañana.
Nos recomendaron que echáramos vinagre de limpieza en la zona; se ve que es un olor que a los gatos no les gusta. Debe ser cierto, porque el gato se apresuró a cubrirlo con el olor de su propio pis.
Luego pensamos que a lo mejor quería que le cambiáramos el arenero de sitio, así que pusimos el arenero en el lugar preciso en el que se hacía pis; solo conseguimos que se hiciera pis donde antes había estado el arenero. El arenero volvió a su lugar.
Un día me harté del todo y recurrí a los métodos tradicionales: agarré al gato por el pescuezo, lo arrastré hasta la terraza y le froté los morros contra el pis.
Ojalá nunca lo hubiera hecho. Para empezar, está mal. Pero es que además el gato se lo tomó como una declaración de guerra en toda regla. Creo que decir que no le gustó se queda corto. Se quedó plantado en mitad de la terraza con una mirada fría y calculadora que no le había visto nunca. Le sostuve la mirada. Mi autoridad estaba en juego. El gato sostuvo la mía. Sin guiñar los ojos ni nada, como cuando está a punto de mullirme la teta. Mirándome fijamente, sin mover ni un bigote, levantó el culete y se hizo pis en el mismo sitio, con total frialdad, DESAFIÁNDOME. CON LA URETRA.
Después, sin hacer el menor amago de tapar sus cosas, se alejó sin dedicarme ni una mirada por encima del hombro.
Decidí entonces que la puerta de la terraza permanecería cerrada y que el gato no volvería a hacer pis sin supervisión. No conté con su astucia. El gato me pedía salir a hacer pis, PERO NO HACÍA PIS. Se tumbaba al sol un rato, olisqueaba las plantas, se lavaba meticulosamente, observaba una pelusilla... mientras yo iba contando los minutos: se me va a quemar la comida... voy a llegar tarde a por los niños... tengo... tengo... tengo que parpadear...
En cuanto me despistaba un segundo (porque salía humo del horno, por ejemplo) el gato, rápido como el rayo, se hacía pis en el suelo de nuevo.
Aquello se me estaba escapando de las manos. Necesitaba una medida urgente, como la castración, lo que pasa es que como el gato ya está castrado no me quedaba nada que cortar.
Así fue como, en un momento de desesperación, lo pillé haciéndose pis en la terraza y le arreé con el mocho en los morros mientras gritaba, totalmente demente, algo así como "QUE NO SE HACE PIS EN LA TERRAZA, QUE NO, QUE NO, PIS EN LA TERRAZA NO".
Después de aquello, seguramente por la impresión, el gato estuvo unos días sin hacerse pis en el arenero. Se podía intuir que estaba rumiando lo que había ocurrido pero ¿a qué conclusión llegaría? Fueron días de incertidumbre y miedo. El cubo de la fregona siempre estaba lleno y al lado de la terraza, por si acaso. El mimo universo parecía contener la respiración. Esa situación no podía durar mucho más, tarde o temprano l gato o yo tendríamos que mover ficha.
Así, una mañana, los niños vinieron a avisarme.
-Mami, el gato...
-¿Se ha vuelto a hacer pis en la terraza?
-No.
-Menos mal -pensé, saboreando mi triunfo de antemano.
-Pero se ha hecho UNA CACOTAAAAA...
La culpa es mía por no especificar.
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