18 septiembre 2023

El museo

Soy una persona a la que le pasan cosas.
Por ejemplo, un día me fui con los niños al Museo del Prado, que es un sitio que nos gusta mucho porque entramos gratis y tiene aire acondicionado es culturalmente muy estimulante. A Nena-chan le flipa y puede tirarse horas y horas. Nene-kun y mi espalda lo toleran exactamente una hora antes de empezar a quejarse, pero bueno.
Como siempre, nos bajamos en la parada de la puerta de Murillo, porque hace por lo menos veinte años que no se entra al Prado por ahí pero mi cerebro todavía no lo ha asimilado. Y en la parada hay unos asientos. Y en los asientos había un chaval presuntamente durmiendo la mona, yo no quiero juzgar a nadie pero vaya.
Como vivo en la tierra de la libertad, encontrarse borrachos inconscientes por la calle no me llama mucho la atención. Lo que pasa es que este era un chico muy joven, muy bien vestido, muy limpio. Y era un martes a las 10 de la mañana. En el Paseo del Prado.
Me acerqué al chico y le pregunté: ¿Estás bien?
El chico no reaccionó.
Le toqué el brazo.
Ni se movió.
-Déjale que la duerma -me dijo una señora. Porque esta es una parada por la que pasan muchos autobuses y mucha gente, y en ese momento había mucha gente. Todos a lo suyo, por cierto.
Que yo podía haber pasado también, la verdad, pero es que era un chico muy joven. 
Y soy madre y eso. 
Y más vieja que el tapón de rosca, y por eso me acordaba del hijo de la diputada que murió en las escaleras del metro porque los vigilantes pensaron que estaba borracho y no.
-No se despierta, mami.
-Vamos a la puerta de Velázquez, que ahí siempre hay un coche de policía.
El coche estaba a dos minutos andando y pensé que podría liberar mi conciencia con facilidad. 
Pero no.
El coche de policía estaba vacío.
-A lo mejor han salido a desayunar... -dije con poca convicción. Los cristales estaban cubiertos de polvo, como si el coche llevara ahí mucho tiempo sin moverse, en mitad de la acera.
-¿Crees que volverán?
Intenté hacer memoria. El coche de policía siempre está ahí, pero no conseguía recordar si alguna vez había visto a los policías. Seguramente sí, ¿no? O sea, la policía no dejaría un coche allí parado en mitad del Paseo del Prado solo como atrezzo, ¿no?
-A lo mejor están en la puerta de Goya.
La puerta de Goya está al otro extremo.
Ir y volver, con los dos niños, suponiendo que de verdad hubiera algún policía...
¿Se haría cargo del chico la seguridad del museo?
No lo creía.
-Vamos.
Mientras volvíamos a la parada, llamé al 112. Les dije lo que pasaba y fueron muy amables.
-¿Ha intentado usted despertarle? -me dijeron.
-Sí, claro, le he dado en el hombro.
-No, no. Despertarle de verdad. Vaya al lado del chico y grítele que yo lo oiga.
Y eso hice.
-¡¡¡EEEEEEEH!!! ¡¡¡DESPIERTAAAAA!!!
-Más alto, que yo la oiga bien.
-¡¡¡¡DESPIERTA!!!!
-Y dele bien en el brazo mientras le grita.
-¡¡¡DESPIERTAAAAAAAAA!!! -grité a todo pulmón mientras le sacudía el brazo y pensaba que como a la policía le diera por aparecer iba a acabar detenida por desorden público, agresión y estupidez extrema, porque al mismo tiempo se lo iba contando al 112.
El chico se empezó a mover, pero no podía ni abrir los ojos.
Me pareció que tenía tremendísima presunta tajada, pero también podía ser un golpe de calor, yo qué sé. 
El 112 me dijo que me mandaba una ambulancia.
-Vamos a esperar a la ambulancia -les dije a mis niños, porque recordemos que mis niños estaban ahí, tan tranquilos, como si me vieran agredir a chicos inconscientes en las paradas del bus todos los días. 
El chico se iba espabilando. Era capaz de mantenerse más o menos despierto mientras le hablábamos, pero en cuando parábamos un minuto se volvía a cuajar.
Así que lo dimos todo, que por algo somos tímidos a la gente.
Primero averiguamos de dónde era y en qué idioma le podíamos hablar, que no fue fácil porque al principio le costaba hablar. Para mantener su anonimato diremos que era nórdico y que, presunta tajada aparte, hablaba muy buen inglés, casi BBC English.
El siguiente problema fue retenerlo, porque decía que no necesitaba una ambulancia para nada y intentó irse un par de veces, pero en cuanto daba un par de pasos se daba cuenta de que a lo mejor no estaba en condiciones y se volvía a sentar.
-¿Has venido con algún amigo?  -le pregunté. Mi inglés no es tan bueno pero estoy acostumbrada a usarlo con gente que no se expresa bien-. ¿Quieres llamar a alguien?
Le habían robado el móvil y la cartera, pero decía que podía acordarse del teléfono de algún amigo.
A mí no me gusta dudar de nadie, pero yo no me sé el teléfono de mi marido y llevamos quince años juntos, como para acordarse del teléfono de un colega cuando uno está con tremenda tostada, pero bueno. Le presté mi móvil.
Que para que yo suelte mi móvil tiene que estar la cosa muy mala, ¿eh?
Y a lo mejor lo mismo el chico agarraba el móvil y salía corrien... bueno, a lo mejor no corriendo, huyendo lentamente. 
Pero no.
El chico intentó llamar un par de veces antes de rendirse: no se acordaba del teléfono completo de nadie. 
-¿Y en el hotel? ¿Estarán en el hotel?
Que vaya mierda de amigos si estaban en el hotel tan tranquilos, pero eso no se lo dije.
Me dijo el nombre del hotel, pero no se acordaba del número exacto de la habitación.
Así que llamé al hotel y dije: 
-Necesito hablar con la habitación XXX.
-No tenemos ninguna habitación XXX.
-¿Y XXY?
-No.
-¿Podría ser la XYY?
-Señora, por favor...
La ambulancia seguía sin aparecer y yo ya acumulaba presuntos cargos de agresión, escándalo público y stalking en hotel, así que colgué.
-¡YYY! -dijo entonces el chico-. ¡La habitación es la YYY!
Volví a llamar al hotel y me pasaran la habitación cuyos huéspedes, presuntamente, estaban en estado similar al de su amigo. O peor. No se enteraron de nada de lo que les dije y acabé colgando porque, precisamente en ese momento apareció la ambulancia. 
A la parada de autobuses del otro lado de la calle.
La ambulancia se paró ahí. Y ahí se quedó.
-Esto no puede estar pasando.
-¿Por qué se paran ahí, mami?
-No sé, irán a cruzar ahora.
El chico se había espabilado ya lo suficiente como para admitir que a lo mejor sí necesitaba atención medida y disculparse.
-Señora, no me juzgue por lo que está viendo, yo no soy así.
-Claro que no.
Es curioso lo benevolente que puede llegar a ser una con los hijos ajenos, pensaba para mis adentros.
-No bebí tanto, creo que me han echado drogas en la bebida.
-Claro, claro, no te preocupes.
Si soy tu madre te reviento, pensaba para mis adentros.
-Normalmente soy muy buen chico.
-Seguro que sí.
Tu pobre madre, el disgusto que se va a llevar, es que ya te vale...
Entonces me llamó el SAMUR. Que la ambulancia estaba en la parada del autobús y no me veía.
-Porque estoy al otro lado.
-¿Cómo que al otro lado?
-En la acera de enfrente. En lo que viene siendo el Museo del Prado.
-Pues no la ven, ¿no puede hacerle señales o algo?
-PERO CÓMO LES VOY A HACER SEÑALES, SI HAY SEIS CARRILES CON UN BULEVAR EN MEDIO.
-Pues acérquese a donde están y les avisa.
No me lo puedo creer. No puedo. 
-Está bien.
Colgué y les dije a los niños que se quedaran con el chico y no pararan de hablarle para que se mantuviera consciente. Diez y siete años, tenían.
Voy a repetir que es una parada muy transitada, que no paró de pasar gente por ahí y en una hora absolutamente nadie se interesó por la situación.
Pero no pasa nada, porque si para algo han nacido mis hijos es para hablar sin parar. Con quien sea, de lo que sea y en el idioma que sea.
Los dejé solos y me fui para el paso de peatones, que además es de esos con pulsador porque claro, en el Paseo el Prado casi no hay peatones, para qué vamos a poner un semáforo en rojo sin necesidad.
Mientras se ponía en verde para los peatones, yo no paraba de mirar de reojo a la parada. Agresión, escándalo público, stalking y abandono de menores. Menuda mañanita.
Por suerte llevaba un vestido... discreto, y entonces el conductor de la ambulancia me vio.
Volví a la parada del autobús a todo correr. Mis hijos seguían allí, sin parar de hablar y seguramente agravando la resaca del chico hasta niveles insospechados. 
Tortura, me dije.
Agresión, escándalo público, stalking, abandono de menores y ahora tortura. Una vez que te adentras en la senda del crimen ya es un no parar.
Por fin la ambulancia se paró ante nosotros, se bajaron dos señores totalmente mazados, o sea, qué desayuna el SAMUR, que lo digan o compartan.
Les expliqué la situación y me ofrecí a traducir, pero me dijeron que ya se ocupaban y que me dio la sensación como de que se me querían quitar de encima un poquito, y eso que ni me conocían de nada, y eso me pareció fatal porque me quedé sin saber si el chico se ponía bien y conseguía volver al hotel y si planeaba presentar cargos contra mí, sobre todo.
Los niños y yo nos alejamos lentamente, en dirección al museo.
Entonces fue cuando mi cerebro se puso al día y me di cuenta de lo que había hecho. 
¿Cómo puedo ser tan tonta?
¿Y si el chico hubiera reaccionado con violencia?
¿Y si le hubiera hecho daño a los niños?
¿Y si, de hecho, era un secuestrador de niños y había fingido todo ese número para llevarse a los míos?
HABÍA DEJADO A MIS HIJOS SOLOS CON UN PRESUNTO SECUESTRADOR.
LOS HABÍA DEJADO SOLOS EN EN PASEO DEL PRADO.
LOS HABÍA DEJADO SOLOS CON UN HOMBRE TOTALMENTE BORRACHO.
Podía haber pasado cualquier cosa.
Les podía haber vomitado encima. 
Peor, me podía haber vomitado encima a mí, que llevaba unos zapatos monísimos.
Mi cerebro había entrado en una espiral de pánico que se movía cada vez más rápido, hasta que me interrumpió la vocecita de Nene-kun.
-¿Sabes lo mejor de haber llamado a la ambulancia?
Me enternecí, la verdad.
-¿Que hemos hecho una buena obra y a lo mejor salvado una vida?
-No, que como hemos perdido tanto tiempo solo podremos estar un rato viendo cuadros.
Así visto, ha sido una jugada maestra.

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04 septiembre 2023

El flusflús

 

Empezamos por el principio: hace quince años que tengo un potho. 
Ese potho ha vivido mucho, pero lo importante es que sigue viviendo. 
Seguía.
Lo tenía en una estantería al lado de una ventana pero sin que le diera el sol directo de la ventana y le debía sentar bien porque crecía y crecía que daba gusto verlo. Cuando alcanzó el metro de altura pensé: cualquier día se me va a caer encima y se lía. 
Así que lo puse en el suelo, en una esquinita en el pasillo.
Y se lio.
O más bien, la lio Jinmu, que decidió abandonar su estado semicomatoso habitual para desenterrar las raíces del potho y pimplárselas.
Supongo que estaban crujientes y fresquitas, no sé. 
Es la primera vez que se come una planta, porque otras veces las ha usado simplemente como para limpiarse los dientes (os ahorraré la descripción) o se ha frotado contra ellas dulcemente con su cuerpo de 13 kilos hasta troncharlas, pero comérselas, nunca.
-A ver, solo porque las esté desenterrando y mordisqueando no significa que se las esté comiendo.
Entonces el gato empezó a hacer unas cacas... ¿cómo describirlas? Líquidas. Naranjas. Y el OLOR... Y como a veces le entraba el apretón y no llegaba al arenero, las hacía POR TODAS PARTES.
Entonces empezó a potar. Pero no por todas partes: al gato le gusta potar específicamente en mis zapatos. Así que yo le oía que empezaba a hacer como arcadas y salía escopeteada a mi dormitorio a poner a salvo todos los zapatos que pudiera, mientras el gato intentaba adelantarse y potar en el que todavía estuviera a su alcance.
Era como el Gran Prix, si hubieran cambiado el agua de la piscina por algo viscoso, apestoso y marrón.
-Vamos a tener que llevarlo al veterinario.
No nos gusta llevarle porque, además de las razones obvias, cada vez que vamos nos dicen que hay que hacerle una analítica porque está gordo.

El gato, imagen de archivo


Lo que pasa que el gato seguía potando y pensamos venga, mis zapatos bien valen una analítica.
Y nos lo llevamos al veterinario.
Ya sabéis cómo son estas cosas: metes al gato en el trasportín y luego lo arrastras por la calle mientras grita MIAAAAUUUUUUUU MIAUUUUUUUUOOOOUOOO.
Que tú sabes que no lo has secuestrado, pero lo parece.
Para cuando llegamos al veterinario estaba tan enfadado conmigo que no me hablaba. De hecho, me había dado la espalda con toda la dignidad. Lo que pasa es que si me da la espalda no sabe si estoy sufriendo por su desprecio o no, así que al rato se dio la vuelta y se dedicó a mirarme con el mayor de los reproches.
No le quedaba nada.
No dejó de mirarme fijamente mientras el veterinario lo sacaba de trasportín, lo pesaba, le miraba las mucosas y los oídos y, especialmente, le introducía el termómetro por el recto.
"Esta te la guardo", decía esa mirada.
-Este gato está gordo -dijo al fin el veterinario.
-Ya.
-Hay que hacerle una analítica porque si está gordo puede tener hígado graso.
Me pareció bastante razonable: a fin de cuentas, lo tiene todo graso.
-O diabetes. ¿Has notado que beba más agua últimamente?
-Pues ahora que lo dices, sí.
-¿Desde cuándo?
-Desde que estamos a 45º a la sombra o así.
-...
-...
-Igualmente hay que hacerle una analítica.
-Vale. 
La mirada que me echó el gato cuando me vio salir de la consulta sin él podría haber cortado el metal y helado los mares. Yo solo pensé que menos mal que no tenía que quedarme, que las agujas me dan mucho repelús.
Me dijeron que la analítica llevaría unos quince minutos así que me fui a la sala de espera y esperé. 
Y esperé. Y esperé. Y esperé...
A la media hora empecé a preguntarme cuánta sangre le estaban sacando a mi gato y por qué, y sobre todo cuánto nos iba a costar aquello, porque los gatetes no tienen seguridad social.
Al cabo de mucho, mucho rato, me llamaron de nuevo a consultar. 
El gato estaba cabreado y el veterinario estaba perplejo.
-Las analíticas han salido bien.
-MUAJAJAJA, STOP GORDOFOBIA.
-... Ha debido sentarle mal algo que ha comido.
-Ya, el potho.
-Bueno, como es poca cosa, solo tienes que dejarlo en ayunas dos días, y darle estos tres tipos diferentes de pastillas, cinco veces al día, durante ocho días.
-Voy a morir, ¿verdad?
Metí al gato en el trasportín y enfilé de vuelta a casa, considerablemente más pobre, y con un ánimo sombrío.
El gato se había hecho pis y vomitado en el trasportín y como es de huesos anchos, iba haciendo la croqueta en sus propios fluidos corporales. Estábamos a unos 45º a la sombra y bueno... bueno.
-Vas a tener que bañarlo -me dijo ZaraJota.
Obsérvese que no dijo "vamos". Aquí cada uno va a proteger su propia vida como puede.
-Creo que ya ha sufrido bastante por hoy, tengo una idea mejor.
La idea fue llenar uno de esos flusflús para regar la plantas como si la vida fuera instagram con agua templada y cada vez que el gato se quedaba quieto le hacía flusflús a toda velocidad intentando mojarlo lo más posible, pensando que así se lamería y se limpiaría solo.
Como constructo teórico, la idea era espectacular.
En la práctica, las cosas no salieron exactamente como yo esperaba. A la tercera vez que le flusfluseé, el gato empezó a huir de mí como de la peste, lo cual es irónico porque el que iba dejando estela a su paso era él. Además, parecía estar demasiado cansado para lavarse. O demasiado ocupado escapando de mí, una de dos. El caso es que, totalmente empapado de agua, pis y potas variadas, se dedicó a esconderse en nuestros armarios, entre los cojines o debajo de las sábanas. 
Al caer la noche, toda la casa olía a... bueno. Olía.
Además el gato, por motivos desconocidos, había empezado a desconfiar de mí y no había forma de acercarse a él para darle las chorromil pastillas, polvitos y el jarabe.
-Creo que lo del flusflús no ha sido buena idea -dijo ZaraJota.
Ahora será culpa del flusflús.




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