15 julio 2024

La hormiga


Tengo un hormiguero en el baño.
Bueno, la salida está en el baño, el hormiguero estará en las paredes o en el suelo, yo qué sé, vivo en un quinto, las reglas básicas de lo hormigueril se fueron a tomar bien hace tiempo ya.
El caso es que una de las salidas está en el baño. Intento no pensar demasiado en la dieta de esas criaturas, la verdad. De vez en cuando veo a una de ellas cargando con un trozo de algo (por suerte para mí) inidentificable y pienso: "Suelta eso y te doy una miguita de pan aunque sea, pero por dios suelta eso". 
El problema es que si le das una miguita de pan vienen más. Las hormigas son un poco así, como los turistas. Así que lo que hago es coger a la hormiguita con un trocito de papel y soltarla en el cubo de la basura, donde espero que se dé un atracón con la verdura que mis hijos no se comen antes de viajar a lugares lejanos en un camión verde del ayuntamiento.
Pero al día siguiente siempre hay otra. Y yo la quito. Y al día siguiente hay otra.
Y así llevo tres veranos, que a lo mejor estáis pensando: pues echa insecticida en la salida del hormiguero y eso ya lo sé yo, pero es que está detrás de la lavadora y está encastrada en un mueble, si no de qué.
El caso es que estaba un día en el baño haciendo el número dos cuando vi pasar a la enésima hormiguita y pensé: vamos a ver, ¿no se suponía que estos bichos eran inteligentes y súper organizados y que tienen una estructura social de la hostia?
Hace mínimo cuatro años que tendrían que haberse dado cuenta de que obrera que sale por ese agujero, obrera que no vuelve, ¿no? Sin embargo, siguen mandando obreras. 
¿Por qué?
Bueno, en ese momento elaboré cuatro teorías:

Uno.
El funcionario que lleva la gestión de los destinos, debido a los retrasos administrativos y a un error recurrente con su certificado digital, todavía no ha dado cuenta de que hormiga que sale, hormiga que no entra. 

Dos. 
El funcionario que lleva la gestión de destinos se ha dado cuenta de que hormiga que sale, hormiga que no entra, pero cree que es porque son jóvenes emprendedoras que han conseguido establecerse por su cuenta. Cada vez que una desaparece, se congratula por lo bien que va la economía del hormiguero.

Tres.
El funcionario que lleva la gestión de los destinos se ha dado cuenta de que hormiga que sale, hormiga que no entra, pero considera que esto tiene un efecto positivo sobre el empleo juvenil porque se crea una empleo nuevo cada día. Quizá no sea la forma más ortodoxa de crearlo pero se pone muy contento cuando ve que el paro juvenil baja.

Cuatro. 
No negaré que es mi favorita.
Las hormigas que yo echo a la basura, después de un épico viaje, consiguen volver a casa con las alforjas llenas de viandas, en plan Hormigal Colón, por lo que a la hormiga reina (que se llama Isabel, cero pruebas, cero dudas) le sigue saliendo a cuenta financiar esas expediciones. Las hormigas que yo echo a la basura son, de hecho, una hormiga, siempre la misma, que sale aposta cada vez que me ve sentarme en el trono (probablemente cree que soy una especie de dios o algo así, vaya, que yo soy de natural modesta pero si me viera desde el suelo también lo pensaría) para que la dirigiera hacia su destino.

Cuanto más miraba a la hormiga hacer ochos delante de mí, más convencida estaba de que la cuarta teoría era la correcta. Empecé a sentirme un poco culpable por estar usando papel higiénico para cogerlas. A lo mejor podía usar algo un poco más digno, como una cucharita. Podría dejarla de manera permanente en el vaso de los cepillos de dientes, por ejemplo. Ahora que lo pensaba, era posible que tuviera alguna de plat...
-¿Mami? 
El problema de tener solo un baño es que nunca lo tienes para ti sola mucho rato.
-¿Sí?
-¿Qué haces?
Pues mejor le digo que caca, porque como le diga que estaba jugando a ser dios no se lo va a creer.


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01 julio 2024

La secretaría virtual



 Un día estás embarazada y al siguiente estás matriculando a tu hija en el instituto, eso es así.

Ay, me acuerdo de cuándo yo misma me matriculé en el instituto, allí de cuerpo presente, con mi triple formulario y el libro de familia y la fotocopia del libro de familia y el carnet de identidad y la fotocopia del carnet de identidad y el graduado escolar y la fotocopia del graduado escolar y mi padre y la fotocopia de mi pad... no, espera, eso no. 

Que a lo mejor estáis pensando "ay, los jóvenes de hoy en día [del siglo pasado] que van a matricularse con sus padres". Bueno, probad a vivir a 15 kilómetros de carretera comarcal de nivel tres, del instituto y luego me lo contáis.

Que como sería la carretera que un par de año más tarde llovió (ese año tocaba) y se la llevó enterita por delante, nos pusieron una nueva, pero cuatro años más tarde volvió a llover y se la volvió a llevar. 

Entonces fue cuando se plantearon la solución más lógica: poner el instituto en el mismo pueblo.

Y yo sé que no os lo vais a creer, pero cuatro años más tarde volvió a llover y el agua se llevó por delante el instituto.

Pero volviendo a lo que iba, había que matricular a la niña en el instituto. Que ha sido difícil de elegir porque entre lo que está haciendo el ayusismo ilustrado con los recortes y lo que está haciendo el ayusismo ilustrado con la ideología está el patio regular tirando a mal, y encima hay pocas plazas.

Yo recordaba vagamente que la matrícula del colegio la tuvimos que hacer presencial un martes de 11:15 a 12:30 o algo así, lo que en la consejería de educación consideran conciliación familiar. 

(No me digáis que "es que las personas que trabajan en secretaría también tienen derecho a conciliar", que eso ya lo sé yo, por eso me alegra tanto que trabajen de 8 a 15. Un horario en el que podrían atenderte alegremente a primera hora, por ejemplo, sin necesidad de que te ausentes del trabajo a mitad de jornada o te tengas que pedir el día completo, no sé).

Pero pensaba que era una cosa de los colegios, no sé, una tradición ancestral como la de mandar una circular un domingo a las nueve de la noche pidiendo que al día siguiente vayan todos con una camiseta verde de topos fucsia "como las que todos tenemos en casa". Sobre todo que quede claro que no están pidiendo nada que se salga de lo común.

Pensaba que los institutos serían más como la universidad que, a ver, hace muchos años que no piso ninguna, pero recuerdo LA REVOLUCIÓN cuando en el año 2000 hicimos la matrícula por primera vez directamente por ordenador. En un ordenador de la sala de informática de la propia facultad, no nos flipemos con el tema, pero ya por ordenador. Puede que tardáramos horas en hacer cada matrícula. Puede que tardáramos aún más en recibir la confirmación por correo electrónico. Puede que luego imprimiéramos el comprobante en papel continuo. No fue bonito. Hubo víctimas en ambos bandos. Pero lo hicimos.

Como han pasado más de veinte años de eso, llegué a la conclusión, quizá precipitada, de que las cosas habrían mejorado bastante. Por ejemplo, ahora no hay que conectarse a internet con un cable, marcar y esperar mientras el módem hace ÑIIIIIIIIIIIIIIIIIIUÑIÑIÑIIIIIIIIIIIIIIUUUUUUÑIIIIIII y deja sin teléfono a tus padres. 

Reforzó mi idea el hecho de que el propio instituto recomendara realizar la matrícula online para evitar aglomeraciones. Y que en su propia web tuviera un enlace a la secretaría virtual para hacer la matrícula online.

Pero empecé a sospechar cuando me descargué el formulario de matrícula y me encontré con estas instrucciones: 



¿Fotocopias? ¿Reverso? ¿UNA FOTOGRAFÍA A TAMANO CARNET?

Bueno, vamos a mantener la calma. Seguramente está ahí para las pocas, poquísimas personas que todavía entreguen la matrícula en papel. Vaya, habría que ser tonto para ir en persona, pudiendo hacerlo online.

Seguro que más adelante me pide que suba esos documentos en pdf o algo así.

Y, efectivamente, había un pdf. Pero los campos no eran rellenables.


Que yo cogí y de todas maneras lo rellené con el botoncito de la cajita, pero vaya, sin saber yo nada de eso, luego esas respuestas no se pueden descargar, ¿no? O sea que yo relleno el pdf, y luego en el instituto se tienen que poner a copiar campo por campo en el programa que ellos tengan. Porque tendrán algún programa, ¿verdad? ¿VERDAD?

Bueno, en cualquier caso, eso no era problema mío, yo con subirlo a la secretaría virtual ya está...

Estupendo.
La otra alternativa que daba el centro era enviar la documentación por correo electrónico. 
Me parecía que mandar documentación y toda la información relativa a un menor por correo electrónico y sin encriptar era, como mínimo, peligroso, pero desde luego cualquier cosa mejor que ir a hacer la matrícula presencialmente, o sea, habiendo posibilidad de hacerla online, tendría que ser tonta perdida.
Así que lo mandé por correo. Pero luego me puse a pensar: ¿y si no sirve?
La web dice que se puede hacer por correo electrónico así que con eso tendría que valer. Pero es que la misma web que dice que se puede gestionar por la secretaría virtual, no sé, a lo mejor no es la fuente más fiable del mundo. 
Todavía me quedaba una tercera vía: el teléfono. También estaba en la web del instituto, como la sugerencia de usar la secretaría virtual o la de mandar la documentación por correo, pero al menos la respuesta sería inmediata.
-Hola, estamos intentando hacer la matrícula online y...
-A mí que me cuenta, yo soy el conserje.
Y así fue como acabé acudiendo presencialmente a secretaría.


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¿Sabéis quién tiene también problemas no resueltos con la informática? Baddo.








17 junio 2024

La tos felina


Pues resulta que un día empecé a toser y no le di mucha importancia porque me pasa como a Sabina, que siempre me dan ataques de tos en los momentos más inoportunos.

Lo que pasa es que era una tos muy rara. Como de perro pulgoso. O, puestos ya a compararme con un animal, como un gato cuando intenta expulsar una bola de pelo. "Tos felina", decían mis hijos. Tos de gato.
Y luego dejó de ser en momentos inoportunos a ser todo el rato y además con tanta fuerza que vomitaba y me hacía pis encima y ya me empecé a preocupar y pensé, voy a ir al médico, porque en Madrid es una cosa que tenemos. Agua, libertad y médicos.
Bueno, médicos a lo mejor no tanto, porque cuando intenté pedir cita me la daban para dos semanas y pensé: como tenga que esperar lo mismo voy y me muero. Con lo mal que me viene ahora mismo.
Iba a tener que ir a urgencias, que como todo el mundo sabe es algo que no se puede hacer porque luego va el médico a las redes sociales a quejarse en plan "pues no me ha venido una gilipollas a urgencias por un poco de tos".
Eso, si llegaba a ver al médico, porque las chicas del mostrador del ambulatorio son, a ver cómo lo digo suavemente, BORDES QUE TE CAGAS. Es como si pensaran que la gente se pusiera enferma para molestar. O como si creyeran que los enfermos tienen la culpa de todos sus problemas que, llamadme loca, a lo mejor se solventaban no votando a psicópatas mataviejos o, yo qué sé, sindicándose para luchar por sus derechos, cosas más raras se han visto.
El caso es que iba para el ambulatorio más acojonada por tener que pasar por el mostrador que por la tontería esa de estar tosiendo hasta la muerte.
Por lo que sea.
Crucé la puerta del ambulatorio con el culo más apretao que el hueso de un melocotón y las chicas del mostrador me recibieron con la amabilidad habitual.
-QUE TIENES QUE COGER NÚMERO.
-Vale -dije. Y empecé a toser. Tosí tanto que me doblé sobre mi misma, se me escapó el pis (gracias Tena Lady por tanto), vomité en la mascarilla y se me empañaron las gafas, con lo molesto que es eso.
-BUENO NO COJAS NÚMERO EH.
-Vale.
-PERO TAMPOCO TE ACERQUES.
La chica del mostrador estiró el brazo todo lo que pudo para que le dejara la tarjeta sanitaria en una de esas bacinillas de cartón que usan desde el covid para evitar el contacto con las personas humanas.
No vaya a ser que se les pegue algo.
Como la humanidad, por ejemplo.
Aproveché ese momento de atención al paciente inesperada y conseguí decir entre toses:
-Contacto... tos... ferina. 
-¿HAS ESTADO EN CONTACTO CON ALGUIEN CON TOS FERINA?
En realidad había sido un contacto indirecto, y la persona intermedia no había mostrado el menor síntoma y sigue sin mostrarlo hasta la fecha, pero estaba yo como para entrar en detalles.
Asentí con la cabeza.
Lo que, bien pensado, quizá no fuera la mejor ideas cuando tienes vómito embolsado en la mascarilla.
-SIÉNTATE LO MÁS LEJOS POSIBLE Y MANTENTE APARTADA DE TODO EL MUNDO.
-Pero...
-AHORA VIENE ALGUIEN.
Me senté lo más lejos posible y me las apañé para hacer el cambio de mascarilla porque me da a mí que una vez que la has potado de arriba a abajo pierden un poco de eficacia. 
Mientras tanto, en el mostrador se había formado tremendo revuelo. Una de las chicas preguntaba a gritos dónde estaba la caja con sus mascarillas. Otra hablaba por teléfono con no sé quién haciendo aspavientos. La tercera intentaba darle cita a un señor que no le hacía ni caso porque estaba más ocupado en mirarme de reojo y mantener una saludable distancia. Los viejos que hasta hace un minuto antes estaban peleándose por colarse en las analísticas habían hecho piña y me observaban con recelo desde la pared más alejada a mí.
Yo seguía tosiendo mientras me maravillaba por la capacidad de absorción de la braga de incontinencia Tena Lady, que no ha patrocinado este post pero puede empezar cuando quiera.
-AQUÍ ESTÁ LA DOCTORA -me gritaron desde el mostrador.
Y, efectivamente, se me acercó una doctora.
Pero se me acercó poco. Como a dos o tres metros.
-¿Que tienes tos?
No contesté porque no hizo falta, es lo que tiene la tos, que como que se contesta sola.
-AHORA ESCÚCHAME CON MUCHA ATENCIÓN -me dijo-, TÚ MEDICO DE CABECERA EMPIEZA SU JORNADA EN DIEZ MINUTOS. SUBE A LA SALA DE ESPERA SIN ACERCARTE A NADIE Y SIÉNTATE LO MÁS LEJOS POSIBLE DEL RESTO DE LA GENTE. ¿ME HAS ENTENDIDO?
Asentí otra vez. Con la mascarilla limpia me salió mucho mejor. 
-PERFECTO. 
Y salió corriendo.
Estaba absolutamente maravillada por que no me hubieran salido con "eso no es una urgenciaaaa", "por qué no has pedido citaaaa" y todas las lindezas que te suelen decir cuando tienes la osadía de pasar por el ambulatorio, y eché a correr para la consulta de mi médico como si me fuera la vida en ello.
Bueno, estaba tosiendo como si la vida me fuera en ello, así que normal, supongo. 
Me senté lo más lejos que pude del resto de los pacientes, que tampoco fue difícil porque según me iban oyendo toser se apartaban de mí como las aguas del Mar Rojo. 
Y me puse a toser.
Y a toser. 
Y a toser.
Y a toser.
Y a toser. 
Con algo me tenía que entretener, porque se me había olvidado descargarme los Bridgerton. 
Tampoco me hubiera dado tiempo, porque el médico me llamó a una velocidad inaudita que para mí que no habían pasado los diez minutos y ni había empezado su jornada laboral ni nada pero tampoco seré yo quien me queje cuando francamente me estaba ahogando.
-Así que tienes tos.
-¿Tos... ferina?
-Podría ser porque hay un brote y esa tos es muy característica -"Muy felina", pensé para mis adentros-, lo que pasa es que es imposible saberlo.
-¿No... existen... test?
-A ver, existir existen, lo que pasa es que en los ambulatorios ya no hay.
Son como las meigas, los test.
-Si te pusieras muy mal podrías ir al hospital y que te lo hagan.
-¿Cómo... de... mal?
O sea, que yo en ese momento me sentía bastante mal. Por supuesto tenía la tos, los vómitos, la incontinencia, el dolor de cabeza y muscular y las agujetas de tanto toser. Pero sobre todo es que había salido de casa sin desayunar y a mí estar en ayunas me pone un cuerpo horroroso.
-Si te pones tan mal que no puedes ni hablar.
-Entonces... no... hará... falta...
Porque yo puedo estar sin comer, sin contener, sin dormir y sin respirar si hace falta, pero antes de dejar de hablar REVIENTO. 

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03 junio 2024

A la hora en punto


 
Vosotros no lo sabéis porque no os lo he dicho nunca, pero mi gato está gordo fuertecito.
Cuando llegó a mi casa pesaba, según su cartilla, 13,5 kilos, que es un peso muy razonable si eres, pongamos por caso, un tigre, pero empieza a ser un poco demasiado para un gato.
El veterinario me echó la bronca como si lo hubiera cebado yo, pero claro, supongo que me vio gorda y la gordura es como el mariconismo, que se pega por contacto, así que dio por hecho que la culpable era yo.
Esto me sentó regular tirando a mal y me tomé como un reto personal que el gato recuperara su peso ideal.
Bueno, su peso ideal no, porque según el veterinario su peso ideal son 7 kilos y a mí me parece que un gato con esta envergadura (jajajaja, en verga dura, jajajaja) si se queda en 7 kilos va a ir desmayándose por las esquinas. 
Así fue como llegó a nuestras vidas el dispensador automático o, como lo llama Patch, el dispiensador.
Al gato, que le retiráramos el comedero y le pusiéramos aquello no le hizo ninguna gracia.
Podría decirse que se cagó en mis muertos pero en realidad donde se cagó fue en mis zapatos. 
Dentro, en todo el medio.
Jamás una mierda de gato había sido depositada con tanta precisión.
Al menos, pensé, el gato sabe quién manda en esta casa.
Los zapatos salieron de nuestras vidas pero el dispensador se quedó.
Más o menos.
Porque el primero vino con un pequeño defecto de fábrica y se adelantaba más o menos un minuto en cada toma, y como eran seis tomas (muy pequeñas, eh) al día se adelantaba seis minutos al día, y a los diez días ya era una hora, y al más ya estaba tomando siete tomas en vez de seis, y a los dos meses ha eran ocho.
Que no es que el gato se quejara.
Él lo llevaba con resignación. O sea, se estaba poniendo gocho, como para quejarse.
Pero a nosotros nos pareció que aquello estaba empeorando el problema, reclamamos al fabricante y nos devolvieron el dinero, que no la paz.
Entonces fue cuando nos regalaron otro dispiensador.
Este funciona perfectamente y además el depósito es tan grande que podemos olvidar de rellenarlo durante semanas.
A veces demasiado.
Hace unos días me desperté a las seis de la mañana con muchísimas ganas de hacer pis.
Esto es raro, porque una de las tomas del dispiensador es a las dos de la mañana, y después de comer el gato siempre necesita desalojar, y cuando necesita desalojar siempre me despierta para que le abra la puerta de la terraza, y yo todas las noches a las dos de la mañana me levanto, voy a la cocina, le explico al gato que la puerta de la terraza está abierta, que es corredera, el gato me dice "ah, sí", y yo ya aprovecho que estoy de pie aprovecho para hacer pis.
Por eso era raro que me despertara a las seis de la mañana con ganas de hacer pis, porque normalmente ya lo tengo hecho de las dos.
Pero ese día el gato no me había despertado.
Pensé que por fin había aprendido a distinguir los estados "abierto" y "cerrado" de la puerta de la terraza y me regocijé en todas las noches de dormir del tirón que me esperaban por delante. El gato, mientras tanto, maullaba delante del comedero.
-No toca hasta las ocho.
-Miau.
-Quedan dos horas.
-Miau.
-Ni miau ni miou, Comes cuando te toque.
A las ocho, el gato se puso pesadísimo pero yo llegaba tarde a trabajar y no le hice ni caso.
A las dos, el gato se puso pesadísimo pero ZaraJota llegaba tarde a recoger a los niños y no le hizo ni caso.
A las ocho (de la tarde) el gato se puso pesadísimo de nuevo.
-Acabas de comer.
-MIAU.
-Hasta las dos no vuelve a tocar.
-MIAU.
-No es culpa mía, es el dispiensador. El malo, el dispiensador, es maaalooo.
Al gato no le convencieron mis argumentos de peso y siguió dando la turra. Como nunca. Se frotaba contra mí, maullaba como un descosido, agredía al dispiensador (le hacía el medievo, que diría también Patch)...
-Tu gato está tontísimo. 
ZaraJota Vino a Ver. 
Cuando ZaraJota Viene a Ver pasan cosas.
-Lorz, el dispiensador está vacío.
-Uy...
-Con razón está tan pesado, se ha debido saltar una toma.
Sí, sí, una.


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El problema de escribir libros es que luego pretendes venderlos. pretendes venderlos. 


13 mayo 2024

Nunca más



Después de pasar la noche en un Alsa y el día despachando en Vitoria, tuve que volverme a Madrid en un Alsa.
Estaba a punto de subirme cuando descubrí que a la misma hora salían dos: uno que iba directo y otro que hacía seis paradas. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras miraba el billete.
Efectivamente, tenía el de las seis paradas.
Jo.
No os puedo contar el viaje porque lo único que recuerdo es que no me senté en mi sitio. Fue por una buena obra: para que una madre y una hija se sentarán juntas. Bueno, es verdad que lo hice para que la madre no se sentara conmigo. Pero eso ellas no lo saben. 
Llegué a Madrid sobre las once de la noche, me subí a un taxi y empecé a dar cabezadas:
-Aunque me duerma no me secuestre, ¿eh? -le dije al taxista.
-No, no. Cuando llegue a su casa la despierto.
-O no, eh, tampoco nos pongamos extremistas. 
Llegué a casa como a las doce e hice POM en la cama.
-Necesito dormir treinta horas seguidas -fue lo último que pensé. 
Siete horas más tarde, cuando sonó el despertador, me acordé de la topota madre de todo el mundo. Especialmente de la topota madre del Krunch, y de la topota madre de mi yo del pasado, que pensó que era buena idea hacer dos festivales el mismo fin de semana porque "cosas más locas hemos hecho".
Claro que sí.
CUANDO TENÍAMOS VEINTE AÑOS, HIJA MÍA.
Hasta la hora de comer, que como sabemos es todas las horas, fui una especie de zombi que hacía la croqueta por el aparcamiento mientras suplicaba que alguien acabara con su sufrimiento. A partir de esa hora, el azúcar y cafeína hicieron su efecto y empecé a parecerme a una persona racional, cosa que, viniendo de mí, tiene mérito. 
-No volveré a hacer esto nunca más -le dije a ZaraJota.
-¿Nunca? ¿Estás segura?
-Bueno, nunca después del fin de semana de mayo ese en el que me he vuelto a apuntar a dos festivales.
-No, si ya lo sabía yo...


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Escribo libros y luego tengo que venderlos.
Esta semana estaré: 
El sábado de 10:30 a 20:30 en Santa Librada (Impect Hub Alameda, c/ Alameda 22, Madrid)
El domingo de 12:00 en LibroMatik (Gondomatik, c/ Gondomar 20, Valladolid)
Todos los días en Lektu.

29 abril 2024

Evasión o Vitoria

 Todo empezó en el momento en el que pensé que podía ir a volver a Vitoria en el día. 
En autobús. 
Con una maleta tipo mamotreta hasta arriba de libros. 
Era un plan sin fisuras: coger la línea 5, que no tiene ascensores ni rampas ni escaleras mécanicas, en Urgel, ir hasta Oporto y hacer trasbordo hasta la línea 6, que no tiene ascensores ni rampas y solo algunas escaleras mecánicas, ir hasta Avenida de América, no sé si tiene ascensores o rampas o escaleras mécanicas, coger el autobús que sale de Madrid a las 0:30 y llega a Vitoria a las 5:30, esperar en la estación hasta las 9, caminar unos 40 minutos hasta el Zabaliburu, vender libros toda la mañana, coger el autobús de las 17:45, que hace nada menos que 6 paradas por aproximadamente todos los pueblos de España, llegar a Madrid a las 23:30, coger la línea 6 en Avenida de América, ir hasta Oporto, coger la línea 6 hasta Oporto, no tiene ascensores ni rampas y solo algunas escaleras mécanicas, coger la línea 5 hasta Urgel...
Por suerte, rápidamente me di cuenta de que era una locura: ¿por qué ir en metro si ZaraJota podía dejarme en Avenida de América dos horas antes de que saliera el autobús? 
Así fue como, después de haber trabajado de 9 a 6, sin haber dormido siesta, acabé con una maleta mamotreta hasta arriba de libros en la estación de autobuses, dos horas antes de que saliera el mío.
Yo era optimista. 
Tengo una gran facilidad para dormir donde y como sea, y contaba con echarme mis buenas cinco horitas de sueño en el autobús. 
Contaba mal.
Para empezar, la gente iba viendo vídeos, series o lo que fuera, que yo no me meto en la vida de nadie, sin auriculares. Las películas y las series las llevaba medio bien, o sea, desde cuándo una película nos ha impedido quedarnos fritos. Pero los vídeos de Tiktok eran como si me pusieran el despertador cada treinta segundos. Y que conste que era capaz de dormirme los 29 segundos de entre medias, pero cuando llevaba un rato aquello empezó a ser tortura. El joven amable que llevaba al lado, que fue amabilísimo todo el rato, también se dormía de vez en cuando, se derrengaba y una de sus manos acababa debajo de mis posaderas, así que yo cada vez me iba sentando más al borde del asiento y acabé como una gallina en un gallinero.
Estaba ya con un cachete al borde del abismo cuando me empecé a encontrar mal. Realmente mal. En el momento pensé en una bajada de tensión, pero ahora creo más bien que se me crujieron las cervicales sin motivo aparente. Vértigos. En un Alsa. A las tres de la mañana y llegando a Burgos.
El joven amable que se sentaba a mi lado debió notar algo, porque me preguntó si me encontraba bien.
-Nooo...
Entonces fue cuando muy respetuosamente me tocó el brazo y me dijo:
-Estás caliente.
"Y húmeda", pensé para mis adentros, porque una no se harta de leer novela romántica sin que le queden secuelas permanentes. Además, es verdad que estaba empapada en sudor de pronto.
-Estoy un poco mareada.
-¿Quieres comer algo? Tengo para darte.
Llegado ese punto me abstuve de hacer comentarios. Está clarísimo que tengo la mente súper sucia y que no me merezco la amabilidad ni de propios ni de extraños.
-No, no, ahora cuando lleguemos a Burgos me tomo algo.

O no. 
En la estación de autobuses de Burgos solo había una máquina estropeada y lo único que se podía tomar era el fresco. Eso sí, se podía tomar a raudales, porque el termómetro marcaba 3º y en la estación corría una brisa marina de lo más estimulante. Tan estimulante que se me quitaron los calores, los sudores, los vértigos y no se me quitaron las ganas de dormir porque yo de eso tengo siempre.
Cuando me volví a subir al autobús, el joven amable me preguntó si me encontraba mejor.
-Sí, sí, yo creo que ahora podré dormir un poco.
Entonces se subió el busero de reemplazo.
Se plantó en mitad del pasillo y a grito pelao nos dijo:
-BUENO, SEÑORES VIAJEROS, MANTENGAN VIGILADAS SUS PERTENENCIAS EN TODO MOMENTO PORQUE EN ESTE TRAYECTO SUELE VIAJAR MUCHO CHORIZO Y YO NO ME HAGO RESPONSABLE. AHORA QUE COMO PILLE A ALGUIEN CON LAS MANOS EN LA MASA VA DERECHO AL CUARTELILLO AUNQUE ME TENGA QUE QUEDAR CON EL AUTOBUS ESPERANDO HASTA QUE VENGA LA GUARDIA CIVIL. ¿ESTÁ CLARO?
Lo único que me ha quedado claro es que hoy no se duerme.







15 abril 2024

Hola, maja, ¿cómo estás?

 Diciembre de 2023

-Cieliamor...
Tenía que haber sospechado. Siempre que ZaraJota me llama así es porque quiere algo. 
-Qué.
-¿Tenemos algo programado para el 20 de abril?
-¿Del noventa? -para mi generación es imposible oír "20 de abril" y no completar con "del noventa", eso sí que es adoctrinamiento y lo demás son tonterías-. No, de momento no, está muy cerca del día del libro pero para entonces nuestra parte, que es enviar los libros, estará terminada.
-Ah, genial, es que quiero ir a un concierto de Celtas Cortos. Hacen otro el 19, pero claro, habiendo el 20 de abril hay que ir a ese. 
Para los que me leéis desde fuera de España, Celtas Cortos son un grupo de música que tiene una canción llamada "20 de abril del 90".

La canción va de un tóxico que va a llorarle a su exnovia porque todos sus amigos han madurado mientras él sigue comiendo Doritos en el sótano de sus padres. La canción se podía haber llamado 20 de noviembre del 75 y habrían tenido muchos problemas con la audiencia nacional, pero me habrían facilitado mucho la vida, como se verá a continuación. 
-Claro, vete el día 20, no creo que nos surja nada. ¿Vas con las Fruitis?
-No, no, con la niña.
-¿Qué niña?
-...la nuestra...
-¿CÓMO QUE LA NUESTRA?
-Es que le gustan mucho.
-PERO CÓMO LE VAN A GUSTAR MUCHO.
Que tienen edad para ser sus abuelos. Por no hablar de que la última vez que fuimos a un concierto de Celtas Cortos olía fuertemente a... incienso. Salimos muy relajados, eso sí.
-Que sí, que sí, que me dijo que tenía muchas ganas de verlos en concierto y claro, yo por acompañarla... Que a mí ni me apetece ni nada... Uy, uy, mira que pereza. Yo por la niña todo. Pero si nos coincide con algo no vamos.
-No, no, no tenemos nada, y si surge algo ya nos apañaremos, raro será que surja todo a la vez.

Abril de 2024
-Bueno, entonces el día 20 yo me voy a Vitoria para el Zabaliburu y tú te vas a Alcalá para el Krunch, el 21 estamos los dos en el Krunch, el 22 me voy a Barcelona para Sant Jordi.*
-Entendido, solo una cosa: ¿a qué hora vuelves de Vitoria?
-Teniendo en cuenta que voy y vuelvo en el día, en bus, para estar el domingo también en el Krunch, yo diría que entre tarde y muy tarde.
Tarde y mal, añadí para mis adentros. Que una ya no tiene edad para pasar la noche en un Alsa.
-Pues a ver qué hago con el niño.
-Será con los niños, y te los puedes llevar al Krunch a echar el día, que les gusta más que a un tonto un lápiz.
-No, no, solo con el niño, porque con la niña me voy al concierto.
Sudores fríos recorrieron mi espina dorsal. Claro que si hubieran recorrido la espina dorsal de otro no me habría enterado.
-Qué concierto.
-El de Celtas Cortos, ¿te acuerdas? 20 de abril.
-Del noventa -terminé. Porque los condicionamientos paulovianos son así, no se desconectan ni cuando estás en una crisis vital extrema.
-Puedo revender las entradas, lo que pasa es que le hace tanta ilusión a la niña...
-Claro, claro.
A la niña.



*Por suerte para nuestra protagonista acabó cancelando ese viaje, aunque sus libros si estarán en Sant Jordi, buscadlos bien. 
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Venid a vernos, necesitaremos todo vuestro apoyo vital, especialmente en forma de cafeína.








01 abril 2024

El paquete

Una de las actividades en familia que más hago con los niños es... um... ir a la oficina de Correos a llevar paquetes. 

"Haz un verkami", me dijeron, "es fácil y divertido y no te pasas días y días llevando paquetes a Correos".
La oficina de Correos nos pilla de camino al colegio, así que el proceso suele ser: por la tarde preparamos los paquetes/pedidos/etcétera, y digo preparamos porque los niños me "ayudan" señor dame fuerzas a poner las pegatinas, y a la mañana siguiente, de camino al colegio, los dejamos en la oficina. 
En la oficina ya nos conocen. O sea, nos ven casi todos los días. 
Me conocen a mí, conocen a los niños, conocen los paquetes.
O eso creían, porque un día estábamos allí, dejando los chorromil paquetes reglamentarios, cuando de pronto dice Nene-kun:
-Mami, ¿qué hay en esos paquetes?
-¿Cómo que qué hay? 
Como si no me hubiera visto prepararlos uno a uno.
-Sí, ¿qué hay?
-Pues ¿qué va a haber? Libros.
-Libros.
-¿Qué libros?
-Los libros que hace mamá.
-¿Tú haces libros? -me preguntó el pequeño mamoncete, con una cara de sorpresa digna de un Oscar.
-Cla---claro que hago libros, le digo, precisamente en el mismo momento en que la señora de Correos me entrega la documentación de aduanas para que firme que, efectivamente, en esos paquetes hay libros-. Hago libros y los vendo -repito con mayor convicción.
-Primera noticia -me dice.
PRIMERA NOTICIA. 
A mí ya me estaba dando de todo.
-¿Y qué crees que estoy mandando todos los días?
A Canarias y Melilla, ese día en concreto. 
-Ya sabes -respondió el niño. Y me guiñó el ojo. 
ME GUIÑÓ EL OJO.
Rellené los papeles de aduanas a toda velocidad y salí corriendo mientras gritaba y agitaba los bracitos.
Para mí que no han sospechado nada.

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Todos mis libros en lektu.




18 marzo 2024

La bacteria

 He estado malita. 
Francamente, muy malita.
Me lo he buscado sola, la verdad.
Empecé este verano con dolor de estómago intermitente. Luego era permanente. Luego tuve que empezar a dormir sentada. Luego empezó el dolor en el pecho, como si me lo atravesaran con una lanza.
Luego empezaron los ataques en los que parecía que alguien me cogía el corazón y lo apretara como una pelota antiestrés.
-Esto va a ser una bacteria -me dijo el médico.
Pues menudos brazacos debe tener, pensé. 
Luego, en vísperas de navidad, la niña se hizo un esguince. En algún momento de las cinco horas que estuvo esperando en urgencias porque tenemos libertad, pero no pediatras, se trajo a casa una gripe, covid, ébola, yo qué sé. Ni siquiera nos hicimos la prueba: nos encerramos en casa y ya está.
Debió ser más o menos por entonces cuando cogí la costumbre de dejar de respirar. Por las risas.
Estaba tan bien y de pronto -zas- la supuesta bacteria con brazacos me cerraba la laringe y a tomar viento.
Pero yo a lo mío porque no me parecía para tanto.
Quizá esto os sorprenda, pero fingir que un problema de salud no existe, por lo que sea, no lo hace desaparecer.
Mi sistema habitual de huida hacia adelante (¡montemos un verkami! ¡montemos una Tacitacom! ¡montemos otro verkami! ¡creo que voy a coger un segundo trabajo! ¡montemos una Tietera!, no fue suficiente.
Y las preocupaciones, que las tengo muchas y muy variadas, me dieron la puntilla definitiva.
El caso es que acabé en el hospital.
No tengo un recuerdo muy claro de todo el proceso, aparte de que el café estaba extrañamente bueno, de que alguien me ayudó a darme una ducha con una esponja autojabonosa, de que alguna enfermera me dio de extranjis una manta extra porque tenía frío y al parecer "solo tenía derecho a una" y de que llevaba un aparato en el dedo con un cable que no estaba enchufado a ninguna parte, que acabé quitándome y nadie echó de menos. 
Lo que sí recuerdo es que mientras estaba en boxes había un tío al fondo, fuera de mi vista, que no paraba de gritar que se quería ir a casa.
-¡Me quiero ir a mi casa! ¡Yo me voy! ¡Me quiero ir a mi casa! 
A mí me dolía la cabeza como si me fuera a explotar y le hubiera dado mi bendición para que se largara con mucho gusto, pero las enfermeras tenían sus propias opiniones y le iban explicando con mucha paciencia que no podía irse todavía.
Llevaban así un par de horas cuando vi pasar por mi lado a un tío con chándal, que iba hacia la salida con mucha decisión.
-¿A dónde vas? -le preguntó una enfermera.
-A mi casa. He dicho que me voy y me voy.
-No puedes irte a casa -la enfermera del pasillo miró a la enfermera del mostrador y yo no sé si apretó un botón o qué pero empezaron a aparecer seguratas de la nada.
De la nada.
Porque dinero para médicos no hay porque tenemos libertad, pero dinero para concesiones privadas hay todo el que quieras.
El paciente a la fuga y los seguratas empezaron un rifirrafe que acabó con el paciente en el suelo y tres seguratas apilados encima como en el Twister.
-¿Por qué me hacéis estooooo? -preguntaba el paciente.
-Porque has dicho que te quieres ir.
-¡Pero se lo he dicho a las enfermeraaas, no a vosotroooos!
Que ahí le doy la razón a él, por qué se meten si no es asunto suyo, vamos a ver. 
En ese momento los seguratas se dieron cuenta de que a lo mejor estaban dando una imagen un tanto negativa. Con la buena imagen que tienen los seguratas de toda la vida.
Entonces empezaron a gritar:
-¡LOS BIOMBOOOOS! ¡PONED LOS BIOMBOOOOOOS! ¡QUE NO SE LE VEAAAA!
Que era un poco: verse no sé, pero oírse se ha oído ya hasta en el Zendal, y mira que está lejos porque la libertad es así, para que el que tenga coche de empresa con chófer.
Las enfermeras rodearon la torre de seguratas con cuatro biombos que cogieron de donde primero pillaron, esto es: de las separaciones de boxes. Ahora ya no veíamos al señor que se quería ir pero veíamos más de lo que hubiéramos deseado de los demás. 
Que los camisones de los hospitales tienen muy mala baba.
En medio de aquel desaguisado, apareció mi médico.
-¿Qué tal? -preguntó.
-Estupefacta.
-¿Quieres irte a casa?
-¡NONONONONO! -contesté.
Que ya he visto lo que pasa. 


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Es romántico, tierno y agridulce, un recuerdo de un Madrid que ya no existe.












 


12 febrero 2024

Las rotondas

 El día 13,  que será martes, hará un año que me saqué el carnet de conducir en circunstancias poco favorables y ya por fin puedo quitar la L. 
Más o menos, porque no la tengo puesta. En el último viaje condujo todo el rato ZaraJota, y ZaraJota quitó la L y la dejó de cualquier modo en el maletero, para cogerla si hacía falta, pero luego paramos a desayunar y abrimos el maletero para sacar los abrigos y justo en ese momento se nos paró al lado un coche de la guardia civil y pensé: estos se van a pensar que estamos conduciendo sin la L, lo que era rigurosamente cierto porque el que conducía ZaraJota y tiene más de veinticinco años de carnet, pero yo entré en pánico de todas maneras y cogí la L y la tiré al fondo del maletero, que estaba a tope de cajas, y se cayó entre dos cajas y desde entonces no la hemos vuelto a ver, lo que de facto me ha impedido conducir durante la última semana pero me ha permitido subir de nivel en Duolingo, que el catalán no se hace solo, hay que hacerlo.
Esta terrible circunstancia me ha impedido cumplir mi sueño de quemar la L en una pira. Bueno, eso y que ZaraJota me dice ni se me ocurra. No sé qué de que el humo puede ser tóxico. Cosas suyas.
En este año de carnet he cogido el coche muy poquito por una sencilla razón: en el autobús me dejan ir mirando el móvil pero mientras conduzco por lo que sea está mal visto. Y yo le tengo mucho aprecio a mi móvil. 
Las pocas veces que he conducido he llegado a una sencilla conclusión y es que los madrileños conducen como el culo. Como el puto culo. Y encima, son unos maleducados.
O sea, yo no puedo reiniciar la marcha hasta que el  semáforo esté en verde. A mí me da igual que tú pases todos los días por ahí y sepas exactamente cuánto dura el semáforo y arranques medio nanosegundo antes de que se ponga en verde: yo lo tengo que ver en verde. 
Luego está lo de pitar. La obsesión de los conductores madrileños por tocar el pito es, como mínimo, psicoanalizable. Yo tengo mis teorías al respecto. Por si os lo estáis preguntando, todas ellas tienen que ver con pollas. Con pollas pequeñas, en concreto. Y de poco aguante.
Otra cosa que me tiene fascinada es el complejo de invisibilidad. Señor, si usted me está viendo a mí (por ejemplo, si usted ve que soy una mujer y que llevo una L, lo que claramente justifica que usted me grite o me pite por cualquier motivo real o imaginario), es de suponer que yo también estoy viendo COMO SE METE EL PUTO DEDO EN LA NARIZ, DE VERDAD, LA VISIBILIDAD FUNCIONA HACIA LOS DOS LADOS, POR FAVOR. 
Que no sé cómo pretenden algunos que estemos pendientes de que el semáforo se ponga en verde, si a veces estamos absolutamente fascinadas con las exploraciones nasales de los señores de alrededor. O cosas peores.
Pero lo que me tiene absolutamente perpleja es el tema de las rotondas. 
ROTONDAS. 
Que se llaman así porque tienen forma circular. Y se hacen en forma circular, siguiendo las líneas del suelo, pin, pin, pin...
Salvo en Madrid.
En Madrid, las rotondas se hacen en forma de hashtag: SE CRUZAN EN LÍNEA RECTA Y A TOMAR POR CULO. NI PREFERENCIAS NI HOSTIAS, TODO DERECHO Y TONTO EL ÚLTIMO.

Glorieta en Madrid, dramatización.


Por motivos desconocidos, me dan pánico las rotondas y las glorietas. Sobre todo, la de plaza Elíptica, que no es que quiera yo acusar a nadie de machista ni nada, pero cuando voy yo con la L me empiezan a pitar nada más entrar, mientras que cuando va ZaraJota, haciendo lo mismo, no le chista nadie. Pero es que además vienen coches por todas partes, en línea recta, pasando de las marcas viales, de los semáforos y de la madre que los parió, a toda velocidad, por la izquierda, por la derecha y por la otra derecha, la de verdad. 
Yo he intentado superar ese miedo a que la gente sea gilipollas a las rotondas e intento coger el coche aunque haya que pasar por plaza Elíptica, pero algunos días es como: mira, no puedo. Si hay que pasar por plaza Elíptica me voy en autobús.
Así fue como un día le dije a ZaraJota que condujera él, que se me iba a pasar la racha de Duolingo no me veía capaz de pasar por plaza Elíptica. Quitamos la L, la metimos en el maletero, ZaraJota se puso al volante y bueno, una cosa llevó a la otra, lo típico que pasa, y se empotró de culo contra un coche que había aparcado. 
-Yo no he sido -dije, por si acaso. 
-Pero cómo vas a ser tú si voy conduciendo yo. 
-Bueno, yo qué sé. 
ZaraJota se quedó en el coche buscando los partes porque es un antiguo y todavía no se ha enterado de que ahora se hacen online. Mientras, yo salí para dejar un papelito en el otro coche con nuestro teléfono o lo que fuera. La cosa no había sido muy grave, y nosotros solo teníamos roto el cristal del faro. 
Mientras ZaraJota seguía buscando el parte, me acordé de que llevábamos un rollo de precinto transparente en el maletero y pensé: pues voy a ponerle un poco al faro antes de que esto vaya a más. 
Abrí el maletero, cogí el precinto, se cayó la puñetera L que habíamos dejado en el maletero Dios sabe cuándo, la dejé en el maletero, se volvió a caer, la volví a recoger y me la puse bajo el brazo como un barra de pan, cogí el precinto y cuando estaba a punto de reiniciar la reconstrucción del faro, apareció el propietario del coche y me dijo:
-¿Has sido tú la que me ha dado?
Pues a ver ahora cómo le digo yo que no.


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15 enero 2024

El crecimiento



Todo empezó el 23 de diciembre, cuando Nena-chan decidió engordar. 
Todos engordamos en navidad, así que de entrada no le dimos mucha importancia. El problema es que Nena-chan decidió engordar solo en el tobillo. En uno. Que se le pudo como el de un elefante. 
Aquí no somos de juzgar y menos a los elefantes, lo que pasa es que la niña se empezó a quejar de que le dolía, le dolía, le dolía, una cosa lleva a la otra y finalmente acabamos en urgencias. Un 23 de diciembre a las siete de la tarde. 
La sala de espera de pediatría del 12 de octubre era un zulo que estaba hasta arriba con niños sufriendo de afecciones respiratorias y virus varios y como la responsabilidad individual es muy importante no llevaba mascarilla ni uno, aunque la verdad es que con la concentración de miasmas que había allí más que mascarillas habría hecho falta una escafandra.
Cinco horas de experiencia inmersiva más tarde, Nena-chan volvió a casa con el tobillo igual, el diagnóstico "pues ni idea, estará creciendo" y la instrucción de tomar ibuprofeno si le dolía.
Y virus, muchos virus. 
En menos de 24 horas el tobillo de la niña pasó a un segundo plano porque estaba a 39º y no bajaba de ahí ni pidiéndoselo por favor.
Así que hice lo más lógico:
-Esta noche duermes conmigo.
-¿Porque quieres cuidarme toda la noche?
-...sí.
-Es porque estamos bajo cero y doy calor, ¿verdad?
-¡No puedes demostrarlo!
Efectivamente, dormir con la niña me hizo entrar en calor. 
Concretamente, a 39º, durante los tres o cuatro días siguientes.
Para entonces la niña se había recuperado, así que ZaraJota le dijo que era el momento de que se volviera a su cama y él recupera su sitio en el lecho matrimonial.
-¿Para cuidarme? -le pregunté.
-...
-Es por el frío, ¿verdad?
-¡No puedes culparme por hacer lo mismo que tú!
Así que pasamos aquella noche juntos. Lo que sucedió a continuación os sorprenderá. 
Pasada la navidad estábamos todos en un estado lamentable. Bueno, todos no, que Nene-kun es de otra pasta. Entonces llamó mi suegra. O mi cuñada. O mi abuela. Yo qué sé, estaba muy mala. 
-¿Cómo estáis?
-Maaaaaaaaaaal.
-¿Qué os ha pasado?
-Nada, que Nena-chan está creciendo.




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Todavía quedan plazas para participar como expositor en La Tietera. 
Escríbenos a hola@foscanetworks.net








01 enero 2024

2024

 No me puedo creer que sea 2024. 
¿Cómo ha ocurrido esto? Parece que fue ayer cuando estábamos preocupados por el efecto 2000.
Y con razón, lo que pasa es que el "efecto 2000" no fue exactamente el que esperábamos.
Menudo siglito llevamos...
Por supuesto que han pasado cosas buenas y ha habido momentos felices. O sea, me he casado y he tenido dos hijos en este siglo, así como para empezar a contar. Pero, a vista de pájaro, la sensación es de que todo a ido a peor; a veces muy despacio, como la tortuga que se cuece a fuego lento sin notarlo. Otras, muy rápido, de un día para otro. Un día sales de paseo y al siguiente estás confinado. Un día tienes trabajo y al siguiente no. Un día crees que tu tía se está dejando llevar por la hipocondría y al siguiente... no.
Sea como fuere, parece que cada año ha sido, simplemente, un poquito peor que el anterior.
Y sin embargo...
En 1984 empecé el colegio.
En 1994 empecé el instituto y conocí a una persona maravillosa que sigue en mi vida.
En 2004 acabé (supuestamente) de estudiar y empezó mi vida (supuestamente) adulta.
2014 fue mi primer año como editora.
Los años acabados en 4 han sido de grandes cambios para mí. Casi siempre a mejor; siempre emocionantes. Y encima, este año cumplo 44. 
Este año va a ir bien. Le obligaré si es necesario, a pura fuerza de voluntad.
Empezando por aquí.