20 marzo 2023

No es gordo, es fuertecito



Vosotros no lo sabéis porque casi lo no menciono en las redes sociales, pero tengo un gato.
Bueno, técnicamente el gato es de mi madre, y tenerlo, lo que se dice tenerlo, lo tiene siempre ZaraJota encima, pero para que nos entendamos.
El caso es que cuando llegó a mi casa el gato estaba gordo. Gordo nivel pesaba más que Nene-kun. Que hace un par de años tampoco era más difícil: me he comido patatas que pesaban más que Nene-kun. 
Pero esa ya es otra historia.
El caso es que el gato está perpetuamente a dieta, porque cada tres meses vamos al veterinario y nos dice que si no baja de peso le va a a hacer una analítica, y a mí todo lo que empiece por "anal" y tenga que ver con el gato me da mucho cringe.
Nuestro camino ha estado de lleno de dificultades.
Durante una temporada, no bajaba de peso y no sabíamos por qué, hasta que un día, con toda la inocencia, Nene-kun nos dijo "es que cada vez que me pide le pongo".
A partir de ahí, le dijimos al niño que él sería el encargado de ponerle la comida al gato, pero solo una vez al día, por la mañana. 
A las siete de la mañana está el gato maullando en su puerta, no me arrepiento de nada.
Aún así, el gato seguía sin perder peso. 
O, al menos, el peso suficiente para que el veterinario estuviera contento.
Sospecho que los veterinarios son un poco así, nunca están del todo contentos.
Así que esta navidad, los reyes magos le trajeron al gato un comedero antiansia.
Para los que no estéis familiarizados con esto, es un cuenco que tiene ranuras y grumitos varios para que comer sea más difícil, el gato coma más despacio y le dé tiempo a sentirse saciado.
Esa es , la teoría.
El efecto del comedero antiansia fue limitado. En concreto, limitado a cero.
Yo no entendía nada hasta que una vez más, con toda su inocencia, Nene-kun nos dijo:
-No me gusta ese comedero.
-¿Y eso?
-Porque se queda todo en los huequitos, tengo que poner mucha más comida para que se quede por encima y a Jinmu no le cueste comer.
Señor, dame fuerzas.
-Es que le tiene que COSTAR comer. De eso se trata.
-Ahhh...
-A partir de ahora no le pongas de comer hasta que no se haya acabado todo lo de los huequitos, ¿vale?
-Vale.
Y eso hizo: a la mañana siguiente, viendo que había todavía muchas pelotillas en el comedero, pasó de ponerle de comer.
-Mamá me ha dicho que no te ponga -le dijo.
Bien. A mí no me gusta sacar conclusiones precipitadas, vale, pero acto seguido el gato hizo algo que no había hecho nunca: soltar un ñordo en mis zapatos.
Perfectamente dentro.
O sea, yo no quiero ser malpensada, pero teniendo en cuanta que 1 de cada 3 cacas acaba fuera del arenero, QUE ES UNO DE LOS MÁS GRANDES DEL MERCADO, soltar semejante mojonaco en mis bailarinas sin que se saliera nada tuvo que ser un ejercicio de equilibrismo digno del Circo del Sol.
Que no veáis cómo pesaba (y cómo olía) el zapato con aquello dentro, que lo tuve que llevar arrastrando hasta el cubo de basura.
Unos días más tarde, el gato fue a su revisión trimestral y el veterinario se puso muy contento.
-¡Ha perdido medio kilo!
A ver, perdido, lo que se dice perdido, tampoco, que yo tengo muy claro dónde lo ha puesto.

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Tengo libros muy bonitos, pero bonitos y además de fantasía y buenrrolleros solo tengo uno: Crónicas funestas. En papel y en digital. 


06 marzo 2023

La panicación


 
Bueno, voy a contar cómo me saqué el carnet de conducir después de 15 años y enemil intentos.
Como estoy muy contenta por haber aprobado, no voy a opinar sobre el sistema absurdo, clasista y corrupto basado en aprendizaje vía autoescuelas, algunas de las cuales solo aceptan pagos en efectivo por motivos que huelen un poco a cerrao, y que en Madrid es directamente un sacacuartos vergonzoso que se ceba especialmente en las personas jóvenes de clase trabajadora, que son las que más necesidad tienen de coche para encontrar su primer trabajo.
Tampoco voy a opinar sobre los examinadores, que son perfectamente objetivos mis cojones, señores, mis cojones.
Os voy a contar solo mi último examen, en el que me salté un ceda en una glorieta, fui todo el rato unos 20 kilómetros por encima del límite de velocidad, aparqué tan cerca del coche de al lado que ni Houdini habría salido por esa puerta y luego me bajé del coche con el motor en marcha porque tenía muchas ganas de salir de allí antes de que llegara la guardia civil.
Y todo porque soy idiota.
Porque resulta que ese día había un control antidroga en la puerta del centro de exámenes y yo iba drogada pero en plan bien, que tengo un permiso de mi médico para endrogarme y un justificante de que no afecta a la conducción aunque a los del psicotécnico les ha dado igual y solo me dan el permiso de conducir para cinco años, sin tener en cuenta que, por ejemplo, en estos momentos un 26% de los españoles se automedica, y de ellos un 11% se mete ansiolíticos sin prescripción médica y luego coge el coche alegremente, por no hablar del alcoholismo endémico de este país, pero me había dejado el justificante en casa (luego resultó que mi profesor llevaba una copia encima, pero en ese momento no se me ocurrió hacer la preguntación, solo la panicación), así que iba que no me llegaba la camisa al cuerpo y ya me veía en mitad de mi examen explicándole a dos guardia civiles como dos armarios que me drogo pero solo para consumo personal.
Francamente, he hecho exámenes mucho mejores y he suspendido.
Pero hubo una cosa que hice bien. Y fue que como estaba tan ocupada maldiciéndome porque no me sé el teléfono de mi marido y a ver cómo le iba a llamar desde el calabozo, pues me daba igual todo lo demás.
Y resulta que cuando ya te has examinado unas cuantas veces, que te la sople todo es lo mejor que te puede pasar.
-Señorita -me dijo el examinador mientras dábamos vueltas por Móstoles, que en verdad os digo que me conozco Móstoles como si lo hubiera levantado yo misma ladrillo a ladrillo-, ¿por qué cree usted que ha tenido que presentarse tantas veces?
-Porque me pongo nerviosa.
-Si se pone usted nerviosa quizá no debería usted conducir.
Pues eso precisamente es lo que dice el manual de la DGT y sin embargo aquí estamos obligados a hacer este puto examen que pone a todo el mundo de los nervios, pensé. Pero no dije nada. 
-Ah, no, lo que me pone nerviosa no es conducir.
-¿No?
-Es que tengo fobia social, ¿sabe usted? Meterme en un espacio cerrado con un desconocido me genera mucha ansiedad.
-Pero cuando tenga el carnet tendrá que usar el coche también.
-Hombre, con mis marido y mis hijos, que son como de la familia.
Aunque mi hija está entrando en la adolescencia y hay días que es como si no la conociera, pero eso no lo dije.
-Claro.
-Pero por favor, no se piense que por tener fobia social soy una loca peligrosa. O sea, loca, todo lo que quieras, pero peligrosa, no. Que te diga mi profe.
En ese momento mi profesor decidió que había algo muy interesante en la calle y fijó la mirada en su ventanilla como si le fuera la vida en ello. Por lo que fuera.
-Menos mal que se lo dice usted todo -dijo el examinador.
-Jajajaja, sí.
-¿Y cómo piensa usted aprobar en estas condiciones?
-Bueno, pues supongo que la solución es que me presente a examen una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta que repita con el mismo examinador y ya haya confianza.
Y por motivos desconocidos esa vez aprobé.


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