31 octubre 2022

Halloween 2022


 
Estaba empezando a refrescar. A la vieja y malvada bruja le gustaba el frío. En verano la gente suda y cuando, pongamos por caso, persigues a un niño para comértelo, cuesta más agarrarlo para echarlo al caldero. Porque resbala y eso. Por otra parte, en invierno era más difícil saber si el niño estaba lo bastante gordito como para asarlo, o era un saco de huesos que solo servía para hacer sopa. Eso estaba bien. A la bruja le gustaban las sorpresas, siempre y cuando acabaran con ella tumbada en su camastro, la tripa hinchada de tanto comer, las mandíbulas exhaustas de tanto masticar y los ojitos bizcos por... bueno, la vieja y malvada bruja siempre tenía los ojitos bizcos. Decía que le daban perspectiva.
Aquel primer día de frescor otoñal, la bruja salió de su cabaña, tomó aire puro, empezó a toser por la falta de costumbre (el ambiente en el interior de la cabaña era de todo menos puro, de hecho, en ocasiones se podía cortar con un cuchillo; otras veces hubiera sido necesaria una sierra mecánica) y tuvo que apoyarse en la jamba de la puerta hasta que le pasó el ataque. 
Fue entonces cuando notó que había algo raro en el bosque, y no era el aire puro, una molestia a la que ya estaba más que acostumbrada. Era un sonido... molesto, chillón, irritante, que le ponía los pelos de las verrugas de punta. Parecían... sí, lo eran: risas de niños.
La bruja sintió escalofríos. Una gota de sudor helado resbaló, trabajosamente, por la costra de roña que cubría su espalda. Los niños, de uno en uno y así, cociditos, le resultaban muy agradables. En grupos grandes y poco hechos, qué diantres, literalmente crudos, y encima alegres, ya le parecían un poco peor.
La bruja pensó que tenía que alejarlos de su cabaña de inmediato. No debía resultarle difícil: la gente tendía a evitar esa zona por instinto. Y por sentido del olfato. Sobre todo, lo segundo. 
La vieja y malvada bruja se tiró al suelo e hizo la croqueta por el verdín hasta que sus ropas negras adquirieron un tono más acorde a las labores de ocultación en el bosque. Después, a cuatro patas, de arbusto en arbusto, se aproximó al grupito. Estaba formado por un grupito de niños vestidos como imbéciles, liderado por un imbécil vestido de niño. La bruja los observó, boquiabierta, mientras "montaban el campamento", que básicamente consistía en sacar un trozo de tela de una bolsa plana, lanzarla al aire que se convirtiera en una pequeña casa de tela con un "plop". Pronto el claro estuvo poblado de casas de tela azul y techos redondeados, no mucho más altas que una persona. Esperaba que los niños no crecieran mucho, porque era imposible hacer vida normal ahí.
Acto seguido, los niños encendieron un fuego, cogieron ramitas en las que ensartaron trozos de algo blanco, se sentaron alrededor de la hoguera con las cositas blancas sobre el fuego y empezaron a cantar.
La bruja arrugó el entrecejo. La roña de su cara crujió y la bruja se dislocó un músculo del esfuerzo. Pero arrugó el entrecejo. Estaba claro que aquellos niños formaban un Aquelarre, y que habían decidido instalarse en su territorio. La vieja y malvada bruja jamás habría permitido una afrenta así. Bueno, es cierto que sí permitía las Reuniones Secretas de Plenilunio en el Claro del Bosque Junto a la Peña con Forma de Cabrito, pero eran solo una vez al mes, y si caían en jueves se suspendía para no coincidir con la noche de bingo en la taberna del pueblo.
Pero esto era inadmisible.
Esperó pacientemente a que terminaran de cantar, contaran cuentos supuestamente de miedo y, finalmente, se dirigieran a sus casitas para dormir. Qué clase de brujas dormían de noche, era otro misterio que tendría que resolver. Después de mucho rato de risitas y cuchicheos, por fin, el claro quedó en un silencio solo a ratos interrumpido por algún ronquido.
La bruja se echó las manos a la cabeza, rebuscó entre sus cabellos enmarañados y sacó al murciélago que anidaba ahí. Lo dejó cabeza abajo en una rama, observando el claro con sus ojitos como de canica. La gente, había notado la bruja, tendía a golpearle en la cabeza, y aunque la costra formada por su pelo solía resistir y el murciélago nunca había sufrido el menor daño, ella no deseaba correr riesgos innecesarios.
La bruja entró en la primera casita, agarró de una oreja a la primera bruja invasora / niño vestido de imbécil, y lo sacó de un tirón. Salvo lo que salió no fue un niño. O sí. Pero se había transformado en una especie de capullo de colorinchis, de la misma tela que la casita, del que solo sobresalía la cabeza.
La bruja se quedó estupefacta. Pero no tanto como cuando la cabeza abrió un ojo, luego otro, luego sacó una mano de las profundidades del capullo y lo abrió de arriba a abajo con un suave "ziiiiiiiiip". El niño salió del capullo como si fuera lo más normal del mundo, miró a la bruja de arriba a abajo, se volvió a frotar los ojos y soltó un tremenda carcajada.
-¡Caray! Este año os habéis superado.
La bruja no supo qué contestar. La verdad era que se sentía superada, sí.
-¿No deberíamos despertar a los demás? -preguntó el niño. La bruja abrió la boca y la volvió a cerrar. No estaba segura de si era una trampa-. ¡Eh! ¡Despertad!
De las casitas empezaron a salir niños en diferentes grados de somnolencia. Algunos arrastraban sus capullos como si se tratara de la piel muerta de una serpiente... La bruja se relamió ante la idea de llenar la despensa con todas aquellas pieles. Pero antes tenía problemas más urgentes.
-¿Qué pasa?
-¡Una bruja!
-Jajajaja, este año se han superado.
-¡Venid todos! 
La bruja se encontró perfectamente rodeada de niños. La mayoría la miraban, mientras que algunos se afanaban en encender la hoguera que habían apagado cuidadosamente antes de irse a dormir, y otros aprovechaban la ocasión para sacar más de aquellas cosas blancas y zampárselas crudas.
-Eh... -dijo la bruja, para ganar tiempo.
-Lobatos -intervino el único adulto presente-. Somos lobatos.
La bruja asintió. Cambiaformas, eso lo explicaba todo. 
-Yo soy Tocomojo.
Un coro de risotadas la rodeó, pero el adulto chistó para que se callaran.
-Bienvenida, Tocomojo. ¿has venido para darnos nuestras huellas?
La bruja se estremeció. Estos cambiaformas practicaban una magia oscura y peligrosa.
-No -dijo.
-¡A la hoguera entonces! -gritó uno de los niños.
-¡Sí!
La bruja estaba rodeada de poderosos enemigos. Un sudor frío le recorrió la espina dorsal haciendo un tortuoso recorrido debido a la escoliosis. Hizo un gesto para que el murciélago volviera a refugiarse en las marañas de su pelo. Tenía que salir de allí cuanto antes.
Por desgracia, los malvados cambiaformas no le dieron oportunidad. La rodearon, soltando alaridos, la llevaron a empujones junto a la hoguera, y cuando ya creía que la iban a asar viva, la hicieron sentarse, le pusieron entre las manos un palito con una de esas extrañas cosas blancas, y se sentaron a su alrededor, expectantes.
La bruja se vio indefensa. No sabía qué tenía entre las manos ni qué efecto tendría si intentaba hacer magia. Estaba rodeada y sin posibilidades de escapar. Y tenía que pensar en la seguridad de su murciélago. Tenía que ganar tiempo, con la esperanza de que, al amanecer, los cambiaformas perdieran algo de su energía. Carraspeó, tomó aire, y dijo:
-Había una vez una bruja...
Los cambiaformas emitieron grititos de felicidad. 
Podía conseguirlo,  pensó la bruja. Iba a salir de esta.


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16 octubre 2022

La mochila

 

Estaba pensando que a lo mejor queréis saber cómo me fue en Eurodisney, lo que pasa es que ya lo fui contando en directo y claro, luego me dicen que me repito. 
Aparte, y para sorpresa de todos, fue un viaje casi sin incidentes. Vale, es cierto que a la ida Nena-chan se saltó el control porque iba súper motivaba, yo me dejé la tarjeta de embarque en una de las bandejas de plástico que se llevaron de inmediato y desapareció en una montaña de bandejas de plástico, y a ZaraJota le hicieron el cacheo completo con guante de látex incluido porque tiene cara de delincuente, pero para lo que somos nosotros la verdad es que nos pareció hasta poca cosa. 
Es posible que los cuatro días siguientes hayan sido los más felices de mi vida hasta la fecha, las cosas como son. No creo que tuviera tanto que ver con Eurodisney, que vale, esto también hace, como con estar los cuatro juntos y sin la típica presión de hay que ir al cole, hacer la comida, que si la compra, que si los deberes, que si la rana croando debajo del agua. 
Pero todo lo bueno se acaba, especialmente el chocolate, y finalmente tuvimos que coger el avión de vuelta a España. Como íbamos con agencia, un autobús pasó de hotel en hotel recogiendo gente para llevarla al aeropuerto.
Ahí es cuando entraron en nuestra vida los Borjamaris. Era un grupo de unas diez personas; ellos, pantalón corto y nautico sin calcetines; ellas, rubias carasco monísimas de la muerte; los niños, una panda de salvajes a la que no controlaba nadie y que se pasaron el viaje en autobús gritando, peleándose y dando patadas a los asientos mientras sus amados progenitores pasaban de ellos como del trabajo manual.
Cuando llegamos al aeropuerto hicimos todo lo posible por dejarlos atrás pero claro, ni el aeropuerto es tan grande ni hay tantos aviones, así que acabamos en la misma cola para el check in. 
Por suerte la cosa estaba muy bien organizada, y antes de que llegaras al mostrador se te acercaba un azafato para asegurarse de que todo estaba correcto y ahorrar tiempo.
Aquí es cuando empezó la fiesta de verdad. 
Los Borjamaris llevaban maletas, una mochila cada uno y un montón de bolsas de plástico con compras en las manos, que no sé, Borjamari, ya no es que vayas a coger un avión, es que no puedes ir así por la vida cuando no tienes el servicio a mano.
El azafato les explicó que las bolsas no se podían llevar así y que además eran demasiadas para llevarlas como equipaje de mano y que para qué querían tanta bolsa que el plástico contamina mucho, Borjamari, agrupa las compras que pareces tonto. Bueno, a lo mejor esto último no lo dijo pero seguro que lo pensó, yo desde luego lo llevaba pensando un rato. Lo que sí les dijo muy amablemente fue que se apartaran a un ladito y solucionaran aquello como fuera antes de llegar al mostrador.
Al Borjamari principal, o Borjamari Alfa, aquello le sentó regumal. Empezó a gritar y a bufar como un energúmeno mientras daba vueltas como un toro con nauticos. Que no hay derecho. Que si no se pueden llevar bolsas por qué hay tiendas (en Eurodisney, ojo, que ni siquiera eran bolsas del aeropuerto). Que él ha viajado mucho y esto es la primera vez que me pasa. 
En fin.
En ese momento, anuncian por megafonía que el vuelo va muy lleno y que quien lo desee puede facturar su equipaje de mano gratis. Que es que no te lo pueden poner más fácil, Borjamari. Facturas un par de mochila y lo apañas, de verdad. Pero por motivos desconocidos el Borjamari Alfa llegó a la conclusión de que le estaban haciendo el lío personalmente a él.
-Estos lo que quieren es ahorrarse espacio en la cabina -empezó a gritar-. A ver si se creen que somos tontos.
Mientras el Borjamari Alfa gritaba, una de las She-Borjamari abrió una de las maletas grandes, repartió un juguete a cada niño para que lo llevara en la mano, repartió el resto en huecos por la maleta, hizo magia de madre en general y de pronto todas las bolsas habían desaparecido. 
-¿Pero qué haces? -le gritaba el Borjamari Alfa-. ¿No ves que nos están chuleando?
-Ya bueno...
-Es que eres tonta, te engañan como quieren...
-Ya, pero...
-Yo puedo llevar bolsas en las manos si quiero.
Para entonces nosotros habíamos conseguido hacer el check-in  y le dije a ZaraJota que por lo que más quisiera que CORRIERA, porque yo no quería hacer la cola de control con los Borjamaris detrás. Llevamos a los niños casi en volandas, las ruedas de la maleta de mano soltando chispas en las curvas. 
No hubo suerte porque si nosotros corrimos, los Borjamaris corrieron más. 
Nunca subestimes el pánico que siente un español a quedarse solo en un país extraño, que de verdad esa necesidad de ir en grupo con gente a la que no conoces pero es que son españoles a mí me supera. Tres veces. 
Colocamos nuestras cositas en tres bandejitas: la primera de ZaraJota, la segunda de los niños, y la tercera la mía. Luego pusimos las bandejitas en la cinta transportadora, y planeábamos acompañarlas hasta que entraran en la máquina, pero llegaron los Borjamaris, todavía dando gritos, y el segurata nos dijo que no esperáramos a las bandejas, que pasáramos el arco, que tantos españoles juntos no podían traer nada bueno.
Pasamos el arco sin problemas. Bueno, a ZaraJota lo cachearon, vaya, lo normal, y nos fuimos a esperar que salieran las bandejas con nuestras cosas. 
Salió la de ZaraJota.
Salió la de los niños. 
Salieron las de los Borjamaris. 
Salieron las de una familia eslava. 
Salió la de un erasmus.
Salió...
Bueno, allí salió de todo menos la bandeja con mi mochila. 
Entonces me fui a un segurata. El segurata no hablaba inglés porque para qué vas a necesitar idiomas trabajando en un aeropuerto. Y mi francés es regulero en sus mejores momentos. Y ese no era un buen momento.
-Pegdon mesié mon sac sa pegdú.
-Espere a que salga de la máquina -me contestó. En francés, claro.
-Ye he espegú me le sac na pá sogtí.
-Saldrá cuando tenga que salir, espere su turno.
-No, no, no, le sac de mon maguí ha sogtí, le sac de mon fils ha sogtí, me mon sac ne ha sogtí pa.
-Ya saldrá.
-No, no, no, no, han sogtí les sacs de tgua familes more after my husband sac -es posible que llegado a ese punto yo estuviera cortocircuitando-, me non mon sac, mon sac sa pegdú FOREVER.
-¿Tú bolso no ha salido?
-NOOO. (T_T)
-¿Cómo es?
-Cest un sac... Cest ne pa un sac, il é un... backpack.
-¿Backpack?
-Uí. Backpack -empecé a canturrear "Backpack, backpack" como en Dora la Exploradora pero por la cara del segurata intuí que no iba por el buen camino. Salvo que quisiera acabar en una institución mental, que en ese caso iba perfectamente enfilada-. Nuag. Like a shat, gouse ears, black. No, nuag.
Para mí que mi descripción era absolutamente clara, pero por lo que sea el segurata no estaba convencido.
-¿Está usted segura de que la ha puesto en la cinta?
-UÍÍÍÍÍÍÍÍ.
-Venga conmigo. 
Entonces hice una cosa loquísima: cruzar el arco hacia fuera. Porque no había otra forma de pasar. 
El segurata se acercó a la persona que está ahí mirando cómo la gente pone las bandejas en la cinta, que debe ser un trabajo apasionante, también os digo. 
-¿Has visto por aquí una mochila negra?
-Amb orelles roseta de gatet -añadí, en mi mejor catalán en años. El bandejeitor no lo apreció. Hay gente que no tiene gusto ninguno.
-No he visto nada - contestó el bandejeitor en perfecto francés.
El segurata señaló una bandeja que alguien había apartado hasta quedar en la parte de la cinta que no es cinta, sino rulitos que no avanzan si no los empujas tú.
-¿Y eso?
-Ah, eso. No lo había visto. 
-¿Es esta su mochila, señora?
-UÍ. UÍ. MEGCÍ SEGURITÉ, MEGCÍ, TE DOY LAS GRACIAS, MEGCÍ POR SEG ASÍ-puede que dijera esto con la sintonía de un conocido anuncio de bombones. No sé. Jamás podréis demostrarlo.
-Señora, es que si deja la bandeja aquí no entra sola en la máquina.
-Que yo no la dejé ahí pa, que esto han sido los Borjamaris seguro, les Bogjamaguís, que la han apartado para que las suyas pasaran antes, como si lo viera.
El segurata puso cara de no entender. Porque no entendía, claro.
-Bueno, ponga la mochila en la cinta para que pase y acabemos con esto -me dijo en francés.
A mí la idea de volver a soltar la mochila me provocaba ciertos recelos.
-No -dije, abrazándome a ella.
-Señora, por favor. 
-Me je me quederé here hasta que je la vuá entgeg dans le machin.
-Está bien. 
Solté la mochila en la cinta y me quedé mirando hasta que la vi desaparecer satisfactoriamente. Entonces intenté cruzar el arco.
Y pité. 
-Señora, no puede pasar -me dijo otro segurata totalmente distinto, también en francés.
-Me je he sogtí.
-Pero no puede entrar. Ponga todos sus objetos metálicos en esta bandeja.
-Me je he entré hace un rato cap problem!
-Señora, por favor, está obstaculizando. 
Mientras me quitaba los mismos pendientes, gafas y pulsera con las que había entrado sin el menor problema un rato antes, vi mi mochila salir de la máquina y alejarse por la cinta. Más lejos aún, vi a ZaraJota, que había estado distraído con los niños y se acababa de dar cuenta de que yo había desaparecido.
Terminé de quitarme todo, volví a pasar por el arco, volví a pitar. 
-Nooo, de veguité, je he entgé before, he sogtí pasque le seguguité me ha dit que sogtí pasque mon backpack sa pegdú and je la tguvé me je'm going to pegdú una altra vegada...
Por lo que sea, a segurata no le pareció que mi historia fuera convincente y me cachearon alegremente mientras observaban la bandeja con la bisutería como si fuera a explotar de un momento a otro. 
Cuando por fin de me dejaron pasar, me encontré con que ZaraJota ya había recuperado mi mochila y me estaba esperando con los niños.
-¿Dónde estabas?
-Buscando mi mochila, que no aparecía.
-¿Tu mochila? Si lleva aquí media hora.
Encima cachondeo.




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Escribo libros de todas las formas y modelos. Algunos te dejan el  corazón calentito, otros el cuerpo regular. 






03 octubre 2022

La llalli


 
Este fin de semana ha muerto la abuela de ZaraJota. No me pude despedir de ella, no puedo ir al entierro, pero hay algo que sí puedo hacer y es contar una de mis anécdotas favoritas. 
La cosa fue que el día de mi boda, cuando llegué toda emperifollada para casarme, un señor de la organización me dijo que no podía entrar porque les faltaban dos viej... ancianas.
La cosa no habría tenido más importancia si me hubiera casado en un sitio normal, pero es que me casé en Faunia y las dos viej... ancianas podían acabar devoradas por una rata topo desnuda o algo peor.
Así que esperé pacientemente hasta que las encontraron y hasta más tarde no me enteré de qué había ocurrido. 
A saber: 
Los invitados llegaron en autobús, todos juntos, a Faunia, donde les recibió un señor que les condujo hasta el lugar del enlace. Y la llalli María y su hija, ambas de tierna edad, llegaron sin problemas al lugar del enlace. El problema fue que no era nuestro enlace, sino el de otra pareja que se había casado el mismo día.
La llalli María no se dejó intimidar por un detalle tan insignificante. No reconocía a nadie, pero dio por hecho que serían todos de mi familia. No veía a ZaraJota, pero podía ser cualquiera de los chicos de traje que andaba bailando por allí. Y la novia le pareció guapísima, pero claro, es que todas las novias están guapísimas el día de su boda. Aparte de medio metro más altas y unos veinte kilos más delgadas, al parecer.
La otra boda había empezado a las doce de la mañana, eran las siete y los invitados ya llevaba encima las bebidas del cóctel, el vino de la comida y las copas, así que les pareció perfectamente normal que dos viej...ancianas con cardado aparecidas de la nada llegaran de pronto, se sentaran donde les pareció mejor y empezaran a dar vivas a los novios mientras se les humedecían los ojos de la emoción, y cito textualmente, de verme tan guapa.
Por si la situación no fuera lo bastante absurda, en mitad de la fiesta apareció un empleado del parque, desalojó a las dos viej...ancianas y se las llevó a toda velocidad en un carrito de golf porque, vuelvo a citar textualmente, llegaban tarde a otra boda.
Por supuesto yo de esto me enteré después, y la llalli me lo recontó varias veces porque era una gamberra encantadora. Siempre terminaba la historia igual:
-Ay, niña, pero qué guapa estabas.
-Si no era yo.
-Bueno, reina, pero eso es lo de menos.



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Escribo libros. Algunos te dejan en cuerpo regular. Con otros te ríes. Encuentra el tuyo aquí.
El 5 de octubre estaré presentando el último, Los caminos del engaño, en Vino a por letras (Getafe).