28 febrero 2022

Día de Andalucía

Debido a circunstancias poco claras, la pasada semana me enteré de que para celebrar el día de Andalucía, los colegios andaluces ofrecen a los niños, y no tan niños, un "desayuno andaluz" que suele consistir en un mollete (un tipo de plan plano y muy blandito) con aceite y, según los casos, tomate, manteca colorá o jamón.
Me parece una absoluta vergüenza, y esto es así por dos motivos.
Primero, que pasé doce puñeteros años en centros educativos andaluces y es la primera vez que oigo hablar de eso. Me parece súper injusto. Vale, es cierto que cuando yo empecé a ir al colegio sólo se habían celebrado dos días de Andalucía, y lo mismo el tema estaba un poco verde todavía. Recuerdo claramente a doña Rosalía, mi maestra de párvulos, poniendo un casete con el himno porque era una cosa muy nueva y todavía no se lo sabía. De tocarlo con la flauta ni hablamos, por suerte para doña Rosalía, que no tenía la culpa de nada, pobre mujer.
Ni yo tampoco, eh. Por eso pensé que si el mundo fuera justo, la Junta de Andalucía me haría llegar los doce molletitos que me corresponden con efecto retroactivo. No preocuparse, que no me los comería todos de una sentada: congelaría dos o tres para otro día. 
Luego pensé que, puestos a pedir pan con aceite, yo lo que quería de verdad era un joyo
Un joyo es una fantasía de pan, aceite y azúcar que se le daba a los niños para merendar antiguamente y que les daba energía como para que fueran ciegos hasta la hora de cenar.
Solo lleva tres ingredientes: pan, aceite y azúcar.
El pan puede ser de barra, aunque con lo que está bueno de verdad es con lo que en mi pueblo se llama mingo y en el resto del mundo, bollo sevillano, porque los sevillanos si no son el centro de atención van y revientan, eso es así. Yo no he encontrado mingos para hacer el fotocall (Mercadona, hay una ventana de oportunidad ahí) y he usado una barra de pan de toda la vida, de las que en Madrid llaman pistola porque yo qué sé, le echan algo al agua que les afecta a largo plazo, otra cosa no se me ocurre.
El primer paso es sacar el migajón. No preocuparse que aquí no se tira nada. El migajón se guarda que ya veréis que le encontramos utilidad rapidito. 
Luego echamos aceite en el agujero (el hoyo o "joyo").
El aceite cuanto más bueno mejor, parece una perogrullada pero llevo ya casi veinte años en internet y ya me veo venir al que le echa el aceite de haber frito croquetas y luego viene quejándose de que está malísimo.
Tiene que ser aceite apto para consumo humano, a poder ser, y preferentemente aceite de oliva virgen extra, así con todas las letras, porque como dijo el filósofo Lucio Anneo Seneca, ya en el siglo I:

Si lo llama AOVE
no te lo folles.

A lo que Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd, conocido por sus contactos de Tinder como Averroes, añadió: 

AOVE la torta que tienes, con tos los deos estiraos y la palma haciendo hueco, pa que suene.

Aclarado este punto, hay que echar el aceite en el hoyo con cuidadito de que se empapen bien las paredes. Que quede la cantidad justa, sin que haya pan seco ni charco al fondo, requiere de mucho entrenamiento. Las primeras veces lo más probable es que haya aceite de más: pues nada, lo volcamos en el platito, que para eso lo hemos puesto debajo.
No preocuparse que no se va a desperdiciar tampoco.


Lo siguiente es echar el asuquita que ahí os dejo elegir la azúcar blanquilla que más rabia os dé. En mi época los malotes se echaban colacao en vez de azúcar, así que no nos vamos a poner puristas ahora.
La idea es que se reparta por todo el agujero, como no se puede ver en esta foto porque la he hecho con la luz apagada y luego le he metido todos los filtros que había, pero si os imagináis una tostada de aceite con un poquito de azúcar por encima pues es eso pero como en redondo.
Para asegurarme de que queda bien de azuquitar, yo que soy moderada en todos mis actos los que hago es rellenar todo el joyo con azúcar y luego lo vuelco en el plato para que caiga el sobrante. 
No preocuparse que eso tampoco se desperdicia.
El resultado es pan con aceite y azúcar pero en mejor porque según comes se va cayendo todo para abajo y cuando llegas al fondo tienes una costra de aceite y azúcar que te deja viendo doble una semana.
Y por si no fuera bastante, todavía tenemos toda la miga para mojar sopitas en lo que hemos ido dejando en el plato, que no estamos para tirar comida y además estamos en edad de crecer. 
A lo ancho, sobre todo.


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14 febrero 2022

Vuelo sin motor




¿Sabéis las toallitas antivaho para las gafas?
Todas las mañanas, justo antes de salir de casa, cojo las gafitas de Nene-kun y las limpio con su gamuza correspondiente, y luego las froto a conciencia con las toallitas antivaho, para que no se le empañen cuando salga a la calle con la mascarilla puesta. 
Ya que estoy, cojo las mías y hago lo mismo. Somos la familia con las gafas más limpias y antivaho del planeta. 
Y además nos quedan bien. 
El problema es que "justo antes de salir de casa" suele ser como a las 8:30 de la mañana y yo voy (más o menos) todos los días (relativamente) al gimnasio así como a las 6:45, que por circunstancias inexplicables no estoy yo de humor para toallitas antivaho.
Bastante que me acuerdo de respirar. 
Así que claro, según salgo a la calle se me empañan las gafas. Así que, por lo general, me las quito y voy hasta el gimnasio con ellas en la mano porque total, a esas horas ni pasan coches, ni gente, y si me voy dando cabezazos contra las esquinas tampoco me ve nadie.
Además así me va dando el fresco en los ojitos y lo mismo hasta me espabilo, cosas más raras se han visto. 
En el gimnasio no tengo ese problema porque cada máquina tiene su cubículo y me puedo quitar la mascarilla, que además tienen un colgador y todo para dejarla, que digo yo que si todo el mundo la va dejando ahí el colgador tiene más miasmas que un pañuelo de segunda mano. 
Que lo mismo resulta más higiénico guardarse la mascarilla en el entreteto, pillada con el sujetador, pero bueno. 
A lo que iba. 
Resulta que el lunes volví del gimnasio a la maravillosa hora de las ocho de la mañana, con las gafas en la mano y todo iba bien hasta que salí del ascensor.
Porque en mi casa el ascensor está en una entreplanta, y para usarlo hay que subir (o bajar) seis escalones. Y ahí estaba yo bajando mis seis escalones con mis gafas en la mano y mis seis dioptrías en los ojos cuando alguien, probablemente con aviesas intenciones, me cambió un escalón de sitio.
Y volé. 
Toda mi vida pasó antes mis ojos, lo que pasa es que como no llevaba las gafas me la perdí. Lo que no me perdí fue la pared del pasillo, esa me la comí entera. Y luego me comí la pared opuesta. Y luego me comí el suelo.
Luego que si engordo.  
-Ay...
ZaraJota, que sin duda había estado acechando detrás de la puerta para ver si venía ya y me llevaba a los niños al colegio, salió al rescate. 
-¿Te has caído?
-Ay...
-¿Puedes levantarte?
-Ay...
Entonces salió la vecina. La vecina es una mujer muy rubia y muy guapa y estaba estupenda hasta en pijama mientras que yo estaba en chándal haciendo la cucaracha panza arriba en mitad del pasillo.
-¿Te has caído? Espera que te ayudo.
Entre la vecina y ZaraJota consiguieron ponerme en pie y luego me arrastré hasta el sofá.
Entonces llegaron los niños. 
-Mamá, ¿qué ha pasado?
-Nada, que he volado. Por un breve instante, me he entregado a la ingravidez, he desafiado las leyes de la física y he sido libre, ¿me oyes? LIBRE.
-Te has vuelto a caer, ¿verdad?
Me tienen caladita. 


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07 febrero 2022

La motivación

Quizá lo haya contado ya, pero estoy yendo al gimnasio todos los días.
Más o menos. 
Porque, ¿quién no tiene un ratito para ir al gimnasio todos los días?
O sea, si quitas lo de despertar a los niños, recordarles, insistirles, rogarles, suplicarles y finalmente soltarles un bocinazo para que desayunen, se laven los dientes y se vistan, llevarles al cole, trabajar, recoger a los niños del cole, darles de comer, trabajar otro ratito, llevar a los niños a extraescolares, preparar la cena y la comida del día siguiente, darles de cenar, recordarles, insistirles, rogarles, suplicarles y finalmente soltarles un bocinazo para que se laven los dientes, se pongan el pijama, se vayan a la cama y se duerman, y eso cuando no hay además que limpiar, planchar, ir a la compra, al dentista, al pediatra, a comprar por enésima vez escarpines para la piscina (¿qué c*ñ* hacen con ellos? ¿se los comen o qué?) o cualquier otra cosa, ¿quién no tiene un ratito para ir todos los días al gimnasio?
De pronto necesito echarme un rato.
A mí me costó, pero como todo es posible si te esfuerzas por fin encontré el ratito perfecto: de siete a ocho de la mañana.
Lo voy a decir otra vez:
de siete a ocho de la mañana.
Sí, de verdad necesito echarme un rato. Ahora mismo.
Para estar en el gimnasio a las siete de la mañana más o menos consciente me tengo que levantar a una hora que no voy a decir porque estoy en contra de la violencia innecesaria. 
Tampoco voy a entrar en el frío que hace por la calle a ella hora, ni lo solitaria y vacía que está la calle, porque entonces me entran ganas de ponerme en posición fetal debajo de la cama y no me acuerdo de la última vez que me paré a barrer pelusas en esa área concreta de la casa. 
Y no mencionaré la cantidad de trabajo adicional que supone ir al gimnasio, desde preparar la bolsa la noche antes hasta lavar y doblar una cantidad extra de ropa.
Todo eso no importa porque yo estoy realmente motivada. 
Porque la salud es muy importante, ¿eh?
Y mantenerse en forma.
Y la Organización Mundial de la Salud recomienda hacer al menos media hora de ejercicio al día. 
Y, sobre todo, porque a esa hora me pierdo la hora de desayuno/lavado/vestido de los niños, que es un p*t* infierno y me quita las ganas de vivir desde primera hora de la mañana. 
Ya está, ya lo he dicho.
Es posible que esto me convierta en mala madre pero no lo hago por mí, lo hago por la Organización Mundial de la Salud y para que ZaraJota pase tiempo de calidad con sus hijos.
De calidad cero, en concreto.
Por si esta no fuera suficiente motivación, cuando llegué al gimnasio el primer día me encontré con que hay pantallas individuales con acceso a Netflix delante de cada máquina.
Lo voy a repetir: 
pantallas individuales con acceso a Netflix.
Por qué los gimnasios insisten en promocionarse con la tontería de la salud y ponerse en forma cuando podían estar hablando de esto es un misterio para mí.
-¿Y cómo funciona? -le pregunté al encargado de la mañana, con lágrimas de emoción en los ojos. Yo, no él. Él quizá tuviera lágrimas en los ojos, pero del madrugón.
-¿Tienes cuenta de Netflix?
-Sí.
-Pues nada, entras en tu sesión y ves lo que quieras.
-¿Lo que quiera? -las lágrimas de emoción eran ya como puños.
-Claro.
-¿En serio? ¿Algo que no sea Vivo o la Patrulla Canina?
-Lo que quieras.
-Pero cinco minutos o así, ¿no? Luego vendrá alguien y me obligará a cambiar a Vivo o la Patrulla Canina, ¿no?
El encargado de la mañana, visiblemente acostumbrado a estas escenas, me miró fijamente y me dijo: 
-Puedes ver lo que quieras, todo el tiempo que quieras, sin interrupciones.
Aquello fue como la conversión de san Pablo. De rodillas en el suelo, juré lealtad al gimnasio para el resto de mi vida. No recordaba la última vez que podía haber visto lo que yo quisiera y sin interrupciones. Levantarme de madrugada y hacer ejercicio parecía un pequeño precio a pagar.
Sin embargo, después de unas semanas en las que la motivación no flaqueó ni por un momento, me encontré con que mi viejo enemigo volvía a la carga. 
Eccema. Purulento y asqueroso. En la planta de los pies. 
Vale, también en otros sitios como el cuero cabelludo, las manos o la hucha. Pero, a efectos del gimnasio, vamos a centrarnos en la planta de los pies.
Al principio intenté seguir yendo al gimnasio de todas maneras, porque estaba muy motivada. Y porque tenía la temporada 10 de Walking Dead a medias, vale, eso también. 
Pero a medida que iban pasando los días y se me iban cayendo trozos del cuerpo por doquier, quedó claro que para zombis ya tenía de sobra conmigo, gracias.
Acepté mi derrota con la elegancia que me caracteriza. 
Acordándome de la madre que parió a todo, para empezar.
-Míralo por el lado positivo -me dijo ZaraJota-: así podrás desayunar con los niños.
Eso, encima hurga en la herida.



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Este jueves a las 19:30 estaré en Libros de Arena con Marina Such para hablar de nuestras cosas y quizá de su libro, si nos da tiempo y eso. 
La entrada es gratuita pero para garantizar las medidas de seguridad, distancia y todo el asunto pandemial, es necesario confirmar asistencia en hola@foscanetworks.net
Apuntarse y venirse, que como mínimo nos reiremos un rato.