14 febrero 2022

Vuelo sin motor




¿Sabéis las toallitas antivaho para las gafas?
Todas las mañanas, justo antes de salir de casa, cojo las gafitas de Nene-kun y las limpio con su gamuza correspondiente, y luego las froto a conciencia con las toallitas antivaho, para que no se le empañen cuando salga a la calle con la mascarilla puesta. 
Ya que estoy, cojo las mías y hago lo mismo. Somos la familia con las gafas más limpias y antivaho del planeta. 
Y además nos quedan bien. 
El problema es que "justo antes de salir de casa" suele ser como a las 8:30 de la mañana y yo voy (más o menos) todos los días (relativamente) al gimnasio así como a las 6:45, que por circunstancias inexplicables no estoy yo de humor para toallitas antivaho.
Bastante que me acuerdo de respirar. 
Así que claro, según salgo a la calle se me empañan las gafas. Así que, por lo general, me las quito y voy hasta el gimnasio con ellas en la mano porque total, a esas horas ni pasan coches, ni gente, y si me voy dando cabezazos contra las esquinas tampoco me ve nadie.
Además así me va dando el fresco en los ojitos y lo mismo hasta me espabilo, cosas más raras se han visto. 
En el gimnasio no tengo ese problema porque cada máquina tiene su cubículo y me puedo quitar la mascarilla, que además tienen un colgador y todo para dejarla, que digo yo que si todo el mundo la va dejando ahí el colgador tiene más miasmas que un pañuelo de segunda mano. 
Que lo mismo resulta más higiénico guardarse la mascarilla en el entreteto, pillada con el sujetador, pero bueno. 
A lo que iba. 
Resulta que el lunes volví del gimnasio a la maravillosa hora de las ocho de la mañana, con las gafas en la mano y todo iba bien hasta que salí del ascensor.
Porque en mi casa el ascensor está en una entreplanta, y para usarlo hay que subir (o bajar) seis escalones. Y ahí estaba yo bajando mis seis escalones con mis gafas en la mano y mis seis dioptrías en los ojos cuando alguien, probablemente con aviesas intenciones, me cambió un escalón de sitio.
Y volé. 
Toda mi vida pasó antes mis ojos, lo que pasa es que como no llevaba las gafas me la perdí. Lo que no me perdí fue la pared del pasillo, esa me la comí entera. Y luego me comí la pared opuesta. Y luego me comí el suelo.
Luego que si engordo.  
-Ay...
ZaraJota, que sin duda había estado acechando detrás de la puerta para ver si venía ya y me llevaba a los niños al colegio, salió al rescate. 
-¿Te has caído?
-Ay...
-¿Puedes levantarte?
-Ay...
Entonces salió la vecina. La vecina es una mujer muy rubia y muy guapa y estaba estupenda hasta en pijama mientras que yo estaba en chándal haciendo la cucaracha panza arriba en mitad del pasillo.
-¿Te has caído? Espera que te ayudo.
Entre la vecina y ZaraJota consiguieron ponerme en pie y luego me arrastré hasta el sofá.
Entonces llegaron los niños. 
-Mamá, ¿qué ha pasado?
-Nada, que he volado. Por un breve instante, me he entregado a la ingravidez, he desafiado las leyes de la física y he sido libre, ¿me oyes? LIBRE.
-Te has vuelto a caer, ¿verdad?
Me tienen caladita. 


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