27 septiembre 2012

Poner a parir I

Esta es uno de esos post de ganarse collejillas.
Mamá, en la cabeza no, que estoy dando el pecho.


Cuando hablas con la gente del embarazo siempre hay alguien que te sale con lo del "milagro de la vida".
-Es fascinante -te dicen- ser testigo cómo se desarrolla tu hija dentro de tu cuerpo. 
Y sí, lo es. 
De lo que nadie te habla es de una transformación más fascinante aún: sentir como se desarrolla una abuela dentro del cuerpo de tu madre. 
Te pone los pelos como escarpias.
Luego está la transformación de tu padre en abuelo. De esa mejor hablo otro día. 
Durante los meses del embarazo mi madre, que estaba ligeramente entusiasmada, ha intentado ayudarme y aconsejarme con todo el amor y la buena voluntad del mundo. Y entusiasmo, ¿lo he dicho ya? Porque entusiasmo había como para tres o cuatro abuelas. 
Que conste que la mayoría de los consejos de mi madre me los he apuntado, ¿eh? Que cuando mi madre tiene razón es que tiene razón, la jodía. 
De otros me he choteado abiertamente. Que no quiere decir que no tuviera razón ella en su consejo, pero yo también tenía razón en mi choteo, lo que pasa es que nadie me comprende. 
-A los bebés los colores fuertes no les pegan -me dijo un día-. Yo a esa gente que los lleva de rojo, de verde... así, tan pequeñitos, es que no lo entiendo. 
Y claro, era decirme eso y yo me iba directa a comprar ropita roja, que Bebé-chan no va a vestir de otro color hasta que se case, y ya veremos.
-¿Te puedes creer que al niño de no-sé-quién le ponen vaqueros? ¡Un mesesito tiene, y venga, los vaqueros! Que ni es cómodo ni le pega ni nada. 
Para mi madre ponerle vaqueros a un bebé es motivo suficiente para que los servicios sociales intervengan y arranquen al pobre niño de los brazos de esa madre descastada. Vaqueros. Desde luego la gente...
Y claro, era decirme eso y yo me iba directa a comprar vaqueritos de bebé. 
Ahora que lo pienso, a lo mejor lo que pasa es que mi madre lleva comisión en la tienda, porque si no no me lo explico. 
Luego estuvo una temporada rondando con el tema de la canastilla. 
-Necesitas una canastilla de mimbre para poner las cositas básicas de cambiar al bebé: un par de pañales, toallitas, cremita...
-Ya lo tengo todo en la estantería.
-En una caja. 
Dicho así parece que hubiera metido las cosas del bebé en una caja que me encontré recogiendo cartones por la calle. Era una caja nueva, muy bonita, rosa por abajo y con rayas rosas y blancas por encima, y, lo más importante, del tamaño justo de la estantería. 
-Sí, es una caja. 
-Eso no es práctico. Tiene que ser una cestita con asa, para llevarla de un lado a otro. Así, si Bebé-chan se hace caca en el sofá, pero no una caca normalita, no, una de esas que te lo ponen todo pingando, no tienes que moverla, vas a por tu canastilla y cambias a la niña en el sofá. 
-Pero si del sofá al cambiador no hay ni dos metros, que lo midió el fontanero cuando explotó la tubería. 
-Ay, hija, se nota que eres novatilla -eso es para reforzar mi autoestima-, no sabes cómo se ponen los bebés a veces de caca, que no sabe uno ni de donde agarrarlos y hay que cambiarles el pañal in situ. 
-Entonces, para no llenarme yo de caca, lo que hago es dejar a Bebé-chan sola, desatendida en el sofá, retozando en su propia m**rd*, y yo me voy a buscar la canastilla. 
-Exac... ¡Lo estás retorciendo! ¡Eso no es lo que digo! Desde luego hay que ver como eres... 
Al final mi madre compró la canastilla. Y cremitas. Y champús. Y toallitas. Y un mordedor. Y una mochila. Y... y...

La canastilla en cuestión. 
Que no me quejo, ¿eh?
Es muy bonita y muy práctica, y tiene lacitos por todas partes, que es lo más importante. 
La voy a usar todos los días.
Que quede claro, mi madre tenía razón.
Que luego por cualquier malentendido de nada de desata la violencia.

De todas las anécdotas que ha dejado mi madre-en-vías-de-ser-abuela, la mejor es la del carrito.
Sí, mamá, lo voy a contar.
El carrito nos lo regaló la Tita del Puerto. Estuvo unos días en Madrid, y aprovechamos una mañana para ir a comprarlo, así, en plan excursión, ZaraJota™, mi madre, la Tita y yo.
Sé que hay gente que dedica mucho tiempo a investigar cual es el mejor modelo de carrito. Conozco a una chica que todavía es capaz de recitar de memoria las características técnicas de los carritos que había a la venta cuando nació su hijo. Pobrecita. 
Yo he pasado bastante, y sólo tenía tres requisitos:
-Que fuera Chicco, porque es la única marca de carritos que me suena de cuando yo era pequeña y oye, si han aguantado tanto tiempo en el mercado será por algo.
-Que fuera plegable, porque cuando tienes un piso de 50 metros todo lo plegable te parece que es lo más.
-Que tuviera un color sufridito. "Sufridito" es un adjetivo que sólo puedes usar cuando eres madre, y significa "que se limpia bien y/o que disimula las manchas".
Llegamos a la tienda, y sólo había un modelo que cumpliera con mis requisitos. Ese modelo se vendía en dos colores: azul marino y rojo.
-Vosotros escogéis el que más os guste -dijeron mi madre y la Tita, y digo dijeron porque cuando están juntas hablan las dos a la vez, a gritos y sin escucharse-. Pero el azul es más bonito. 
-Quiero el rojo.
Que a mí me daba igual uno que otro, era por llevar la contraria. Mi madre es que no aprende, si quería que me comprara el azul que hubiera dicho que le gustaba el rojo, que a veces parece boba.
-Pues si quieres el rojo, el rojo, y que no se hable más. Aunque el azul es más bonito, donde va a parar. 
La chica de la tienda percibió la tensión y decidió intervenir.
-¿Quieren que les enseñe cómo funciona?
-Sí, por favor -suplicó ZaraJota™.
La chica de la tienda inició una demostración que ríete tú de los artistas del circo.
ZaraJota™ la miraba con la concentración total del que sabe que va a tener que repetir el numerito con un bebé en un brazo y una bolsa con juguetes en el otro.
Yo miraba de reojo, porque me fío lo justo de la capacidad para el bricolaje de ZaraJota™.
Mi madre y mi tía, mientras tanto, a lo suyo.
-A nosotras -sí, cuando están juntas hablan en plural- nos gusta más el azul porque tenemos un gusto más clásico -léase "elegante y refinado"-, tú es que tienes un gusto diferente -añádase "como de hippy zarrapastrosa".
-A mí me gusta el rojo.
-Claro, claro. ¿Y ZaraJota™ que opina?
-El rojo. 
"A mí me daba igual", confesó ZaraJota™ más tarde, "yo lo que quería es que pareciera que mi opinión también contaba".

El carrito en cuestión. El azul era más bonito.

Unos días más tarde, mi madre me pilló contándole la historia a alguien. Creo que fue a mi padre. Mi padre ha perdido tanto peso últimamente que a veces mi memoria no lo registra.
-¡No fue así! -saltó mi madre-. ¡Tú elegiste el que querías!
-Claro que sí, y no tuve ningún tipo de presión para elegir uno o otro... aunque el azul era más bonito.
-¡Lo estás exagerando! 
Miré a ZaraJota™ en busca de apoyo. ZaraJota™ se escondió debajo de la mesa. Cobarde...
-Fue así.
-¡Que no! ¡Que no! ¡Que lo tergiversas todo!
-¡Yo no tergiverso! ¡Embellezco!
-Pues que ni se te ocurra embellecerlo en el blog, que te doy una colleja que te enteras. 
Mi madre es que todo los soluciona con la violencia.
Desde entonces, cada vez que sospecha que me choteo de ella, o sea, casi siempre, me acaba la conversación con un "pues que ni se te ocurra embellecerlo en el blog, que te doy una colleja que te enteras".
Hasta que un día vio ante sí la solución al problema.
-Sí, sí, ríete de la pesada de tu madre, ya hablaremos cuando nazca la niña.
-¡Pero si yo no he dicho nada ahora!
-Cuando nazca la niña no vas a tener tiempo para nada, que lo sepas. 
-Ya lo sé... Estoy preparando tuppers...
-A ver si te crees que lo arreglas todo con tuppers.
Pues no, mamá, todo, todo, no. Lo que pasa es que para mí, en mi faceta de ama de casa, la única tarea acuciante es preparar el tupper, porque ZaraJota™ necesita uno, ineludiblemente, todos los días. El resto de tareas (limpiar, planchar, ducharme) me parecen perfectamente postergables. Aunque eso a una madre no se le puede decir.
-Al menos teniendo tuppers comeremos.
Ni caso.
-Porque los primeros días todo es un mundo. Os va a faltar el tiempo. Y más a vosotros, que sois novatillos -está pesadísima con lo de que somos novatillos. Al parecer somos los únicos padres primerizos del mundo: el resto empezaron directamente por el segundo-. Por muchos tuppers que tengas, no tendrás tiempo para nada. Ni para el blog. 
Lo dijo así, como triunfal. Como si acabara de matar a su archienemigo o algo.
Jo, ni que estuviera todo el día metiéndome con ella... ¡a veces me meto con otras personas también!

En fin, que por mucho que me ría de ella, tengo que admitir que mi madre tenía razón en una cosa.
Bueno, en casi todo, pero especialmente en una cosa:
El azul era más bonito.
No, no era eso..

Bebé-chan necesita mi atención las 24 horas del día.
No me queda tiempo para nada, madre, ¿contenta?

Por otra parte toda la conversación de los padres novatillos, los tupper, el blog y manipular la realidad me dieron una idea. Igual que preparo comida con antelación, puedo preparar los post, ¿no?
Total, si la mayor parte de las veces me los inven... eh... ¡mira, un elefante que vuela!

Resumiendo, que aunque ahora no tenga tiempo para nada, me quedan post congelados para rato.
¡Lorzagirl ha vuelto! ¡Y espera que sea para quedarse!



Continuará...

24 septiembre 2012

A mi preciosa, no tan diminuta niña

Una vez alguien nos dijo a tu papá y a mí que nos queremos tanto, que en nuestro cuento no queda sitio para un dragón.
Pues no, no nos cabe.
Además, ¿qué hacemos nosotros con un dragón?
Son grandes, escupen fuego, comen carne humana... ¡y deben hacer unas cacas enormes! 
Que no, que no, que son muy poco prácticos.
Además, lo que papá y yo queríamos no era un dragón, sino un bebé.
Es lo que pasa cuando te sale el amor a borbotones, ¿sabes?
Nuestra pequeña familia se nos quedaba aún más pequeña por falta de gente a la que querer.

Entonces mamá tuvo un accidente. Ya hablaremos de eso cuando seas mayor. Ahora lo único que importa es que el médico le dijo a mamá que iba a tener muchas dificultades para tener hijos.
Eso dolió más que el accidente, mucho, mucho más.

Después hubo otro accidente. Sí, también hablaremos de eso cuando seas mayor. Esta vez el médico dijo que mamá iba a tener muchas dificultades para tener hijos, y que de todas maneras quizá era lo mejor para todos.
Ni que decir que no estaba de acuerdo, no lo estaba en absoluto.

Hizo falta otro médico diferente, mucho tiempo después.
-Tienes un útero precioso -dijo.
-¿Y eso que significa?
-Que eres tan fértil que te puedes quedar embarazada bebiendo del mismo vaso que tu marido.
El médico exageraba, no es así como se tienen los bebés... ya te lo explicaré cuando seas mayor. Muy mayor. Unos cincuenta o sesenta o así.

Papá y mamá empezaron a beber del mismo vaso en noviembre del 2011, pero no te fabricaron hasta la navidad de ese mismo año, una de las más tristes que hemos tenido.
A la tita del Puerto le acababan de detectar un cáncer de pecho, y no se podía mover de su casa porque iban llamar para que se operara en cualquier momento. Los abuelos se fueron al Puerto con ella, para que no pasaran la navidad sola. A cambio dejaron a sus hijos solos en Madrid. Que es verdad que ya éramos mayorcitos, pero, ¿te imaginas una cena de navidad sin los abuelos?
Sin los gorritos absurdos de la abuela, sin el abuelo de los nervios porque alguien llega cinco minutos tarde, sin las toneladas de comida, sin el cabreo porque ha salido una botella de cocacola en la foto, sin las velitas y el “mira que mono me ha quedado el árbol”.
No es lo mismo, ¿verdad?

Al final a la tita del Puerto la operaron el mismo día que supimos que venías de camino.
Papá y mamá acordaron no decirle nada a nadie, ¡eras tan pequeñita, tan frágil! Pensábamos que con sólo nombrarte el viento se te llevaría.

Aunque ocultarlo era difícil. Mamá estaba hecha una pupa. Devolvía, se mareaba, le dolía todo, a veces se quedaba dormida de pie... lo que pasa cuando tienes un bichillo inquieto creciendo dentro de ti.
A pesar de todo, ese segundo fin de semana de enero nos fuimos al Puerto a ver a la tita. Nada más verme, me cogió del brazo y me llevó aparte; la tita era la única que sabía que te andábamos buscando.
-¿Que tal?
-¡Creo que estoy embarazada!
A la tita se le cambió la cara.
-¿Seguro?
-El palito dice que no, pero yo lo sé, estoy tan malita...
Y mamá, tan malita como estaba, sonreía.
-¿Se lo vas a decir a tu madre?
-No, no se lo digas, es muy pronto...
Papá y mamá pasaron el fin de semana en el Puerto haciendo equilibrios para que nadie notara nada. La tita, recién operada como estaba, se dedicó a cubrirnos. Creo que en el fondo se lo estaba pasando hasta bien. Y entre unas cosas y otras, nadie notó las escapadas para devolver, o que mamá esquivaba ciertas comidas y luego comía frutos secos y manzanas todo el día, o que apenas tocaba a los gatitos.

Volver a Madrid sólo fue un alivio en parte.
Porque verás, mi niña, cuando estás embarazada (y prométeme que tú tardarás mucho, mucho en estarlo) necesitas mucho a tu mamá. No sé si es el instinto, o que necesitas mimitos, o qué, el caso es que así es. 
Y justo, justo cuando mamá necesitaba a su mamá, la abuela estaba en el Puerto. Un mes entero, y que largo que fue.
Todos los días hablábamos por teléfono, y cuando colgaba me sentía más frustrada que antes, porque no se lo podía decir; la abuela ya lo estaba pasando bastante mal: 
Estaba preocupada por la tita, porque un cáncer no es cosa de broma.
Estaba preocupada por su trabajo, porque para cuidar de la tita había tenido que pedir una excedencia; una suspensión de empleo y sueldo durante un mes, y no sabía si a la vuelta seguiría teniendo trabajo, tal y como estaban las cosas.
Estaba preocupada por el dinero, claro, porque un mes sin sueldo no es algo que una familia pueda asumir así como así.
Estaba preocupada por sus hijos, porque estaban solos en Madrid. Por aquel entonces el más pequeño tenía 26 años y vivía con su pareja, pero los hijos son siempre niños.
Estaba preocupada por el abuelo, porque ya sabes que los abuelos se pasan el día rezongándose, y luego no pueden estar el uno sin el otro.
Y además, “¡a saber cómo me está dejando la casa! Porque ya sabes cómo son los hombres, que limpian, pero no afinan. Le temo, le temo a lo que me voy a encontrar cuando vuelva”. Las cosas de la abuela.

Al final, la tita me convenció para que se lo contara.
Me dijo que la abuela estaba muy triste. Me dijo que eso la animaría. Me dijo que le haría sonreír. Y sobre todo, me dijo que o se lo contaba yo, o se lo contaba ella, que no podía guardarse un secreto tan gordo ni un día más.
Ya sabes cómo son los abuelos. Si se lo hubiera dicho antes a la abuela, el abuelo se habría enfurruñado, “nadie me quiere”, “nadie me cuenta nada”, “no pinto nada en esta casa” y todo lo demás. Si se lo hubiera dicho antes al abuelo, la abuela no me habría vuelto a hablar en la vida. Que ahora que lo pienso, así a largo plazo, igual era una ventaja.
La solución fue mandar un mensaje al móvil, a los dos a la vez, y si uno lo leía antes que el otro era su problema, ¿no?
Ellos no lo vieron así. Sobre todo la abuela. “Mira que decirme una cosa así por mensaje”, decía. El cabreo le duró poco: iba a ser abuela, y estaba muy ocupada anunciándolo a gritos por la calle.

Por aquel entonces eras tan pequeña que papá y yo te llamábamos Cigotito: medías 9 milímetros. Nos parecía mentira que aquella manchita diminuta fuera a convertirse en un bebé, y aún así, empezamos a prepararnos para tu llegada.
Conseguimos una hipoteca, todavía no sabemos muy bien cómo, y nos compramos un piso con una habitación grande y ventilada para ti.
Peleamos con pintores, albañiles, técnicos y papeleos de diverso tipo.
Y luego nos mudamos.

Hija, si puedes, no te mudes nunca, o mejor, múdate mil veces, pero ve ligera de equipaje. Una mudanza es como el infierno, con cajas y pelusas en vez de llamas y diablillos.
La mudanza fue especialmente traumática para Arale-Chan, durante un tiempo pensamos que no lo superaría. 

No te preocupes,  lo superó.


Cuando acabamos las reformas, la mudanza y nos asentamos, ¡pluf! Reventó una tubería que nos inundó la casa. Por suerte el fontanero, no te lo creerás, estaba en el edificio, y actuó rápido. Bueno, actuamos: el fontanero, papá, tú en la tripa y yo, recogiendo agua, apartando muebles, construyendo pequeños diques con toallas... En medio del desbarajuste, mamá se hizo daño en la rodilla, y por eso se pasó los siguientes meses cayéndose de todas partes: de las escaleras, del autobús, andando en llano por la calle... Cada caída era un susto, porque te podías haber hecho daño tú también.


Apenas nos habíamos recuperado de la emoción de tener un parque acuático en casa cuando la tía Noli nos llevó a Eurodisney. Tú ya eras un bichillo de tamaño considerable, empezabas a dar patadas y con ellas jugábamos a imaginar lo que te gustaba y lo que no.

Por entonces, cuando parecía que todo estaba perfecto y listo para la llegada de nuestra pequeña, mamá se quedó sin trabajo. Económicamente no suponía ningún problema, mamá llevaba muchos años trabajando, y tenía derecho a su prestación. El problema era, precisamente, que mamá llevaba muchos años trabajando, y no sabe estar parada. Y por mucho que buscó trabajo, con cinco millones de parados como había, a ver quién contrataba a una embarazada.
Al final mamá se resignó y se dedicó a estudiar. La de horas que habremos pasado, tú y yo, recitando lecciones de inglés, de historia, de arte. La de exámenes que hemos hecho juntas, escritos y orales, y lo que nos hemos reído cuando los examinadores veían a esa opositora de tripa enorme acercándose a la tarima...

Nada más acabar los exámenes, cuando ya me saboreaba un mes de paz, tranquilidad y piscina, la tita del Puerto tuvo un accidente de coche. El coche quedó como un acordeón. Por suerte la tita llevaba el cinturón puesto, así que en vez de quedar hecha mermelada y que la tuvieran que recoger del asfalto con una palita, sólo se hizo un magullón en el pecho que durante unos días le impidió moverse con normalidad. Para que veas lo importante que es el cinturón, hija, hay que ponérselo siempre. Y si alguna ves no te apetece, piensa si prefieres moratón o mermelada, porque de eso se trata.
Lo peor para la tita fue el bajón, porque acabar un tratamiento de cáncer y justo tener un accidente es como para deprimir a cualquiera. Por eso le dije que me iba con ella unos días.
Eso me costó una bronca con tu padre. Ya sabes que tu padre y yo no discutimos, y no es por que yo no lo intente, que va, es culpa suya, que lo único que hace es levantar una ceja y así no hay manera de discutir con nadie, que poca consideración.
Esta vez, en cambio, tu padre no tuvo bastante con levantar una ceja.
-Es que no entiendo que tengas que ir tú.
-Porque mi madre no puede pedirse más días en el trabajo.
-¿Y no hay nadie más?
-Sí, pero...
-Que no es porque vayas, que ya sabes que no... Es que estás de siete meses, tienes una rodilla inútil, anemia, nauseas casi todas las mañanas y contracciones casi todas las tardes... Que no estás para ayudar a nadie, estás para que te ayuden.
-Bueno, no sé, al menos le haré compañía, ¿no?
Tu padre accedió al fin a regañadientes.
Luego, cuando llegué al Puerto y la tita me vio puso cara de espanto.
-¡Yo no sabía que estabas así!
Que tampoco era para tanto, es que ya sabes lo exageradas que son.


Después de pasar cuatro días con la tita, contracción va, contracción viene, la tenía tan asustada que me acompañó a Madrid porque tenía miedo de lo que me pudiera pasar si me venía sola.
Ya ves, como si no hubiera ido yo sola, para empezar.
Porque había una cosa que tuve clara desde el principio: estar embaraza no es estar enferma.
Bueno, a veces lo es. No en mi caso, no en nuestro caso.
Es verdad que tenía días en los que se encontraba muy mal, y tenía que quedarme en la cama abrazándome la tripita y repitiendo “es por mi bebé, es por mi bebé” como forma de consuelo.
En cambio, la mayoría de los días, hemos hecho de todo juntas, tú y yo.
Hemos hecho exámenes, hemos ido en avión, nos hemos montado en atracciones de Eurodisney. Hemos estado en la playa, y en el cine, y en una obra de teatro en la que mamá se rió tanto que papá dijo que al final nos ibas a salir centrifugada.
Hemos ido a la piscina y nadado largos a un lado y al otro como si nos fuera la vida en ello. Hemos hecho pilates, y ejercicios para embarazadas, y otro tipo de ejercicios de los que te hablaré cuando seas mayor. 
Hemos hecho vida normal, la limpieza de los viernes, la intensiva premudanza y la general de otoño (un poco adelantada), ido a la compra, cargado con el carrito hasta los topes, cocinado cosas ricas para papá, incluso cuando a veces mamá no era capaz de comer nada después.
Hasta el último día, hemos ido a todas partes en autobús y en metro, salvo cuando el abuelo nos hacía de taxista. Una vez hicimos la croqueta en el suelo de un interurbano. Otra, el abuelo nos prestó el coche, se nos rompió en un túnel de la M30 y nos tuvo que sacar la grúa. Hemos viajado en ave, y en un ascensor con sorpresa.
Hemos subido y bajado miles de escaleras, a veces a pie, y a veces dando saltitos sobre el culo de mamá. Ya pasados los ocho meses de embarazo, subimos tres pisos a pie para secuestrar un gato.

Hemos reído hasta llorar, y hemos llorado hasta que papá nos ha hecho reír contándonos chistes de pollos.
Hemos puesto el hombro para que lloraran otras personas, y no quiero señalar a nadie.

Hemos oído miles de horas de música clásica, cantado, escuchado los cuentos que leía papá para que te acostumbraras al sonido de su voz.
Todas las noches le hemos dado el beso de buenas noches a papá, y todas las mañanas hemos recibido los suyos de buenos días, uno para mí y otro en el ombligo para ti.

Y todo eso, mi pequeña, cuando no eras más que un bultito dentro de la tripa de mamá.
Estoy deseando ver todo lo que somos capaces de hacer los tres juntos ahora que estás fuera.








Pd: Un post moñas al año no hace daño, ¿no?


Pd2: Ya está cambiada la errata, quejicas. Así, tecleando con el índice de la mano derecha y sujetando a Bebé-chan con la izquierda.
Gracias a todos por vuestros comentarios (los de este post y los del anterior). Me gustaría responderlos uno a uno, aunque creo que no voy a tener tiempo para hacerlo hasta dentro de unos 18 años o así.

21 septiembre 2012

#porrabebechan

Si estáis leyendo esto es porque el gobierno me ha descubierto y ha decidido silenciarme para siempre.

No, espera, no era eso...

Si estáis leyendo esto es porque con un poco de suerte todo ha salido bien, y ahora mismo estoy en una habitación de hospital mirando con arrobo a Bebé-chan.

Eso significa que grotec, beita_6, lordlibo, rmoner han ganado el sugus de piña que, como ya dije, me voy a comer a su salud.
(MUA-JA-JA)

Seguiremos informando.