29 noviembre 2021

El verano de las contrariedades, 7

 Este verano han pasado muchas más cosas tristes, pero creo que como "7" rima con "viene King Kong y te la mete" va siendo el momento de parar.
Además, también han pasado cosas buenas. 
Por ejemplo, un día fuimos a la verbena del pueblo, que este año por el asunto covid era en un recinto vallado, y nos la encontramos cerrada por un concierto. 
Nene-kun, con esos ojitos y esa vocecita que dios y los genes, mayormente los genes, le han dado, dijo:
-Mami, ¿no podemos entrar?
Y por lo que sea el de la entrada dijo venga, padrentro, y tuvimos toda la verbena casi para nosotros solos (conté seis niños más): castillo hinchable, caballitos, piscina de bolas...
Cuando los niños querían montar en algo, venía el de la feria y lo ponía en marcha hasta que se quisieran bajar, pero sin estridencia ninguna, sólo con el concierto de fondo.
Otro día nos fuimos a Cádiz en barco y nos volvimos en tren después de recorrerlo todo en un día de cielo azul magnífico. Casi todas las tardes estuvimos en la playa; el resto del tiempo, los niños se quedaban jugando en el patio con otros niños del edificio; entraban y salían de casa sin dar ninguna explicación mientras yo trabajaba. Si quería saber por dónde andaban, asomaba la cabeza por la terraza y los veía o alguna vecina me gritaba por dónde andaban.
También nos compramos un Monopoly, pero está defectuoso: no he conseguido ganar ni una sola vez (aunque en una ocasión me apañé para comprar una calle de cada color y bloqueé la partida durante horas). 
Nene-kun creció locamente; la piel atópica de Nena-chan se curó magníficamente (la sustituyeron unos cuantos millones de picaduras de mosquitos); el gato engordó porque se nos olvidó la comida de dieta y le estuvimos comprando de la normal y Zarajota y yo conseguimos dormir un número razonable de horas porque los niños caían rendidos por la noche.
En un momento dado dije: las cuentas no salen, necesito otro trabajo porque con el autonomismo no llego, y el trabajo me encontró en menos de 24 horas. Tengo 41 años y dos hijos, imaginaos la suerte.
Y luego, por supuesto, estuvieron los cumpleaños de los niños.
Es posible que, llegado ese momento, yo cometiera dos errores.
El primero fue la grandiosa idea de decorar el salón con globos. Muchos globos. Como unos 200 o así. A soplido limpio. 
Una cosa os voy a decir: la capacidad pulmonar la tengo estupenda.
El caso es que empecé a inflar globos y como hacía un poco de corriente a la que me despistaba se estaban escapando por la terraza. 
-De eso nada, con lo que me está costando inflarlos.
Así que puse una barrera en la habitación de los niños y empecé a tirar los globos dentro. Un globo, dos globos, tres globos, CIEN GLOBOS, GLOBOS HASTA LA CINTURA, GLOBOS POR TODAS PARTES, GLOBOS CONQUISTANDO EL MUNDO Y SOMETIÉNDOLO A SU VOLUNTAD.


Cuando los niños vieron aquello llegaron a la conclusión de que decorar es contingente, mientras que un cuarto lleno de globos hasta la altura del sobaco es totalmente necesario.
Y quizá fue lo mejor, porque luego vino la debacle de las velas. 
A ver: las cosas hay que hacerlas proporcionadas. Por ejemplo compras doscientos globos, lo suyo es comprar 200 velas. 
Para empezar.

Sí, es una tarta del mercadona. Si Nene-kun quería una tarta decente que no hubiera nacido en agosto, que en Madrid está todo cerrado. Y sí, las velas están encima de la tarta, pero éramos solo nosotros cuatro y nuestras miasmas ya las tenemos más que compartidas, gracias por preguntar.
Bueno, pues no me cabían todas las velas, pero puse todas las que pude, que cuando terminé de clavar velas no quedaba más tarta que la de las esquinas.
Y claro, luego las encendí.
-¿Tengo que apagarlas? -preguntó Nene-kun, sin mucha convicción.
-No, no.
-Jaja, menos mal, mamá.
-O sea: hasta que no cantemos cumpleaños feliz no puedes soplar.
-...
Empezamos a cantar cumpleaños feliz mientras las llamas de las distintas velas convergían en un único punto, retroalimentándose y creciendo hasta convertirse en una llamarada épica que fue visible desde la estación espacial internacional. Nene-kun iba poniendo cara de circunstancias, primero, y de derrota anticipada, después. Mientras, ZaraJota y yo íbamos mirando discretamente al techo para asegurarnos de que la columna de humo no dejaba marca, pero con la luz cegadora de las velas era imposible estar seguro.
Acabamos de cantar el cumpleaños feliz y Nene-kun se armó de heroísmo para soplar.
-¡NO, NO, NO, NO! Falta que no cumple uno, que no cumple dos, que no...
Por suerte Nene-kun solo cumplía seis años, porque la situación de la tarta, entre la columna de fuego y la masa de cera de colorinchis derretida, empezaba a ser preocupante.
-¡Ahora! 
Nene-kun sopló y sopló y sopló y por lo que sea aquello no se apagó. 
-¿Necesitas ayuda?
-Sííí.
Así fue como acabamos soplando los cuatro para apagar aquello, y aún así nuestro trabajo nos costó. Por si a alguien le preocupa la idea de cuatro personas soplando sobre comida en tiempos de coronavirus, os diré que a) somos grupo burbuja y b) después de todos los agujeros, las llamas y la cera calcinada la tarta no estaba como para comérsela.
-Creo que pusiste demasiadas velas, mamá. 
Mi familia es que es así, muy de echarme la culpa cada vez que hay un incendio intencionado provocado por mí en casa.
Yo prefiero pensar que puse poca tarta. 



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El sábado 11 de diciembre estaré en Efímera Librería Pop-up con mis libritos y lo que se tercie. ¡Venirse! 




 





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