29 junio 2020

La nueva normalidad piscinera

Por si no hubiéramos sufrido ya bastante en lo que va de año, ahora van y reabren los gimnasios.
Y con todas las medidas de seguridad, para que no podamos excusarnos en el coronavirus para no ir.
Vergüenza les tenía que dar.
Encima, reabren pero sin las clases de natación para los niños, también conocidas como "la media horita en la que me siento en la cafetería de delante para leer en silencio". 
Muy mal todo.
-Pero la piscina está abierta -me dijeron en recepción-. Puedes venir si quieres.
-¿Con los niños?
-Si quieres.
La verdad es que querer, lo que se dice querer, no quería mucho, lo que pasa es que hemos tenido unos días de mucho calor y como de todas formas cuando estamos en casa no me dejan trabajar pues mira, allá que vamos. 
Además, ahora que ya son más mayores (7 y 4) ir con los niños a la piscina es relativamente sencillo. Bueno, era.
En la nueva normalidad, ya nada es sencillo.
Para empezar, llevábamos las mascarillas. Nene-kun también, porque tener menos de 6 años no le va a impedir lucir el complemento de moda y aquí hemos venido a jugar.
Llegamos al gimnasio y aquello es como Eurodisney: han creado un circuito para hacer cola, un circuito para entrar, otro para salir y otro para moverse entre medias. Los niños están encantados de la vida porque como son true madrileñers todo lo que sea hacer cola les parece maravilloso; yo también estoy muy a favor de las colas, lo que pasa que voy cargando con las seis toallas, los bañadores, la crema solar, el gel, el champú, el repelente de piojos, las botellas de agua y el UNO, porque en esta familia no se va a ningún lado sin el UNO, y lo de esperar lo llevo un poco peor.
Cuando por fin nos toca turno, nos dicen que pongamos los pies es algo llamado "alfombrilla desinfectante".
-Y ahora, haced el Michael Jackson.
Los niños miran al monitor de lado a lado como si fuera de otro planeta y Nena-chan me dice, muy seria:
-Mamá, ¿qué es un Michael Jackson?
¿Oís ese crujido?
Es el corazón del monitor rompiéndose.
-Que frotes los pies contra la esterilla, hija.
El siguiente paso es ponerse gel desinfectante en las mano. 
-Frotad muy bien, ¡tenemos que aplastar a todos los virus! -dice el monitor, que todavía no ha perdido del todo la fe en la juventud.
Veo que Nena-chan va a intervenir (me huelo que está preparando algo del tipo: "No podemos aplastarlos porque son seres mircoscópicos") y le lanzo una mirada asesina que de verdad si hay algún virus de por medio se muere en el acto. 
-Que te frotes las manos -le digo. 
La temperatura no nos la toman y menos mal, porque después de hacer cola al sol con la bolsa de los arreos lo mismo no apruebo, así os lo digo, que me sudaba el bigote, el entreteto y el entreculo que no era ni medio normal para las diez de la mañana.
Conseguimos llegar al vestuario y nos encontramos que lo han adaptado para la nueva circunstancia, siendo la nueva circunstancia que estoy muy jodida porque han puesto separadores para crear espacios individuales y voy con dos niños y una bolsa más grande que yo. 
Empujo a los niños hasta la cabina más ancha y les digo que se vayan quitando la ropa.
-¿Ya no podemos quitar la mascarilla? -preguntan a dúo.
-No.
Acto seguido ambos niños se quitan las camisetas y sucede lo que seguramente ya habéis imaginado que sucedería: ambas mascarillas acaban en el suelo.
-Mierdaaa...
Bueno, no pasa nada, porque entre el millón de cosas que llevo en el bolso hay mascarillas de repuesto.
El problema es que los niños son considerablemente más jóvenes y más ágiles que yo (y están más cerca del suelo, pero no mucho más) y antes de que me dé tiempo a alcanzar las mascarillas ya las han recogido y se las han puesto, porque otra cosa no pero los tengo muy concienciados.
-Mierdaaa...
Me digo a mí misma que no pasa nada porque:
a) Regla de los 10 segundos.
b) El gimnasio acaba de abrir. Ese día y después de tres meses.
c) El vestuario huele a desinfectante, el suelo huele a desinfectante, hasta el desinfectante huele a desinfectante.
d) De todas formas vamos a morir todos.
Consigo que los niños se cambien sin mayores incidentes y empiezo a cambiarme yo.
El bañador ha debido encoger porque casi no me entra y cuando consigo ponérmelo me corta la respiración pero pienso que bueno, si los pulmones funcionan como al 10% de su capacidad tengo también un 90% menos de probabilidades de inhalar un virus, ¿no? 
O sea, las matemáticas no fallan.
Conseguí salir del vestuario con los niños, las mascarillas (puestas), las toallas, los manguitos, las botellas de agua, y el UNO, porque sin el UNO no somos nadie y llegamos al acceso a la piscina. 
El monitor de turno nos dice que nos desinfectemos las manos con gel.
-Frotad muy bien -nos dice- tenemos que...
-MIRA, NI LO INTENTES.
-Vale.
Nos frotamos, cruzamos el umbral y nos dice:
-Muy bien, ya podéis quitaros las mascarillas.
-¡PERO SIN QUE SE OS CAIGAN! -añado.
Tarde. 
Por otra parte, a esas alturas ya me empieza a dar todo un poco igual.
En el suelo han marcado unos rectángulos para que cada bañista se coloque en uno y mantenga la distancia social. Les digo a los niños que se pongan en fila india detrás de mí (para mantener aún más la distancia a los lados) y que no pisen los rectángulos y empiezo a caminar hacia nuestro espacio asignado. 
De pronto les escucho reírse.
Miro para atrás, y están saltando de rectángulo en rectángulo.
-¿PERO QUÉ OS HE DICHO YO?
-Que no pisemos los rectángulos.
-¿Y qué estáis haciendo?
-Saltar para no pisar los rectángulos, mira, no hemos pisado ni una línea. 
Empiezo a sentir que mi párpado derecho se contrae. El tic en el ojo va a empezar de un momento a otro. Consigo llegar a nuestro rectángulo, suelto las toallas, las mascarillas (quitadas), las toallas, los manguitos, las botellas de agua, y el UNO porque si no llevamos el UNO se acaba el universo. 
Sudo cual gorrino en San Andrés. En ese momento me habría metido en la piscina aunque estuviera vacía.
-Venga, ahora nos damos una duchita y al agua.
-Yo no quiero ducharme.
-Nene-kun, siempre hay que ducharse antes de entrar la piscina.
-Pues yo no quiero.
-Pues no te bañas.
-Pues no me baño.
¿ENTONCES PARA QUÉ HEMOS VENIDO HASTA AQUÍ CON LAS SEIS TOALLAS, LOS BAÑADORES, LA CREMA SOLAR, EL GEL, EL CHAMPÚ, EL REPELENTE DE PIOJOS, LAS BOTELLAS DE AGUA Y EL P*T* UNO DE LOS COJONES?, pregunta educadamente mi niña interior.
-Pues no te bañes -dice mi voz exterior. 
Nene-kun se sienta en nuestro rectángulo asignado y yo me voy a controlar a Nena-chan, que lleva un rato metida en el agua y gritando "MAMÁ, MIRA" mientras yo me esfuerzo por fingir que no la conozco de nada.
Nene-kun se queda en el césped con cara de niño abandonado, que es una cosa que se le da muy bien y que normalmente me hace mucha gracia, lo que pasa es que en ese momento no estaba del humor apropiado para apreciarlo. 
Yo le iba echando reojos y al rato veo que se le acerca un monitor y el niño me señala, y el monitor se viene al borde de la piscina y me dice:
-Señora, el niño no puede estar solo.
Y yo le digo que vale, vale, que ya voy, pero entonces a la que dejo sola es a Nena-chan, que está en el agua y por tanto en una situación considerablemente más peligrosa.
Así que le digo a la nena que se venga conmigo.
-¡No quiero! ¡Quiero quedarme en el agua!
-Es sólo un momento, por favor.
-¡QUE NO QUIERO!
Me meto en el agua, cojo a la nena como a un lechón, salgo de la piscina, voy hasta Nene-kun.
El niño me mira como si se acabara de dar cuenta de que está ahí.
-¿Vas a ducharte?
-NO -dice Nene-kun.
-¿Jugamos al UNO un rato?
-NO -dice Nena-chan.
¿ENTONCES PARA QUÉ HEMOS TRAÍDO EL UNO DE LOS C*J*N*S?, dice mi niña interior.
Decido ignorar a los tres y cojo el móvil para ver si ya es hora de volver a casa y llorar en bajito.
Tengo un mensaje en la aplicación del gimnasio. La abro para ver si nos han echado ya y tengo excusa para no volver.
Es una encuesta: 
ESPERAMOS QUE SU VISITA HAYA SIDO SATISFACTORIA.
VALORE DEL 1 AL 10 EL NIVEL DE SATISFACCIÓN CON SU VISITA.
Creo que me voy a abstener.



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