07 diciembre 2020

Las cenizas


Lo siento, sólo sé lidiar con mis traumas riéndome de ellos, esto es lo que hay.


Hace un mes, mientras mi madre, mi padre y yo vivíamos la vida loca de arreglar papeles, pasear gatos y limpiar baños ajenos, había otros miembros de la familia que tenían otras prioridades.
–¿Aviso a la iglesia para que toquen a muerto?
Tocar a muerto es una costumbre muy bonita que tienen en los pueblos que consiste en que las campanas tocan insistentemente y las mujeres se asoman a la acera, preferiblemente en bata boatiné, a preguntar quién se ha muerto, que yo no sé si es que esperan que alguien levante la mano y diga "yo, yo". 
Mi madre, que llevaba días sin dormir, casi sin comer, había pasado mil horas con su hermana moribunda y en ese momento estaba a la vez recogiendo las cuatro cosas que habían acumulado en la taquilla del hospital, intentando localizar el seguro de decesos, escuchando las últimas explicaciones de los médicos e intentando enterarse de si podíamos ir al tanatorio o qué, contestó lo primero que se le pasó por la cabeza porque mi madre es así, se distrae con cualquier menudencia.
Pero la otra persona no se iba a distraer tan fácilmente.
–¿Y las cenizas cuándo las vais a traer?
–A ver, primero nos las tendrán que dar.
Ahí mi madre estuvo espabilada porque, ciertamente, para tener las cenizas del difunto hay que incinerarlo primero, y la Tita estaba todavía de cuerpo presente, y yo es que en ese momento no estaba cerca, porque a mí me dan un mechero y me repiten "cenizas" un par de veces y monto en crematorio allí mismo, sobre todo si hay un microondas cerca. 
–¿Pero cuándo?
–No lo sabemos. Con el confinamiento y las restricciones no tenemos ni idea de cómo va a ser el proceso.
Después de esto, cualquier persona habría llegado a la conclusión de que mi madre, ciertamente, no tenía la menor idea de
a) cuándo iba a ser la cremación,
b) cuándo nos darían las cenizas,
c) cuándo podríamos llevarlas al pueblo para cumplir el último deseo de mi tía, que era que la metieran en el nicho con su madre. Que por una parte yo la comprendo, porque es su madre, pero a toda esa parte de la familia le ha dado por lo mismo y el nicho de mi abuela empieza a estar de bote en bote.
Literalmente.
El caso es que esta persona no debe ver las noticias, ni leer el periódico, ni mirar internet, ni hablar con nadie, porque no entendió que en 2020 no puede uno ir donde quiera y cuando quiera así como así. 
Así que al día siguiente volvió a llamar. Una vez. Y otra. Y otra. 
Mi madre, que seguía casi sin dormir, casi sin comer e intentaba resolverlo todo lo antes posible porque sólo teníamos un permiso de movilidad para atender a una persona enferma y, bueno, dicha persona ya ni siquiera existía y había que volver a Madrid en plan echando virutas (y con dos gatos) empezaba a tener un tic en el ojo, así que la siguiente vez fue mi padre quien respondió al teléfono.
Mi padre, por decirlo finamente, no es una persona diplomática. 
Yo no estaba delante y no sé cómo fue la conversación, pero por lo que me han dicho terminó con un:
–¡QUE ESTAMOS CONFINADOS! ¡C-O-N-F-I-N-A-D-O-S!
–La próxima vez que llame esta persona concreta –le dije a mi madre–, me la pasáis. 
Y lo dije porque
a) no me creía lo que estaba pasando,
b) pensaba que sería capaz de mantener la calma; o sea, diez años de telemarketing y otros cinco de atención al cliente me avalaban,
c) las risas. 
–No volverá a llamar –dijo mi padre.
Mi padre estudió derecho porque estaba claro que como adivino no tenía futuro: la susodicha persona volvió a llamar. Ni dos horas tardó. 
Qué bonito es no tener nada que hacer en todo el día. 
Así que le dije a mi madre que me diera su teléfono y mi madre me lo dio porque ella no vino al mundo a luchar contra los elementos, o al menos contra este elemento concreto, y contesté yo.
–¿Y tu madre?
–No se puede poner.
–¿Está llorando?
Así me gusta, animando el ambiente.
–No, está muy cansada. Ahora mismo necesita que la dejen tranquila.
GUIÑO, GUIÑO, CODAZO, CODAZO.
–Pero es que yo estoy muy preocupada por ella y quiero saber cómo está.
–Cansada. Está cansada. Y necesita que la dejen tranquila.
–Pero es que yo...
En serio, hay gente que no sabe pillar las indirectas. 
–¿Necesitas decirle algo urgente?
–Sí, necesito que me diga cuando va a traer las cenizas.
–No lo sabemos. 
–¡Pero es que yo tengo que pedir la misa!
Supongo que iba a pedirla por Amazon y quería aprovechar el Black Friday, porque si no no me explico las prisas cuando, para empezar, el pueblo estaba confinado porque tenía más positivo que un anuncio de Mister Wonderful y no se podía ni entrar. 
–Me parece muy bien, pero es que mi madre lo que necesita ahora es descansar.
–Pero...
–Pero nada. Mi madre necesita descansar, así que por una vez en tu vida te callas y te aguantas. 
Ahí igual me pasé un poco porque no se debe hablar así a las personas mayores. Por otra parte, cada segundo de conversación me estaba robando diez años de vida, así que se podría decir que a esas alturas la más vieja de la conversación era yo.
–Pero es que yo lo único que quiero saber es cuándo vais a traer las cenizas.
–¡QUE NO LO SABEMOS!
–¿Y quién lo va a saber entonces?
–¡La Organización Mundial de la Salud! ¡Fernando Simón! ¡Salvador Illa! ¡Isabel Díaz Ayuso! ¡No tengo la más remota idea porque no depende de nosotros, depende del coronavirus!
–Oye, Lorz, creo que estás siendo un poco maleducada conmigo.
–¿YO? ¿Yo estoy siendo maleducada CONTIGO?
Vale, un poco igual sí. Pero en mi defensa estaba muy jodida también. O sea, que menos de veinticuatro horas antes estaba intentando fingir delante de la Tita que sus síntomas no eran preocupantes en absoluto. Delante de la Tita, que antes de jubilarse era enfermera en oncología. Que la pobre me miró en plan mi sobrina es tonta y no lo sabe.  
En fin, que igual yo también estaba un poco sensible y eso. 
–Pues sí, muy maleducada, y no hace falta que te pongas así, con que me digas cuándo vais a traer las cenizas...
Llegado este punto, colgué. 
Quince años de atención al cliente no son bastantes para tratar con mi familia, al parecer. 
Pues bien, pasados unos días llamó una persona del pueblo para darnos el pésame y eso.
–Oye, –dijo de paso–, yo no os quiero preocupar, pero cierta persona va diciendo que no traéis las cenizas porque no queréis.
Mira, yo me rindo ya.