Dedicado a todo el personal de pediatría del Gómez Ulla, por su profesionalidad, paciencia y humanidad.
Son la caña.
No hay forma suave de decir esto así que lo soltaré sin más: a Nena-chan le han quitado un bulto en la cabeza. Era un bulto exterior, como un lacasito, se lo notamos en navidad, en enero nos dijeron que no era maligno y desaparecería solo, en febrero nos dijeron que no era maligno y desaparecería solo, en junio nos dijeron que no era maligno y desaparecería solo y en julio aquello dejó de ser un lacasito para ser un chocobon.
-Si quieres, te lo quitamos -le dijo el cirujano a la nena, después de decidir que es una niña muy lista y perfectamente capaz de decidir por sí misma.
A la nena que le abrieran la cabeza le apetecía menos cuarenta y tres, sobre todo porque le advirtieron que tendrían que raparle un trozo, o sea, su pelo, pero aquello había empezado a molestarle. Si alguna vez habéis tenido un grano de regla en la barbilla ya sabéis lo que es tener la piel tirante contra hueso. Y aquello era como tres granos de regla, por lo menos. Así que dijo que sí.
Nos explicaron que era una operación sencilla, ambulatoria, entrar y salir, pim, pam.
La niña tenía que ir en ayunas, y por solidaridad y no meterme delante de ella un desayuno de tres platos, yo también. Ya desayunaríamos después si eso, si iba a ser un momento.
Empecé a sospechar que igual iba a tardar más cuando llegamos al hospital y nos dieron una habitación y un pijama de esos de dejar el culo al aire. A la niña le dijeron que tenía que tumbarse en la cama y taparse con las sábanas y la criatura me miraba como pero qué me van a hacer, con el hambre que yo tengo.
-Es por la anestesia general -le expliqué-, hay gente a la que le sienta mal.
Que es que en ayunas sienta todo mal, pienso yo, pero no se lo iba a decir a la niña.
-¿A mí me va a sentar mal?
Le va sentar mal, pensé, es que no lo puede evitar, si hay una ortiga en cien metros a la redonda es capaz de encontrarla y caerse en ella de cara, pobrecita, si es que es clavadita a mí. Pero ¿para qué estamos las madres si no es para mentir a nuestros hijos?
-Claro que no, a ti todo te sienta bien.
Al rato bajamos al quirófano. Bueno, ella. A mí no me dejaron entrar, con lo bien que me hubiera venido un poquito de anestesia general a mí también, con el hambre que tenía a esas horas.
Yo me quedé en la sala de espera. Me habían dicho que sería un momentito, así que no me atrevía a irme a la cafetería a comerme mi ansiedad en forma de ocho bocadillos de panceta, pero al menos en la sala de espera había máquinas con café y guarreridas varias.
Corrí hacia una en concreto que acababan de rellenar con donuts, y la abracé hasta que una señora con cara de miedo llamó a seguridad. Entonces abrí el monedero y, bueno, me enfrenté al vacío absoluto.
-Caca.
Nadie tenía para cambiarme, la máquina no admitía billetes ni tarjeta, y no me atrevía a irme a la cafetería porque la operación iba a ser un momentito, así que me quedé mirando la máquina con arrobo. Que rima con adobo. Como el cazón.
Llevaba una hora encadenando este tipo de pensamientos profundos cuando me avisaron de que la niña estaba en la sala de reanimación y podía entrar a verla.
No os voy a engañar: cuando la vi inconsciente, pálida, con las ojeras y los labios del mismo color morado, y con la cara llena de manchas como si hubiera estado abrazando a un pulpo porque le habían sujetado la máscara de la anestesia con esparadrapo y el pegamento le había dado reacción alérgica, porque es que es así de desgraciadita y con lo que no se golpea le provoca reacción, la verdad, es que no lo puede evitar, es clavadita a mí, se me cayó el alma a los pies. Junto al estómago, por lo menos.
Me dijeron que me sentara con ella, y me quedé ahí, viendo cómo intentaba despertarse de la anestesia, como medio dormida lloraba porque le dolía.
-Con todo lo que le hemos metido no le puede doler -me decía la enfermera-, es que a veces el despertar de la anestesia es así.
Su primera resaquilla, pensé, con los lagrimones que me caían para abajo, y me tiene que pillar con el estómago vacío, con lo malo que es eso. Me quedé ahí, cogiéndole la manita. Vale, de vez en cuando también le hacía cosquillas en diferentes partes del cuerpo para ver si reaccionaba. En los pies. No. En la barbilla. No. En el sobaquillo. Nada.
No lo hacía por mí y porque me aburriera, era por el bien de la ciencia y la experimentación.
Al final, la niña consiguió despertarse. Más o menos.
-¿Cómo estás?
-Maaaal.
-¿Qué te pasa?
-Que tengo mucha hambre y quiero desayunar.
Si es que es clavadita a mí, no lo puede evitar.
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Ya está disponible un nuevo cuentito corto de esos que te dejan el cuerpo regular.
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