20 diciembre 2021

Perritos calientes



Una cosa que no os recomiendo en la vida es tener hijos.
Con inquietudes. Tener hijos con inquietudes
Por ejemplo, mirad los míos: entre el ajedrez, el inglés, la piscina y la música no paran por casa. Que me parecería muy bien, pero como son pequeños yo tengo que ir con ellos y no paro tampoco.
Con lo que me gusta a mí estar en mi casa, preferiblemente sentada y viendo la tele.
Una de las pocas cosas buenas que ha tenido la pandemia es que hemos conseguido reducir las extraescolares y nos hemos quedado sólo con música.
Bueno, y la piscina. 
Pero me voy a centrar en la música porque es lo que hace llorar al niño Jesús. Bueno, al niño Jesús no sé, pero a mí me trae por la calle de la amargura. Porque los dos niños van al mismo centro, por ahí bien, pero no van los mismos días, ni las mismas horas, ni tienen que llevar las mismas cosas cada día, ni entran por la misma puerta. 
Para que os hagáis una idea: la nena va los lunes por una puerta y lleva trombón, y los martes por otra y lleva el libro de música; los miércoles va el nene con el carillón, y entra por una puerta, que no es la misma por la que entra los viernes cuando va con el cuaderno pautado. Los horarios de clase y los profesores también son diferentes cada día. 
Lo único que siempre es igual es que durante la clase no me da tiempo a volver a casa y me quedo una hora rondando por ahí, haciendo recados o sentada en un banco o cuando estamos bajo cero en una cafetería muy bonita y que os recomiendo mucho, salvo que no queráis engordar, que en ese caso mejor que no.
Las cosas como son, a veces el que lleva a los niños a clase es Zarajota. Por ejemplo, el jueves pasado.
Porque el jueves pasado, después de la clase de música los niños querían ir al club de lectura de Dinokid en La Sombra. Y de paso, como se demostró posteriormente, torturar al autor, pero esa ya es otra historia. 
El caso es que ZaraJota y Nena-chan llegarían a casa sobre las ocho de la tarde, y tenían que salir para el videoclub sobre las ocho y media, lo que me dejaba un margen muy pequeño para darles de cenar.
Pensé que lo mejor sería tener la cena preparada ya cuando llegaran, y que lo que se comerían más rápido y sin protestar sería perritos calientes, pero claro, la gracia de los perritos calientes es comérselos calientes. Así que se me ocurrió dejarlos preparados con su pan y su salchicha dentro y meterlos en el horno a baja temperatura para que se mantuvieran calentitos.
Lo que sucedió a continuación les sorprenderá. 
Lo primero fue que se rompió una cuerda del tendedero. Le puede pasar a cualquiera pero me pasó a mí con el tendedero lleno y los perritos calientes en el horno. Mientras recogía ropa del suelo de la terraza, a unos cuatro grados y en manga corta, por supuesto, saltó la luz de casa. 
Con un montón de calcetines en las manos, entré en casa pero no se veía un cojón y por una vez en la vida no tenía el móvil a mano para hacer de linterna. Lo único que encontré fue una velita a pilas que Nena-chan había puesto en el belén de playmobil. Cogí la vela, la puse encima de los calcetines y fui al salón, donde Nene-kun estaba en la oscuridad más absoluta y llorando en bajito porque él es así, no le gusta molestar. 
Le di la vela al niño y me fui a la entrada para subir el diferencial de la luz, pero al levantar el brazo se me cayeron todos los calcetines y es que además no sé ni para qué lo intento, que mido metro y medio y la caja de la luz está como a dos metros o así, que aprovecho para decir que tendría que ser ilegal, pero bueno. 
Recogí los calcetines del suelo y con ellos en brazos me fui al baño a coger el escalón de plástico de Ikea que tenemos todos, que a dios pongo por testigo de que su un día cobran conciencia y deciden dominar el mundo estamos completamente jodidos. 
Volví a la entrada, me subí al escalón, levanté el brazo, se me volvieron a caer todos los calcetines, llegué a la conclusión de que a la mierda los calcetines, le di al diferencial, seguimos a oscuras, me bajo del escalón, me tropiezo con los calcetines, ya sabía yo que tenía que haberlos recogido, abro la puerta, pues no, hay luz, no es una avería general, intento cerrar la puerta, no cierra porque hay un calcetín, quito el calcetín, cierro la puerta, me subo al escalón, le doy al diferencial y esta vez sí se hace la luz, alabado sea el señor.
Me voy a la terraza, a cuatro grados en manga corta y estoy a medio tender los calcetines cuando Nene-kun me llama. 
-Mamiii...
Voy a salón con los calcetines en brazos. 
-¿Qué paaasa?
-La tele no funciona.
Me cagontó lo que se menea, la tele nueva, que nos la hemos cargado con el salto de luz. 
Cojo el mando, se me caen los calcetines, recojo los calcetines, suelto el mando porque no es el de la tele, ¿por qué tenemos tantos mandos?, cojo el mando de la tele, enciendo la tele, sale una pantalla que no entiendo, apago la tele, se me caen los calcetines, recojo los calcetines, enciendo la tele.
-¡La has arreglado, mamá!
-Ya, es que soy un genio. 
-¿Por eso sale humo de la cocina?
MIERDAAAAAAA...
Justo en ese momento aparece Zarajota.
-¿Qué le ha pasado a los perritos?
-Que los he metido en el horno para mantenerlos calientes.
-Quizá hubiera sido mejor que los mantuvieras comestibles.
Ya estamos con los detalles insignificantes. 


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