12 abril 2021

Somos la leche

Ser cajera de supermercado es como ser marine: puede que dejes el cuerpo, pero el cuerpo no te deja a ti.
Hace casi quince años qué barbaridad, qué vieja soy que dejé de ser cajera y es que no falla: cada vez que que voy al súper me viene algún viej... anciano a preguntarme alguna cosa. Que a veces hasta tiene que ver con la compra que está haciendo, no digo que no. 
Pues hace unos días estaba yo tan tranquila haciendo la compra cuando se me acercó un viej... anciano y me dijo:
-Niña, ¿dónde está la leche?
La leche estaba ahí mismo. En plan, AHÍ MISMO.
O sea, que aunque seas ZaraJota, que sólo sabe llegar a casa de la madre de Patch, serías capaz de ver la leche. Por que es que además la leche es... bueno, grande. Tipo: ocupar dos o tres palés alegremente, así de grande. 
-¿Ahí? -le dije. 
El señor miró hacia donde yo señalaba, es decir, miró los tres palés de leche y me volvió a mirar, muy enfadado.
-¡No! ¡La leche!
-Eh... está ahí mismo.
-No la veo.
Iba a coger al señor de la manita y acompañarlo tres pasos más allá, dónde estaba mismamente la leche, pero con esto del coronavirus no me pareció adecuado. Así que volví a señalar y dije, muy despacio: 
-Está ahí mismo.
-¡Cómo que está ahí mismo! Señorita, ¿me está tomando el pelo?
A mí no me pasó desapercibido que en cuestión de minutos había pasado de "niña" a "señorita" y empecé a plantearme cuánto tiempo tenía que pasar para que acabara llamándome "señoría" o incluso "su majestad". 
-Pero es que está ahí...
El señor empezó a gritarme toda clase de cosas. Para mi decepción, ninguna de ellas era "su majestad". Con tanto escándalo, el seguridad del supermercado no tardó en aparecer. 
-¿Qué está pasando aquí?
Vi que el viej... anciano tomaba aire y pensé: como no intervenga pronto ya no voy a poder intervenir. Así que puse la mejor de mis sonrisas (que se perdió detrás de la mascarilla, claro), y dije: 
-Aquí el señor, que no ve una leche -y me entró la risa floja. Es que no lo puedo evitar, me hago mucha gracia a mí misma. Probablemente a nadie más, ojo, pero por algún lado hay que empezar.
-La señorita, que le he preguntado dónde está la leche y se ha puesto a tomarme el pelo.
El seguridad me miró y yo intenté poner cara de inocente pero las cosas como son: después de haberme descojonado en su cara por la chorrada que yo misma había dicho había perdido toda la credibilidad.
Me miró de arriba abajo, probablemente decidiendo si merecía la pena llamar a la policía del humor o qué, y se volvió al viej... anciano.
-Yo le acompaño. 
Acompañó el señor hasta que prácticamente podía tocar la leche con la nariz (bueno, con la mascarilla).
-Aquí está.
El señor miró los palés de leche, miró al seguridad, miró a la leche, miró al de seguridad, y cuando ya parecía que se le iba a desenroscar la cabeza con tanto giro dijo:
-Oiga, es que lo que yo estoy buscando son los huevos.
El seguridad me miró desde lejos en plan: hasta los huevos es como me tenéis los dos y yo me apresuré a poner cara de que no conocía al viej... anciano de nada, que la verdad es que con la mascarilla puesta y las gafas empañadas me quedó tirando a regular. 
Le explicó al viej... anciano dónde podía encontrar los huevos, y el anciano partió en esa dirección.
Entonces se acercó una de las cajeras. 
-¿Que ha pasado? -le preguntó al seguridad.
-El viejo ese, que tenía ganas de tocar los huevos. 
Claro, si hago chistes yo mal, pero el seguridad que haga los que quiera.


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