18 noviembre 2019

Los marcapáginas

Hace algún tiempo, en ese lugar donde hoy los montes se visten de espino, trabajé en un sitio donde los ordenadores eran tan viejos, tan, tan viejos, que en la pegatina del servicio técnico el teléfono no llevaba prefijo.
En serio.
Mi ordenador en concreto era tan viejo, tan, tan viejo, que si tecleaba a mi velocidad normal el word se bloqueaba porque no podía procesarlo.
Tan, tan viejo, que trataba las imágenes con paint, porque no podía soportar nada más potente.
Tan, tan viejo, que cuando tenía que buscar algo en google usaba mi propio móvil, porque tardaba menos.
Así de viejo.
Y, por supuesto, la pantalla estaba hecha polvo. Tenía un arañazo que iba de lado a lado, perdía el color en algunas partes y a veces la imagen se veía combada, pero no pasa nada porque total, solo me dedicaba a corregir, no es que necesitara ver bien los textos ni nada por el estilo.
Para mí lo más irritante era que se bamboleaba.
Parece una tontería, pero pasarte diez horas diarias mirando una pantalla arañada, combada, decolorada y oscilante a veces puede llegar a provocarte dolor de cabeza. Si lo combinas con una silla que tienes que mantener apoyada contra la pared porque si no se le cae el respaldo, puede llegar a provocarte problemas de espalda y cervicales.
O eso me han dicho.
Bueno, el caso es que después de mucho investigar y trastear, llegué a la conclusión de que el problema era el brazo que sostenía la pantalla. Era un brazo articulado y estaba tan dado de sí que no se sostenía. No tenía remedio, y lo único que se me ocurrió para no acabar mareada todos los días era apuntocar la pantalla con algo: tenía que ser lo bastante fuerte como para que aguantara el peso, pero lo bastante blando como para que acolchara la pantalla. Por suerte, dadas las características del trabajo, la respuesta estaba por todas partes: papel. Cartulina, a ser posible.
Usé tacos de papel usado, tarjetas de presentación y marcapáginas, aunque me daba una pena terrible porque el peso de la pantalla los acababa destrozando y cada poco tiempo los tenía que cambiar. Pero el caso es que así mantenía el brazo de la pantalla, y eso hacía mi vida considerablemente más fácil.
En esas estaba cuando, debido a una serie de circunstancias, la empresa en la que trabajaba hizo algo así como, yo qué sé, unos 5000 marcapáginas con simbología nazi.
Bueno, a ver, tampoco exageremos.
Quien dice simbología nazi dice una esvástica, ya sabéis, la típica esvástica negra que pones sobre un fondo rojo y blanco y que no es nazi en absoluto. Y solo eran unas 5000.
Y además, ¿a quién no le ha pasado alguna vez que ha mandado a imprimir unas 5000 esvásticas por error?
El caso es que, por motivos que no acabo de entender, los lectores no querían esos marcapáginas. Y mira que eran gratis y a los lectores todo lo que es gratis se les antoja, ¿eh? Pues no.
Y los libreros tampoco los querían, y eso que siempre están pidiendo cosas para repartir a los clientes. Pues nada. Por qué se negaban a repartir esvásticas entre sus clientes es todavía un misterio para mí.
Así que las podres, rechazadas esvásticas estuvieron circulando por la oficina durante un año o así, hasta que se tomó la decisión de tirarlas. Tal cual: bajar al contenedor de papel de la calle y dejar la caja allí.
Lo que pasa es que, no sé por qué, pero no me acababa de parecer una buena idea abandonar en la calle una caja con el logo de la empresa y llena a rebosar de esvásticas.
Manías que tiene una.
Además, a mí me venían muy bien los marcapáginas para sostener el brazo de mi pantalla, que cada vez estaba más vencido. Así que pedí que me dejaran quedarme con los marcapáginas.
–Pero Lorz –me dijeron–, no queremos tener la caja con las esvásticas rondando con la oficina.
–No pasa nada, en mi cajonera caben.
Y las metí todas en mi cajonera.
Apenas un par de meses después me fui de la empresa. Y cuando digo que me fui, es que me fui: un buen día me levanté, recogí todas mis cosas y salí por la puerta sin decir ni adiós.
Lo único que dejé atrás fueron los marcapáginas con las esvásticas, porque pensé que a quien me sustituyera le harían más falta que a mí.
Por lo de la pantalla y eso.
Pasado un tiempo, alguien abrió mi cajonera por fin y se encontró toda aquella simbología nazi perfectamente colocada en formación.
–Lorz –me preguntó esa persona más tarde–, ¿se puede saber por qué tenías el escritorio lleno de esvásticas?
–Ah, sí, es que me hacían falta.
–¿Para qué?
–Pues para tener el brazo en alto, por supuesto.
¿Para qué si no?

4 comentarios:

Necio Hutopo dijo...

De todo esto sólo me queda la duda de cuál fue el "error" que llevo a la impresión de los 5,000 separadores.

Genín dijo...

Bueno, a mi lo que dice este de arriba y además, entender que coño es lo que le pasaba a la pantalla que se solucionara cantando el "Cara al sol", bueno, o la esvástica, que es parecido… :)
Salud

Estrellita dijo...

Lo que me hiciste reir jajajajja
beso

lorzagirl dijo...

Hupoto, lo típico que quieres hacer 500 y pones un 0 de más.

Genín, el soporte de la pantalla estaba roto.

Estrellita, me alegro.