19 diciembre 2014

Cortylandia

Se ve que hay gente que no sabe lo que es Cortylandia, y eso solo puede significar una cosa:
El Corte Inglés ya no es lo que era.
O no habéis tenido infancia.
O ambas.

Todas las navidades, desde el inicio de los tiempos o así, El Corte Inglés de la calle Preciados convierte una de sus fachadas en un espectáculo infantil llamado, en un exceso de imaginación, Cortylandia.
La idea tampoco es que sea muy original: son marionetas-robot que cantan y bailan al estilo de Un Pequeño Mundo. Cada año se centran en una temática distinta ("Nos hemos quedado de piedra", cantaban el año dedicado a las pirámides) y la decoración varía (un año hubo un Gulliver gigante, cuyas piernas enmarcaban el acceso a la tienda).
Por supuesto, el único fin de Cortylandia es atraer compradores, ya sea porque los niños se quedan absortos y los papás puede aprovechar para hacer compras, o a través de la publicidad no-tan-subliminal ("todos los juguetes están en la exposición de la planta séptima de El Corte Inglés", anuncian al final de la función los pingüinos cantarines de este año).
Pero la gracia de Cortylandia no es Cortylandia. La gracia de Cortylandia es que forma parte de La Experiencia Navideña™.
Cuando era pequeña, mi familia vivía en un pueblo, y en los años ochenta eso era algo.
Para empezar no teníamos internet, pero eso quizá fuera lo de menos. Tampoco teníamos calefacción, y aunque sí teníamos un calentador de agua, esta no salía con presión suficiente como para activarlo, así que podíamos ducharnos con agua caliente, por ejemplo, pero nos lavábamos cara y manos con agua helada.
Y no teníamos calefacción. Lo repito porque en el colegio tampoco, y era donde más se notaba porque pasábamos muchas horas inmóviles. De ahí me viene esta tos que vuelve cada vez que cojo un poco de frío, y que me dura semanas enteras cada vez.
Pero lo peor era lo otro.
Hoy en día, por suerte, se habla mucho del bullying o acoso escolar. En los ochenta no se le daba importancia al acoso (se suponía que tenías que aprender a defenderte) y de todas formas tampoco era exactamente escolar: en una época y un lugar en que los niños estaban todo el día en la calle, el bullying era una más bien experiencia envolvente: todo el día, todos los días, existía la posibilidad de salir a la calle y ser maltratado, insultado o humillado.
En los pueblos, ya se sabe, todo es siempre como más auténtico.
Os cuento esto no para que me tengáis pena, que ni falta que me hace, sino para que entendáis lo que era venir a Madrid en navidad.
Madrid era calidez.
Madrid era correr descalza por el suelo de madera.
Madrid era comer sin tener la urgente necesidad de devolver después.
Madrid era salir a la calle sin miedo.
Madrid era mis padres pendientes de mi y mis hermanos, sin las distracciones habituales de la casa, el trabajo, o los amigos.
Y Madrid eran cosas bonitas, cosas que estimulaban mi imaginación: cine, marionetas, luces de navidad, música... Un mundo de colores fuera del páramo intelectual que era el pueblo.
En Madrid había tiendas en las que vendían libros.
Era lo más.
Cada navidad, al menos una vez, mis padres nos llevaban al centro. Veíamos las luces, recorríamos los puestos de la Plaza Mayor, nos comprábamos gorritos ridículos, comíamos castañas asadas, y, como mágico fin de fiesta, íbamos a helarnos mientras veíamos Cortylandia.
Era solo un día al año, pero valía casi tanto como el año entero.
Con el tiempo mi familia se vino a vivir a Madrid (probablemente el giro ar0gumental más importante de mi vida), y al hacerse cotidiana, la ciudad perdió parte de su magia... Pero no toda. Sigue habiendo magia en ir al centro en navidad, en recorrer los puestos de la Plaza Mayor, en merendar tortitas y ver las luces.
Así que a mí me daba igual que Cortylandia sea cada año más cutre, que las canciones sean lamentables o que apenas se oigan por encima de los crujidos de la maquinaria. Quería saber si Bebé-chan también podía tener esa magia.
Al principio parecía que no. A fin de cuentas, Bebé-chan está acostumbrada a Madrid. Y a las pelis en 3D. Y a la música en directo. Y a ir a la librería donde trabaja Sark y comerse con los ojos todos los libros del mundo.
Ver a un montón de robots-pingüino destrozando un amago de canción no parecía entusiasmarle mucho.
A nuestro alrededor, los papás les decían a sus churumbeles:
-Mira, Pepito, ¡los pingüinos cantan!
Yo miré a Bebé-chan, que estaba encaramada sobre los hombros de Zarajota, pero antes de que pudiera decir nada, habló ella.
-¡MIRA, MAMÁ! ¡GÜINOS CANTAN!
Y luego puso los ojos en blanco, en un gesto supremo de vergüenza ajena y superioridad moral.
Bebé-chan no es una niña como la que era yo.
No necesita la magia de Cortylandia.
Ella es magia









Y con esto nos despedimos hasta... yo que sé... hasta que vuelva a tener una conexión decente a internet, como dentro de una semana o así.
También podéis seguirme en directo en twitter.
Y aunque el objetivo se haya conseguido, todavía podéis conseguir camisetas, chapas y sugus en el #Lorzfunding.

¡Felices fiestas! 

12 comentarios:

Billy dijo...

Jo... lagrimilla taricionera resbala por mi cara...snif, snif...
Eres grande Lorz.

Genín dijo...

¡FELICES FIESTAS PARA TI Y TU FAMILIA, TODA! :)
Salud y besitos

Necio Hutopo dijo...

Feliz navidad para ti, para Zarajota y para bebechan... Y también feliz, faltaba más.

Yo misma dijo...

Qué preciosidad de relato! Feliz Navidad!

Leia Organa dijo...

Vaya vaya... asique ya es oficial. ... Lorza, eres mi antitesis!!!
Dale la vuelta a la historia y tienes la mia, coño si hasta tengo niño y tu niña!
En fin, deseando estoy ir alguna navidad a Naboo para comprobar si a #Pequeñojedi le gusta taaaaanto cortylandia como a su madre.
P.d. ObiWan no conocía cortylandia y cuando se lo conté flipo.... debe ser que en Canadá tb son de pueblo.

BESAZOS!

Nosu dijo...

Cortylandia era mítico, en Barcelona creo que se ha perdido

Uma dijo...

que triste! toda la vida pensando que mi infancia era unica y ahora resulta que es calcada a la tuya...bueno casi...nosotros veniamos en rebajas y acababamos comiendo una hamburguesa en el wendy con helado y todo...
lo digo más por lo de el cole sin calefaccion, el acoso global y la visita anual a Madrid con tiendas de libros...

Besos

Fantasma de la Opera dijo...

Feliz Navidad a ti y a tu familia.

Nymeria Solo dijo...

Yo como ya vivía en Madrid, Cortylandia no me emocionaba tanto... El acoso ya lo sufría igual y no tenía otro sitio adonde ir para librarme de él :P. Encima, mi hermano se perdió un año en medio del mogollón de Cortylandia y nos llevamos un sustazo (por suerte sin consecuencias), así que desde entonces le tengo manía y, francamente, no tengo intención de llevar a mi pequeño berserker, aunque estoy viendo que sus abuelos lo van a querer llevar... A punto rematado, que lo lleven ellos y yo me voy mientras a tomar una caña a algún bar cerca :P. Pero tal como lo cuentas entiendo que le tengas cariño :). ¡Feliz Navidad!

Anónimo dijo...

Yo vivía en una ciudad pero íbamos mucho al pueblo en León y me has hecho recordar algunas cosas.
Llegó un momento en que pusieron calefacción pero tengo el recuerdo de bañame en la cocina en un cubo muy grande de plástico azul con agua que calentaban en cazuelas y el olor del gel Heno de Pravia.
Blanca

E. Martin dijo...

Los habitantes de esa incógnita zona que se halla en las afueras de Madrid y que damos en llamar "el resto de España" tampoco sabemos qué es CortylAH espera ¿no era ahí donde se liaba a tiros Santiago Segura en El Día de la Bestia?

B. dijo...

A mi Cortylandia nunca me ha terminado de seducir. Me causaba el mismo efecto que "ese señor que ofrece caramelos en la puerta del colegio" (y que yo nunca vi, por cierto)
Besos.