Mudanza

El sábado estuve ayudando a mudarse a una amiga a quién llamaremos B. para mantener su anonimato.
Jo.
Que mal.
Primero, madrugar.
Jo.
Un sábado.
Superjó.
A las diez y media me tuve que levantar, porque claro, tenía que ducharme y lavarme el pelo y depilarme y escoger una camiseta y unos pantalones y decidir que no me quedaban bien y probar primero a cambiar la camiseta y luego los pantalones y al final ponerme los mismo que había escogido en primer lugar y desayunar y lavarme los dientes y trasponer hasta Atocha, y como habíamos quedado a las onc...

Mierdaaaaaa...

Llegué tarde, pero no pasa nada; es lo bueno de quedar con B., que siempre llegas antes que ella y puedes poner cara de cabreo y hacer como si llevaras horas esperando, lo que pasa es que en esta ocasión además de tarde llegó verde porque estaba muy pero que muy malita.
A mí me estaba entrando un mal rollo que para qué, y cuando me enteré de que el que iba a conducir era ZaraJota me entraron ganas de acordarme súbitamente de que me tenía que marchar a una reunión familiar, pero fui lenta de reflejos y antes de que me diera cuenta ya estábamos los tres delante del mostrador del alquiler de furgonetas.
Rellenamos papeles y nos mandaron a otro mostrador, donde nos dieron las llaves.
-Os vamos a dar una que está un poco rozada.
-¿Por donde?
-Por todas partes.
A ZaraJota se le puso una sonrisa de oreja a oreja.
-Así si la estrello contra algo no se darán cuenta.

Yuju.

Ya teníamos las llaves pero no teníamos furgoneta, y me parece muy mal que no te la entreguen a la vez que las llaves porque jo, se paga por horas, y mientras que encontrábamos el aparcamiento y luego el ascensor y luego la furgoneta y luego la caja y luego la salida se nos fue mucho tiempo.
Cuando por fin escapamos del aparcamiento del infierno eran las doce y el primer termómetro que nos cruzamos marcaba 28º C a la sombra, aunque eso era lo de menos: al volante teníamos a un tipo que no conoce la ciudad, a su lado yo, que soy capaz de perderme en mi propio cuarto de baño, y la única que podía guiarnos se estaba planteando ofrecernos un remake del El exorcista en directo.
No sé muy bien cómo llegamos a Cibeles y la encontramos llena de vallas por todas partes.
-¿Qué pasa? ¿Ya vienen las ovejas? –pregunté.
-No, Lorz –dijo B.-. Es por el Día del Orgullo Gay.
-...
-Escribiste sobre ello ayer mismo, Lorz.
-Ah, sí, eso...
Jo que susto.
A punto estuvieron de descubrir que en realidad esto no lo escribo yo, sino un tipo desconocido al que pago una miseria.
Total, que entre unas cosas y otras llegamos a casa de B. era casi a la una.
Eme A y el Hombre Malo estaban en la puerta desde hacía rato.

Mucho rato.

Pero mucho.

¿He dicho ya que a las 12 estábamos a 28ºC a la sombra?

Así que allí estábamos, preparados para cargar cosas: ZaraJota, que tenía que quedarse en la furgoneta porque estaba taponando una calle y había que apartarla cada vez que pasaba un coche, Eme A, lesionado de un dedito (sin chistes), B., que estaba probando todas las tonalidades del blanco al verde, yo, que llevaba unos zapatos que me hacían pupita, y El Hombre Malo, que era el único que estaba en condiciones de cargar cajas.
B. nos miró a todos.
-Gracias por ayudarme.
-Mujer, si no es nada...
-Que sí, que son muchas cosas.
-No será para tanto.
-Bueeeeeno....
Y abrió la puerta.

Jo.

Requetejó.

Megajó.

Había llegado el momento de llamar por teléfono para pedir ayuda.
-Mamá, ¿estás segura de que no tenemos ninguna reunión familiar hoy?



Pd: En realidad nos lo pasamos bastante bien.