Previously in Lorz...
Lo del culo. Sí, otra vez. Las historias de partos es lo que tienen.
Es una verdad universalmente reconocida que las mujeres solo se dejan fecundar con un objetivo: para poder pasar el resto de su vida contando batallitas del parto. Esta entrada está dedicada a las mías.
Avisado estáis.
Pues la cosa fue más o menos así:
A las nueve de la mañana me colocaron en el brazo un gotero con oxitocina, que es una hormona (creo) que tiene la gracia de provocar contracciones, aumentar su potencia, y acelerar el parto.
Resumiendo: la oxitocina es redbull para el útero.
Pero la matrona no era tan optimista.
-Esto va para largo -dijo.
-¿Puedo irme a desayunar? -le preguntó ZaraJota.
-Claro, vete, tienes tiempo de sobra.
-¿Yo también puedo? -pregunté.
-No, tú no.
Mierda, casi cuela...
-No te preocupes, Lorz, me tomo un cafelito rápido y vengo.
ZaraJota tiene la costumbre de desayunar un colacao o un café sin nada más y a media mañana se le pone una cara de mustio que no puede con ella.
-Haz el favor de desayunar bien -le dije-, que luego te quedas con hambre.
-Pues si me da hambre salgo luego.
-De eso nada, que no sabemos luego cómo va a estar la cosa. ¿Y si a la hora de comer estamos en plena faena, qué? ¿Te vas a ir a comer?
-No, claro.
-Pues haz el favor de comer, que con este calor y en ayunas eres capaz de marearte. Y que sepas que si te desmayas durante el parto ahí te quedas hasta que acabemos. ¿verdad, señora matrona?
-Nosotras estamos a lo que estamos -confirmó la matrona.
-Está bien.
ZaraJota se fue a desayunar y al rato volvió afirmando que se había tomado un café y un bikini, porque lleva diez años en Madrid y todavía lo no lo hemos civilizado lo suficiente como para que diga "sangüish mijto".
Entonces fue cuando ocurrió
el incidente de las camisetas. Y a continuación mi familia llegó al hospital y ZaraJota salió a verles para que no sospecharan que estábamos de parto, y de paso recoger la camiseta limpia que mi madre le había traído.
Mi madre, muy sensata ella, había escogido una camiseta azul marino, muy discretita, muy limpia y muy planchadita. Desgraciadamente, su gato la había escogido también, pero para dormir la siesta, porque las camisetas recién lavaditas y planchaditas son las más cómodas. Y ya se sabe lo que pasa con los gatos: si son negros, toda la ropa clara va siempre cubierta de pelos negros, y si son blancos, toda la ropa oscura va siempre cubierta de pelos blancos. Mis padres, que son muy previsores, se buscaron un gato gris: así los pelos se ven perfectamente sobre todos los colores.
Resumiendo: la camiseta azul marino estaba cubierta por completo de pelos de gato.
En serio.
Era como un kiwi hecho camiseta.
Intenté quitar los pelos con la mano, pero lo único que conseguí fue cargarlos de electricidad estática y que fueran más difíciles de quitar.
Su fruta madre...
-Bueno, no pasa nada, luego me pondrán una de esas batas verdes, ¿no?
-Eso espero.
Para entones ya tenía unas contracciones de lo más interesantes. Pero no me servían de nada porque... a ver cómo lo explico. Soy de risa fácil. Lo soy en condiciones normales, pero también en condiciones anormales. Para mi desgracia, cuando estoy tensa, nerviosa, asustada o dolorida también me entra la risa. No lo puedo evitar. Esto tiene su lado bueno: en las entrevistas y exámenes orales siempre parezco tranquila y a mis anchas. También tiene su lado malo: algunas personas se lo toman como desinterés o falta de respeto. Y la matrona no se lo tomó precisamente por el lado bueno.
-Mucho te ríes tú para que te esté doliendo -me decía.
Y el mensaje era: si no te duele es que no tienes contracciones, si no tienes contracciones es que la oxitocina no te está haciendo efecto, y si la oxitocina no te hace efecto tenemos un problema.
Uno de los gordos.
Entonces se acercaba al gotero, le metía un meneo, empezaba a caer más y yo veía las estrellas, me reía más y no avanzábamos nada, hasta que decidió "echarme un vistazo" y cambió bruscamente de opinión.
-Si quieres la epidural hay que ponértela YA -anunció.
-¡Quiero! ¡Quiero!
Entonces hicieron salir a ZaraJota de la habitación, entró el anestesista, y empezamos con la acrobacia cirquense.
Resulta que para ponerte la epidural tienes que sentarte muy recta, encorvarte sobre ti misma para que las vértebras se marquen claramente en tu espalda, y después mantenerte inmóvil mientras te pinchan.
Fácil, ¿eh?
Ahora imagina que estás en bolas, con tubos por todas partes, una compresa que debes sujetar entre las piernas, una barriga el tamaño de Júpiter y contracciones. Y, por si esto no fuera poco, añade ciertos... problemas personales.
-No te encuentro la columna -me dijo el anestesista.
-¿No estoy bien colocada?
-No, no, es por la grasa.
-Eh... gracias.
-A ver, inclínate más... Ay... es que tienes una escoliosis tremenda. A ver... no . Y ahora... no. Voy a intentarlo una vez más...
El anestesista se disculpó. Me dijo que tenía tal escoliosis que la única forma era ir probando hasta atinar con el punto.
-Tú pincha todo lo que haga falta, pero la epidural me la pones cueste lo que cueste.
Y eso hizo.
Hasta que de pronto noté que se incorporaba.
-Estoooo... tú no tendrás sida, ¿verdad?
-No, ¿por?
-Nada, nada. Que me he pinchado yo.
-¡De eso nada! ¡Que la epidural es para mí!
-Voy a llamar a mi compañera a ver si ella puede.
-¿Y si no puede?
-No te preocupes: esto es como abrir un bote de mayonesa: te tiras horas intentándolo, y luego el primero que pasa lo abre sin esfuerzo.
Y así fue. Entre tanto, yo había conseguido perder la compresa y que se me soltara la vía. Entre eso y el autopinchazo del anestesista, cuando ZaraJota entró a la habitación las sábanas estaban llenas de sangre.
-¿PERO QUÉ HA PASADO AQUÍ?
-No te preocupes, no es toda mía.
-¿Y se supone que eso me tiene que tranquilizar?
Me cambiaron toda la ropa de cama y me dijeron que me echara la siesta.
-Y tú aprovecha para irte a comer -le dijeron a ZaraJota.
-¡Pero no puedo dejarla así!
-Si quieres puedes comprarte un bocadillo y comértelo aquí.
Yo estaba alucinando.
-Y UN GÜEVO VAS A COMERTE UN BOCADILLO EN MI CARA MIENTRAS ESTOY DE PARTO.
Que llevo en ayunas desde ayer, coñoyá.
ZaraJota se fue a comer. Cuando volvió, yo estaba sudando como un pollo. Hacía muchísimo calor.
-¿Me abanicas?
ZaraJota sacó el abanico de mi abuela y empezó a darme airecito con tan poco gracia que le acabé quitando el abanico. ¿Por qué los hombres no saben abanicar? En serio, no es tan complicado. Mira Locomía.
Visto el éxito, cambiamos el abanico por un trapito empapado en agua que me ponía en la frente de vez en cuando. Cuando volvió la matrona, le pedí permiso para beber agua.
-¡Solo sorbitos pequeños! -me advirtió.
-Sí, sí. Es que tengo calor.
La matrona me miró de arriba a abajo.
-¿Y por qué estás tapada con la colcha?
-Eh...
La parte positiva es que así me di cuenta de que, efectivamente, la epidural había empezado a hacerme efecto.
Al rato la matrona volvió para explorarme. Otra vez. A esas alturas yo ya me sentía como el puto río Congo.
-Todo va bien, pero el niño no ha entrado en el canal de parto. Vamos a tener que sacarlo con unas ventosas. Voy a prepararlo todo y ahora vengo.
-¿Y yo qué hago? -pregunté. Que lo mismo podía ayudar dándome golpecitos en la cabeza, tipo bote de ketchup.
-Nada.
-Es que tengo ganas de empujar.
-Bueno, pues empuja, que mal no te puede hacer.
Se fue a por las ventosas y cuando volvió a asomarse a mis bajos se le cambió la cara.
-¡QUE YA ESTÁ AQUÍ! ¡QUE LE VEO EL PELITO!
-No puede ser -le dije-. Nadie en mi familia ha parido un niño con pelo desde que el mundo es mundo.
Pero ya no me hacían caso. De pronto había un montón de gente desmontando partes de la cama y montando otras. Una señora me bañó en un líquido rosa.
-Es desinfectamente -me dijo.
Otra me colocó una especie de manta verde en las piernas.
-Es aséptica -me dijo.
ZaraJota me agarró la mano, y yo miré la camiseta llena de pelos de gato.
Ay, dios... Tiene pelos como para rellenar un colchón.
¿No le van a poner una bata verde ni nada?
¿Será que lo van a echar?
ZaraJota se aferró a mi mano y se concentró en poner cara de "yo no llevo una camiseta cubierta de pelos de gato". Lo debía estar haciendo muy bien: nadie parecía fijarse en él.
-Bueno -dijo la matrona-, a ver si podemos hacer esto nosotras y no hace falta meter a "los hombres".
Los hombres, ya lo sabía yo, eran los ginecólogos, y yo era la última interesada en que intervinieran, así que cuando me dijeron que agarrara la barra la agarré, cuando me dijeron que intentara arrancarla lo intenté, y cuando me dijeron que me metiera los dedos en la vagina para tocar la cabeza del niño... me negué en redondo. Que una tiene un límite.
-¡Que sí, boba, verás lo cerca que está!
Ay, lo que tiene que hacer una poco los hijos...
Y obedecí.
Ostras.
Que está ahí mismo. ¡Esto está hecho!
Entonces la matrona se volvió a ZaraJota.
-¿Quieres tocar tú? -le preguntó.
Yo miré de reojo la camiseta llena de pelos.
"Que diga que no, que diga que no..."
-No, gracias. Quizá en otra ocasión.
Volví a mirarle de reojo y le mandé un mensaje telepático.
"¿En otra ocasión? ¿EN OTRA OCASIÓN?"
"¡Que me he liao! ¡Que estoy muy nervioso!"
La matrona interrumpió nuestra conversación telepática para anunciarnos que iba a tener que recurrir a la episeotomía, que es un cortecito que se hace en una parte muy delicada del organismo para evitar que se rompa accidentalmente y sea peor.
-Claro, claro, lo que haga falta -le dije.
Entonces fue cuando me di cuenta de que la epidural no había quedado bien puesta, y solo tenía dormidas algunas partes del cuerpo, y no precisamente la más importantes para el proceso.
En fin. No voy a entrar en detalles. Lo importante es que Bebé-kun salió rápido y bien.
Me lo pusieron encima, con su olor a barquillos de vainilla y los ojitos muy abiertos, y las enfermeras le colocaron un gorrito sospechosamente parecido a las redes para los garbanzos del puchero.
Con el hambre que yo tenía, ya son ganas de provocar.
Nos dijeron que teníamos que estar dos horas "en observación", y nos dejaron solos para que descansáramos.
Aprovechamos para llamar a mis padres, lo que, ahora que lo pienso, igual era un poco incoherente.
-Hola -les dije-. ¿Está por ahí Bebé-chan?
Obsérvese que todavía era Bebé-chan por entonces.
-Sí.
-Que se ponga.
-Espera, que le pongo el manos libres... Dile hola a mamá.
-HOLA MAMÁ.
-Hola piojito. Soy mamá. ¿Y sabes quién está conmigo? El hermanito, que ya ha salido.
Entonces oí de fondo la voz de mi padre.
-¿Y CUÁNDO NOS LO PENSABAS DECIR?
Uy, uy, que para mí que mis padres empiezan a sospechar algo.
Fin.