Igual no se ha notado porque no he hablado mucho del tema, pero he estado un par de días en Barcelona, otra vez, que en verdad os digo que alguien podía ofrecerme un trabajo allí para que me quede, porque esto de ir y venir, a mi edad, es un poco cansado y si tengo que elegir me quedo con un sitio donde hay baldosines con florecitas cuquis.
Bueno, eso donde todavía se ve el suelo.
Cuando iba a casa de Angua, que muy amablemente me ofreció para dormir después de que yo me autoinvitara, me dijo:
-Ten cuidado que mi calle está en obras.
Bueno, eso donde todavía se ve el suelo.
Cuando iba a casa de Angua, que muy amablemente me ofreció para dormir después de que yo me autoinvitara, me dijo:
-Ten cuidado que mi calle está en obras.
Yo me carcajeé mentalmente porque, en fin, vivo en Madrid. Nuestro escudo oficial es una chapa de Ferrovial cubierta de grafitis, pero no dije nada porque soy muy educada y, efectivamente, llegué a su casa sin problema.
Bueno, llevaba en la mochila tres libros de tapa dura, uno más en proceso, dos quesos, magdalenas y toda la ropa que me había ido quitando porque aparentemente calor + humedad no son una combinación tan bonita como podría parecer. Pero vaya, aparte de eso, llegué sin problemas.
A la mañana siguiente, en cambio...
A la mañana siguiente había quedado con Laia para babear delante del escaparate de la pastelería Escribà, donde todavía estaban construyendo en directo una reproducción del parque de atracciones del Tibidabo en chocolate negociar los derechos de autor de su próxima novela.
Google decía que podía ir andando, un paseíto agradable de media hora.
Google necesita asimilar el concepto "obra".
Yo necesito asimilar el concepto "correr esquivando zanjas con una maleta llena de queso cuando la temperatura es de mil grados y la humedad relativa alcanza el 5000% quizá no sea un paseíto relajante".
Además, en medio recibí una noticia.
Una noticia FELIZ.
Pero los virgo no hemos nacido para ser felices, así que acabé llorando abrazada a mi maleta con queso, pensando que me consolaría mucho comérmelo pero es que NI SIQUIERA PARA MÍ, o sea, ¿ES QUE LAS DESGRACIAS NO TERMINAN NUNCA?
Por suerte una vez estuve con Laia las cosas fueron a mejor, como suele ocurrir con Laia. Vimos la mona de Escribá, apenas lamimos el escaparate, luego dimos un paseo y cuando nos lo estábamos pasando tan bien llegó el momento de irme, porque mi tren salía a las dos (o quizá no).
Me despedí de Laia en el andén y nada más cerrarse las puertas miré el móvil y me encontré un mensaje de que mi tren salía con 40 minutos de retraso.
Bueno, venga, pues en vez de comerme un bocata en la cafetería del tren me voy al McDonals de la estación y me voy ya comida, pensé en un alarde de originalidad... más o menos igual que los pasajeros de los otros cinco trenes que también iban con retraso.
El McDonals era la jungla. Y eso que, debe ser uno de los Mcs mejor organizados y más eficientes de toda España, con mucho personal y un ritmo de trabajo alucinante. Una cosa que me gustó mucho fue que además de los totems para pedir tenían a una chica con una tablet que hacía el pedido por ti a toda leche. También que, aunque sea "para comer aquí", te ofrecen una bolsa de papel "por si acaso se tiene que ir". También te preguntan si quieres el vaso de regalo o no te cabe en el equipaje. Además, cuando fui a sentarme en una mesa que tenía bandeja y la quité yo misma, luego vino una de las chicas de limpieza y se disculpó por no haberla quitado antes (yo a mi vez me disculpé por ser una ansias y no haber esperado).
Pero el que me conquistó fue el chico de la limpieza que...
bueno, vayamos por partes.
No sé como lo hice, pero mi hamburguesa estaba fuera de la caja y desparramada por toda la bolsa de cortesía que me habían dado.
-Mierdaaaa...
Metí la mano para reconstruirla, pero estaba todo llenísimo de mostaza y grasa y de todo, así que pensé: voy a recogerme el pelo (que lo tengo espectacular) antes de que se me manche.
Y usé la goma del pelo que siempre llevo en la muñeca.
Sin darme cuenta de que YA estaba llena de mostaza.
Os ahorraré los detalles.
En ese momento me hubiera gustado correr en círculos gritando y agitando los bracitos, pero como soy una señora educada me limité a agitar los bracitos. Ahí fue cuando me derramé encima la cocacola grande la puede hacer gigante por 50 céntimos más vale pues pónmela gigante que tengo mucha sed.
Un charco de cocacola se expandía inexorablemente hacia la maleta con el queso y las magdalenas, las ochomil monas de chocolate, el libro que estoy escribiendo y otras cosas menos importante, como mi ropa, así que la cogí de nuevo y me abracé a ella mientras se me escapaba una lagrimilla porque de verdad tenía mucha sed.
Entonces apareció el Chico De La Limpieza, al que espero que nombren empleado del mes.
El Chico De La Limpieza observó la hamburguesa con todas las piezas desparramadas sobre la mesa, la cocacola en el suelo, la señora con camiseta de "I'm a freelance, I never get ill" manchada de mostaza, abrazada a una maleta manchada de mostaza, con una coleta mal hecha salpicada de mos... bueno, os vais haciendo a la idea.
-No se preocupe, señora, mientras yo lo limpio usted coja el ticket y el vaso y vaya a que le pongan otra cocacola.
-¡Pero es que tengo aquí todo mi equipaaaaaaje y llevo un queeeeesoooo!
No me escondo: lloraba. Pero con dignidad. Y mostaza.
-Señora, mientras yo esté aquí nadie va a tocar su equipaje.
-¿Seguro?
-Váyase tranquila.
Y me fui. Tranquila, no, pero me fui.
Y cuando volví con mi cocacola, el chico había limpiado todo y tenía el mocho cruzado delante de mi maleta, esperando que se secara el suelo para que no se resbalara nadie.
-¡Ay! ¡GRACIASGRACIASGRACIASGRACIASGRACIAAAAAS!
-No se preocupe, señora, esto le puede pasar a cualquiera.
Sí pero, por lo que sea, siempre me acaba pasando a mí.
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El sábado 15 de abril estaré todo el día en el Krunch de Quadernillos, con mis libros... y con los libros de Laurielle y Sergio Morán. ¡Incluso los de Laurielle con Sergio Morán!
¡Os espero!