Quizá lo haya contado ya, pero estoy yendo al gimnasio todos los días.
Más o menos.
Porque, ¿quién no tiene un ratito para ir al gimnasio todos los días?
O sea, si quitas lo de despertar a los niños, recordarles, insistirles, rogarles, suplicarles y finalmente soltarles un bocinazo para que desayunen, se laven los dientes y se vistan, llevarles al cole, trabajar, recoger a los niños del cole, darles de comer, trabajar otro ratito, llevar a los niños a extraescolares, preparar la cena y la comida del día siguiente, darles de cenar, recordarles, insistirles, rogarles, suplicarles y finalmente soltarles un bocinazo para que se laven los dientes, se pongan el pijama, se vayan a la cama y se duerman, y eso cuando no hay además que limpiar, planchar, ir a la compra, al dentista, al pediatra, a comprar por enésima vez escarpines para la piscina (¿qué c*ñ* hacen con ellos? ¿se los comen o qué?) o cualquier otra cosa, ¿quién no tiene un ratito para ir todos los días al gimnasio?
Porque, ¿quién no tiene un ratito para ir al gimnasio todos los días?
O sea, si quitas lo de despertar a los niños, recordarles
De pronto necesito echarme un rato.
A mí me costó, pero como todo es posible si te esfuerzas por fin encontré el ratito perfecto: de siete a ocho de la mañana.
Lo voy a decir otra vez:
de siete a ocho de la mañana.
Sí, de verdad necesito echarme un rato. Ahora mismo.
Para estar en el gimnasio a las siete de la mañana más o menos consciente me tengo que levantar a una hora que no voy a decir porque estoy en contra de la violencia innecesaria.
Tampoco voy a entrar en el frío que hace por la calle a ella hora, ni lo solitaria y vacía que está la calle, porque entonces me entran ganas de ponerme en posición fetal debajo de la cama y no me acuerdo de la última vez que me paré a barrer pelusas en esa área concreta de la casa.
Y no mencionaré la cantidad de trabajo adicional que supone ir al gimnasio, desde preparar la bolsa la noche antes hasta lavar y doblar una cantidad extra de ropa.
Todo eso no importa porque yo estoy realmente motivada.
Porque la salud es muy importante, ¿eh?
Y mantenerse en forma.
Y la Organización Mundial de la Salud recomienda hacer al menos media hora de ejercicio al día.
Y, sobre todo, porque a esa hora me pierdo la hora de desayuno/lavado/vestido de los niños, que es un p*t* infierno y me quita las ganas de vivir desde primera hora de la mañana.
Ya está, ya lo he dicho.
Es posible que esto me convierta en mala madre pero no lo hago por mí, lo hago por la Organización Mundial de la Salud y para que ZaraJota pase tiempo de calidad con sus hijos.
De calidad cero, en concreto.
Por si esta no fuera suficiente motivación, cuando llegué al gimnasio el primer día me encontré con que hay pantallas individuales con acceso a Netflix delante de cada máquina.
Lo voy a repetir:
pantallas individuales con acceso a Netflix.
Por qué los gimnasios insisten en promocionarse con la tontería de la salud y ponerse en forma cuando podían estar hablando de esto es un misterio para mí.
-¿Y cómo funciona? -le pregunté al encargado de la mañana, con lágrimas de emoción en los ojos. Yo, no él. Él quizá tuviera lágrimas en los ojos, pero del madrugón.
-¿Tienes cuenta de Netflix?
-Sí.
-Pues nada, entras en tu sesión y ves lo que quieras.
-¿Lo que quiera? -las lágrimas de emoción eran ya como puños.
-Claro.
-¿En serio? ¿Algo que no sea Vivo o la Patrulla Canina?
-Lo que quieras.
-Pero cinco minutos o así, ¿no? Luego vendrá alguien y me obligará a cambiar a Vivo o la Patrulla Canina, ¿no?
El encargado de la mañana, visiblemente acostumbrado a estas escenas, me miró fijamente y me dijo:
-Puedes ver lo que quieras, todo el tiempo que quieras, sin interrupciones.
Aquello fue como la conversión de san Pablo. De rodillas en el suelo, juré lealtad al gimnasio para el resto de mi vida. No recordaba la última vez que podía haber visto lo que yo quisiera y sin interrupciones. Levantarme de madrugada y hacer ejercicio parecía un pequeño precio a pagar.
Sin embargo, después de unas semanas en las que la motivación no flaqueó ni por un momento, me encontré con que mi viejo enemigo volvía a la carga.
Eccema. Purulento y asqueroso. En la planta de los pies.
Vale, también en otros sitios como el cuero cabelludo, las manos o la hucha. Pero, a efectos del gimnasio, vamos a centrarnos en la planta de los pies.
Al principio intenté seguir yendo al gimnasio de todas maneras, porque estaba muy motivada. Y porque tenía la temporada 10 de Walking Dead a medias, vale, eso también.
Pero a medida que iban pasando los días y se me iban cayendo trozos del cuerpo por doquier, quedó claro que para zombis ya tenía de sobra conmigo, gracias.
Acepté mi derrota con la elegancia que me caracteriza.
Acordándome de la madre que parió a todo, para empezar.
-Míralo por el lado positivo -me dijo ZaraJota-: así podrás desayunar con los niños.
Eso, encima hurga en la herida.
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Este jueves a las 19:30 estaré en Libros de Arena con Marina Such para hablar de nuestras cosas y quizá de su libro, si nos da tiempo y eso.
La entrada es gratuita pero para garantizar las medidas de seguridad, distancia y todo el asunto pandemial, es necesario confirmar asistencia en hola@foscanetworks.net
Apuntarse y venirse, que como mínimo nos reiremos un rato.