―He pillado lombrices en el pueblo ―le dije a ZaraJota.
―Ya lo sé ―me contestó, muy despacio―, el verano pasado.
El verano pasado volví del pueblo con lombrices. El médico me dijo que lo más seguro era que me lo hubieran pegado los niños, pero mis hijos no tenían ni tuvieron absolutamente ningún síntoma de vida interior.
Sin embargo, como habíamos hecho muchas excursiones, nos habíamos sentado a comer bocatas en cualquier lado, nos habíamos bañado en el río, habíamos comido moras directamente de la mata y por supuesto sin lavar y habíamos compartido merienda con prácticamente todos los niños de la calle pensé que bueno, simplemente me había tocado y punto. Me tomé las pastillas, dejé que el genocidio siguiera su curso y al poco tiempo estaba como siempre: muerta por dentro.
―No ―le insistí a ZaraJota―; este año también he pillado lombrices.
―Es imposible.
Este año, por ya-sabéis-qué, no ha habido excursiones, ni bocatas, ni río, ni moras, no compartir.
Aunque lo hubiera habido, nos lavamos las manos con tal frecuencia que cualquier intento de invasión parasitaria habría fracasado por puro aburrimiento.
―Eso sólo puede significar una cosa ―dijo ZaraJota.
―¿Que en realidad era el marido el que le mandaba el ramito de violetas?
―...no. Que tienen que estar en algún lado dentro de la casa.
―Pero entonces todos tendríamos lombrices.
Desde el principio del verano, prácticamente toda mi familia ha pasado, por turnos, temporadas en la casa.
―Tiene que haber algo en la casa que sólo hagas tú...
―¿Escribir novelas de zombis?
―...parece poco probable que puedas pillas lombrices por escribir novelas, sean de zombis o de cualquier otra cosa.
―Bueno, el primer Villamatojo lo escribí en trozos de papel higiénico.
―Pero estaba sin usar, ¿no?
―...
―Olvídalo, no quiero saberlo. A ver, piensa qué has podido tocar que no toque nadie más.
―Bueno, los niños y tú no subís al sobrao.
―Pero tu familia sí.
Es una verdad universalmente conocida que en el baño del sobrao es donde mejor se hace popó.
―Yo subo a tender y a poner la lavadora.
―Tu madre también.
―Y uso mucho la pila.
―Los niños también.
Cuando no tengo ropa sucia suficiente para poner la lavadora, la meto en la pila, le echo un poco de jabón de lagarto y agua y luego pongo a los niños a "pisar la uva".
Algún día van a necesitar un psiquiatra muy caro, lo presiento.
Pero al pensar en la pila me había acordado de una cosa.
―Bebo agua directamente del grifo de la pila.
Mis padres sólo beben agua embotellada, mis hijos no llegan al grifo, ZaraJota no sube al sobrao y bueno, básicamente no hay nadie tan idiota como para beber de ahí.
―¡Pero Lorz!
―¡El agua de ese grifo sabe mejor!
―¡Pues ahora ya sabes por qué!
Tenía que avisar a mis padres para que no se les ocurriera beber del grifo del sobrao. Así que les llamé y les dije que volvía a tener lombrices.
―Tu gusto en mascotas es de lo más particular ―me dijeron.
―Ya van dos años seguidos, estoy casi segura de la que las pillo por beber agua del grifo de la pila.
―Es imposible, el grifo es nuevo.
―¿Sí?
―Sí, lo cambié yo mismo hace dos ver...
―Ajá.
Cuando tuvieron oportunidad, mis padres desmontaron el grifo.
―No tienes ni idea de lo que ha salido de ahí.
―Bueno, a ver: un poco de idea me hago.
O sea, que todavía tengo el pompis un poco on fire.
―Menos mal ―le dije después a ZaraJota―, que me he dado cuenta antes de ir a que me hagan la depilación láser en el piticlín.
―Mujer, no pasa nada: le dices que aproveche y haga tiro al blanco: ¡piñum, piñum!
No estoy segura de que sea así como funciona el tema...
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Ya se puede reservar en la librería La Sombra (Madrid) la edición en papel de Quiero volver.
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