22 enero 2018

Jacinta

Hoy estoy muy cansada y no tengo ganas de contaros mi vida; mejor os cuento un cuento.




Había una vez una niña que se llamaba Cuchufleta María Centolla Rebelde Frufrú, pero todo el mundo la llamaba Jacinta porque es que en los pueblos son así.
Jacinta vivía en un pueblo tan pequeño tan pequeño tan pequeño tan pequeño que cada vez que estornudaba el trasero se le salía del término municipal; por eso Jacinta intentaba no estornudar de noche, porque si lo hacía su madre le gritaba que qué estaba haciendo en el campo a esas horas. Con la helada que está cayendo, chiquilla, y tú en pijama.
Un día la madre de Jacinta la mandó a comprar el pan.
Obviamente el pan se compraba en el pueblo de al lado, porque los hornos suelen ser muy grandes y en el pueblo de Jacinta no cabía ninguno, y además el alcalde estaba a dieta y no podía ser.
Jacinta tenía de obediente lo que un zapato de sabroso, pero le gustaba el pan, así que obedeció a su madre de inmediato. Salió del pueblo y empezó a andar hacia el pueblo de al lado mientras cantaba una canción que se le había pegado de Kiss FM.
El pueblo de al lado no estaba lejos, porque como su propio nombre indica estaba al lado.
A unos cinco metros o así.
Lo que pasa es que la gente de los pueblos está acostumbrada a las distancias cortas y cualquier cosa se les hace un mundo, que parece que les cobraran por pasos o algo.
Jacinta entró a la panadería y descubrió con desesperación que había por lo menos tres personas más esperando para comprar el pan.
Estaba claro que iba a perder toda la mañana con aquello, bufó para sus adentros, mientras miraba de reojo si podía sentarse en algún lado. El panadero, en previsión a las multitudes que solían agolparse en su tienda, había puesto dos sillas de plástico, pero por supuesto estaban ocupadas.
Jacinta maldijo su suerte mientras observaba al primer parroquiano pedir el pan.
-Una barra.
-Son cincuenta céntimos.
-Aquí tiene. Gracias, hasta luego.
-Gracias, hasta luego.
El segundo parroquiano se levantó de la silla y se aproximó al mostrador.
Jacinta volvió a bufar.
-Una barra -dijo el parroquiano.
-Cincuenta céntimos.
-Hasta luego.
Jacinta empezó a dar saltitos, cambiando su peso de un pie al otro.
¿Es que esto no se acababa nunca?
-Una barra -dijo el tercer parroquiano, levantándose de su silla.
-Cincuenta céntimos.
-Aquí están.
-Gracias, hasta luego.
Jacinta se lanzó sobre el mostrador con desesperación.
-¡Una barra! ¡Aquí están los cincuenta céntimos! ¡Hasta luego!
Con la barra en la mano, salió corriendo a la calle.
Por fin. Ya podía volver a su pueblo.
Iba por la carretera tan contenta y distraída cuando vio un hada que venía de frente por el mismo arcén que ella.
A Jacinta aquello le pareció rarísimo: lo correcto es que los peatones circulen por el arcén en sentido contrario al de la circulación de los coches, esto es, el arcén de su izquierda según el sentido de su marcha. ¡Y el hada venía por el arcén de su derecha! 
-¿Pero qué haces, sulnolmal? -le gritó amablemente Jacinta.
-He venido a concederte un deseo -le dijo el hada llegando a su altura.
-Pues haber venido antes y me habría ahorrado bajar a por el pan.

Fin.

8 comentarios:

  1. 😂😂😂 tas loca perdía me parto contigo

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  2. Pues mira que a mi me suena tremendo, me da muy mal rollo lo del arcén.

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  3. jjajajjajjajjajjajajjaja. Esto es mucho mejor que el #felizlunes del twiter.
    Oye y jacinta muy majo no es, pero al lado de María Centolla es gloria bendita.

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  4. Pues la Jacinta tenía razón, que el hada ha llegado algo tarde

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  5. Me ha recordado a los "Cuentos por Teléfono" de Gianni Rodari :-)

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  6. Jajajajaja. Me ha hecho muchísima gracia. Yo no vivo en un pueblo pequeño pero, como siga comiendo así, también se me va a salir el culo del término municipal cuando estornude. Besotes!!!

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  7. Lorz, a veces no me cabe la menor duda de que usted se droga... Creo que ya sabemos por que el nene no quiere dejar la teta.

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  8. Es que hoy en dia, ni las hadas funcionan, y encima será independentista...jajaja
    Besos y salud

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