Ya es navidad. Y no lo digo yo, lo dicen los anuncios de la tele, las ofertas del Día y un folleto de Ikea que me he encontrado en el buzón.
Y lo dice el hilo musical, claro. Ya hemos empezado con los villancicos, aunque no les hago mucho caso desde que el año pasado sufrí una de las más tremendas decepciones de mi vida.
Fue por una alegre composición en que la Coral de Niños Repelentes canta:
Me levanté esta mañana...
¡ANA! -berrea el coro con todo su entusiasmo.
He cogido mi trompeta...
¡ETA! -esto es apología de la violencia, pero al coro le da igual.
He salido muy temprano...
Llegado a este punto, contengo el aliento. Que nervios. ¿Lo harán? ¿Se atreveran a gritar ANO a través de los altavoces del supermercado?
Tempranoooo -berrean los niños, a los que sin duda alguna hinchan a collejas en el recreo, merecidamente, por cursis.
Jo. Cada vez que lo ponen me llevo un disgusto. Con lo feliz que me harían...
Y, a todo esto, ¿para qué querrían la trompeta? ¿Para tocarle el Himno de Riego a la Sagrada Familia? Vete tú a saber. Los milagros atraen a cada pirado que para qué; como ese tipo que como era pobre no se le ocurrió otra cosa que ponerse a tocar el tambor. Pobre, y además tocapelotas. Es que me lo imagino:
El tamborilero: Y ahora les voy a tocar Aserejé.
San José: Hombre no, que no hace falta, de verdad.
El tamborilero: Si no es molestia. Y luego, El camaleón.
Y así toda la noche. Porque en los belenes siempre es de noche, lo que no impide que estén de bote en bote; la cantarera de paseo en mitad del desierto (dónde irá a buscar agua, la infeliz), las cabras con los ojos rojos de no dormir, el pollo gigante cacareando seis horas antes de lo normal, un tipo pescando que nunca pesca nada... Y la Virgen y San José mirando el reloj de soslayo, a ver si el petardo del tamborilero pilla la indirecta y se vuelve a su casa.
Pero no la pilla, no.
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