-¿Le importaría enseñarme la bolsa?
Lo sé: no escarmiento.
-¿Qué?
-La bolsa, que si le importaría enseñár...
-Te van a despedir.
Coño, si lee el futuro...
-¿Qué? -ya lo sé, no se dice qué, se dice perdón. Es que los poderes paranormales de la señora me habían dejado flipada.
-Que te van a despedir.
-¿Ah, sí?
-Sí. Si tus jefes se enteran de que me has pedido la bolsa, te despiden.
La leche... Que me despidan por hacer lo que me han dicho... Seguro que bato algún tipo de record.
-Je, je-je-je, je -se me escapa. Ya me estoy viendo en una tribuna, recogiendo lo que quiera que te den cuando bates un record.
-¡Jefe, jefe! -se pone a gritar la señora, entretanto, agitando los brazos para llamar la atención. No es que haga falta, a estas alturas nos mira medio supermercado.
-¡Señora, por favor! -le digo. Si se rompe la cadera entre que viene la ambulancia y la ensambla de nuevo nos dan aquí las uvas.
-¿Sabe usted quién es mi marido? -me dice, viendo que no le hacen caso.
Eh... ¿un santo?
-No, no lo sé.
-Mi marido es un señor muy importante.
-Ah.
-A mí no me importa enseñarte la bolsa -pues no se nota, oiga-. Es por él.
Que no está presente, claro. Creo que empiezo a comprender a qué se refiere, señora Nash.
-Bueno, pues si no le importa...
-Pero sepa que si me mira las bolsas la despiden fijo.
-Qué bien -se me escapa, sin poder evitarlo y sonriendo de oreja a oreja. Se queda tan desconcertada que me paga y se van sin chistar.
La señora siguiente está como a diez metros; se ve que ha fijado un perímetro de seguridad.
-Pase -le digo, y se me acerca con un güevo de bolsas en la mano.
-Mi marido no es nada importante -dice-, así que puede mirar las bolsas si quiere, que no la van a despedir.
Pues ahora no quiero, jo.
¿Has conocido a la señora Nash? ¿Es verdad que no envejece por mucho que pasen los años?
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