Creo que estoy enferma. Si no, a ver de qué me iba a poner a sacar la ropa de invierno precisamente hoy.
Sacar la ropa de invierno se trata de un ritual complejo y delicado que se repite cada año, y que consiste en:
-Sacar la ropa de invierno de las cajas del altillo y meterla en el armario.
-Sacar la ropa de verano del armario y meterla en las cajas del altillo.
Parece fácil, ¿a que sí?
Pues no.
La parte sencilla es sacar las cajas del altillo*. Luego la cosa está en desparramar toda la ropa por la habitación (por favor, siempre bajo la supervisión de un adulto). Pero toda toda, porque no puedes meter la de invierno en el armario sin sacar la de primavera y viceversa. El resultado de esta operación es que dejas de ver el suelo. En realidad, dejas de verlo todo: la luz deja de entrar porque hay un montón enorme de camisetas delante de la ventana. Es el caos. La radio sólo se oye como un murmullo apagado (maineimislucaa, ailif indeseconflor) , y hace rato que el mogollón de jerseis bajo el que desapareció el gato ya no se mueve...
Joder, ¿yo tenía tanta ropa?
Bien, en este momento algunas almas cándidas aprovechan para probarse la ropa, con la idea de seleccionarla. Esto es un suicidio. Probarse la ropa sólo sirve para descubrir dos cosas:
-Que todo parece haber encogido misteriosamente.
-Que la moda cambia. Y así, te encuentras un trapo fosforescente y piensas, la leche, ¿de verdad fui con esto a la cena de nochebuena? Ahora me explico por qué mi abuelo dijo, al darme el aguinaldo, "toma, para que te compres algo bonito"...
Total, que lo mejor es colocar la ropa en el armario cuanto antes... O al menos sería lo mejor si las reglas de la física no empezaran a fallar. A ver, si es la misma ropa, y el mismo espacio, ¿por qué ahora no cabe?
Tres horas después lo he conseguido... Han sido tres horas intensas. Primero han aparecido dos pares de calzoncillos, que ni siquiera son de mi talla, y que no recuerdo haber visto jamás. Luego, debajo de un abrigo, apareció el vestido que no pude ponerme para la boda porque no lo encontraba. Ya sé por qué no lo encontraba: porque no había mirado ahí. Ah, y luego me di cuenta de que me faltaba un zapato. Un zapato de tacón negro con pulserita. No puede haber ido muy lejos. Por favor, si alguien lo ve, que me escriba, su pareja le echa de menos. Yo no mucho, porque era de los que causan un dolor mortal en los pies nada más ponérselos.
En fin, que una vez concluido el ritual, la ropa de invierno en el armario, la de verano en las cajas, el gato vivo y coleando, he llegado a la misma conclusión de todos los años.
No tengo nada que ponerme.
*Cuando empecé a escribir me prometí a mí misma que nunca hablaría ni de mis compañeras, ni de mis jefes, ni de mi madre. Ahora voy a romper esa promesa.
Cada vez que había que subir o bajar algo del altillo Hermano Pequeño arriesgaba su vida haciendo de Spiderman mientras mi madre le alentaba recordándole que el falso techo podría desplomarse o que tuviera cuidado con las cucarachas antropófagas. Al final Hermano Pequeño se hartó y propuso comprar una escalera para subir al altillo, pero como el piso es pequeño y falta espacio mi madre dijo que a ver dónde la metíamos. Al final ella misma propuso la solución: en el altillo.
Por cierto, mamá, si lees esto, yo no soy yo, así que no me culpes por lo que escriba una desconocida.
29 septiembre 2005
28 septiembre 2005
Gusanito
Hermano Pequeño, también conocido como Will el Tranca, Trípode Man, Nadie Me Comprende Tía, y, en determinados círculos, Loretta, ha aprobado Selectividad.
Por fin en su cabeza ha dejado de sonar la canción del gusanito*, que ha sido sustituída por una nueva titulada "Molo mazo, molo mazo, mo-lo un mazo" y cuya letra es la siguiente:
Molo mazo
Molo mazo
Mo-lo un mazo
La ventaja que tiene es que puedes repetir el estribillo todas las veces que quieras.
Enhorabuena, Hermano Pequeño.
*La canción del Gusanito:
Todos me odian
nadie me comprende
jo, me como un gusanito
le arranco la cabeza
me como lo de dentro
oh, que rico gusanito
Al parecer la aprendió de una amiga suya.
Por fin en su cabeza ha dejado de sonar la canción del gusanito*, que ha sido sustituída por una nueva titulada "Molo mazo, molo mazo, mo-lo un mazo" y cuya letra es la siguiente:
Molo mazo
Molo mazo
Mo-lo un mazo
La ventaja que tiene es que puedes repetir el estribillo todas las veces que quieras.
Enhorabuena, Hermano Pequeño.
*La canción del Gusanito:
Todos me odian
nadie me comprende
jo, me como un gusanito
le arranco la cabeza
me como lo de dentro
oh, que rico gusanito
Al parecer la aprendió de una amiga suya.
24 septiembre 2005
Las Cosa III: Una nueva esperanza
Que no es un hongo. La Cosa Purulenta Y Asquerosa Que Campa Alegremente Por Mis Pies no es un hongo. Es un E.E. (eccema esqueroso, pero esqueroso de verdad).
Y está cabreado como una mona, porque yo llevo un mes honguicida para arriba, honguicida para abajo, y a juzgar por como huele debe saber fatal.
Ahora ya no me echo honguicida, claro, y empiezo a entender por qué La Cosa no iba a mejor. Tampoco froto el pie contra la almohada de Hermano Mediano, porque si no es contagioso ni deja mancha, para qué. Por cierto, Hermano Mediano, ese olor extraño que notabas no era el nuevo suavizante para la ropa.
Bien, ahora tengo un tratamiento nuevo.
El médico dice que al E.E. le vendrían muy bien unos días en la playa. Toma, y a mí. Mientras tanto, lo que hago es meter los pies en agua tibia con sal y cantar "Hawai, Bombay", y de vez en cuando me quejo de la arena y critico a los guiris. Joder, es que vienen aquí, y nos quitan el trabajo... no, espera, esos son otro tipo de extranjeros.
El médico también dice que trate de que nada oprima al E.E... En fin, puedo quitarme los zapatos y los calcetines, pero peso más de sesenta kilos y el E.E. está en la planta del pie, así que tengo la gravedad en mi contra, y Yoda se niega a darme clases desde el incidente de la orden de alejamiento.
El caso es que desde que me unto la crema, que ni huele ni nada, y me baño a la orilla del barreño, y no me pongo medias, ni zapatos, ni nada que irrite a La Cosa (por ejemplo, un CD de María Jiménez) bueno... que ya no palpita, ni nada, y no es lo mismo. Echo mucho de menos su vocecita gritando "dejame en paz, petarda" cuando le echaba los polvos, y el ruidito que hacía cuando se comía los calcetines, y aquella vez que devoró al gato y hubo que hacerle un lavado de estómago para que lo escupiera...
Cuantos recuerdos...
La voy a echar de menos, a la jodía.
Si es que de verdad se va, claro.
Y está cabreado como una mona, porque yo llevo un mes honguicida para arriba, honguicida para abajo, y a juzgar por como huele debe saber fatal.
Ahora ya no me echo honguicida, claro, y empiezo a entender por qué La Cosa no iba a mejor. Tampoco froto el pie contra la almohada de Hermano Mediano, porque si no es contagioso ni deja mancha, para qué. Por cierto, Hermano Mediano, ese olor extraño que notabas no era el nuevo suavizante para la ropa.
Bien, ahora tengo un tratamiento nuevo.
El médico dice que al E.E. le vendrían muy bien unos días en la playa. Toma, y a mí. Mientras tanto, lo que hago es meter los pies en agua tibia con sal y cantar "Hawai, Bombay", y de vez en cuando me quejo de la arena y critico a los guiris. Joder, es que vienen aquí, y nos quitan el trabajo... no, espera, esos son otro tipo de extranjeros.
El médico también dice que trate de que nada oprima al E.E... En fin, puedo quitarme los zapatos y los calcetines, pero peso más de sesenta kilos y el E.E. está en la planta del pie, así que tengo la gravedad en mi contra, y Yoda se niega a darme clases desde el incidente de la orden de alejamiento.
El caso es que desde que me unto la crema, que ni huele ni nada, y me baño a la orilla del barreño, y no me pongo medias, ni zapatos, ni nada que irrite a La Cosa (por ejemplo, un CD de María Jiménez) bueno... que ya no palpita, ni nada, y no es lo mismo. Echo mucho de menos su vocecita gritando "dejame en paz, petarda" cuando le echaba los polvos, y el ruidito que hacía cuando se comía los calcetines, y aquella vez que devoró al gato y hubo que hacerle un lavado de estómago para que lo escupiera...
Cuantos recuerdos...
La voy a echar de menos, a la jodía.
Si es que de verdad se va, claro.
22 septiembre 2005
Puntos para guardar aparte
-Señorita, ¿aquí dan puntos?
Bueno... El año pasado, en un momento de optimismo, conseguí hacerme un corte en una pierna con una botella rota (la rompí yo, claro), y sí, me dieron puntos. Los hicieron fatal, y me ha quedado una cicatriz horrorosa que ni me duele cuando se acerca un nazgul, ni me avisa cuando Voldemort está de morros, ni se parece en nada al plano del metro de Londres.
Vaya, una mierda de cicatriz.
Volviendo al tema, la señora ni sangraba ni nada, pero a la gente todo lo que es gratis se le antoja.
-No, aquí no damos puntos -le dije.
-Pues en el Día los dan.
Pues vaya al Día, pensé, aunque se iba a llevar un chasco, porque en el Día no dan puntos sino mogollones de vales de descuento larguísimos, que hay que concentrar un regimiento de imanes encima para sujetarlos a la puerta de la nevera.
-Pues aquí no.
Jo, si las miradas mataran la tía esa me habría hecho mermelada de lorza en un plis.
En ese mismo momento, en otro lugar...
Ah, no, al reves:
En ese mismo lugar, en otro momento...
Una media hora más tarde se me acerca otra:
-Señorita, ¿aquí canjean puntos?
A ver, si yo no los doy, ¿de dónde los sacan? ¿Les atacan por la calle y les obligan a llevarse los putos puntos? A mí no me ha pasado nunca, pero como hay gente pa tó, lo mismo. Cualquier día abro el periodico y me encuentro "Desarticulada banda de regaladores de puntos que habían regalado vales a 100.000 ancianitas". Y debajo, en pequeñín: "Cajera desalmada se niega a canjear puntos".
En fin, que llega una señora (y esta era joven, que conste), y me pregunta si le canjeo los dichosos puntos.
-No.
-¿Como que no?
-No canjeamos puntos.
-¡Cómo no los van a canjear, si me los han dado aquí mismo!
Se saca un vale todo arrugado y me lo da. Lo leo. La miro. Lo vuelvo a leer. La miro otra vez.
-Aquí pone Superpluf.
-¿Y qué?
-Je... seguro que usted ya lo ha notado... je, je... pe-pe-ro... je, je... esto no es un Superpluf.
Al menos no lo era cuando entré a trabajar esta mañana. A la velocidad que se multiplican lo mismo para cuando salga ya sí que lo es, pero de momento no.
-Entonces, ¿me los va a cambiar o qué?
¡O qué!, ¡o qué!
-No.
-Hay que joderse.
Mira tú por donde, en eso al menos estamos de acuerdo.
Bueno... El año pasado, en un momento de optimismo, conseguí hacerme un corte en una pierna con una botella rota (la rompí yo, claro), y sí, me dieron puntos. Los hicieron fatal, y me ha quedado una cicatriz horrorosa que ni me duele cuando se acerca un nazgul, ni me avisa cuando Voldemort está de morros, ni se parece en nada al plano del metro de Londres.
Vaya, una mierda de cicatriz.
Volviendo al tema, la señora ni sangraba ni nada, pero a la gente todo lo que es gratis se le antoja.
-No, aquí no damos puntos -le dije.
-Pues en el Día los dan.
Pues vaya al Día, pensé, aunque se iba a llevar un chasco, porque en el Día no dan puntos sino mogollones de vales de descuento larguísimos, que hay que concentrar un regimiento de imanes encima para sujetarlos a la puerta de la nevera.
-Pues aquí no.
Jo, si las miradas mataran la tía esa me habría hecho mermelada de lorza en un plis.
En ese mismo momento, en otro lugar...
Ah, no, al reves:
En ese mismo lugar, en otro momento...
Una media hora más tarde se me acerca otra:
-Señorita, ¿aquí canjean puntos?
A ver, si yo no los doy, ¿de dónde los sacan? ¿Les atacan por la calle y les obligan a llevarse los putos puntos? A mí no me ha pasado nunca, pero como hay gente pa tó, lo mismo. Cualquier día abro el periodico y me encuentro "Desarticulada banda de regaladores de puntos que habían regalado vales a 100.000 ancianitas". Y debajo, en pequeñín: "Cajera desalmada se niega a canjear puntos".
En fin, que llega una señora (y esta era joven, que conste), y me pregunta si le canjeo los dichosos puntos.
-No.
-¿Como que no?
-No canjeamos puntos.
-¡Cómo no los van a canjear, si me los han dado aquí mismo!
Se saca un vale todo arrugado y me lo da. Lo leo. La miro. Lo vuelvo a leer. La miro otra vez.
-Aquí pone Superpluf.
-¿Y qué?
-Je... seguro que usted ya lo ha notado... je, je... pe-pe-ro... je, je... esto no es un Superpluf.
Al menos no lo era cuando entré a trabajar esta mañana. A la velocidad que se multiplican lo mismo para cuando salga ya sí que lo es, pero de momento no.
-Entonces, ¿me los va a cambiar o qué?
¡O qué!, ¡o qué!
-No.
-Hay que joderse.
Mira tú por donde, en eso al menos estamos de acuerdo.
18 septiembre 2005
Spoiler's end
Hoy hace exactamente dos meses desde que acabé de leerme Harry Potter and the Half-Blood Prince.
Y ya no aguanto más.
Desde que se anunció la fecha de publicación de la edición inglesa empecé a recorrer librerías para ver cuando iban a tenerlo. En La Casa del Libro apuntaron mi nombre y mi teléfono en una libreta y me dijeron que me llamarían en cuanto lo tuvieran (por cierto, no me han llamado, y para mí que ya les debería haber llegado). En la Fnac me dijeron que lo tendrían el 16 de julio por la mañana, y que podían apuntarme en una lista muy bonita que habían hecho en word. En varias librerías me rociaron la cara con spray de pimienta mientras gritaban "atrás, tía friki, atrás". Al final en el Supercor y en el Vips me dijeron que lo tendrían a las doce de la noche. Casi me hago pipí de la emoción (tengo el esfínter muy emotivo).
El día 15 mi novio y yo nos fuimos a cenar al Vips, porque la sección de librería es más grande. Gran desilusión: el libro no sale hasta que sean las doce en Edimburgo. Malditos guiris... ¡Hasta en la hora tienen que llevar la contraria!
No importa, que no cunda el pánico, sólo es una hora más... A la una menos cuarto el Vips estaba lleno de frikis. Frikis adultos que trataban de disimular poniendo cara de "no, si yo solo pasaba por aquí". Niños histéricos. Mi novio parecía Indiana Jones en la sala común de Slytherin, por la cara de espanto que ponía. La chica del mostrador estaba más o menos igual.
-¿Todo esto es por un libro? -decía, mientras su compañera le daba palmaditas tranquilizadoras en la espalda- ¿Un libro en inglés?
La expectación iba en aumento. Varias cajas salieron del almacén, lo que provocó el pánico entre los frikis. "Ya sale, ya sale". Falsa alarma. A estas alturas mi novio se reía de la gente sin disimular ni nada, menos mal que lo bastante grande como para que a nadie se le ocurra partirle la cara. Otra caja sale del almacén. Esta vez sí que era. Avalancha de frikis sobre el encargado. La caja es muy pequeña, y los frikis, muchos y muy nerviosos, potteryonkis de gravedad. Me voy a quedar sin libro...
Entonces me giro para mirar a mi novio con cara de desilusión, y mi novio no está. Mierda. Ha debido huir otra vez. Joder, con lo tarde que es y lo lejos que estoy de mi casa...
Miro alrededor, por si acaso, y lo veo. Está en la Zona Cero, peleando como Russel Crowe en un mar de paparazzis, mientras los frikis salen despedidos hacia los lados. En menos de un minuto llega hasta mí con El LIBRO en la mano.
-Se lo he quitado a una niña -me dice con una sonrisa triunfal. He creado un monstruo, pienso, con una punzada de arrepentimiento que me dura poquísimo porque yo tengo libro y la niña no, ¡JA!
El siguiente paso es llamar a Hermano Pequeño, que está en otro Vips con el mismo y enfermizo propósito.
-¡Lo tengo en la mano! ¡Lo estoy tocando!
-¡Yo también!
-¿Has visto el título del primer capítulo?
-¡Sííííí! ¡Que fuerte!
-¡Como mola!
-¡Qué suave es!
Y otras estupideces por el estilo. A veces, ser friki es como tener un perro.
Todo esto es para que se comprenda la magnitud de mi sufrimiento. Ya hace dos meses que he leído El LIBRO, y no me ha servido de nada porque estoy rodeada de pottermaniacos monolingües con los que hay que tener mucho cuidado para no destrozarles el final... Y yo ya no puedo más. Veinticinco años de bocazas no pueden desaparecer de pronto. Así que ahí va. El gran secreto. Lo que todo el mundo quería saber. La gran sorpresa.
HARRY MOJA.
Ya me siento mejor.
Y ya no aguanto más.
Desde que se anunció la fecha de publicación de la edición inglesa empecé a recorrer librerías para ver cuando iban a tenerlo. En La Casa del Libro apuntaron mi nombre y mi teléfono en una libreta y me dijeron que me llamarían en cuanto lo tuvieran (por cierto, no me han llamado, y para mí que ya les debería haber llegado). En la Fnac me dijeron que lo tendrían el 16 de julio por la mañana, y que podían apuntarme en una lista muy bonita que habían hecho en word. En varias librerías me rociaron la cara con spray de pimienta mientras gritaban "atrás, tía friki, atrás". Al final en el Supercor y en el Vips me dijeron que lo tendrían a las doce de la noche. Casi me hago pipí de la emoción (tengo el esfínter muy emotivo).
El día 15 mi novio y yo nos fuimos a cenar al Vips, porque la sección de librería es más grande. Gran desilusión: el libro no sale hasta que sean las doce en Edimburgo. Malditos guiris... ¡Hasta en la hora tienen que llevar la contraria!
No importa, que no cunda el pánico, sólo es una hora más... A la una menos cuarto el Vips estaba lleno de frikis. Frikis adultos que trataban de disimular poniendo cara de "no, si yo solo pasaba por aquí". Niños histéricos. Mi novio parecía Indiana Jones en la sala común de Slytherin, por la cara de espanto que ponía. La chica del mostrador estaba más o menos igual.
-¿Todo esto es por un libro? -decía, mientras su compañera le daba palmaditas tranquilizadoras en la espalda- ¿Un libro en inglés?
La expectación iba en aumento. Varias cajas salieron del almacén, lo que provocó el pánico entre los frikis. "Ya sale, ya sale". Falsa alarma. A estas alturas mi novio se reía de la gente sin disimular ni nada, menos mal que lo bastante grande como para que a nadie se le ocurra partirle la cara. Otra caja sale del almacén. Esta vez sí que era. Avalancha de frikis sobre el encargado. La caja es muy pequeña, y los frikis, muchos y muy nerviosos, potteryonkis de gravedad. Me voy a quedar sin libro...
Entonces me giro para mirar a mi novio con cara de desilusión, y mi novio no está. Mierda. Ha debido huir otra vez. Joder, con lo tarde que es y lo lejos que estoy de mi casa...
Miro alrededor, por si acaso, y lo veo. Está en la Zona Cero, peleando como Russel Crowe en un mar de paparazzis, mientras los frikis salen despedidos hacia los lados. En menos de un minuto llega hasta mí con El LIBRO en la mano.
-Se lo he quitado a una niña -me dice con una sonrisa triunfal. He creado un monstruo, pienso, con una punzada de arrepentimiento que me dura poquísimo porque yo tengo libro y la niña no, ¡JA!
El siguiente paso es llamar a Hermano Pequeño, que está en otro Vips con el mismo y enfermizo propósito.
-¡Lo tengo en la mano! ¡Lo estoy tocando!
-¡Yo también!
-¿Has visto el título del primer capítulo?
-¡Sííííí! ¡Que fuerte!
-¡Como mola!
-¡Qué suave es!
Y otras estupideces por el estilo. A veces, ser friki es como tener un perro.
Todo esto es para que se comprenda la magnitud de mi sufrimiento. Ya hace dos meses que he leído El LIBRO, y no me ha servido de nada porque estoy rodeada de pottermaniacos monolingües con los que hay que tener mucho cuidado para no destrozarles el final... Y yo ya no puedo más. Veinticinco años de bocazas no pueden desaparecer de pronto. Así que ahí va. El gran secreto. Lo que todo el mundo quería saber. La gran sorpresa.
HARRY MOJA.
Ya me siento mejor.
15 septiembre 2005
Pikmin's progress
Como la ignorancia es indefensión, ahí va la advertencia.
El Pikmin es un juego de la gamecube de estrategia para niños. El capitán Olimar, muy probablemente bajo los efectos del alcohol, estrella su nave contra un planeta hostil, de tal manera que él sale ileso pero la nave está para que la recoja la grua y hagan con ella un cubo (tiene diez minutos para recoger su cubo, que diría Homer).
El pobre Olimar, al que se le ha pasado el pedo de la impresión, tiene que buscar las piezas de la nave para poder volver a su casa con su pequeña familia de horteras, pero esto es como un avión de transoceanic, y hay piezas por toda la dichosa isla. Se supone que hay que recojerlas todas, treinta piezas en treinta días, pero luego descubres que algunas son un poco prescindibles, como el flotador, el aparato de masajes, la máquina de rayos V, la maqueta del Halcón Milenario y vete tú a saber qué chorradas más, que parece que más que en una nave el tío se ha estrellado en un todo a cien.
Por suerte, o eso parece al principio, Olimar no está solo; cuenta con la ayuda de una especie de rabanitos de colores con una flor incrustada en el cráneo, que obedecen todas las órdenes de Olimar, al parecer porque Olimar les proporciona algún tipo de sustancia adictiva.
Los rabanitos son los pikmins, y tienen una curiosa tendencia hacia el suicidio en masa, que suele dejar a Olimar (o sea, al pobre infeliz que tuvo la desdichada idea de jugar un rato a la gamecube con la remota esperanza de disfrutar un rato) en bragas delante del SUPERMEGAENEMIGO de turno. Otras de sus costumbres son mostrar un repentino interés por un trozo de pared cuando hay que atacar, dirigirse en línea recta a todas partes sin importar si hay agua, fuego o Capitán Planeta de por medio, y perseguir justo al único bicho que no tiene ningún interés para la misión.
El capitán Olimar descubre muy pronto que ser un tirano asesino de masas es muy duro, porque las masas, cuando quieren, tocan los güevos a base de bien.
Sin embargo, al final, les coges cariño. Es enternecedora la forma en la que gritan los pikmins cuando sus diminutos miembrecitos son arrancados uno a uno por las mariquitas gigantes, o cuando se les prende fuego la cabecita y enloquecen de dolor, o cuando se ahogan entre alaridos de agonía. Son taaaaaaaaan monos.
Así que, si quieres saber lo que sintió Napoleón en Waterloo, Hitler en Berlín, y Voldemort en el cottage de Godric's Hollow (justo antes de decir eso de "es como quitarle el caramelo a un niño"), adelante, juega al Pikmin.
Pero que nadie diga que no lo advertí.
Mierda, estoy enganchada. Me voy a cargarme a mis pikmins en alguna misión suicida.
El Pikmin es un juego de la gamecube de estrategia para niños. El capitán Olimar, muy probablemente bajo los efectos del alcohol, estrella su nave contra un planeta hostil, de tal manera que él sale ileso pero la nave está para que la recoja la grua y hagan con ella un cubo (tiene diez minutos para recoger su cubo, que diría Homer).
El pobre Olimar, al que se le ha pasado el pedo de la impresión, tiene que buscar las piezas de la nave para poder volver a su casa con su pequeña familia de horteras, pero esto es como un avión de transoceanic, y hay piezas por toda la dichosa isla. Se supone que hay que recojerlas todas, treinta piezas en treinta días, pero luego descubres que algunas son un poco prescindibles, como el flotador, el aparato de masajes, la máquina de rayos V, la maqueta del Halcón Milenario y vete tú a saber qué chorradas más, que parece que más que en una nave el tío se ha estrellado en un todo a cien.
Por suerte, o eso parece al principio, Olimar no está solo; cuenta con la ayuda de una especie de rabanitos de colores con una flor incrustada en el cráneo, que obedecen todas las órdenes de Olimar, al parecer porque Olimar les proporciona algún tipo de sustancia adictiva.
Los rabanitos son los pikmins, y tienen una curiosa tendencia hacia el suicidio en masa, que suele dejar a Olimar (o sea, al pobre infeliz que tuvo la desdichada idea de jugar un rato a la gamecube con la remota esperanza de disfrutar un rato) en bragas delante del SUPERMEGAENEMIGO de turno. Otras de sus costumbres son mostrar un repentino interés por un trozo de pared cuando hay que atacar, dirigirse en línea recta a todas partes sin importar si hay agua, fuego o Capitán Planeta de por medio, y perseguir justo al único bicho que no tiene ningún interés para la misión.
El capitán Olimar descubre muy pronto que ser un tirano asesino de masas es muy duro, porque las masas, cuando quieren, tocan los güevos a base de bien.
Sin embargo, al final, les coges cariño. Es enternecedora la forma en la que gritan los pikmins cuando sus diminutos miembrecitos son arrancados uno a uno por las mariquitas gigantes, o cuando se les prende fuego la cabecita y enloquecen de dolor, o cuando se ahogan entre alaridos de agonía. Son taaaaaaaaan monos.
Así que, si quieres saber lo que sintió Napoleón en Waterloo, Hitler en Berlín, y Voldemort en el cottage de Godric's Hollow (justo antes de decir eso de "es como quitarle el caramelo a un niño"), adelante, juega al Pikmin.
Pero que nadie diga que no lo advertí.
Mierda, estoy enganchada. Me voy a cargarme a mis pikmins en alguna misión suicida.
12 septiembre 2005
La Cosa II: más grande, más largo, con dientes
En honor a Lasita, mi único lector en formato papel, va mi última composición:
Mi pequeño hongo
la cosita peluda
y maloliente
Y, ya que estamos con el tema, quiero dar las gracias a todos los que se han interesado por La Cosa Purulenta Y Asquerosa Que Ya Se Ha Adueñado De Mis Dos Pies Y Empieza A Subir Por Las Piernas Con Lenta Pero Indestructible Resolución. Sí, sigue aquí, y sigue bien, a pesar de la crema, los polvos, la criptonita, las balas de plata y la espada de Godric Gryffindor empuñada por un corazón leal.
Ya me dijo el médico que, tal y como pintaba la cosa, tenía dos opciones: cortar por lo sano o acostumbrarme. Yo elegí cortar, pero no hubo manera; se defendió con unas y dientes, el muy pedorro, así que me lo tuve que quedar.
Al final no ha sido tan horrible; la convivencia no es tan dura como parece, una vez que te haces a la idea. Lo único que me molesta es la forma de gritar que tiene cuando me pongo los calcetines ("Me ahogo, me ahogo", dice, pero no se ahoga y sigue gritando "be agogo, be agogo" hasta que se aburre), y esa extraña manía suya de morderme cada vez que intento cortarme las uñas de los pies.
Hasta mi novio se ha acostumbrado, y ya no lo llama "eso"; se limita a fingir que no existe. El único que parece no hacerse a la idea es Gato, no sé si por el irritante olor o porque el hongo se come su pienso cuando no mira.
Nota a mi novio: sé que cada vez que voy a tu casa esperas a que me vaya para desinfectar todo lo que toco. Es inútil, las esporas son muy resistentes, y ya han formado una colonia en la alfombrilla de tu baño. La llaman Lugar En El Que Esperaremos A Que Esté Distraído Para Abalanzarnos Sobre Él; Gotham para abreviar. Yo de ti iría al baño envuelto en papel de plata.
Mi pequeño hongo
la cosita peluda
y maloliente
Y, ya que estamos con el tema, quiero dar las gracias a todos los que se han interesado por La Cosa Purulenta Y Asquerosa Que Ya Se Ha Adueñado De Mis Dos Pies Y Empieza A Subir Por Las Piernas Con Lenta Pero Indestructible Resolución. Sí, sigue aquí, y sigue bien, a pesar de la crema, los polvos, la criptonita, las balas de plata y la espada de Godric Gryffindor empuñada por un corazón leal.
Ya me dijo el médico que, tal y como pintaba la cosa, tenía dos opciones: cortar por lo sano o acostumbrarme. Yo elegí cortar, pero no hubo manera; se defendió con unas y dientes, el muy pedorro, así que me lo tuve que quedar.
Al final no ha sido tan horrible; la convivencia no es tan dura como parece, una vez que te haces a la idea. Lo único que me molesta es la forma de gritar que tiene cuando me pongo los calcetines ("Me ahogo, me ahogo", dice, pero no se ahoga y sigue gritando "be agogo, be agogo" hasta que se aburre), y esa extraña manía suya de morderme cada vez que intento cortarme las uñas de los pies.
Hasta mi novio se ha acostumbrado, y ya no lo llama "eso"; se limita a fingir que no existe. El único que parece no hacerse a la idea es Gato, no sé si por el irritante olor o porque el hongo se come su pienso cuando no mira.
Nota a mi novio: sé que cada vez que voy a tu casa esperas a que me vaya para desinfectar todo lo que toco. Es inútil, las esporas son muy resistentes, y ya han formado una colonia en la alfombrilla de tu baño. La llaman Lugar En El Que Esperaremos A Que Esté Distraído Para Abalanzarnos Sobre Él; Gotham para abreviar. Yo de ti iría al baño envuelto en papel de plata.
08 septiembre 2005
La bolsa reticente
-¿Le importaría enseñarme la bolsa?
Hace poco, en La Charla, nos dijeron que teníamos que pedir a los clientes que nos enseñaran las bolsas, y yo, que soy idiota, lo hago.
-¿Qué?
-La bolsa -la tía llevaba una bolsa enorme- ¿puedo verla?
-¿Por qué?
Mierda, una replicante. Si hubiera conseguido ver Blade Runner entera ahora sabría cómo leches deshacerme de ella.
-Buenoooo... je, je... es que tenemos que revisarlas todas a la salida... je, je-je-je, je...
-Es por si he robado, ¿no?
Francamente: sí.
-No, claro que no...
-¿Me está llamando ladrona?
Se me estaba empezando a juntar cola. Un montón de clientes en fila, todos mirando.
-No, no... es que tengo que verla por si... por si...
Joder, no se me ocurría nada. Ni siquiera eso de "por su propia seguridad" que te dicen los prosegures del metro. Estaba en blanco. Y mientras, la viej... anciana aprovechaba para acelerarse.
-Porque yo no soy una ladrona. Yo no he robado nunca. Y no tengo nada en contra de enseñarle la bolsa.
Entonces, viej... anciana, ¿por qué no me la enseña?
-Si no le importa... -yo ya estaba casi suplicando.
-Pero yo no he robado en mi vida -siguió la tía, sin dejar de aferrar la bolsa como si llevara el anillo único, la profecía y el báculo de Ayshel, todo junto dentro.
-Por supuesto.
A estas alturas yo le habría dado la razón aunque me hubiera dicho que con Franco todo iba mejor. La gente de la cola no dejaba de mirarnos y yo empezaba a ponerme como un tomate.
-Y si robara, lo último que me llevaría sería esto.
Por favor, dame la dichosa bolsa... Si yo sólo finjo que miro, de verdad... Eso era lo que quería decir. Pero, una vez más, lo que dije fue:
-Je, je-je-je, je.
Lo que en este caso quería decir: ojalá tuviera un armario para esconderme en Narnia. O más lejos. Porque entonces y contra toda sospecha la tía abrió la bolsa y llevaba un cazo.
Sólo un triste cazo.
Olvidemos Narnia.
Quizá me ofrezcan asilo en Mordor.
Hace poco, en La Charla, nos dijeron que teníamos que pedir a los clientes que nos enseñaran las bolsas, y yo, que soy idiota, lo hago.
-¿Qué?
-La bolsa -la tía llevaba una bolsa enorme- ¿puedo verla?
-¿Por qué?
Mierda, una replicante. Si hubiera conseguido ver Blade Runner entera ahora sabría cómo leches deshacerme de ella.
-Buenoooo... je, je... es que tenemos que revisarlas todas a la salida... je, je-je-je, je...
-Es por si he robado, ¿no?
Francamente: sí.
-No, claro que no...
-¿Me está llamando ladrona?
Se me estaba empezando a juntar cola. Un montón de clientes en fila, todos mirando.
-No, no... es que tengo que verla por si... por si...
Joder, no se me ocurría nada. Ni siquiera eso de "por su propia seguridad" que te dicen los prosegures del metro. Estaba en blanco. Y mientras, la viej... anciana aprovechaba para acelerarse.
-Porque yo no soy una ladrona. Yo no he robado nunca. Y no tengo nada en contra de enseñarle la bolsa.
Entonces, viej... anciana, ¿por qué no me la enseña?
-Si no le importa... -yo ya estaba casi suplicando.
-Pero yo no he robado en mi vida -siguió la tía, sin dejar de aferrar la bolsa como si llevara el anillo único, la profecía y el báculo de Ayshel, todo junto dentro.
-Por supuesto.
A estas alturas yo le habría dado la razón aunque me hubiera dicho que con Franco todo iba mejor. La gente de la cola no dejaba de mirarnos y yo empezaba a ponerme como un tomate.
-Y si robara, lo último que me llevaría sería esto.
Por favor, dame la dichosa bolsa... Si yo sólo finjo que miro, de verdad... Eso era lo que quería decir. Pero, una vez más, lo que dije fue:
-Je, je-je-je, je.
Lo que en este caso quería decir: ojalá tuviera un armario para esconderme en Narnia. O más lejos. Porque entonces y contra toda sospecha la tía abrió la bolsa y llevaba un cazo.
Sólo un triste cazo.
Olvidemos Narnia.
Quizá me ofrezcan asilo en Mordor.
06 septiembre 2005
Enhorabuena
Hermano Pequeño, también conocido como Joven Padawan, John el Largo, Tres Palmos Joe y un sinnúmero de sobrenombres más que yo, como hermana suya que soy, no debería conocer, ha conseguido aprobar la última asignatura del bachillerato.
Han sido muchos años de esfuerzo: miles de horas de pellas en la cafetería (cuyos ingresos van a descender drásticamente a partir de ahora), cientos de visitas a misteriosas bibliotecas que cierran a las cinco de la mañana, años de languidez, millones de "tú no me comprendes, tía" y vete tú a saber cuantos sacrificios más.
Pero al fin lo has conseguido, Joven Padawan.
Enhorabuena.
Han sido muchos años de esfuerzo: miles de horas de pellas en la cafetería (cuyos ingresos van a descender drásticamente a partir de ahora), cientos de visitas a misteriosas bibliotecas que cierran a las cinco de la mañana, años de languidez, millones de "tú no me comprendes, tía" y vete tú a saber cuantos sacrificios más.
Pero al fin lo has conseguido, Joven Padawan.
Enhorabuena.
04 septiembre 2005
Mi poder mutante
Ya sé cual es mi poder mutante: las atraigo.
La viejecita de ayer vino a velocidad de crucero con un montón de cosas amogollonadas en una cesta (las viejecitas no cogen carro, hay que poner moneda); y me las dejó en la caja.
-Me voy a por mi carrito.
Y se fue a consigna a recoger el carrito de la compra.
Media hora después, y sin aumentar ni por un momento la velocidad media, la buena señora vuelve y empieza a meter las cosas en el carrito. De una en una. El eko. La leche desnatada. El pan integral. La manzanilla. Las ensaimadas recubiertas de azúcar y rellenas de crema.
De pronto pone cara de pena y me mira.
-Se me ha olvidado el agua.
En este punto yo tendría que haberle dicho:
-Vaya a por ella, yo le vigilo el carrito.
Pero no. Me recordaba a Dumbledore, ahí parada pidiendo agua, y además con lo que tardaba en recoger no se iba a largar nunca. Así que lo que dije fue:
-Si quiere se la traigo yo.
Debí sospechar algo por lo rápido que aceptó.
-Vale.
-¿Cual quiere?
-Suepes.
-Eso... eso no es agua, es tónica.
Se lo dije muy despacio, para que la noticia no la impresionara y le diera un chungo.
-Eso. Un bote.
-Bien, enseguida lo traigo.
-Y eso que tienen que viene sin cafeína.
-¿Cocacola?
-Sí, cuatro botes, gracias.
Empezaba a sospechar que me la estaba colando, pero ya no podía decirle que no, porque me había ofrecido yo. Así que fui a por la tónica suepes, las cocacolas sin cafeína y volví con ellas en la mano.
-Esa no es la que yo quería -me dijo al ver la cocacola-. La que me gusta es blanca.
Eso es porque nunca te han metido una cocacola sin cafeína por el c.... Está bien. Seamos amables.
-¿Light?
-Esa.
¿Para qué leches quiere cocacola light si se pone hasta el culo de ensaimadas? No lo sé.
-Voy a por ellas.
-Y acuarius. Dos botes.
Si me pide algo más, la escamocho, pensé, y no sé si se dio cuenta o no, pero el caso es que no pidió nada más. Eso sí, para compensarme por todas las molestias me contó toooooodos los síntomas de la diarrea de su marido.
Porque toda buena obra tiene su recompensa.
La viejecita de ayer vino a velocidad de crucero con un montón de cosas amogollonadas en una cesta (las viejecitas no cogen carro, hay que poner moneda); y me las dejó en la caja.
-Me voy a por mi carrito.
Y se fue a consigna a recoger el carrito de la compra.
Media hora después, y sin aumentar ni por un momento la velocidad media, la buena señora vuelve y empieza a meter las cosas en el carrito. De una en una. El eko. La leche desnatada. El pan integral. La manzanilla. Las ensaimadas recubiertas de azúcar y rellenas de crema.
De pronto pone cara de pena y me mira.
-Se me ha olvidado el agua.
En este punto yo tendría que haberle dicho:
-Vaya a por ella, yo le vigilo el carrito.
Pero no. Me recordaba a Dumbledore, ahí parada pidiendo agua, y además con lo que tardaba en recoger no se iba a largar nunca. Así que lo que dije fue:
-Si quiere se la traigo yo.
Debí sospechar algo por lo rápido que aceptó.
-Vale.
-¿Cual quiere?
-Suepes.
-Eso... eso no es agua, es tónica.
Se lo dije muy despacio, para que la noticia no la impresionara y le diera un chungo.
-Eso. Un bote.
-Bien, enseguida lo traigo.
-Y eso que tienen que viene sin cafeína.
-¿Cocacola?
-Sí, cuatro botes, gracias.
Empezaba a sospechar que me la estaba colando, pero ya no podía decirle que no, porque me había ofrecido yo. Así que fui a por la tónica suepes, las cocacolas sin cafeína y volví con ellas en la mano.
-Esa no es la que yo quería -me dijo al ver la cocacola-. La que me gusta es blanca.
Eso es porque nunca te han metido una cocacola sin cafeína por el c.... Está bien. Seamos amables.
-¿Light?
-Esa.
¿Para qué leches quiere cocacola light si se pone hasta el culo de ensaimadas? No lo sé.
-Voy a por ellas.
-Y acuarius. Dos botes.
Si me pide algo más, la escamocho, pensé, y no sé si se dio cuenta o no, pero el caso es que no pidió nada más. Eso sí, para compensarme por todas las molestias me contó toooooodos los síntomas de la diarrea de su marido.
Porque toda buena obra tiene su recompensa.