Una mañana, la vieja y malvada bruja abrió los ojos, salió de la cama y se rascó el culo, como siempre.
Solo que algo no estaba como siempre.
La vieja y malvada bruja miró a su alrededor, preguntándose qué podía ser.
Todo parecía estar exactamente como lo había dejado la noche anterior, antes de irse a la cama.
Todo salvo...
Con un escalofrío, la bruja se dio cuenta de qué pasaba: se sentía... bien.
Simplemente bien.
¿Cómo podía haberle ocurrido precisamente a ella?
La vieja y malvada bruja no recordaba haberse sentido nunca así.
Hasta donde ella podía recordar (y la vieja y malvada bruja era capaz de recordar mucho, cuando se ponía) siempre había vivido bajo el peso de una angustia profunda, negra, insondable y eterna; un peso que lo mismo la aplastaba contra el suelo que le oprimía el pecho hasta dejarla sin respiración; una carga que la hacía sentir exhausta, drenada, vacía.
O quizá fueran gases.
Fuera lo que fuera aquello, la vieja y malvada bruja estaba tan acostumbrada a ello que apenas lo percibía ya, y solo su repentina ausencia se lo había hecho notar, igual que en verano no era consciente del tronar de las cigarras hasta que todas paraban de pronto.
La vieja y malvada bruja se recolocó las bragas de esparto. Siempre empezaban a ceder por los lados cuando las llevaba puestas más de cinco años seguidos, y hacía al menos diez que no se las cambiaba. Lo haría hoy. Quizá se pusiera unas nuevas. Quizá hasta se mudara de ropa.
La vieja y malvada bruja sacudió la cabeza.
¿Mudarse de ropa? ¿Bragas nuevas? ¿Qué sería lo próximo? ¿Bañarse?
La vieja y malvada bruja estaba perpleja. Cerró los ojos y se pellizcó.
El pellizco le dolió horrores: quizá había llegado el momento de cortarse las uñas.
¿Cortarse las uñas?
¿En serio?
¿Pero qué le estaba pasando?
Y todo porque de pronto sentía... bien.
Simplemente bien.
La vieja y malvada bruja se preguntó si así era como se sentía la gente normal. Últimamente había comido mucha de esa, y su abuela siempre decía que somos lo que comemos. ¿O era "somos los que comemos"? No estaba segura. Se sentía bien. Ya no podía estar segura de nada.
De pronto le asaltó un pensamiento terrorífico: ¿seguía siendo ella misma si se sentía como nunca antes se había sentido? ¿Y si era la angustia profunda, negra, insondable y eterna la que la hacía ser quién era? ¿Y si al sentirse bien, simplemente bien, se había convertido en otra cosa? ¿Otra cosa... sin poderes?
La vieja y malvada bruja entró en pánico.
O no.
Sorprendida, se dio cuenta de que no entraba en pánico en absoluto.
Se sentía bien, y eso era un logro, una hazaña, un récord mundial, trending topic en su ciudad ahora.
Cualquiera, incluso una vieja y malvada bruja, puede ser feliz en un momento dado.
Pero sentirse bien, simplemente bien... eso no está al alcance de cualquiera.
La vieja y malvada bruja decidió que sus poderes eran un precio muy pequeño a cambio de sentirse bien.
Simplemente bien.
Se quitó el vestido, las bragas se esparto y los calcetines y salió de su cabaña corriendo, desnuda, riéndose sola y lanzando alaridos de felicidad.
Iba a bañarse.
Ya tendría tiempo para descubrir si seguía siendo vieja, malvada y bruja.
En ese momento se sentía bien, simplemente bien, y con eso le bastaba.
28 octubre 2019
21 octubre 2019
Los pelos del culo abrigan
El sueño de mi vida era depilarme las ingles con láser.
Bueno, no.
En realidad el sueño de mi vida era que me dieran un Oscar, me da igual en qué categoría (siempre que sea una de las chulas, no de las que dan durante los anuncios), subirme al escenario, decir que no me lo esperaba, que no tengo nada preparado... y sacarme del escote un taco de papel continuo con el guion de unas seis horas de discurso.
Pero, a falta de Oscar, lo de depilarme las ingles con láser podía valer.
Así que me fui a uno de esos sitios de aspecto inocente donde te prometen librarte del pelo de las ingles para siempre y dije:
–Hola, quiero depilarme las ingles con láser.
–Muy bien, muy bien, pero no hacía falta que se bajara los pantalones todavía.
–Ah.
–Mire, la depilación de las ingles sale a treinta euros la sesión, pero ahora mismo tenemos una oferta para zona íntima que sale muchísimo más barato y que te incluye el pubis y la zona perianal.
–¿La zona periQUÉ?
–Perianal.
–...
–El culo.
–Ah... pero yo no tengo pelos en el culo.
–Créeme: todas tenemos pelos en la zona perianal.
Le dije que me lo pensaría y me fui a casaa mirarme el culo con un espejo a darle vueltas al asunto.
No estaba segura de querer hacerme la depilación definitiva de la zona perianal.
Primero, todavía no estaba convencida de tener pelos en el culoporque por más que me retorcí espejo en mano no vi ninguno.
Segundo, me daba la impresión de que quemarse los pelos del culo con láser tenía que doler infinito.
Y tercero, pero no por ello menos importante, no me quitaba de la cabeza las sabias enseñanzas del refranero español: Digan lo que digan, los pelos del culo abrigan.
Por supuesto, y como seguramente la señora de la clínica había previsto, al final pesó más el argumento de la oferta, y un maravilloso día me fui a que me depilaran tó lo de abajo con láser.
La verdad es que iba muy tranquila. Es cierto que para cualquier persona normal, desnudarse de cintura para abajo, subirse a una camilla y que una desconocida te haga cosas (dolorosas) en los bajos puede resultar un poco violento, pero claro, yo no soy una persona normal: soy una madre. Cuando has pasado por dos embarazos, lo de subirse a una camilla y despatarrarse con el matojo al viento ya es que ni te altera.
¿Y las descargas del láser?
Por favor. Por ahí ha pasado una cabeza. Y QUÉ CABEZA.
Así que la depilación frontal la llevé razonablemente bien y ya estaba dispuesta a levantarme de la camilla cuando la depiladora me dijo:
–Espera, que falta la zona perianal.
–No, no, si no hace falta.
–Mujer, ya que la has pagado.
–PUES SI LA HE PAGADO LA QUIERO.
Que no se vive una década con un catalán sin que se te pegue algo.
–Muy bien, pues ponte boca abajo.
Yo me puse boca abajo con muy buena disposición porque nunca hay que llevarle la contraria a una persona que está a punto de achicharrarte el ojete con un láser.
–Separa las piernas...
Y las separé, lo que pasa es que yo soy así como de carnes abundantes y culo prieto (la zumba es muy mala para eso) y claro, allí no se veía el fondo, así que la pobre criatura tuvo que apartar los cachetes con gran dificultad y, sospecho, mantenderlos separados apuntocándolos con un palo.
Entonces tuvo que rasurar con maquinilla porque a ver, aquello debía ser como la selva virgen, jamás tocada por cera, maquinilla o pinza de depilar alguna. De ahí salió pelo como para rellenar una almohada, creo, y digo creo porque yo no lo vi, porque seguía boca abajo con el culo en pompa, pero me hago una idea aproximada porque de pronto vi a la esteticista enchufando una aspiradora de mano y dirigiéndose hacia mi trasero con cara de determinación.
Y después de eso vino el láser.
Cuando la buena mujer terminó y mis cachetes volvieron a reunirse, me senté en la camilla y me puse a mirar el vacío mientras me replanteaba mi vida.
O sea, ¿quienes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿De verdad era tan necesario que me depilara el ojete?
Entonces la esteticista me dijo:
–Bueno, te dejo sola para que te vistas.
Claro, no vaya a ser que sienta mi intimidad invadida o algo así.
Bueno, no.
En realidad el sueño de mi vida era que me dieran un Oscar, me da igual en qué categoría (siempre que sea una de las chulas, no de las que dan durante los anuncios), subirme al escenario, decir que no me lo esperaba, que no tengo nada preparado... y sacarme del escote un taco de papel continuo con el guion de unas seis horas de discurso.
Pero, a falta de Oscar, lo de depilarme las ingles con láser podía valer.
Así que me fui a uno de esos sitios de aspecto inocente donde te prometen librarte del pelo de las ingles para siempre y dije:
–Hola, quiero depilarme las ingles con láser.
–Muy bien, muy bien, pero no hacía falta que se bajara los pantalones todavía.
–Ah.
–Mire, la depilación de las ingles sale a treinta euros la sesión, pero ahora mismo tenemos una oferta para zona íntima que sale muchísimo más barato y que te incluye el pubis y la zona perianal.
–¿La zona periQUÉ?
–Perianal.
–...
–El culo.
–Ah... pero yo no tengo pelos en el culo.
–Créeme: todas tenemos pelos en la zona perianal.
Le dije que me lo pensaría y me fui a casa
No estaba segura de querer hacerme la depilación definitiva de la zona perianal.
Primero, todavía no estaba convencida de tener pelos en el culo
Segundo, me daba la impresión de que quemarse los pelos del culo con láser tenía que doler infinito.
Y tercero, pero no por ello menos importante, no me quitaba de la cabeza las sabias enseñanzas del refranero español: Digan lo que digan, los pelos del culo abrigan.
Por supuesto, y como seguramente la señora de la clínica había previsto, al final pesó más el argumento de la oferta, y un maravilloso día me fui a que me depilaran tó lo de abajo con láser.
La verdad es que iba muy tranquila. Es cierto que para cualquier persona normal, desnudarse de cintura para abajo, subirse a una camilla y que una desconocida te haga cosas (dolorosas) en los bajos puede resultar un poco violento, pero claro, yo no soy una persona normal: soy una madre. Cuando has pasado por dos embarazos, lo de subirse a una camilla y despatarrarse con el matojo al viento ya es que ni te altera.
¿Y las descargas del láser?
Por favor. Por ahí ha pasado una cabeza. Y QUÉ CABEZA.
Así que la depilación frontal la llevé razonablemente bien y ya estaba dispuesta a levantarme de la camilla cuando la depiladora me dijo:
–Espera, que falta la zona perianal.
–No, no, si no hace falta.
–Mujer, ya que la has pagado.
–PUES SI LA HE PAGADO LA QUIERO.
Que no se vive una década con un catalán sin que se te pegue algo.
–Muy bien, pues ponte boca abajo.
Yo me puse boca abajo con muy buena disposición porque nunca hay que llevarle la contraria a una persona que está a punto de achicharrarte el ojete con un láser.
–Separa las piernas...
Y las separé, lo que pasa es que yo soy así como de carnes abundantes y culo prieto (la zumba es muy mala para eso) y claro, allí no se veía el fondo, así que la pobre criatura tuvo que apartar los cachetes con gran dificultad y, sospecho, mantenderlos separados apuntocándolos con un palo.
Entonces tuvo que rasurar con maquinilla porque a ver, aquello debía ser como la selva virgen, jamás tocada por cera, maquinilla o pinza de depilar alguna. De ahí salió pelo como para rellenar una almohada, creo, y digo creo porque yo no lo vi, porque seguía boca abajo con el culo en pompa, pero me hago una idea aproximada porque de pronto vi a la esteticista enchufando una aspiradora de mano y dirigiéndose hacia mi trasero con cara de determinación.
Y después de eso vino el láser.
Cuando la buena mujer terminó y mis cachetes volvieron a reunirse, me senté en la camilla y me puse a mirar el vacío mientras me replanteaba mi vida.
O sea, ¿quienes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿De verdad era tan necesario que me depilara el ojete?
Entonces la esteticista me dijo:
–Bueno, te dejo sola para que te vistas.
Claro, no vaya a ser que sienta mi intimidad invadida o algo así.
14 octubre 2019
Todo el tiempo del mundo
–Hola, Lorz, ¡cuánto tiempo!
–Sí, tenemos que quedar más.
–Cuando tú quieras, ¡yo ahora estoy en paro y tengo todo el tiempo del mundo!
–Pues podemos quedar alguna mañana a tomar un café.
–No, por las mañanas imposible, estoy haciendo un curso de cosas.
–Pues por las tardes.
–Por las tardes cuando quieras.
–Genial, podíamos quedar el lunes que viene.
–¡Claro! Ay, espera, no, los niños tienen piscina.
–Oh, vaya. Pues el martes.
–Música.
–¿Miércoles?
–Catalán. No preguntes.
–¿Jueves?
–Zumba.
–No voy ni a preguntar por el viernes.
–Música.
–¿Y los findes?
–¡Totalmente libres!
–¡Genial! ¡Quedamos el finde!
–...
–Acabas de decir que totalmente libres...
–Este sábado tengo una cena con mi familia. ¡Pero el domingo lo tenemos libre!
–¿En serio?
–¡En serio!
–¡Quedemos el domingo!
–...espera, que justo este domingo tenemos un taller.
–Ah.
–Pero tenemos que quedar.
–Claro que sí, cuando te venga bien.
–Cuando tú quieras, ¡yo ahora estoy en paro y tengo todo el tiempo del mundo!
–Sí, tenemos que quedar más.
–Cuando tú quieras, ¡yo ahora estoy en paro y tengo todo el tiempo del mundo!
–Pues podemos quedar alguna mañana a tomar un café.
–No, por las mañanas imposible, estoy haciendo un curso de cosas.
–Pues por las tardes.
–Por las tardes cuando quieras.
–Genial, podíamos quedar el lunes que viene.
–¡Claro! Ay, espera, no, los niños tienen piscina.
–Oh, vaya. Pues el martes.
–Música.
–¿Miércoles?
–Catalán. No preguntes.
–¿Jueves?
–Zumba.
–No voy ni a preguntar por el viernes.
–Música.
–¿Y los findes?
–¡Totalmente libres!
–¡Genial! ¡Quedamos el finde!
–...
–Acabas de decir que totalmente libres...
–Este sábado tengo una cena con mi familia. ¡Pero el domingo lo tenemos libre!
–¿En serio?
–¡En serio!
–¡Quedemos el domingo!
–...espera, que justo este domingo tenemos un taller.
–Ah.
–Pero tenemos que quedar.
–Claro que sí, cuando te venga bien.
–Cuando tú quieras, ¡yo ahora estoy en paro y tengo todo el tiempo del mundo!
07 octubre 2019
La mascota
Enero
–Mamá, ¿cuándo podré tener una mascota?
–Cuando tengamos una casa más grande.
A principios de año la posibilidad de mudarnos me parecía tan lejana que cada vez que Nena-chan me pedía algo le decía que cuando nos mudáramos. ¿Una mascota? Cuando nos mudemos. ¿Patines? Cuando nos mudemos. ¿La cura del cáncer? Cuando nos mudemos.
A ZaraJota ese método pedagógico sin fisuras no le acababa de convencer.
–¡Lorz! –me decía–. ¡No le digas eso a la niña cuando sabes perfectamente que NO quiero que tengan una mascota porque odio a todos los seres vivos sobre la faz de la tierra incluyendo, sobre todo en estos momentos, a ti!
–Tranquilo, ZaraJota. ¡Jamás podremos mudarnos a una casa más grande!
Mayo
[Se mudan a una casa más grande]
–Mamá, me dijiste que cuando tuviéramos una casa más grande podría tener una mascota y ya nos hemos mudado a una casa más grande y todavía no tengo una mascota, ¿cuándo voy a tener una mascota? ¿Eh? ¿Mamá? ¿Eh? ¿EEEEH?
ZaraJota me miró con cara de "Te lo dije". Pero está claro que ZaraJota me subestima.
–Cuando terminemos de colocar las cosas de todas las cajas.
–¡Lorz!
–Tranquilo, ZaraJota: jamás terminaremos de colocar las cosas de todas las cajas.
Junio
[Terminan de colocar las cosas de todas las cajas. Sí, lo sé, tengo un problema con el orden, debería hacérmelo mirar]
–Mamá, me dijiste que cuando terminaras de colorar las cosas de todas las cajas podría tener una mascota y ya hemos terminado de colocar las cosas de todas las cajas y todavía no tengo una mascota, ¿cuándo voy a tener una mascota? ¿Eh? ¿Mamá? ¿Eh? ¿EEEEH?
–Mira, Nena-chan, ahora nos vamos a ir de vacaciones y no tiene sentido que compremos una mascota para luego dejarla solita un mes. Pero en cuanto termine el verano tendrás tu mascota.
–¡Lorz!
–Tranquilo, ZaraJota, ¿no has oído hablar del calentamiento global? El verano no se va a acabar nunca. ¡¡¡NUNCA!!!
Septiembre
[Temporal de lluvia y viento en toda la península, se inunda hasta Murcia. MURCIA. Empiezo a sospechar que el universo está contra mí]
–Mamá, me dijiste que cuando terminara el verano podría tener una mascota y ya ha terminado el verano y todavía no tengo una mascota, ¿cuándo voy a tener una mascota? ¿Eh? ¿Mamá? ¿Eh? ¿EEEEH?
–Mira, Nena-chan, se acerca tu cumpleaños y va a venir la llalli. Y ya sabes que a la llalli no le gustan los semovientes. Pero en cuanto se vaya la llalli...
–Lorz...
–YO QUÉ SÉ YA, ZARAJOTA.
Octubre
–Mamá, me dijiste que cuando se fuera la llalli podría tener una mascota y ya se ha ido la llalli y todavía no tengo una mascota, ¿cuándo voy a tener una mascota? ¿Eh? ¿Mamá? ¿Eh? ¿EEEEH?
Había llegado el momento de confesar la verdad.
–Mira, Nena-chan, no creo que puedas tener nunca una mascota.
–¿Qué? ¿Por qué?
Miré a ZaraJota. ZaraJota me miró y me mandó un mensaje telepático: "Te dije que no le prometieras cosas que no ibas a cumplir. Ahora sé un adulto y asume tu responsabilidad".
–Pues verás, Nena-chan... lo que pasa es que... yo... eh... lo que pasa es que... ¡¡¡TU PADRE ES MALO Y NO TE QUIERE!!!
Ya está, solucionado.
Pd: por supuesto, la niña acabó teniendo su mascota.