Los que me seguís en Twitter ya sabéis que mi cuñada intentó asesinarnos en navidad por el sencillo método de hacernos explotar de tanto comer cosas ricas.
Para la cena de navidad cocinó, además de los entremeses variados, sopa de pelota (una monstruosidaed que lleva pasta gigante, garbanzos, verdura, carne de cocido y además albóndigas), pollo relleno con patatas asadas, canelones, dos tartas y el clásico surtido de dulces navideños.
Puso la mesa muy bonita, con todo el despliegue de mantelería, vajilla, cubertería y cristalería, y colocó toda esa comida, artísticamente presentada, en la mesa, rodeada de decoración navideña y velas de olor.
Nos sentamos a la mesa, y colocamos a Bebé-chan en la presidencia.
-Mira, petitona, hay sopa de pelota, pollo y canelones. ¿Qué quieres?
-FRANFUR KECHUP.
Y dejarse de mariconadas.
Mi cuñada, que llevaba al menos una semana cocinando todo aquello, se ofreció rápidamente a hacer un par de FRANFUR KECHUP. Nos negamos, y le pusimos a Bebé-chan un poco de sopa de pelota.
Bebé-chan la miró de soslayo (¿a quién intentas engañar? ¡esto no es frankfurt con ketchup!).
-Venga, solo pruébala, y si no te gusta ya vemos.
Bebé-chan probó una cucharadita. Y otra. Y otra. Cuando nos quisimos dar cuenta se había comido su ración y estaba intentado robar la albóndiga del plato de ZaraJota™.
Desde entonces, cada vez que le pregunto qué quiere comer, me dice:
-QUERO MÁS CHOPA, MAMÁ.
Pues a ver si nos ponemos de acuerdo, maja.
Pd: ¡Feliz año a todos!
31 diciembre 2014
19 diciembre 2014
Cortylandia
Se ve que hay gente que no sabe lo que es Cortylandia, y eso solo puede significar una cosa:
El Corte Inglés ya no es lo que era.
O no habéis tenido infancia.
O ambas.
Todas las navidades, desde el inicio de los tiempos o así, El Corte Inglés de la calle Preciados convierte una de sus fachadas en un espectáculo infantil llamado, en un exceso de imaginación, Cortylandia.
La idea tampoco es que sea muy original: son marionetas-robot que cantan y bailan al estilo de Un Pequeño Mundo. Cada año se centran en una temática distinta ("Nos hemos quedado de piedra", cantaban el año dedicado a las pirámides) y la decoración varía (un año hubo un Gulliver gigante, cuyas piernas enmarcaban el acceso a la tienda).
Por supuesto, el único fin de Cortylandia es atraer compradores, ya sea porque los niños se quedan absortos y los papás puede aprovechar para hacer compras, o a través de la publicidad no-tan-subliminal ("todos los juguetes están en la exposición de la planta séptima de El Corte Inglés", anuncian al final de la función los pingüinos cantarines de este año).
Pero la gracia de Cortylandia no es Cortylandia. La gracia de Cortylandia es que forma parte de La Experiencia Navideña™.
Cuando era pequeña, mi familia vivía en un pueblo, y en los años ochenta eso era algo.
Para empezar no teníamos internet, pero eso quizá fuera lo de menos. Tampoco teníamos calefacción, y aunque sí teníamos un calentador de agua, esta no salía con presión suficiente como para activarlo, así que podíamos ducharnos con agua caliente, por ejemplo, pero nos lavábamos cara y manos con agua helada.
Y no teníamos calefacción. Lo repito porque en el colegio tampoco, y era donde más se notaba porque pasábamos muchas horas inmóviles. De ahí me viene esta tos que vuelve cada vez que cojo un poco de frío, y que me dura semanas enteras cada vez.
Pero lo peor era lo otro.
Hoy en día, por suerte, se habla mucho del bullying o acoso escolar. En los ochenta no se le daba importancia al acoso (se suponía que tenías que aprender a defenderte) y de todas formas tampoco era exactamente escolar: en una época y un lugar en que los niños estaban todo el día en la calle, el bullying era una más bien experiencia envolvente: todo el día, todos los días, existía la posibilidad de salir a la calle y ser maltratado, insultado o humillado.
En los pueblos, ya se sabe, todo es siempre como más auténtico.
Os cuento esto no para que me tengáis pena, que ni falta que me hace, sino para que entendáis lo que era venir a Madrid en navidad.
Madrid era calidez.
Madrid era correr descalza por el suelo de madera.
Madrid era comer sin tener la urgente necesidad de devolver después.
Madrid era salir a la calle sin miedo.
Madrid era mis padres pendientes de mi y mis hermanos, sin las distracciones habituales de la casa, el trabajo, o los amigos.
Y Madrid eran cosas bonitas, cosas que estimulaban mi imaginación: cine, marionetas, luces de navidad, música... Un mundo de colores fuera del páramo intelectual que era el pueblo.
En Madrid había tiendas en las que vendían libros.
Era lo más.
Cada navidad, al menos una vez, mis padres nos llevaban al centro. Veíamos las luces, recorríamos los puestos de la Plaza Mayor, nos comprábamos gorritos ridículos, comíamos castañas asadas, y, como mágico fin de fiesta, íbamos a helarnos mientras veíamos Cortylandia.
Era solo un día al año, pero valía casi tanto como el año entero.
Con el tiempo mi familia se vino a vivir a Madrid (probablemente el giro ar0gumental más importante de mi vida), y al hacerse cotidiana, la ciudad perdió parte de su magia... Pero no toda. Sigue habiendo magia en ir al centro en navidad, en recorrer los puestos de la Plaza Mayor, en merendar tortitas y ver las luces.
Así que a mí me daba igual que Cortylandia sea cada año más cutre, que las canciones sean lamentables o que apenas se oigan por encima de los crujidos de la maquinaria. Quería saber si Bebé-chan también podía tener esa magia.
Al principio parecía que no. A fin de cuentas, Bebé-chan está acostumbrada a Madrid. Y a las pelis en 3D. Y a la música en directo. Y a ir a la librería donde trabaja Sark y comerse con los ojos todos los libros del mundo.
Ver a un montón de robots-pingüino destrozando un amago de canción no parecía entusiasmarle mucho.
A nuestro alrededor, los papás les decían a sus churumbeles:
-Mira, Pepito, ¡los pingüinos cantan!
Yo miré a Bebé-chan, que estaba encaramada sobre los hombros de Zarajota, pero antes de que pudiera decir nada, habló ella.
-¡MIRA, MAMÁ! ¡GÜINOS CANTAN!
Y luego puso los ojos en blanco, en un gesto supremo de vergüenza ajena y superioridad moral.
Bebé-chan no es una niña como la que era yo.
No necesita la magia de Cortylandia.
Ella es magia
Y con esto nos despedimos hasta... yo que sé... hasta que vuelva a tener una conexión decente a internet, como dentro de una semana o así.
También podéis seguirme en directo en twitter.
Y aunque el objetivo se haya conseguido, todavía podéis conseguir camisetas, chapas y sugus en el #Lorzfunding.
¡Felices fiestas!
El Corte Inglés ya no es lo que era.
O no habéis tenido infancia.
O ambas.
Todas las navidades, desde el inicio de los tiempos o así, El Corte Inglés de la calle Preciados convierte una de sus fachadas en un espectáculo infantil llamado, en un exceso de imaginación, Cortylandia.
La idea tampoco es que sea muy original: son marionetas-robot que cantan y bailan al estilo de Un Pequeño Mundo. Cada año se centran en una temática distinta ("Nos hemos quedado de piedra", cantaban el año dedicado a las pirámides) y la decoración varía (un año hubo un Gulliver gigante, cuyas piernas enmarcaban el acceso a la tienda).
Por supuesto, el único fin de Cortylandia es atraer compradores, ya sea porque los niños se quedan absortos y los papás puede aprovechar para hacer compras, o a través de la publicidad no-tan-subliminal ("todos los juguetes están en la exposición de la planta séptima de El Corte Inglés", anuncian al final de la función los pingüinos cantarines de este año).
Pero la gracia de Cortylandia no es Cortylandia. La gracia de Cortylandia es que forma parte de La Experiencia Navideña™.
Cuando era pequeña, mi familia vivía en un pueblo, y en los años ochenta eso era algo.
Para empezar no teníamos internet, pero eso quizá fuera lo de menos. Tampoco teníamos calefacción, y aunque sí teníamos un calentador de agua, esta no salía con presión suficiente como para activarlo, así que podíamos ducharnos con agua caliente, por ejemplo, pero nos lavábamos cara y manos con agua helada.
Y no teníamos calefacción. Lo repito porque en el colegio tampoco, y era donde más se notaba porque pasábamos muchas horas inmóviles. De ahí me viene esta tos que vuelve cada vez que cojo un poco de frío, y que me dura semanas enteras cada vez.
Pero lo peor era lo otro.
Hoy en día, por suerte, se habla mucho del bullying o acoso escolar. En los ochenta no se le daba importancia al acoso (se suponía que tenías que aprender a defenderte) y de todas formas tampoco era exactamente escolar: en una época y un lugar en que los niños estaban todo el día en la calle, el bullying era una más bien experiencia envolvente: todo el día, todos los días, existía la posibilidad de salir a la calle y ser maltratado, insultado o humillado.
En los pueblos, ya se sabe, todo es siempre como más auténtico.
Os cuento esto no para que me tengáis pena, que ni falta que me hace, sino para que entendáis lo que era venir a Madrid en navidad.
Madrid era calidez.
Madrid era correr descalza por el suelo de madera.
Madrid era comer sin tener la urgente necesidad de devolver después.
Madrid era salir a la calle sin miedo.
Madrid era mis padres pendientes de mi y mis hermanos, sin las distracciones habituales de la casa, el trabajo, o los amigos.
Y Madrid eran cosas bonitas, cosas que estimulaban mi imaginación: cine, marionetas, luces de navidad, música... Un mundo de colores fuera del páramo intelectual que era el pueblo.
En Madrid había tiendas en las que vendían libros.
Era lo más.
Cada navidad, al menos una vez, mis padres nos llevaban al centro. Veíamos las luces, recorríamos los puestos de la Plaza Mayor, nos comprábamos gorritos ridículos, comíamos castañas asadas, y, como mágico fin de fiesta, íbamos a helarnos mientras veíamos Cortylandia.
Era solo un día al año, pero valía casi tanto como el año entero.
Con el tiempo mi familia se vino a vivir a Madrid (probablemente el giro ar0gumental más importante de mi vida), y al hacerse cotidiana, la ciudad perdió parte de su magia... Pero no toda. Sigue habiendo magia en ir al centro en navidad, en recorrer los puestos de la Plaza Mayor, en merendar tortitas y ver las luces.
Así que a mí me daba igual que Cortylandia sea cada año más cutre, que las canciones sean lamentables o que apenas se oigan por encima de los crujidos de la maquinaria. Quería saber si Bebé-chan también podía tener esa magia.
Al principio parecía que no. A fin de cuentas, Bebé-chan está acostumbrada a Madrid. Y a las pelis en 3D. Y a la música en directo. Y a ir a la librería donde trabaja Sark y comerse con los ojos todos los libros del mundo.
Ver a un montón de robots-pingüino destrozando un amago de canción no parecía entusiasmarle mucho.
A nuestro alrededor, los papás les decían a sus churumbeles:
-Mira, Pepito, ¡los pingüinos cantan!
Yo miré a Bebé-chan, que estaba encaramada sobre los hombros de Zarajota, pero antes de que pudiera decir nada, habló ella.
-¡MIRA, MAMÁ! ¡GÜINOS CANTAN!
Y luego puso los ojos en blanco, en un gesto supremo de vergüenza ajena y superioridad moral.
Bebé-chan no es una niña como la que era yo.
No necesita la magia de Cortylandia.
Ella es magia
Y con esto nos despedimos hasta... yo que sé... hasta que vuelva a tener una conexión decente a internet, como dentro de una semana o así.
También podéis seguirme en directo en twitter.
Y aunque el objetivo se haya conseguido, todavía podéis conseguir camisetas, chapas y sugus en el #Lorzfunding.
¡Felices fiestas!
10 diciembre 2014
CACA VIENE
Dedicado a Mahira, que nos invitó a su casa, y cuando encendió la tele, ¡tachán! Estaban poniendo Blancanieves.
Si eso no es una señal del universo ya me dirás tú lo que es.
A Bebé-chan le encantan las películas: en concreto, sacarlas de la caja y frotar el disco contra diferentes superficies para ver como suena:
En el suelo, zis zis
En la pared, ras, ras.
Y todo así.
En algún momento dio el salto mental y empezó a relacionar esos círculos metálicos ("CULOS", diría ella) con lo que sale por la tele ("TELE"; eso lo dice perfectamente). Y poco después de eso, descubrió Blancanieves ("CACA VIENE", aunque recientemente lo ha perfeccionado a "BANCA BEBES", que suena a tráfico de niños pero a ella no le importa).
Aunque la mayor parte de las niñas del planeta están locas con Frozen, y mi favorita es La sirenita, y la de Zarajota, El rey león, a Bebé-chan le hemos puesto todas las películas Disney a nuestro alcance. Por eso no entendemos qué le puede interesar precisamente de Blancanieves, que es lenta, sosa y sombría.
A ella le encanta.
La vemos todos los días, mínimo una vez (siempre dentro del Rato de Televisión Autorizado, que coincide astutamente con el Rato en el que Hago la Cena). Y claro, cuando la has visto, no sé, unas cien o doscientas veces, empiezas a fijarte en detalles en los que no te habías fijado al principio.
A saber:
Si eso no es una señal del universo ya me dirás tú lo que es.
A Bebé-chan le encantan las películas: en concreto, sacarlas de la caja y frotar el disco contra diferentes superficies para ver como suena:
En el suelo, zis zis
En la pared, ras, ras.
Y todo así.
En algún momento dio el salto mental y empezó a relacionar esos círculos metálicos ("CULOS", diría ella) con lo que sale por la tele ("TELE"; eso lo dice perfectamente). Y poco después de eso, descubrió Blancanieves ("CACA VIENE", aunque recientemente lo ha perfeccionado a "BANCA BEBES", que suena a tráfico de niños pero a ella no le importa).
Aunque la mayor parte de las niñas del planeta están locas con Frozen, y mi favorita es La sirenita, y la de Zarajota, El rey león, a Bebé-chan le hemos puesto todas las películas Disney a nuestro alcance. Por eso no entendemos qué le puede interesar precisamente de Blancanieves, que es lenta, sosa y sombría.
A ella le encanta.
La vemos todos los días, mínimo una vez (siempre dentro del Rato de Televisión Autorizado, que coincide astutamente con el Rato en el que Hago la Cena). Y claro, cuando la has visto, no sé, unas cien o doscientas veces, empiezas a fijarte en detalles en los que no te habías fijado al principio.
A saber:
- La Malvada Reina tiene un Espejo Mágico al que puede preguntarle Cualquier Cosa Que Desee. ¿Y qué le pregunta? ¿Cómo curar el cáncer? ¿Si debe comprar acciones de Apple? ¿El tiempo que hará mañana? No señor. Lo único que la señora reina pregunta, una y otra vez, es ¿Quién es la Más Guapa del Reino?.
- La Más Guapa del Reino vive en su misma casa y la Malvada Reina no lo sabe. O sea. En serio, tía. ¿No te habías dado cuenta? Sobre todo cuando aparentemente en el Reino solo viven dos mujeres. Vaya, tenía un 50% de posibilidades de acertar.
- La Más Guapa del Reino no tiene barbilla ni nariz, pero vaya, que la belleza está en el interior y tal.
- La Más Guapa del Reino se pasa la vida esclavizada y cubierta de harapos, y cuando le dicen que se ponga un vestido bonito y se vaya a lo más profundo del bosque con Un Señor Inquietante NO SOSPECHA NADA LA MUY LERDA.
- Si entras en una casa y ves que todas las sillas son pequeñas, lo más lógico es pensar que está habitada por niños, aunque haya un pico minero clavado encima de la mesa.
- Los animalitos del bosque le ponen mucha voluntad, pero no pueden ser más guarros ni cagando.
- Los enanitos se pasan la vida sacando los diamantes de las entrañas de la roca... para luego tirarlos de cualquier manera en un armario QUE ESTÁ EXCAVADO EN LA MISMA ROCA.
- Después de limpiar supuestamente a fondo toda la casa, es normal descubrir que hay una escalera que conduce al piso superior. En serio, ¿cómo de profunda ha sido esa limpieza que no has visto la puta escalera?
- La mierda en la planta baja es inaceptable, pero echarse a dormir en una habitación llena de telarañas, en unas camas cuyas sábanas no han sido cambiadas desde dios sabe cuándo, es perfectamente razonable.
- Sí, el corazón que le dan a la Malvada Reina no es de Blancanieves sino el de un cerdo. Pero va en una caja mo-ni-si-ma.
- Nunca confíes en una vieja de aspecto vicioso que aparece sin motivo aparente en la puerta de tu casa acompañada de dos buitres y que te da la única manzana del cesto que es totalmente diferente al resto.
- Fabricar un ataúd de cristal y rendir culto a una completa desconocida con la que has convivido apenas 24 horas, la mayor parte de las cuales ha dedicado a mangonearte, es perfectamente razonable y normal.
- Si un completo desconocido llega al entierro y pide comerle los morros a la muerta, pues nada, adelante. Tampoco es como si se fuera a quejar.
01 diciembre 2014
Creo que se me olvida algo...
El jueves pasamos la tarde trabajando contrarreloj para terminar a tiempo el #Lorzfunding.
El viernes por la tarde cruzamos todo Madrid bajo la lluvia para ir a hacerle un encargo a los Reyes Majos. Luego volvimos a cruzar Madrid bajo la lluvia para asistir a una conferencia en el c*l* del mundo. Cuando volvíamos a casa nos equivocamos de línea de metro y acabamos cenando en un restaurante en mitad de ninguna parte, para después llegar a casa bien pasada la medianoche.
El sábado nos levantamos temprano para ir a la clase de música, y luego cruzamos Madrid bajo la lluvia para pasar el día en la Madrid Horse Week, donde habíamos ido para un rato pero había tantas actividades que nos acabamos quedando casi todo el día. Volvimos a cruzar Madrid bajo la lluvia y llegamos a casa tirando a tarde. Creo que no cenamos.
El domingo cruzamos Madrid para ir a la casa de mis padres a robar una cama.
-Al menos no llueve -dije.
Por supuesto, cuando salimos de la casa de mis padres con la cama a cuestas, diluviaba.
La cama entera no cabía en el coche, así que volvimos a cruzar Madrid bajo la lluvia, tres veces: una para llevarnos el colchón, otra para llevarnos el somier, y la última para llevarnos a Bebé-chan, que se nos había quedado atrás.
Con todo el trajín, Bebé-chan no se echó la siesta hasta las siete de la tarde, se despertó a las ocho con energías renovadas, y cuando a las diez le dijimos de irnos a la cama nos mando AL CACAS, por decirlo finamente.
Lo último que recuerdo antes de dormirme es a Bebé-chan saltando alegremente sobre mis costillas al grito de "¡QUERO CUENTO POLLO PEPE! ¡QUERO CUENTO POLLO PEPE!"
Y lo siguiente que recuerdo es que Bebé-chan estaba llorando. Encendí la luz y miré el reloj: las cinco de la mañana.
Palpé a la pobre criatura para ver qué le pasaba, y noté que estaba empapada.
-Creo que la niña tiene fiebre -le dije a ZaraJota™-. Está sudando como un pollo (Pepe).
Zarajota empezó a palpar también.
-Pues no la noto caliente.
-M**rd*, se le ha debido volver a escapar el pipí del pañal. De verdad, estos pañales cada vez empapan menos.
-Igual es que necesitan más tiempo para absorber -dijo ZaraJota™-, déjala un ratito a ver.
ZaraJota™ se levanta todos los días a las seis de la mañana y padece de una cierta intolerancia hacia los imprevistos nocturnos. Eso, si llega a enterarse cuando ocurren.
-Voy a cambiarle el pañal.
Empecé a desnudar a la pobre criatura, pero cuando le quité los pantalones en lugar de encontrarme un pañal me encontré un culo. En concreto, el culo de Bebé-chan.
-ZaraJota™, creo que anoche nos olvidamos de ponerle el pañal a la nena.
-Mejor, ¿no? Así no tienes que cambiárselo.
Para mí que no ha pillado el concepto.
Soy la peor madre del planeta.
El viernes por la tarde cruzamos todo Madrid bajo la lluvia para ir a hacerle un encargo a los Reyes Majos. Luego volvimos a cruzar Madrid bajo la lluvia para asistir a una conferencia en el c*l* del mundo. Cuando volvíamos a casa nos equivocamos de línea de metro y acabamos cenando en un restaurante en mitad de ninguna parte, para después llegar a casa bien pasada la medianoche.
El sábado nos levantamos temprano para ir a la clase de música, y luego cruzamos Madrid bajo la lluvia para pasar el día en la Madrid Horse Week, donde habíamos ido para un rato pero había tantas actividades que nos acabamos quedando casi todo el día. Volvimos a cruzar Madrid bajo la lluvia y llegamos a casa tirando a tarde. Creo que no cenamos.
El domingo cruzamos Madrid para ir a la casa de mis padres a robar una cama.
-Al menos no llueve -dije.
Por supuesto, cuando salimos de la casa de mis padres con la cama a cuestas, diluviaba.
La cama entera no cabía en el coche, así que volvimos a cruzar Madrid bajo la lluvia, tres veces: una para llevarnos el colchón, otra para llevarnos el somier, y la última para llevarnos a Bebé-chan, que se nos había quedado atrás.
Con todo el trajín, Bebé-chan no se echó la siesta hasta las siete de la tarde, se despertó a las ocho con energías renovadas, y cuando a las diez le dijimos de irnos a la cama nos mando AL CACAS, por decirlo finamente.
Lo último que recuerdo antes de dormirme es a Bebé-chan saltando alegremente sobre mis costillas al grito de "¡QUERO CUENTO POLLO PEPE! ¡QUERO CUENTO POLLO PEPE!"
Y lo siguiente que recuerdo es que Bebé-chan estaba llorando. Encendí la luz y miré el reloj: las cinco de la mañana.
Palpé a la pobre criatura para ver qué le pasaba, y noté que estaba empapada.
-Creo que la niña tiene fiebre -le dije a ZaraJota™-. Está sudando como un pollo (Pepe).
Zarajota empezó a palpar también.
-Pues no la noto caliente.
-M**rd*, se le ha debido volver a escapar el pipí del pañal. De verdad, estos pañales cada vez empapan menos.
-Igual es que necesitan más tiempo para absorber -dijo ZaraJota™-, déjala un ratito a ver.
ZaraJota™ se levanta todos los días a las seis de la mañana y padece de una cierta intolerancia hacia los imprevistos nocturnos. Eso, si llega a enterarse cuando ocurren.
-Voy a cambiarle el pañal.
Empecé a desnudar a la pobre criatura, pero cuando le quité los pantalones en lugar de encontrarme un pañal me encontré un culo. En concreto, el culo de Bebé-chan.
-ZaraJota™, creo que anoche nos olvidamos de ponerle el pañal a la nena.
-Mejor, ¿no? Así no tienes que cambiárselo.
Para mí que no ha pillado el concepto.
Soy la peor madre del planeta.