Previously in Lorz...
Potas everywhere.
Toda mi vida pasó ante mis ojos.
Bueno, no.
En realidad lo único que pasó ante mis ojos fue el puto autobús.
Allí estábamos, en mitad de la calle, un sábado a las 7 de la mañana, a -2ºC, oliendo a vómito, con un Bebé-chan, un montón de maletas y cara de pasmo.
-Creo que está empezando a llover -dijo ZaraJota™, que es de esas personas que siempre ven el lado positivo de las cosas.
-¿Qué hacemos?
-Vamos a llamar a un taxi.
-Oooooooh podemos volvernos a casa y meternos en la cama.
-Ahora que lo dices, puedes que Bebé-chan se haya estado limpiando la cara en las sábanas después de potar.
-¡Taxi! ¡TAXIIII!
En menos de un minuto estábamos subidos a un taxi, ZaraJota™, Bebé-chan, las maletas, nuestro olor a vómito y yo. Como sabéis, los niños tienen que usar unas sillas especiales cuando viajan en coche, pero al parecer en los taxis no son obligatorias y pueden ir simplemente en brazos de un adulto.
-Pues no lo entiendo -le dije a ZaraJota™-; el peligro es el mismo en un taxi que en un coche privado, ¿no? Además, si yo la llevo bien agarradita, ¿qué puede pasar?
Entonces el taxista frenó y Bebé-chan se me cayó al suelo del coche.Después de eso ya no me quedaron ganas de seguir opinando sobre el asunto.
Al final llegamos a tiempo y conseguimos subir al ave.
-A ver si ahora Bebé-chan se duerme un rato y nos podemos echar una cabezadita también -nos dijimos.
Pues no.
Se ve que si despierta a un bebé a las seis de la mañana, devuelve, sales corriendo de casa, lo montas en un taxi, se da un golpe en la cabeza y luego vuelves a salir corriendo otra vez luego le cuesta relajarse.
Así de tiquismiquis son.
Bebé-chan estaba bastante de los nervios.
Durante un rato se entretuvo gritando porque no quería sentarse, ni estar de pie, ni que la cogiéramos en brazos, y a mí ya solo se me ocurría que intentáramos colgarla boca abajo con una cuerda, pero ZaraJota™ no me dejó porque decía que nos iban a mirar raro.
Cuando conseguimos que se sentara se entretuvo dando patadas al respaldo del asiento de delante, que hacía un ruidito muy gracioso. La señora que estaba ahí también hacía ruiditos. No tan graciosos. De hecho, parecía bastante cabreada. Por suerte para entonces ya habíamos conseguido sacar los juguetes y entretener a Bebé-chan apilando pollitos.
-Ahora que está entretenida -dijo ZaraJota™-, voy a ir a la cafetería a por algo de desayunar.
Y se fue.
Cuando llevaba un rato Bebé-chan se cansó de apilar pollitos y decidió desapilarlos:
Cogió el primero y se lo lanzó a la señora del asiento de delante.
-¡PATATA!
Cogió el segundo y se lo lanzó a la señora del asiento de delante.
-¡PATATA!
Cogió el tercero...
-¡Bebé-chan! ¡No le tires pollos a la señora!
-Si no me importa -contestó la señora, por alusiones.
-¡PATATA!
Después del quinto pollazo la señora no volvió a decir nada más.
Cuando Bebé-chan se quedó sin pollos se echó a llorar, y ese fue justo el momento en el que volvió ZaraJota™.
-¿Qué le pasa? -preguntó.
-Nada, que se ha liado a pollazos con la señora de delante.
-Ya, y se los has quitado para que no siga tirándoselos.
-Eh... más o menos.
-Los pollos no se tiran, Bebé-chan.
-¡PATATAAAAAA!
-No, patata no. ¿Tu ves que papá y mamá vayan por ahí tirando pollos? No, ¿verdad? Pues tú tampoco.
-¡PATATAAAAAA!
-Los pollos no se tiran. ¿Entendido? Muy bien. ¿Quieres que juguemos al Angry Birds?
-¡ZaraJota™!
-¿Qué?
-¡Que luego la niña coge ideas!
-Vale, vale.
De todas formas Bebé-chan no parecía muy interesada en jugar. En cambio encontró una forma de entretenerse a sí misma: el gritito inesperado intermitente. Cuando llevábamos una media hora de berrido rítmico-musical, la señora del asiento de delante se dignó a dirigirnos la palabra de nuevo.
-En mi móvil tengo canciones para niños. Las llevo siempre para mi nieto.
-Ah, que bien.
-Os lo presto para que la niña se entretenga.
-No hace falta, gracias.
-De verdad, toma -insistió la señora.
-En serio, no hace falta. Estamos bien -insistí yo.
-¡PERO YO NO!
Desde luego hay que ver la gente lo tiquismiquis que es.
Continuará...
24 febrero 2014
17 febrero 2014
Vuelve, a casa vuelve... por febrero II
Previously in Lorz...
No eran los dientes, no.
Esto va a dar un poco de asquito.
El pediatra no nos quiso explicar de qué se reía. Yo supuse que sería uno de esos chistes de médicos, como cuando te dicen "saca la lengua" y te la pillan con un cepo de cazar osos y se parten de risa.
No entiendo por qué. Y eso que me lo hacen continuamente, pero yo sigo sin verle el chiste.
Sea como fuere, el pediatra nos dio permiso para viajar.
El sábado, como viene siendo costumbre cada vez que salimos de vacaciones, me levanté a las cinco de la mañana para terminar de recoger. A las seis desperté a ZaraJota™ y Bebé-chan. Para llegar a tiempo a coger nuestro tren teníamos que coger el autobús de las siete y media. A las siete y cuarto estábamos listos y me disponía a embutir a Bebé-chan en su abrigo cuando se desató la tragedia:
Bebé-chan empezó a vomitar.
A saco.
Sé que todos hemos potado y visto potar, pero no comprendes la magnitud que puede llegar a alcanzar un evento potatoide hasta que ves a un bebé hacerlo: es como si les bombearan desde dentro. En pocos segundos Bebé-chan y ZaraJota™ se convirtieron el la zona cero, y todas las superficies es un radio de dos metros estaban cubiertas de lo que parecía ser el desayuno a medio digerir de Bebé-chan.
-¡No te muevas! -le grité a ZaraJota™.
Rápidamente cogí a la niña con la punta de los dedos, me la llevé a su habitación, puse una toalla sobre el cambiador e intenté sentarla encima, con tan mala suerte que se me escurrió y se golpeó la cabeza.
No muy fuerte, ¿eh? Lo justo para que sonara.
Entonces empezó a llorar y yo le dije "ea, ea" y ella se lo tomó como una señal de que un abracito sería bienvenido. Y me abrazó, claro. Con todas sus fuerzas y su camisetita cubierta de pota.
Más mona, ella.
Al menos mis pantalones siguen limpios, pensé.
Bebé-chan debió de pensar lo mismo y decidió solucionarlo vomitando otra vez. Por suerte me aparté a tiempo y no cayó nada en mis pantalones: todo fue a parar al cesto en el que metemos la ropa sucia que, por supuesto, estaba lleno de ropa.
Que ya estaba sucia, sí, pero no tanto.
-Ay, dios...
Para entonces ZaraJota™ había conseguido salir del charco de pota del salón y estaba intentando fregar, cambiarse de ropa y ayudarme, todo al mismo tiempo. El resultado visible era que corría por toda la casa gritando y agitando los bracitos cubiertos de pota.
Poco a poco conseguimos poner orden en el caos. ZaraJota™ desvistió a Bebé-chan, la frotó con toallitas de arriba a abajo y la volvió a vestir con ropa limpia mientras yo fregaba por todas partes, porque donde no había caído directamente lo habíamos llevado nosotros al pisar.
El caos.
Con todo a las siete y media volvíamos a estar preparados. Más o menos. Confiábamos en que el frescor mañanero (-2ºC marcaba el termómetro) disipara un poco el olor a pota que llevábamos.
Salimos de casa con un Bebé-chan, una maleta, dos bolsos y los regalos de navidad para la familia de ZaraJota™ y echamos a correr como si nos fuera la vida en ello. Cuando estábamos esperando que se pusiera verde el último semáforo vimos pasar por delante nuestra un autobús.
-No te preocupes, Lorz -dijo ZaraJota™-. No es el nuestro.
-¿Cuál es?
-El 247.
-ZaraJota™, el 247 es el nuestro.
-Mierdaaaaaaa...
Continuará...
No eran los dientes, no.
Esto va a dar un poco de asquito.
El pediatra no nos quiso explicar de qué se reía. Yo supuse que sería uno de esos chistes de médicos, como cuando te dicen "saca la lengua" y te la pillan con un cepo de cazar osos y se parten de risa.
No entiendo por qué. Y eso que me lo hacen continuamente, pero yo sigo sin verle el chiste.
Sea como fuere, el pediatra nos dio permiso para viajar.
El sábado, como viene siendo costumbre cada vez que salimos de vacaciones, me levanté a las cinco de la mañana para terminar de recoger. A las seis desperté a ZaraJota™ y Bebé-chan. Para llegar a tiempo a coger nuestro tren teníamos que coger el autobús de las siete y media. A las siete y cuarto estábamos listos y me disponía a embutir a Bebé-chan en su abrigo cuando se desató la tragedia:
Bebé-chan empezó a vomitar.
A saco.
Sé que todos hemos potado y visto potar, pero no comprendes la magnitud que puede llegar a alcanzar un evento potatoide hasta que ves a un bebé hacerlo: es como si les bombearan desde dentro. En pocos segundos Bebé-chan y ZaraJota™ se convirtieron el la zona cero, y todas las superficies es un radio de dos metros estaban cubiertas de lo que parecía ser el desayuno a medio digerir de Bebé-chan.
-¡No te muevas! -le grité a ZaraJota™.
Rápidamente cogí a la niña con la punta de los dedos, me la llevé a su habitación, puse una toalla sobre el cambiador e intenté sentarla encima, con tan mala suerte que se me escurrió y se golpeó la cabeza.
No muy fuerte, ¿eh? Lo justo para que sonara.
Entonces empezó a llorar y yo le dije "ea, ea" y ella se lo tomó como una señal de que un abracito sería bienvenido. Y me abrazó, claro. Con todas sus fuerzas y su camisetita cubierta de pota.
Más mona, ella.
Al menos mis pantalones siguen limpios, pensé.
Bebé-chan debió de pensar lo mismo y decidió solucionarlo vomitando otra vez. Por suerte me aparté a tiempo y no cayó nada en mis pantalones: todo fue a parar al cesto en el que metemos la ropa sucia que, por supuesto, estaba lleno de ropa.
Que ya estaba sucia, sí, pero no tanto.
-Ay, dios...
Para entonces ZaraJota™ había conseguido salir del charco de pota del salón y estaba intentando fregar, cambiarse de ropa y ayudarme, todo al mismo tiempo. El resultado visible era que corría por toda la casa gritando y agitando los bracitos cubiertos de pota.
Poco a poco conseguimos poner orden en el caos. ZaraJota™ desvistió a Bebé-chan, la frotó con toallitas de arriba a abajo y la volvió a vestir con ropa limpia mientras yo fregaba por todas partes, porque donde no había caído directamente lo habíamos llevado nosotros al pisar.
El caos.
Con todo a las siete y media volvíamos a estar preparados. Más o menos. Confiábamos en que el frescor mañanero (-2ºC marcaba el termómetro) disipara un poco el olor a pota que llevábamos.
Salimos de casa con un Bebé-chan, una maleta, dos bolsos y los regalos de navidad para la familia de ZaraJota™ y echamos a correr como si nos fuera la vida en ello. Cuando estábamos esperando que se pusiera verde el último semáforo vimos pasar por delante nuestra un autobús.
-No te preocupes, Lorz -dijo ZaraJota™-. No es el nuestro.
-¿Cuál es?
-El 247.
-ZaraJota™, el 247 es el nuestro.
-Mierdaaaaaaa...
Continuará...
12 febrero 2014
Vuelve, a casa vuelve... por febrero I
Hace unos meses la familia de ZaraJota™ nos preguntó si iríamos a verles por navidad.
-Uy, uy... es que este año cae fatal.
-¿Y en reyes?
-Fatal, fatal, también... Y además yo el día cinco trabajo hasta tarde.
-El día cinco cae en domingo, Lorz.
-Eh... Yo es que sigo el calendario lunar, ¿sabe?
En enero volvieron a preguntar.
-Uy, uy, es que estamos esperando a que nazca el bebé de Primo Buena Persona para ir a visitarlos a ellos también, ya que vamos.
-¿Y cuándo salen de cuentas?
-Pues... estoooo... ¿nunca?
Pero el bebé de Primo Buena Persona viene con ganas de llevar la contraria: salió de cuentas y nació a su debido tiempo.
Pequeña traidora.
No pudimos postponerlo más y fijamos el viaje para el primer fin de semana de febrero.
Cinco días antes del viaje a Bebé-chan le dio fiebre en la guardería.
-Vaaaaaya, no podremos ir de viaje...
-No os preocupéis, le hemos dado un bañito y se le ha bajado.
-Mierda. Quiero decir, ¡qué bien! ¡qué bien!
-Seguramente es por los dientes, estad atentos por si le vuelve a dar.
Yo la vigilé con toda mi ilusión, y al día siguiente Bebé-chan ardía de fiebre.
-Vaaaaaaya, no podremos ir de viaje...
-No te preocupes, Lorz -me dijo ZaraJota™-, de aquí al sábado quedan muchos días.
Cuando llamé a la guardería a avisar de que no iba me volvieron a decir lo mismo: no te preocupes, es de los dientes, se le pasa enseguida.
Por la tarde Bebé-chan estaba perfectamente y al día siguiente volvió a la guardería.
-¿Dónde estuviste ayer? -le preguntaron.
Como Bebé-chan todavía no habla contesté yo.
-Jugando con mis ilusiones.
El jueves por la tarde Bebé-chan volvía a tener fiebre.
-Estoy de los dientes hasta el potorro -anuncié.
El viernes por la tarde ZaraJota™ fue al pediatra con Bebé-chan.
-Lleva con fiebre desde el lunes -le dijo.
-¿Y la traéis ahora?
-Pensábamos que era por los dientes...
-¿Dientes? ¿Qué dientes?
-Los cuatro colmillos que le han salido esta semana.
El pediatra le echó un vistazo a los dientes. Sin acercar la mano, que el hombre es pediatra pero no es tonto.
-Pues sí, está en plena dentición, pero la fiebre no es de eso.
-¿No?
-Esta niña tiene gripe.
-Anda ya.
-Por eso tiene fiebre y vomita.
-No, no. Bebé-chan no ha vomitado.
-¿No? ¡MUA-JA-JA! ¡MUA-JA-JA!
Continuará... (en breve)
-Uy, uy... es que este año cae fatal.
-¿Y en reyes?
-Fatal, fatal, también... Y además yo el día cinco trabajo hasta tarde.
-El día cinco cae en domingo, Lorz.
-Eh... Yo es que sigo el calendario lunar, ¿sabe?
En enero volvieron a preguntar.
-Uy, uy, es que estamos esperando a que nazca el bebé de Primo Buena Persona para ir a visitarlos a ellos también, ya que vamos.
-¿Y cuándo salen de cuentas?
-Pues... estoooo... ¿nunca?
Pero el bebé de Primo Buena Persona viene con ganas de llevar la contraria: salió de cuentas y nació a su debido tiempo.
Pequeña traidora.
No pudimos postponerlo más y fijamos el viaje para el primer fin de semana de febrero.
Cinco días antes del viaje a Bebé-chan le dio fiebre en la guardería.
-Vaaaaaya, no podremos ir de viaje...
-No os preocupéis, le hemos dado un bañito y se le ha bajado.
-Mierda. Quiero decir, ¡qué bien! ¡qué bien!
-Seguramente es por los dientes, estad atentos por si le vuelve a dar.
Yo la vigilé con toda mi ilusión, y al día siguiente Bebé-chan ardía de fiebre.
-Vaaaaaaya, no podremos ir de viaje...
-No te preocupes, Lorz -me dijo ZaraJota™-, de aquí al sábado quedan muchos días.
Cuando llamé a la guardería a avisar de que no iba me volvieron a decir lo mismo: no te preocupes, es de los dientes, se le pasa enseguida.
Por la tarde Bebé-chan estaba perfectamente y al día siguiente volvió a la guardería.
-¿Dónde estuviste ayer? -le preguntaron.
Como Bebé-chan todavía no habla contesté yo.
-Jugando con mis ilusiones.
El jueves por la tarde Bebé-chan volvía a tener fiebre.
-Estoy de los dientes hasta el potorro -anuncié.
El viernes por la tarde ZaraJota™ fue al pediatra con Bebé-chan.
-Lleva con fiebre desde el lunes -le dijo.
-¿Y la traéis ahora?
-Pensábamos que era por los dientes...
-¿Dientes? ¿Qué dientes?
-Los cuatro colmillos que le han salido esta semana.
El pediatra le echó un vistazo a los dientes. Sin acercar la mano, que el hombre es pediatra pero no es tonto.
-Pues sí, está en plena dentición, pero la fiebre no es de eso.
-¿No?
-Esta niña tiene gripe.
-Anda ya.
-Por eso tiene fiebre y vomita.
-No, no. Bebé-chan no ha vomitado.
-¿No? ¡MUA-JA-JA! ¡MUA-JA-JA!
Continuará... (en breve)
02 febrero 2014
On fire
-Jo, Lorz, tú antes molabas.
-¿Antes molaba? ¿Y me lo dices ahora? Eres peor que mi abuela, que solo te dice que has perdido peso si después puede añadir “pero ahora has vuelto a engordar”.
-Es que solo escribes chorradas sobre Bebé-chan.
-Bueno, acabo de escribir una historia sobre el bluray de ZaraJota™.
-Chorradas sobre Bebé-chan, chorradas sobre ZaraJota™... Es la misma mierda siempre.
-Vale. A ver qué te parece esto...
Entonces, para demostrarle al mundo (léase Sark) que era capaz de escribir otras cosas, escribí un post porno.
MUY porno.
Tan porno que solo lo ha leído ZaraJota™, y desde entonces me sonrojo cuando me mira.
Bueno, eso ya me pasaba antes, y no tiene nada que ver con el porn...
Ejem.
Lo importante aquí es que he aprendido una valiosa lección: cualquier idiota puede escribir porno, pero nadie escribe chorradas sobre Bebé-chan y ZaraJota™ como yo.
Aclarado este punto, voy a contar una historia en la que aparecen mencionado Bebé-chan y ZaraJota™. Y al que no le guste, que no mire.
Durante toda mi vida he pensado que depilarse era una decisión personal que cada uno tomaba según le apeteciera, pero esta semana, gracias a un sesudo debate en twitter, he aprendido que el futuro del feminismo internacional se esconde en nuestros matojos íntimos, a saber:
1.- No te depilas: eres una guarra.
2.- Te depilas: eres una víctima de la sociedad falocéntrica imperante y deberías salir a la calle y quemar tu sujetador de inmediato. A ser posible lejos de un área infantil, gracias.
Con lo feliz que era yo pensando que lo que pasara en mis sobacos era solo asunto mío, y ahora vivo atenazada por la angustia de no saber si mis sobacos son políticamente correctos.
Mi único consuelo es que, sea cual sea el veredicto, mi herencia genética tiene mucho de lo que responsabilizarse.
Por una parte, mi madre. Mi madre tiene tan poco vello corporal que para ella depilarse consiste en coger unas pinzas y contorsionarse en busca de algún pelillo rebelde.
Por otra, mi padre. Mi padre tiene exactamente tres pelos en el pecho. Tres. Y le han salido pasados los cuarenta años. Los tres pelos de mi padre se consideran Especie Protegida: una vez se tiró de uno y Greenpeace organizó una protesta. El vello facial sigue la misma tónica: por lo general la decisión de dejarse barba implica un plan quinquenal.
-Lo que pasa es que estoy muy evolucionado -suele decir mi padre cuando sale el tema.
La teoría de la supuesta evolución de mi padre no se sostiene, entre otras cosas, porque su hijo, Hermano Mediano sí tiene pelos: todos en la cara. Como es moreno y de pelo rizado, cuando se dejaba la barba mi madre lo llamaba "mi pequeño talibán". La broma dejó de tener gracia después del 11-M: de pronto no podía subirse al metro con una mochila sin que loscabrones racistas seguratas se le echaran encima.
Luego está Hermano Pequeño. Hermano Pequeño no tiene pelos en la cara. Ni uno. Cada vez que intenta dejarse barba se pasa meses oyendo "tienes algo raro en la barbilla". En cambio sí tiene pelos en el cuerpo. No es que se los hayamos visto: lo sabemos porque hemos oído historias terroríficas sobre cómo se los quita. Obviamente, Hermano Pequeño necesita salir a la calle a quemar su sujetador YA.
Y por último estoy yo, que me he dejado a mí misma en último lugar porque soy muy educada.
Mi historia con el vello corporal es tosca y se mete por doquier.
No, no era eso.
Da igual.
Yo no tengo pelo en la cara.
No importa lo que os haya dicho Sark: no tengo bigote.
Es un efecto óptico, ¿vale?
De vez en cuando voy a la peluquería a que me quiten cuatro pelos de las cejas, y lo hago principalmente porque luego me dan un masaje que me deja nueva.
El resto del cuerpo lo tengo a parches.
Nunca he tenido mucho pelo en las piernas, pero después de usar medias seis días en semana durante cuatro años (por motivos laborales) los pocos pelos que tenía empezaron a crecer raquíticos y luego dejaron de crecer. Ahora solo me salen algunos parches en las zonas en las que las medias no rozaban. Hace unos años le pedí a mi peluquera que me hiciera la cera.
La peluquera me miró las piernas con el ceño fruncido.
-Tenemos que esperar a que te crezcan un poco.
Seguimos esperando.
Tampoco tengo mucho pelo en las axilas. Una es casi calva porque tengo una cicatriz; y si no me depilo la otra me siento desequilibrada: como andar con una zapatilla en un pie y un zapato en el otro. Eso me llevó hace unos años a probar la depilación láser. Solo aguanté cuatro sesiones, así que no os preocupéis: el feminismo universal está a salvo por esa parte.
Lo que me da más problemas es el piticlín. Tampoco es que haya mucho donde rascar ahí. Además, las señoritas no se rascan ahí.
A la mierda el feminismo universal.
Los problemas vienen por causas ajenas a mi voluntad: por ejemplo, cuando me hicieron la cesárea las enfermeras decidieron que, para lo que había, "no merecía la pena rasurar". Luego me pegaron encima todo el esparadrapo de las vendas. Y luego... me lo quitaron. Entre la cicatriz de la cesárea y la depilación en seco del esparadrapo mi piticlín ya no es lo que era: ahora pasa muchísimo más frío.
Con todo, lo más dramático que le ha ocurrido a mi vello corporal no ha sido una depilación, sino un teñido.
(Esto ya lo conté una vez hace mucho tiempo en los comentarios, así que los lectores más veteranos se lo pueden saltar)
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, me compré un bikini de color blanco.
-Eso en cuanto se moje se va a transparentar -profetizó mi madre.
Así que me metí en la ducha con el bikini puesto, para demostrarle que no tenía razón.
Y la tenía.
¡Maldita sea! ¿Por qué las madres siempre tienen razón y ahora que yo soy madre no la tengo nunca?
En aquel momento mis opciones eran limitadas:
No podía devolverlo porque ya me había bañado con él.
No podía comprar otro porque me iba de vacaciones al día siguiente y no me daba tiempo.
Mi única salida era atacar la raíz del problema: los pelos.
Primero pensé en depilarme, pero estaba segura de que cuando volviera a crecer iba a picarme un puñao. Además existía la remota posibilidad de que a mi novio de entonces le gustara el resultado y se empeñara en que lo llevara depilado siempre, y la verdad, pasarme la vida quitándome pelos del piticlín me parecía un coñazo (literal y figuradamente).
Así que me lo teñí de rubio. Usé crema andina y no importa lo que te digan: escuece una barbaridad.
CHIRRI ON FIRE.
Big time.
Es una pena que por entonces todavía no existiera la canción de Alicia Keys, porque me había venido que ni al pelo (literal y figuradamente) para expresar mis sentimientos al respecto.
Incluso después de quitarme la crema (con agua HELADA) tuve que estar un buen rato abanicándome el piticlín, y estuve andando como John Wayne al menos semana.
Ahora sí, me quedó monísimo. Gran éxito de crítica y público. Una pena que enseguida empezaron a verse las raíces...
Bueno, no a verse: por lo general no se veían. A ver, que una es muy decente, y por lo general sale a la calle con las bragas (limpias) puestas.
Pero estaban ahí, como acechando.
Por entonces tenía una compañera de trabajo a la que le encantaba la expresión "rubia de bote, chocho negrote". Para mí que sospechaba algo, pero no acababa de saber el qué.
En fin, que así en general no tengo una política muy firme en lo que a vello corporal se refiere: me depilo si me apetece, me dejo greñas si quiero, me tiño cuando no tengo aprecio a mi bienestar físico...
Y esto me lleva a preguntarme: si a mí no me importa lo que pasa en mis sobacos, ¿por qué tendría que importarle al feminismo internacional?
-¿Antes molaba? ¿Y me lo dices ahora? Eres peor que mi abuela, que solo te dice que has perdido peso si después puede añadir “pero ahora has vuelto a engordar”.
-Es que solo escribes chorradas sobre Bebé-chan.
-Bueno, acabo de escribir una historia sobre el bluray de ZaraJota™.
-Chorradas sobre Bebé-chan, chorradas sobre ZaraJota™... Es la misma mierda siempre.
-Vale. A ver qué te parece esto...
Entonces, para demostrarle al mundo (léase Sark) que era capaz de escribir otras cosas, escribí un post porno.
MUY porno.
Tan porno que solo lo ha leído ZaraJota™, y desde entonces me sonrojo cuando me mira.
Bueno, eso ya me pasaba antes, y no tiene nada que ver con el porn...
Ejem.
Lo importante aquí es que he aprendido una valiosa lección: cualquier idiota puede escribir porno, pero nadie escribe chorradas sobre Bebé-chan y ZaraJota™ como yo.
Aclarado este punto, voy a contar una historia en la que aparecen mencionado Bebé-chan y ZaraJota™. Y al que no le guste, que no mire.
Durante toda mi vida he pensado que depilarse era una decisión personal que cada uno tomaba según le apeteciera, pero esta semana, gracias a un sesudo debate en twitter, he aprendido que el futuro del feminismo internacional se esconde en nuestros matojos íntimos, a saber:
1.- No te depilas: eres una guarra.
2.- Te depilas: eres una víctima de la sociedad falocéntrica imperante y deberías salir a la calle y quemar tu sujetador de inmediato. A ser posible lejos de un área infantil, gracias.
Con lo feliz que era yo pensando que lo que pasara en mis sobacos era solo asunto mío, y ahora vivo atenazada por la angustia de no saber si mis sobacos son políticamente correctos.
Mi único consuelo es que, sea cual sea el veredicto, mi herencia genética tiene mucho de lo que responsabilizarse.
Por una parte, mi madre. Mi madre tiene tan poco vello corporal que para ella depilarse consiste en coger unas pinzas y contorsionarse en busca de algún pelillo rebelde.
Por otra, mi padre. Mi padre tiene exactamente tres pelos en el pecho. Tres. Y le han salido pasados los cuarenta años. Los tres pelos de mi padre se consideran Especie Protegida: una vez se tiró de uno y Greenpeace organizó una protesta. El vello facial sigue la misma tónica: por lo general la decisión de dejarse barba implica un plan quinquenal.
-Lo que pasa es que estoy muy evolucionado -suele decir mi padre cuando sale el tema.
La teoría de la supuesta evolución de mi padre no se sostiene, entre otras cosas, porque su hijo, Hermano Mediano sí tiene pelos: todos en la cara. Como es moreno y de pelo rizado, cuando se dejaba la barba mi madre lo llamaba "mi pequeño talibán". La broma dejó de tener gracia después del 11-M: de pronto no podía subirse al metro con una mochila sin que los
Luego está Hermano Pequeño. Hermano Pequeño no tiene pelos en la cara. Ni uno. Cada vez que intenta dejarse barba se pasa meses oyendo "tienes algo raro en la barbilla". En cambio sí tiene pelos en el cuerpo. No es que se los hayamos visto: lo sabemos porque hemos oído historias terroríficas sobre cómo se los quita. Obviamente, Hermano Pequeño necesita salir a la calle a quemar su sujetador YA.
Y por último estoy yo, que me he dejado a mí misma en último lugar porque soy muy educada.
Mi historia con el vello corporal es tosca y se mete por doquier.
No, no era eso.
Da igual.
Yo no tengo pelo en la cara.
No importa lo que os haya dicho Sark: no tengo bigote.
Es un efecto óptico, ¿vale?
De vez en cuando voy a la peluquería a que me quiten cuatro pelos de las cejas, y lo hago principalmente porque luego me dan un masaje que me deja nueva.
El resto del cuerpo lo tengo a parches.
Nunca he tenido mucho pelo en las piernas, pero después de usar medias seis días en semana durante cuatro años (por motivos laborales) los pocos pelos que tenía empezaron a crecer raquíticos y luego dejaron de crecer. Ahora solo me salen algunos parches en las zonas en las que las medias no rozaban. Hace unos años le pedí a mi peluquera que me hiciera la cera.
La peluquera me miró las piernas con el ceño fruncido.
-Tenemos que esperar a que te crezcan un poco.
Seguimos esperando.
Tampoco tengo mucho pelo en las axilas. Una es casi calva porque tengo una cicatriz; y si no me depilo la otra me siento desequilibrada: como andar con una zapatilla en un pie y un zapato en el otro. Eso me llevó hace unos años a probar la depilación láser. Solo aguanté cuatro sesiones, así que no os preocupéis: el feminismo universal está a salvo por esa parte.
Lo que me da más problemas es el piticlín. Tampoco es que haya mucho donde rascar ahí. Además, las señoritas no se rascan ahí.
A la mierda el feminismo universal.
Los problemas vienen por causas ajenas a mi voluntad: por ejemplo, cuando me hicieron la cesárea las enfermeras decidieron que, para lo que había, "no merecía la pena rasurar". Luego me pegaron encima todo el esparadrapo de las vendas. Y luego... me lo quitaron. Entre la cicatriz de la cesárea y la depilación en seco del esparadrapo mi piticlín ya no es lo que era: ahora pasa muchísimo más frío.
Con todo, lo más dramático que le ha ocurrido a mi vello corporal no ha sido una depilación, sino un teñido.
(Esto ya lo conté una vez hace mucho tiempo en los comentarios, así que los lectores más veteranos se lo pueden saltar)
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, me compré un bikini de color blanco.
-Eso en cuanto se moje se va a transparentar -profetizó mi madre.
Así que me metí en la ducha con el bikini puesto, para demostrarle que no tenía razón.
Y la tenía.
¡Maldita sea! ¿Por qué las madres siempre tienen razón y ahora que yo soy madre no la tengo nunca?
En aquel momento mis opciones eran limitadas:
No podía devolverlo porque ya me había bañado con él.
No podía comprar otro porque me iba de vacaciones al día siguiente y no me daba tiempo.
Mi única salida era atacar la raíz del problema: los pelos.
Primero pensé en depilarme, pero estaba segura de que cuando volviera a crecer iba a picarme un puñao. Además existía la remota posibilidad de que a mi novio de entonces le gustara el resultado y se empeñara en que lo llevara depilado siempre, y la verdad, pasarme la vida quitándome pelos del piticlín me parecía un coñazo (literal y figuradamente).
Así que me lo teñí de rubio. Usé crema andina y no importa lo que te digan: escuece una barbaridad.
CHIRRI ON FIRE.
Big time.
Es una pena que por entonces todavía no existiera la canción de Alicia Keys, porque me había venido que ni al pelo (literal y figuradamente) para expresar mis sentimientos al respecto.
Incluso después de quitarme la crema (con agua HELADA) tuve que estar un buen rato abanicándome el piticlín, y estuve andando como John Wayne al menos semana.
Ahora sí, me quedó monísimo. Gran éxito de crítica y público. Una pena que enseguida empezaron a verse las raíces...
Bueno, no a verse: por lo general no se veían. A ver, que una es muy decente, y por lo general sale a la calle con las bragas (limpias) puestas.
Pero estaban ahí, como acechando.
Por entonces tenía una compañera de trabajo a la que le encantaba la expresión "rubia de bote, chocho negrote". Para mí que sospechaba algo, pero no acababa de saber el qué.
En fin, que así en general no tengo una política muy firme en lo que a vello corporal se refiere: me depilo si me apetece, me dejo greñas si quiero, me tiño cuando no tengo aprecio a mi bienestar físico...
Y esto me lleva a preguntarme: si a mí no me importa lo que pasa en mis sobacos, ¿por qué tendría que importarle al feminismo internacional?