25 julio 2013

Vamos a la playa calienta el sol (probablemente capítulo 1, tengo mucha fe en mis padres)

La semana que viene estaré de vacaciones con mis padres, y todos sabemos lo que eso significa: 
¡MACROSAGA!



Una de las ventajas de la inestabilidad laboral es que ya no me pongo nerviosa el primer día de trabajo: total, ¡he tenido tantos! 
En mi primer día en este trabajo estaba feliz como una perdiz. 
En realidad no. Ya os contaré lo que le pasó a Bebé-chan justo justo justo ese día.  
O quizá no. He recibido amenazas, ¿sabéis? 
De momento nos quedamos con que estaba feliz como una perdiz esparciendo el caos a mi alrededor cuando me llamaron de recursos humanos. 
-¿Lorz?
-Sí, soy yo. 
-Te llamo de recursos humanos. 
Ya lo sé: lo ponía al principio. M**r*, tengo que dejar de hacerme spoilers a mí misma.
-Hola recursos humanos, ¿qué ocurre? 
-Estoy viendo que no has pedido las vacaciones. 
-Bueno, es que soy nueva y me parecía un poco feo. 
Imagina la situación: "hola, hoy es mi primer día, ¿cuándo son mis vacaciones?" Tal y como están las cosas eran capaces de contestarme "ahora mismo y para siempre". 
-Pues es que tienes que pedirlas. 
-Vale, vale, ahora las pido. 
-No, no, ahora no. Estás fuera de plazo. Tenías que haberlas pedido antes del 30 de mayo. 
-¡Sí el 30 de mayo no había empezado a trabajar!
Ni había hecho la entrevista.
Ni siquiera había echado el curriculum. 
¡Si no estaba ni publicada la oferta de empleo! 
-Las normas son para todos, Lorz, no podemos hacer excepciones. 
Ni siquiera con la gente que todavía no trabaja aquí, por lo visto. 
-Bueno, ¿qué hacemos entonces con mis vacaciones?
-Te las asignamos directamente desde recursos humanos. 
-Vale, vale... ¿cuándo?
-La semana que viene. 
-¡Anda ya!
-Es el único hueco que queda. 
-¡Pero es que acabo de empezar a trabajar! ¡No puedo irme de vacaciones!
-Si querías otras fechas haberlo pedido dentro de plazo. 

El día de antes de irme de vacaciones volvieron a llamarme. 
-Lorz, ¿mañana te vas de vacaciones?
-Sí. 
-No, no puedes. 
-¿Perdón?
-No puedes irte de vacaciones. ¡Si acabas de entrar!
-Pero...
-Pero nada. Menudo disparate. ¡Imagina que no pasas el periodo de prueba!

Inciso: ¿imagina que QUÉ?

-Está bien, pues no me las cojo. 
-Mujer, ¿cómo no te las vas a coger? A ver, ¿cuándo las quieres?
-¿Cómo que cuando?
-Sí, dime cuándo las quieres y yo te las pongo.
-Creí que no quedaba hueco. 
-Mujer, si hace una semana ni siquiera trabajabas aquí: no se va a notar mucho si te vas. 
Gracias, me siento muy apreciada. 

Unos días antes de irme de vacaciones-esta-vez-sí-de-verdad me llamó mi abuela. 
-Hola nieta, ¿cómo estás?
-Pues nada, aquí...
-Claro, como este año no tendrás vacaciones. 
-Sí que tengo, la semana que viene. 
-¡Anda ya! ¡Si acabas de empezar! 
Ya salió la lista que todo lo sabe. 



Pd: adoro mi nuevo trabajo. 

19 julio 2013

Lorzía y el sexo

"Todos los niños tienen una hora mala", Be, sacerdotisa jedi y gurú en general.


ZaraJota™ y yo somos jóvenes fuertes y saludables y como tales tenemos nuestras necesidades: en concreto la necesidad de, eh... jugar al parchís.
Cuando empezamos a salir juntos nos pasábamos el día jugando al parchís. 
Quedábamos a comer y en vez de comer jugábamos al parchís.
Quedábamos a cenar y en vez de cenar jugábamos al parchís.
Quedábamos a ver una peli y en vez de ver la peli jugábamos al parchís. 
Nos íbamos a dormir y en vez de dormir jugábamos al parchís.
Y así todo el día, un no parar.
Lo de saltarme comidas no me importaba mucho: para ser sinceros puedo vivir de mis reservas mucho, mucho, mucho tiempo. Lo que llevaba peor era lo de no dormir, hasta el punto de que un día me planté.
-Tengo dos trabajos- le dije a ZaraJota™-, de vez en cuando necesito descansar.
-Claro que sí, cieliamor, claro que sí... ¿cuándo te toca el periodo?
-¡Oye!
-¡Es que no es justo! ¡Te mueves mucho cuando duermes y me despiertas! Y claro, me despierto en mitad de la noche, me encuentro una tía en pelotas en la cama, ¡y no me queda más remedio que ponerme a jugar al parchís!
Con el tiempo el furor por los juegos de mesa se calmó un poco. Pero poco. Mis compañeras de trabajo se reían mucho de mí porque la mayor parte de los lunes tenía dificultades para sentarme.
Ahora que lo pienso, lo que pasa es que eran unas envidiosas.
En fin.
Cuando decidimos ser papás sabíamos que íbamos a tener que dejar un poco de lado nuestra afición por los, ejem, juegos de mesa.
Ciertamente, durante los primeros meses del embarazo es verdad que hubo una desaceleración.
Por una parte me sentía muy cansada, y por otra ZaraJota™ primero tenía miedo de hacerme daño, y luego de que devolviera en mitad de la partida.
Luego, en el segundo trimestre, eh... veréis... durante el segundo trimestre me encontraba muy bien, y estaba inundada de hormonas,  y me sentía supersexi y sentía la imperiosa necesidad de jugar al parchís todo el día, todos los días. A veces tenía tantas ganas de jugar al parchís que esperaba a ZaraJota™ detrás de la puerta con el tablero en la mano, no digo más.
ZaraJota™ estaba un poco desesperado.
-¡Me ha venido el periodo!-gritaba.
-¡No es verdad!
-¡Que sí, mira!
-¡Que estoy harta de decirte que no te eches ketchup en los calçotets, que la mancha sale muy mal y además no cuela!
El tercer trimestre me aplaqué un poco. Pesar unos quinientos kilos, tener una lesión de rodilla y estar a 40ºC dificulta mucho jugar al parchís. Lo peor fue la última semana, cuando el médico nos prohibió hacer nada que pudiera desencadenar el parto, y pensábamos, jo... ¡no es justo! ¡que luego vamos a estar mucho tiempo sin!
Luego nació Bebé-chan. Fue una cesárea y la primera vez que me puse de pie pensé que no iba a poder jugar al parchís nunca más. Además ZaraJota™ me ayudó a cambiarme varias veces, así que pensaba que él tampoco iba a tener ganas nada nunca más.
Se ve que subestimé el poder de la lactancia materna: prueba a ponerle las tetas delante a tu marido ocho veces al día durante un mes, y se olvidará de los puntos, las estrías, la cuarentena y de su propio nombre.
-No es justo -decía ZaraJota™-, todo el día al aire y no las puedo tocar.
-Sí que puedes.
-¿No explotan?
Resumiendo: después de esperar un mes con mucha, mucha paciencia, el ginecólogo me volvió a dar permiso para jugar al parchís.
-Ten en cuenta que durante unos meses jugar al parchís puede escocer un poco. Intenta usar lubricante.
Cuando salí de la consulta cogí a Bebé-chan y salí corriendo a la farmacia.
No es porque estuviera salida, ¿eh? Es que se me había acabado la crema del culete de la niña.
Sí.
Eso.
Entré a la farmacia con Bebé-chan en brazos y sin esperar mi turno ni nada le grité a la farmacéutica:
-¡Deme una paquete de preservativos, lubricante y crema para culos de bebé irritados, por favor!

Lorzconsejo: nunca uséis las palabras "preservativo", "lubricante", "culo irritado" y "bebé" en la misma frase. La gente saca conclusiones precipitadas.

La vuelta a los campeonatos de parchís fue bien.
 Bebé-chan comía y luego dormía tres horas del tirón, así que nos daba mucho margen.
Con tres meses empezó a dormir seis horas del tirón: más margen aún.
Con seis meses empezó a dormir ocho horas.
-Que suerte tenéis -nos decía todo el mundo.
Sí, sí... pero el resto del día Bebé-chan estaba despierta.
MUY despierta.
Todo el día, con la excepción de dos siestas de diez minutos.
Y aunque es muy buena y muy tranquila, todos los días a última hora entraba en su "hora mala": se pone nerviosa, tiene tanto sueño que no come, tanta hambre que no duerme, y en general acabamos todos agotadísimos y sin ganas de jugar al parchís.
-Yo sí tengo ganas -decía ZaraJota™.
-Tú a callar, y date más brío cantando "Susanita tiene un ratón", que no nos cunde.
El colecho no ayudaba nada, porque claro, está feo jugar al parchís con un bebé en la cama. Así que además de conseguir dormirla, teníamos que conseguir trasladarla a su cuna sin que se despertara y que se quedara dormida allí, y que cuando volviéramos a nuestra cama ZaraJota™ y yo aguantáramos despiertos el tiempo suficiente como para, aunque fuera, echar una partida rapidita.
Resumiendo: hemos pasado un tiempo de escasez.
Mucho ojo: escasez no significa inexistencia. Creo que seguimos por encima de la media nacional de partidas de parchís por semana, pero aún así...jo.
Pues bien, recientemente se han producido dos hechos de gran importancia:
Uno, ZaraJota™ ha empezado con la jornada intensiva, y está muchísimo más tiempo en casa.
Dos, la maravillosísima seño de la guarde de Bebé-chan ha conseguido acostumbrarla a dormir una hora de siesta por la tarde.
Seño, te queremos. Mogollón.
El resultado es que un día, de pronto, cuando ZaraJota™ llegó a casa Bebé-chan estaba plácidamente dormida. Bueno, dentro sus posibilidades. Bebé-chan es más de espatarrarse toa y roncar como un animal de bellota.
-Tenemos media hora hasta que se despierte -anuncié-. ¿Prefieres comer o jugar al parchís?
ZaraJota™ se emocionó muchísimo.
-Lorz, ¿no te das cuenta? ¡Es como cuando empezábamos a salir!
Después de una etapa de largas siestas un día ZaraJota™ llegó a casa y Bebé-chan estaba despierta.
-Petitona -le dijo ZaraJota™-, tienes que dormir. Si no te duermes papá y mamá no pueden jugar a Khal Drogo y Daenerys de la Tormenta.
Eso, tú encima dale pistas.

09 julio 2013

Metro

Este es un post serio.

Últimamente se habla mucho de la Marca España, sin que nadie tenga muy claro qué es ni para qué sirve.
Yo he dedicado mucho tiempo a pensar sobre el tema (aproximadamente dos minutos, mientras hacía pipí) y he llegado a la conclusión de que la Marca España, lo que caracteriza a los españoles como ente colectivo, es que no encanta quejarnos de todo sin hacer nada al respecto.
Esto ha sido así desde hace mucho tiempo: el Siglo de Oro, por ejemplo, está formado por un montón de tipos que de tanto quejarse convirtieron la queja en arte. Tenemos queja poética, queja teatral... ¡tenemos hasta queja en pintura! Pero no deja de ser queja, y queja en vacío que no lleva a nada: la prueba es que siglos más tarde nos seguimos quejando de lo mismo.
A veces pienso que internet ha empeorado las cosas.
Antes la gente se quejaba del mundo en pequeños grupos. Se quejaba con el portero, en el bar, en la cola de la pescadería, en la peluquería. Quejas en pequeños círculos, que servían para desahogarse con la tranquilidad de que no iban a llegar a ninguna parte.
Ahora, con las redes sociales, nos seguimos quejando. Cualquier soplapollez que hagan, digan o parezcan los políticos alcanza una repercusión enorme. Todo el mundo opina, protesta y arma mucho escándalo... y seguimos sin hacer nada. Es más, al contrario: cada vez que el gobierno anuncia una nueva medida las redes sociales nos permiten desahogarnos, hacer la catarsis correspondiente, y para cuando la medida en cuestión se aprueba ya lo hemos asumido y aceptamos cualquier cosa que nos hagan.
Al menos así es como lo veo, y no me gusta porque, tengo que admitirlo: yo quiero cambiar el mundo.
Puede que no sea capaz de cambiar gran cosa yo sola, pero oye, a lo mejor de a poquito...
Por eso estos días he estado tan pesadita con el tema del metro.
Para los que no vivan aquí, un poco de contexto:
En los últimos años las tarifas de transporte público de Madrid no han parado de subir hasta costar un güevo y medio. En parte al menos ha sido para financiar ampliaciones y nuevas estaciones que a veces estaban en zonas todavía sin urbanizar o en construcción. Algunas mentes malpensadas podrían decir que se usaba el metro para especular, porque se llevaba hasta un descampado en el que después brotaban los pisos como por arte de magia, mientras que no había dinero para llevar el metro a zonas que llevaban urbanizadas más tiempo.
Al mismo tiempo el servicio se reducía. Se ve que cuando subes el precio varias veces al año y muy por encima del IPC en un país en crisis el número de usuarios se reduce. ¿Quién se lo iba a imaginar? Y resulta que cuanto más se sube el precio más bajan los usuarios, cuanto más bajan los usuarios más sube el precio y así sucesivamente, hasta que al final, en un alarde de brillantez, metro ha decidido reducir el servicio: ahora sólo pasa un tren de cada dos. El precio se mantiene, por supuesto: es como el 2x1 de Carrefour pero al revés.
Por otra parte resulta que al reducirse a la mitad los trenes el número de viajeros de cada tren se multiplica por dos y cuando un vagón va lleno muy por encima de su capacidad hace mucho más calor del que debería, especialmente si se hace poco uso del aire acondicionado. Cuando la gente está mucho rato de pie en un vagón a presión a 45ºC y sin apenas aire se marea, aunque seguramente sólo lo hacen para llamar la atención, que hay mucho cuentista suelto.
Luego están las escaleras. Si unas escaleras mecánicas se estropean no hay ninguna prisa por arreglarlas. Es más: metro se atrevió incluso a lanzar una campaña publicitaria recomendando subir a pie, porque hacer ejercicio es bueno y reduce el riesgo de obesidad, especialmente en aquellas estaciones que están a más de seis pisos de profundidad. En esas se reduce el riesgo de obesidad, así como el de cualquier otra enfermedad, porque lo más posible es que te de un síncope a medio camino.
Aunque todos tuviéramos ese espíritu deportivo, al parecer hay gente que no es capaz de subir y bajar escaleras. No hablo sólo de personas discapacitadas y carritos de bebé: cualquiera puede en un momento dado torcerse un tobillo, ponerse enfermo, marearse, ir con maletas o, simplemente, llegar a viejo.
Y ahí es donde quiero llegar a parar con esta filípica:
metro de Madrid tiene vagones con espacios reservados a discapacitados y colectivos sensibles (enfermos, ancianos, embarazadas y madres con bebés) e incluso tiene una zona del andén dedicada a estas personas, pero no dispone de ascensor en todas las estaciones y en muchas no dispone ni siquiera de escaleras mecánicas.
En mi caso, cojo el metro todos los días, y ni la estación de origen ni la de destino tienen ascensor, una de ellas tiene escaleras mecánicas pero sólo para una línea y la otra tiene escaleras mecánicas que llevan un mes sin funcionar.
No se trata de que no quiera hacer ejercicio. Que si hay que hacerlo se hace. Lo que pasa es que tengo el cuerpo lesionado en varios puntos y un bebé, y por lo general ambas cosas son incompatibles con subir y bajas seis pisos de escaleras, por lo que no puedo llevar a Bebé-chan conmigo.
Si hubiera acceso para discapacitados podría buscar una guardería cerca de donde trabajo y podría pasar dos horas más al día con Bebé-chan, por no hablar de que al estar menos horas institucionalizada tendríamos que pagar 30 € menos de guardería al mes.
Los últimos días lo he estado comentando con compañeras de trabajo, con amigas y por twitter, y casi todo el mundo se sentía identificado: el que no tenía hijos recordaba aquella vez que tuvo un esguince, o cuando volvió de viaje con un maletón enorme, o simplemente ese día que estaban tan cansados que apenas se tenían en pié y todas las escaleras estaban estropeadas. Lo más sorprendente es que nadie había reclamado nunca: se quejaban con los amigos, o en el trabajo, y no hacían nada.
Y esto no puede ser: ya que nos vamos a quejar, al menos quejémonos al responsable del problema, y a ser posible por los canales adecuados. Con un poco de suerte hasta conseguimos que nos hagan caso.
Por eso me he propuesto poner una reclamación cada vez que use el metro y no haya acceso para discapacitados, y os animo a hacer lo mismo: sólo hay que rellenar este formulario.
Esto es todo.
Gracias por vuestra colaboración.

Editado 11/07/2013 El trayecto que hacemos con el carrito a cuestas:

01 julio 2013

El cuerpo hecho un cristo IV y ya

Previously in Lorz...
Venga que esto se acaba.

Como iba diciendo, ZaraJota™, Bebé-chan y yo nos fuimos a Barcelona a la comunión de la sobrina.
La sobrina es una niña muy peculiar.
-Lorz, ¿puedo hacerte una pregunta? -me preguntó una vez.
-Claro bonita.
-¿ZaraJota™ y tú dormís juntos en la misma cama?
Acababa de conocer a la familia de ZaraJota™ y estábamos todos cenando juntos.
No tenía ni idea de qué responder para quedar bien delante de toda la familia, así que fui a lo seguro.
-Por supuesto que no.
-¿Por qué?
-Porque no estamos casados.
ZaraJota™ me dio una patada por debajo de la mesa que me dejó la espinilla tonta.
-Sus padres tampoco están casados -me explicó luego.
M**rd*.
En la siguiente visita me volvió a hacer otra pregunta.
-¿Quieres jugar conmigo?
-Claro que sí. ¿A qué jugamos?
Era un pregunta retórica: yo ya me veía poniendo lazos en la larga cabellera de un poni rosa.
-Jugamos a que yo te secuestro y pido un rescate a ZaraJota™, y ZaraJota™ no lo paga y te mato.
-Eh... ¿poni?
Pues bien, cinco años más tarde, la niña iba a hacer la comunión y nosotros queríamos hacerle un regalo.
-¿Qué quieres que te regalemos?- le preguntó ZaraJota™ por teléfono.
-No quiero ningún regalo.
-Jajaja, que graciosa.
-Va en serio, no lo hago por los regalos.
-Jajaja, anda ya, y entonces, ¿por qué?
-Quiero formar parte de esta comunidad.
Lo dijo tan convencida que debe ser verdad, pero aún así ZaraJota™ y yo le compramos un regalo, en concreto, un reloj.
Queríamos que fuera un regalo especial, así que estuvimos bastante tiempo hasta que encontramos uno perfecto. Lo que pasa es que el reloj, una vez envuelto, quedaba hecho un paquetito muy pequeño, y todos sabemos que a los niños les gustan los regalos GRANDES, por eso compramos un kilo de caramelos y lo metimos todo en una caja de regalo rosa. Quedó bastante resultón y a la niña le gustó mucho cuando se lo dimos.
Incluso contó los caramelos y todo, que mona ella.
Al día siguiente, con toda la familia, la gente empezó a preguntarle qué le habían regalado.
-El tío ZaraJota™ me ha regalado caramelos.
-¿Sí? -le decían.
-Sí, doscientos siete caramelos.
Y al rato:
-Lorz y ZaraJota™ me han regalado caramelos.
Y al rato:
-Tengo doscientos siete caramelos. Me los ha regalado el tío ZaraJota™.
Cuando ya teníamos a media familia pensando que somos los rácanos que regalan caramelos, decidí intervenir.
-Oye -le dije a la sobri-, sabes que el regalo no eran los caramelos, ¿verdad?
-Claro que no. ¡La caja era muy bonita también!
Vale, me rindo.


Epílogo.
-¿Qué te ha regalado Lorz y ZaraJota™?-le preguntó a la sobrina otro de sus tíos.
-Doscientos siete caramelos.
-¿Doscientos siete? Qué numero más raro. Seguro que había doscientos diez y la tía Lorz se comió tres.
No me los comí: estaban secuestrados y tuve que matarlos porque ZaraJota™ no pagó el rescate.